Queremos “ver” a Jesús, pero el de los evangelios
Vamos terminando el tiempo de cuaresma y nos preparamos para
la Semana Mayor. Las lecturas de estos domingos de cuaresma nos han preparado
el camino para lo fundamental: reconocer en Jesús de Nazaret, en sus hechos y
palabras, al Hijo de Dios. El evangelio de este próximo domingo -V de cuaresma-
nos puede ayudar para reflexionar qué tanto lo reconocemos o si, por el
contrario, tenemos otras imágenes de Hijo de Dios que no son las reveladas por los
textos bíblicos.
El evangelio comienza diciendo que unos griegos se dirigen a
Felipe, rogándole: “queremos ver a Jesús”. El relato dice que Felipe fue a
decírselo a Andrés y ambos van y se lo dicen a Jesús. La respuesta de Jesús es
contundente: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;
pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida la pierde y el que odia su
vida en este mundo, la guardará para una vida eterna” (Jn 12, 20-25). No
podemos entender estas palabras de manera literal en el sentido de odiar el
mundo y amar la eternidad, porque esta oposición que el evangelista Juan
presenta en sus escritos es la manera de la que él se sirve para manifestar lo
absoluto de Dios, contrario a todo lo demás, sin que eso signifique rechazar lo
humano y las contingencias de nuestra realidad.
Un análisis exegético del texto nos brindaría muchos
detalles ricos e iluminadores, pero no es nuestro objetivo aquí. Lo que
buscamos es encontrar en este pasaje algunas pistas de reflexión para nuestra
vida cristiana. Por eso estas palabras de Jesús, en vísperas de su pasión y
precedidas del “en verdad, en verdad, les digo” nos interpelan sobre la
comprensión que tenemos de la manera cómo él ha anunciado el reino de Dios y
las consecuencias que esto ha traído para su vida.
Jesús, después de proclamar la buena noticia de misericordia
y acogida a todos -especialmente de los más pobres-, de sus cuestionamientos a
un cumplimiento de la Ley que tantas veces ahoga a las personas o de unas
ofrendas en el Templo que dejan a muchos por fuera, sea por su condición
económica o por su condición étnica o sexual (las mujeres deben quedarse en el
patio del templo), llega al momento de recoger las consecuencias de sus
acciones: un gremio sacerdotal que se ha visto atacado por sus críticas, unos
escribas y fariseos que no aceptan la libertad que Jesús les invita a tener
frente a la Ley y hasta un pueblo que está contento cuando recibe algún
beneficio pero no logra comprender a fondo la propuesta de Jesús. Y en momento
de dificultad, la deserción se hace más evidente: aquellos que le siguieron
empiezan a dudar de si ese sería el camino, de si no fue exagerado, si no
podría haber sido más prudente, si no está llevando las cosas al extremo y con
eso está rompiendo la armonía, en fin, todas aquellas dudas que ayer y hoy nos
asaltan cuando emprendemos un camino de fidelidad al evangelio y, por las
dificultades que conlleva, nos hacen dudar, retroceder y hasta renegar de haber
emprendido dicho camino.
Pero Jesús mantiene la fidelidad al proyecto del Padre y nos
invita a mantenerla: “ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del
hombre”. Si para Marcos la “hora” de Jesús es la cruz “Y adelantándose un poco,
caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora” (14,
35), para Juan es la Pascua: “Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir?
¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (12,
27).
¿Habremos entendido la manera cómo Jesús ha puesto en acto
el reinado de Dios y su fidelidad a pesar de todas las incomprensiones e
incluso de la muerte en cruz que se avecina? ¿Queremos “ver” a este Jesús del
evangelio o esperamos otro Jesús, aquel que nos bendiga nuestra manera de ser y
de actuar y que no nos desinstale de nuestros propios beneficios? La respuesta
no vendrá de un sí o un no que pronunciemos sino de las implicaciones que el
tiempo que vivimos esté dejando en nuestra vida. Como se ha dicho tantas veces,
si esta experiencia de pandemia no nos está transformando, habremos perdido la
oportunidad de leer este signo de los tiempos, a través del cual Dios nos
interpela. La pandemia reveló una estructura socio económica muy precaria, en
la mayoría de los países, un sistema de salud demasiado frágil y una estructura
privada capaz de controlar las vacunas desde las farmacéuticas y mantener la
desigualdad en su adquisición. La universalidad de los derechos y la inclusión
de todas las personas en ellos no es algo conseguido en nuestro mundo, falta
demasiado. A nivel eclesial, hemos constatado que la vida cristiana estaba (o
sigue estando) demasiado centrada en el culto y que el protagonismo del laicado
aún es un ideal por conseguir ya que en tiempos de pandemia parece haberse
quedado huérfano por la falta de templos abiertos a los cuales acudir. Todo lo
anterior no quita el que también se ha dado una creatividad inmensa y una generosidad
desbordante desde diferentes instancias para responder a la realidad social y
para seguir alimentando la fe.
Pero es importante preguntarnos: ¿Cómo prepararnos para
vivir el misterio pascual con los retos y compromisos que la pandemia nos ha
traído? Podemos dejarlos de lado, acostumbrarnos a vivir con esa llamada “nueva
normalidad” o repensar a fondo como transformar lo negativo que la pandemia ha revelado,
sabiendo que si queremos cambios hemos de morir como el grano de trigo,
conscientes de que no es una tarea fácil, pero sí inaplazable. Ojalá nos
dispongamos con Jesús y como Él para no huir de la hora definitiva, sino disponernos
a ella, sabiendo que en esto se juega la fidelidad al Jesús de los evangelios, nuestra
verdadera pascua.
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