¡Qué fácil es
añorar las cebollas de Egipto!
Olga Consuelo Vélez
Hace nueve meses cuando ganó el
actual gobierno manifesté mi beneplácito y mi confianza en sus propuestas. Hoy
en día lo reafirmo porque me sigue entusiasmando la visión de país que se
proyecta y los pasos que poco a poco se van dando. Pero últimamente crece la
sensación -en gran parte alimentada por los medios de comunicación- de que
vamos camino al fracaso y de que solo hay errores en lo que se va haciendo. Por
eso quiero hacer algunos comentarios, no con la pretensión de hacer un análisis
político del momento, sino desde el sentido común.
La actual situación me hace
pensar en la experiencia de liberación del pueblo hebreo. Según relata el libro
del Éxodo, Dios con mano poderosa hizo pasar a los israelitas el mar rojo, liberándolos
de la esclavitud a la que los tenían sometidos los egipcios. Pero una vez comenzaron
la travesía por el desierto, entraron los miedos y las añoranzas. El pueblo comenzó
a decir: “¿Quién nos dará carne para comer? ¡Cómo nos acordamos del pescado que
comíamos de balde en Egipto y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos!
En cambio, ahora tenemos el alma seca” (Núm 11, 4-6). Era tal la queja del
pueblo que Moisés le reclama a Dios porque no sabe de dónde va a sacar carne para
alimentarlo y siente que esa situación es demasiado pesada para él (Núm 11,
10-15).
Lo que me interesa subrayar de
esa comparación con el pueblo de Israel, es la experiencia de miedo ante
cualquier propuesta transformadora que se presenta. Con seguridad, las reformas
que se proponen no son las mejores y contarán con muchas falencias. Sin
embargo, son un intento de buscar la justicia social. Pero hay demasiadas resistencias.
Por poner un ejemplo, me asombra escuchar cómo tantas personas se quejan por el
mal servicio que reciben de las prestadoras de salud y que no consiguen citas
con los especialistas, ni les dan las medicinas más especializadas, pero ante
la propuesta de acabar con ellas, salen a defenderlas cómo si fueran suyas o
fueran la única posibilidad de ofrecer un servicio de salud. O, ante la reforma
laboral, que busca garantizar una remuneración justa para los trabajadores, nos
asustan con que se acabarán muchos empleos porque los empresarios no van a
pagar ese salario. Es decir, hemos de contentarnos con un salario injusto para
que se creen puestos de trabajo. Son lógicas bastante extrañas, pero funcionan
perfectamente en gran parte de la población y así se convierten en esas fuerzas
resistentes ante cualquier cambio.
Creo que este gobierno desde el
primer día se puso en camino con las promesas hechas en campaña y no es de
extrañar que lleguen las experiencias de desierto. No hay que olvidar que son
muchos los problemas que tenemos en nuestro país y demasiados los frentes que
se tienen que atender. El conflicto armado, la delincuencia, el narcotráfico,
la injusticia social, no llegó con este gobierno. Todos estos problemas los
arrastramos hace mucho y es normal que cada vez quieran ganar más terreno. De
ahí que la tarea sea tan ardua. Ni este gobierno, ni ningún otro, lograra cambiar
las cosas de un momento para otro. Pero este gobierno tiene una desventaja: se
alimentan continuamente los imaginarios de que todo lo está haciendo mal. Y
aunque la prensa se queja de que el presidente les quiere quitar la libertad de
expresión, basta leer los titulares para entender que las noticias que
presentan tienen el sesgo de lo que falta -y muchas veces aumentado-, y no de
lo alcanzado. La oposición al gobierno no es principalmente por el contenido
mismo de las reformas, sino por ese ánimo perverso de que le vaya mal, porque
no logran soportar que un cambio venga de las clases populares, de un
exguerrillero, de una mujer negra y pobre, en definitiva, del corazón del
pueblo al que siempre han manipulado.
Que bien haría a la llamada
oposición y a tanta gente del común que se adhiere a esa perspectiva, volver
sobre las palabras de Francisco, cuando se refiere al contexto sociopolítico.
Por lo menos podrían entender algo de los profundos cambios que se necesitan. Por
ejemplo, en su primera exhortación, Evangelii Gaudium, refiriéndose a la
realidad económica afirma las falacias de las políticas del libre mercado: “algunos
todavía defienden las teorías del ‘derrame’ que suponen que todo crecimiento económico,
favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por si mismo mayor
equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido
confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad
de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del
sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.
(n. 54). O en la Encíclica Fratelli Tutti, refiriéndose a la propiedad
privada, dice: “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o
intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de
cualquier forma de propiedad privada (…) El derecho a la propiedad privada sólo
puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del
principio del destino universal de los bienes creados y esto tiene consecuencias
muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad. Pero
sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los
prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica” (n. 120).
En definitiva, ¡Qué fácil es
añorar las cebollas de Egipto! Esto es lo que está pasando en varios países que
giran a la ultraderecha, cuando sus gobiernos progresistas inician reformas. No
sería raro que pasara eso también en este país. Pero vale la pena seguir apoyando
los cambios todo lo que se pueda. Habrá que reconocer errores, desaciertos y
equivocaciones. Pero también se podrán abrir caminos que tarde o temprano darán
buenos frutos. Esta es la esperanza que acompaña mi perspectiva de país y no
quiero dejar de alimentarla.
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