Adviento: tiempo
de preparación y de esperanza
Olga Consuelo Vélez
Por segundo año consecutivo estamos celebrando Adviento
marcados por la pandemia. Parece que la incertidumbre y la esperanza, de nuevo
se dan cita para mostrar que así es la vida humana. En efecto, no dejamos de
toparnos con la limitación, el sufrimiento, la enfermedad e incluso la muerte, pero
al mismo tiempo, mantenemos la esperanza en un futuro mejor.
Por eso la gente, a pesar de los dolores que trae consigo la
pandemia, se prepara para vivir este tiempo. Las casas se han adornado, las
calles están llenas de luces, la música navideña comienza a sonar a nuestro
alrededor y, ya con menos limitaciones de aforos, hay muchos más encuentros y
se planean reuniones para celebrar las fiestas que se acercan.
Es un tiempo que contagia alegría, independiente de sí las
personas se dicen creyentes o no. Simplemente se entra en ese ambiente que
parece distinto y da la sensación de descanso, de tranquilidad, de que se acaba
algo y puede empezar otra cosa nueva.
Para los que tenemos fe, este tiempo de adviento nos anuncia
una buena noticia, aunque esta, a veces, se diluye entre tantas luces y
fiestas. Conmemoramos el nacimiento de Jesús en quién Dios se ha hecho presente
en lo humano. Desde entonces, podemos celebrar que ya Dios no es el misterio
lejano y desconocido sino el ser humano cercano y solidario, que comparte todas
nuestras alegrías y preocupaciones.
Si nos fijamos en las lecturas bíblicas de estos domingos de
adviento, encontramos en ellas la invitación a prepararnos para este
acontecimiento. En la figura de Juan el Bautista se nos anuncia que “todos
verán la salvación de Dios” (Lc 3, 6) en la medida que se “allanen los
senderos, los barrancos se rellenen, las colinas se rebajen, lo tortuoso se
haga recto” (Lc 3, 4-5). Es decir, que las situaciones cambien y sean
favorables para la humanidad. Al oír la predicación del Bautista, la gente le
pregunta: ¿Qué hemos de hacer? (Lc 3, 10) y Él les responde: “El que tenga dos
túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga
lo mismo” (Lc 3, 11) y el texto continúa con las respuestas de Juan el Bautista
a los publicanos y a los soldados que también parecen buscar un cambio y
quieren saber cómo hacerlo. De esa manera Juan exhorta a sus contemporáneos para
que orienten su vida hacia el amor, la solidaridad, el bien común, la ayuda
mutua, de manera que sea posible la buena noticia de la salvación que el Niño Dios
ofrece.
Dicho de otra manera, el Dios hecho ser humano en Jesús, nos
viene a mostrar que la salvación consiste en el bienestar de la humanidad. Su
deseo es que a nadie le falte nada para vivir. Pero eso solo se puede hacer si
el que tiene más es capaz de compartir con el que tiene menos. Ese sería el
sentido de los regalos navideños: repartir todo aquello que somos y tenemos.
Lamentablemente los regalos se convirtieron en un acto social, más expresión
del consumismo desmedido que de un compartir solidario o signo de un formalismo
social de dar para recibir, de dar para quedar bien ante los otros, de dar para
mostrar que se tiene poder adquisitivo.
Fuera de la figura de Juan el Bautista, el evangelio del
cuarto domingo nos habla de María e Isabel y el encuentro entre ellas. Allí
Isabel reconoce que, en ese niño pequeño en el seno de María, se hace carne la
salvación ofrecida por Dios y alaba a María porque, gracias a su fe, se hizo
posible el cumplimiento de las promesas divinas (Lc 1, 39-45).
De ahí que nuestra preparación en este tiempo de adviento no
consiste en obras extraordinarias sino en mirar nuestra cotidianidad y buscar
vivirla con las mejores actitudes posibles. Hay tanto bien que podemos hacer.
Tantas palabras que podemos corregir, tantas actitudes que podemos mejorar,
tanto pasado que podemos perdonar, tantos desencuentros que podemos superar.
Adviento nos invita a toparnos con la humanidad de Dios para que nos ayude a
vivir la nuestra a todos los niveles: personal y social.
Aprovechar este tiempo para crecer en las relaciones de
familia, de amistad, de colegas de estudio o de trabajo, de vecinos, de todos
aquellos con los que de alguna manera nos topamos cada día. Pero también
aprovechar el tiempo para pensar en un país distinto en el que la vida se
garantice para todos y todas. Por eso, la dimensión socio política de la vida
humana, no es ajena a la buena noticia de la salvación que el Niño que nace nos
anuncia. Hay que atreverse a soñar con que se puede hacer otro tipo de
política, otro tipo de economía, otro tipo de sociedad. Supone riesgo y apuesta
por el cambio. Pero también revela nuestros miedos y la incapacidad de pensar
que las cosas pueden ser distintas. Tal vez el Niño del pesebre nos ayude a
creer que de donde parece no puede surgir nada, es posible que se transforme
todo. Y que la esperanza que parece más propia de este tiempo, nos siga
fortaleciendo para no dejar de creer en la buena noticia del Reino: “el que
tiene dos túnicas que las reparte con el que no tiene”.
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