Preparándonos para
la Conmemoración del Día Internacional de la Mujer, también en la Iglesia
Olga Consuelo Vélez
Muchas mujeres creen que por el
hecho de tener oportunidades laborales o de que en la cotidianidad se vea a
tantas mujeres actuando a nivel social en múltiples esferas y logrando tantas
realizaciones personales y sociales, ya no hay discriminación hacia ellas. Pero
eso no es así. Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en
el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con
sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla. En Colombia se registraron
más de 600 feminicidios el año pasado y en lo que va corrido de este año, ya van
diez.
La violencia contra la mujer no
se ejerce solo en los feminicidios. Hay demasiadas violencias en múltiples
esferas. Todavía se oye decir que se prefiere un varón para muchas profesiones
o se pone en tela de juicio lo que provenga del género femenino. Esto no
significa que todo lo que las mujeres realizan esté bien. Habrá que
descalificar a esta o aquella -con razones justificadas, por supuesto- pero no
a todas las mujeres, como si fueran un grupo homogéneo, con las mismas
cualidades -en la que se destaca el rol materno, servicial, cuidador- y con los
mismos defectos -que se asocian, muchas veces, a querer salir del rol que la
sociedad patriarcal les asignó- cuestionando cualquier intento de ser
reconocidas en su igual dignidad con los varones y, por tanto, con los mismos
derechos.
Por eso la conmemoración del Día
Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o
banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con
las mujeres. Ese día recuerda las largas y difíciles luchas que a lo largo de
la historia se han dado para conseguir el reconocimiento de la dignidad de las
mujeres, con los derechos que conlleva y, mientras esto no sea realidad en
todas las circunstancias y en todos los lugares, es necesario seguir trabajando
por ello.
A nivel social los movimientos feministas
siguen defendiendo los derechos de las mujeres. Pero la pregunta que podemos
hacernos es, si a nivel eclesial, hay una consonancia con esas luchas o, si por
el contrario, la iglesia se desentiende de esa realidad e incluso la retrasa. Cada
vez es más evidente que la práctica de Jesús en su tiempo, fue la inclusión de
las mujeres en su círculo de discípulos y defendió su dignidad en múltiples
ocasiones. Las mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública (L 8,
1-3), entre las que se destaca María Magdalena, muestran que Jesús incluyó en
su grupo a las mujeres y, ellas, dejando sus roles asignados por la sociedad,
lo siguieron a la par con los discípulos. Fue tal su protagonismo que, Jesús
después de resucitado, se aparece a una mujer, María Magdalena, y le confía el
anuncio de esa Buena Noticia (Jn 20, 11-18). Además, varios son los relatos de
curación donde las mujeres dialogan con Jesús -cosa inaudita en la sociedad
judía de ese tiempo-, entre ellos la mujer cananea que prácticamente “le exige”
a Jesús que cure a su hija, aunque ella no sea judía (Mt 15, 21-28). La
exégesis bíblica actual no tiene duda de la comunidad de varones y mujeres que
surgió en torno a Jesús y la igualdad de roles y servicios que desempeñaron.
Sin embargo, la iglesia se
acomodó a la sociedad patriarcal e introdujo dentro de ella, las mismas
limitaciones que dicha sociedad establece para la mujer. Por eso, dentro de la
Iglesia, también se han de revisar los estereotipos femeninos y transformarlos.
No está bien que no se denuncie desde los altares, toda la violencia contra las
mujeres. La justicia de género hay que impulsarla desde los púlpitos, no por
moda o acomodo a la sociedad, sino porque es una de las buenas noticias del
reino anunciado por Jesús. Pero también en los altares no debería haber ninguna
discriminación contra las mujeres. Un ejemplo que sigue mostrando que no se
acepta por igual la presencia de la mujer, es la actitud frente a las ministras
de la comunión. Los fieles que se acercan a recibir la comunión con ellas, son
muy pocos; mientras que las filas de los presbíteros son interminables. Y no
debería extrañarnos que cada vez más los altares, los púlpitos, las clases de
teología, las homilías, las administraciones parroquiales y muchos otros
ministerios, fueran ocupados por mujeres y su palabra y acción tuviera el mismo
valor que la de los ministros ordenados. Aunque la mayoría de fieles que
asisten a la liturgia y que realizan las pastorales parroquiales son mujeres,
no son la mayoría de los que deciden, ni son reconocidas como tales en el
servicio eclesial.
Francisco, desde el inicio de su
pontificado, ha sido consciente de la necesidad de que las mujeres ocupen
puestos de decisión en la Iglesia. Ha intentado hacer algunos cambios, nombrando
a mujeres en la curia vaticana, en lugares que antes solo eran ocupados por
clérigos. Pero su esfuerzo todavía es demasiado pequeño para desmontar la
mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia
como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece. La iglesia ha de
ser “Pueblo de Dios”, donde todos han de ser corresponsables de su devenir y,
ninguno, por cuestión de género, debe ser excluido o no reconocido en su
protagonismo eclesial.
Por todo esto, la conmemoración
del Día internacional de la mujer ha de permear también la vida eclesial y
llevarnos a una revisión del lugar que ocupan las mujeres en la Iglesia; de los
discursos y prácticas que de allí surgen con respecto a las mujeres y; sobre
todo, del testimonio que la Iglesia da de que en la comunidad eclesial las
mujeres ocupan un lugar igual con los varones y no existe ninguna
discriminación en razón de su sexo. Esta es una difícil tarea por todos los
cambios que habría que dar para hacerlo realidad, pero las transformaciones han
comenzado y no podemos detenernos hasta conseguirlo.
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