Algunas anotaciones de la experiencia del Sínodo en
Roma
Olga Consuelo Vélez
Después de compartir una semana con algunas de las personas que están en el
sínodo y con las mujeres que hicieron diversas actividades para reforzar lo que
concierne a la mujer y que también se juega en este sínodo, puedo compartir
algunas impresiones que no recogen la riqueza que se ha dado estos días ni
pretenden interpretar los sentimientos de todos los allí presentes.
Con respecto a las personas presentes en el sínodo, pude hablar de manera
informal con laicos y laicas, religiosas, algunos obispos y cardenales,
facilitadores y expertos. Para todos ellos la experiencia está siendo muy
enriquecedora. Es muy grato sentirse en medio de la Iglesia universal representada
por personas de tantos lugares del mundo y, en general, todos dispuestos a
vivir el encuentro, con disposición para la oración, el compartir y el deseo de
contribuir a que el sínodo pueda ser un momento significativo para la Iglesia. De
algunas de las personas que plantearon las reflexiones sobre los temas de
determinado día, se puede destacar su valor para expresarse con claridad, aunque
al terminar su exposición, alguno de los presentes hiciera comentarios del tipo:
“te excediste, exageras, eso no pasa en mi diócesis, mucha reivindicación”,
etc. Es el precio que se paga siempre que se tiene el valor de decir las cosas
con suficiente claridad. Aún faltan 15 días y serán en los que los temas más
complejos serán puestos a consideración. No sé que tanto lo harán. La tentación
de no afrontar lo más difícil está siempre presente y el esfuerzo por quitarle
importancia, también es fácil que se imponga. En concreto, algunos bajo una
causa muy legítima como es la preocupación por los pobres, han expresado que
eso es lo importante y que otros temas son deseos individuales o conquistas
particulares que no merecen tanta atención. Por supuesto la centralidad de los
pobres en la vida de la Iglesia no se pone en cuestión y si está causa no atraviesa
las reflexiones sinodales, este no tendría sentido. Pero hay que cuidar que se
justifique bajo esa motivación tan central, el no dar respuesta a los temas que
le impiden a la Iglesia dar testimonio de igualdad, de inclusión, de respecto
por la dignidad de todas las personas y, sobre todo, del rostro de infinita misericordia
por encima de cualquier ley, del Dios que amamos, seguimos y anunciamos los
cristianos.
Sobre las actividades paralelas al sínodo solo se puede hablar de una
riqueza en contenidos, actitudes, claridad y, sobre todo, el testimonio de la
vida de tantas mujeres que desde diferentes organizaciones viven con tanta
conciencia su fe y están comprometidas con la mayor presencia de la mujer en la
Iglesia, como con toda seguridad, Dios la quiere. Son personas que llevan
muchos años reflexionando, trabajando, manifestándose, enviando comunicaciones
al Vaticano, pero sus voces no se escuchan. Incluso algunas que llevaron
pancartas fueron retiradas por la policía del Vaticano, siendo reseñadas con
sus datos por manifestarse públicamente. No parece esto lo más acertado en una
Iglesia que quiere acoger a todos, que quiere escuchar la voz del espíritu que
se manifiesta en todos o que reclama que los países respeten los derechos humanos,
incluido el derecho a manifestar sus peticiones, expectativas y demandas. Como
tantas veces se hace broma de la presencia del espíritu en el Vaticano diciendo
que tal vez no lo dejan entrar a los concilios por la seguridad que tienen de
que todo lo saben, lo manejan y lo organizan, no sería de extrañar que algo
parecido vuelva a suceder en el sínodo porque la riqueza de lo expresado en
estos encuentros de mujeres con fundamentos experienciales, cristológicos,
eclesiales, ministeriales, etc., son ese alimento sólido necesario para aquellos
que, en verdad, quieren escuchar al espíritu ya que este, aunque supera todas
nuestras afirmaciones y se manifiesta en lo más pobre y humilde, también
necesita de una reflexión seria desde la fe para poder entender los signos de
los tiempos, para no llegar tarde a lo que cada momento histórico demanda. Me
temo que algunos sinodales no han escuchado la profundidad de estas
reflexiones.
Puedo decir al final de esta semana que me alegra el proceso sinodal de la
iglesia porque permitirá que se abran caminos que, sin estos procesos, aunque
sean tan lentos, no se pueden realizar. Con todas las limitaciones que conlleva,
con la realidad de los allí presentes -más de un obispo no había seguido nada del
sínodo en su diócesis-, con la dificultad para proponer cualquier cambio en la Iglesia,
esto hace historia y saldrán cosas buenas de este proceso. Pero me alegra mucho
más la Iglesia de a pie, esta que se compromete con las causas y las empuja de
muchas maneras, esta iglesia que sigue insistiendo, pidiendo, demandando,
creyendo, manteniendo la esperanza. Esta Iglesia es la que está abriendo camino
a las nuevas generaciones que ya casi no se acercan a la Iglesia, pero como dijeron
las jóvenes allí presentes, si no fuera por estos compromisos explícitos de
esta Iglesia de las periferias eclesiales, los y las jóvenes no estarían ni un
poquito interesados en conocer de estos procesos, ni en enterarse de lo que se
vive en la Iglesia. Aunque se haya dado un sínodo sobre los jóvenes, aunque
haya Jornadas Mundiales de la Juventud y algunos jóvenes participen de grupos
muy conservadores, lo cierto es que el éxodo de jóvenes de la iglesia crece más
y más.
Confiemos que todo este movimiento eclesial -de dentro y de fuera- siga abriendo
caminos para la Iglesia que soñamos: una iglesia ágil, libre, pobre, misericordiosa,
inclusiva, pero, sobre todo, que camine al ritmo de los tiempos para que siga
siendo significativa para las personas de hoy, especialmente, para las nuevas
generaciones que son quienes pueden mantener la continuidad de la Buena Noticia
del reino. De este presente depende el futuro eclesial y en este presente
nuestro compromiso es irrenunciable.
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