lunes, 16 de octubre de 2023

 

Algunas anotaciones de la experiencia del Sínodo en Roma

Olga Consuelo Vélez

Después de compartir una semana con algunas de las personas que están en el sínodo y con las mujeres que hicieron diversas actividades para reforzar lo que concierne a la mujer y que también se juega en este sínodo, puedo compartir algunas impresiones que no recogen la riqueza que se ha dado estos días ni pretenden interpretar los sentimientos de todos los allí presentes.

Con respecto a las personas presentes en el sínodo, pude hablar de manera informal con laicos y laicas, religiosas, algunos obispos y cardenales, facilitadores y expertos. Para todos ellos la experiencia está siendo muy enriquecedora. Es muy grato sentirse en medio de la Iglesia universal representada por personas de tantos lugares del mundo y, en general, todos dispuestos a vivir el encuentro, con disposición para la oración, el compartir y el deseo de contribuir a que el sínodo pueda ser un momento significativo para la Iglesia. De algunas de las personas que plantearon las reflexiones sobre los temas de determinado día, se puede destacar su valor para expresarse con claridad, aunque al terminar su exposición, alguno de los presentes hiciera comentarios del tipo: “te excediste, exageras, eso no pasa en mi diócesis, mucha reivindicación”, etc. Es el precio que se paga siempre que se tiene el valor de decir las cosas con suficiente claridad. Aún faltan 15 días y serán en los que los temas más complejos serán puestos a consideración. No sé que tanto lo harán. La tentación de no afrontar lo más difícil está siempre presente y el esfuerzo por quitarle importancia, también es fácil que se imponga. En concreto, algunos bajo una causa muy legítima como es la preocupación por los pobres, han expresado que eso es lo importante y que otros temas son deseos individuales o conquistas particulares que no merecen tanta atención. Por supuesto la centralidad de los pobres en la vida de la Iglesia no se pone en cuestión y si está causa no atraviesa las reflexiones sinodales, este no tendría sentido. Pero hay que cuidar que se justifique bajo esa motivación tan central, el no dar respuesta a los temas que le impiden a la Iglesia dar testimonio de igualdad, de inclusión, de respecto por la dignidad de todas las personas y, sobre todo, del rostro de infinita misericordia por encima de cualquier ley, del Dios que amamos, seguimos y anunciamos los cristianos.

Sobre las actividades paralelas al sínodo solo se puede hablar de una riqueza en contenidos, actitudes, claridad y, sobre todo, el testimonio de la vida de tantas mujeres que desde diferentes organizaciones viven con tanta conciencia su fe y están comprometidas con la mayor presencia de la mujer en la Iglesia, como con toda seguridad, Dios la quiere. Son personas que llevan muchos años reflexionando, trabajando, manifestándose, enviando comunicaciones al Vaticano, pero sus voces no se escuchan. Incluso algunas que llevaron pancartas fueron retiradas por la policía del Vaticano, siendo reseñadas con sus datos por manifestarse públicamente. No parece esto lo más acertado en una Iglesia que quiere acoger a todos, que quiere escuchar la voz del espíritu que se manifiesta en todos o que reclama que los países respeten los derechos humanos, incluido el derecho a manifestar sus peticiones, expectativas y demandas. Como tantas veces se hace broma de la presencia del espíritu en el Vaticano diciendo que tal vez no lo dejan entrar a los concilios por la seguridad que tienen de que todo lo saben, lo manejan y lo organizan, no sería de extrañar que algo parecido vuelva a suceder en el sínodo porque la riqueza de lo expresado en estos encuentros de mujeres con fundamentos experienciales, cristológicos, eclesiales, ministeriales, etc., son ese alimento sólido necesario para aquellos que, en verdad, quieren escuchar al espíritu ya que este, aunque supera todas nuestras afirmaciones y se manifiesta en lo más pobre y humilde, también necesita de una reflexión seria desde la fe para poder entender los signos de los tiempos, para no llegar tarde a lo que cada momento histórico demanda. Me temo que algunos sinodales no han escuchado la profundidad de estas reflexiones.

Puedo decir al final de esta semana que me alegra el proceso sinodal de la iglesia porque permitirá que se abran caminos que, sin estos procesos, aunque sean tan lentos, no se pueden realizar. Con todas las limitaciones que conlleva, con la realidad de los allí presentes -más de un obispo no había seguido nada del sínodo en su diócesis-, con la dificultad para proponer cualquier cambio en la Iglesia, esto hace historia y saldrán cosas buenas de este proceso. Pero me alegra mucho más la Iglesia de a pie, esta que se compromete con las causas y las empuja de muchas maneras, esta iglesia que sigue insistiendo, pidiendo, demandando, creyendo, manteniendo la esperanza. Esta Iglesia es la que está abriendo camino a las nuevas generaciones que ya casi no se acercan a la Iglesia, pero como dijeron las jóvenes allí presentes, si no fuera por estos compromisos explícitos de esta Iglesia de las periferias eclesiales, los y las jóvenes no estarían ni un poquito interesados en conocer de estos procesos, ni en enterarse de lo que se vive en la Iglesia. Aunque se haya dado un sínodo sobre los jóvenes, aunque haya Jornadas Mundiales de la Juventud y algunos jóvenes participen de grupos muy conservadores, lo cierto es que el éxodo de jóvenes de la iglesia crece más y más.

Confiemos que todo este movimiento eclesial -de dentro y de fuera- siga abriendo caminos para la Iglesia que soñamos: una iglesia ágil, libre, pobre, misericordiosa, inclusiva, pero, sobre todo, que camine al ritmo de los tiempos para que siga siendo significativa para las personas de hoy, especialmente, para las nuevas generaciones que son quienes pueden mantener la continuidad de la Buena Noticia del reino. De este presente depende el futuro eclesial y en este presente nuestro compromiso es irrenunciable.

 

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