miércoles, 25 de octubre de 2023

 

Se va terminando esta etapa del sínodo … ¿qué queda de esta experiencia?

Olga Consuelo Vélez

A muy pocos días de la clausura de esta primera etapa del sínodo, la expectativa crece sobre los frutos de este encuentro. Pero, como los mismos participantes lo han repetido muchas veces en las ruedas de prensa que se han ofrecido cada día, coordinadas por Paolo Ruffini, prefecto del Dicasterio para la Comunicación, no debemos esperar cambios estructurales en la Iglesia -porque para eso no se convocó el sínodo-, ni ninguna modificación doctrinal -porque no están allí para abordar temas y discutirlos-, ni ningún avance en algún aspecto concreto de los que el pueblo de Dios explicitó en la primera fase del sínodo -porque el método elegido para el sínodo no es para elaborar nuevas comprensiones sino para “conversar en el espíritu”-, etc. Es decir, tal vez la única respuesta que vamos a encontrar de esta primera reunión sinodal es lo que ha quedado expresado en la Carta al Pueblo de Dios que se ha publicado el 25 de octubre: “la iglesia se siente llamada a escuchar”.

En la carta nos comparten que la experiencia vivida no había tenido precedentes: “Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de Obispos”. Es verdad que escuchar es indispensable para generar cualquier cambio. Se espera que esto marque la experiencia eclesial en las iglesias locales. Que todos los miembros de la Iglesia se sienten -en igualdad de condiciones- a escucharse mutuamente. Las fotos que se presentaron en muchos momentos, de los círculos menores, pueden servir para que en nuestros imaginarios se vaya cultivando una forma de ser iglesia diferente: todos sentados alrededor de la mesa, sin plataformas que coloquen a unos por encima de los otros o sin distancias que marquen la diferencia entre unos y otros.

La carta continúa diciendo que han estado “tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia de hoy”. Han sentido el dolor del mundo en crisis, han rezado por las víctimas de la violencia y han garantizado la solidaridad y compromiso con las mujeres y los hombres de cualquier lugar del mundo que actúan como artesanos de justicia y de paz. Han visto la importancia del silencio para favorecer la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu. Han encomendado a Cristo la casa común donde resuena el clamor de la tierra y el clamor de los pobres y han sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera.

Ante la pregunta de cómo seguir hasta la reunión de 2024, se invita a que cada participante participe del dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra “sínodo”. Se aclara que esto no es una “ideología” sino una experiencia arraigada en la Tradición Apostólica (esta aclaración hace pensar que hay resistencias a la dinámica sinodal dentro de los participantes del sínodo). Se avisa que “la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo continuar el trabajo”. En este aspecto hemos de espera a que salga ese documento.

Finaliza la carta señalando que la Iglesia necesita “absolutamente escuchar a todos, comenzando con los más pobres”. Escuchar a los que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas víctimas del racismo, a pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas y, sobre todo, a las víctimas de los abusos cometidos por miembros de la Iglesia. También a las mujeres, a los hombres, a los niños, a los jóvenes, a las familias, a los catequistas, a los ancianos. Además, a los que desean ser involucrados en ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de decisión, sin olvidar a los ministros ordenados, a los diáconos, a la voz profética de la vida consagrada y a los que no comparten su fe. Termina la carta afirmando que “no debemos tener miedo de responder a esta llamada”.

Todo esto ayuda a pensar que se podría instalar esta práctica de la escucha en todos los estamentos eclesiales. Pero bien conocemos que no en todos los lugares se llevaron a cabo las etapas de escucha, ni la mayoría del pueblo de Dios ha estado pendiente de este acontecimiento, con lo cual es difícil que ahora se implemente. Además, la pregunta es cómo van a escuchar lo que el Espíritu quiere de la Iglesia si en el aula sinodal no hay suficientes voces plurales, distintas, disonantes (Hay voces distintas en la concepción de modelos eclesiales, pero no voces distintas sobre la pluralidad de la realidad actual). No hay representantes de los pobres, de los jóvenes alejados de la iglesia, de la pluralidad de familias que hoy existen, de la cantidad de mujeres que se sitúan muy distinto del papel que el patriarcado designa a las mujeres y que más de una de las mujeres presentes en el sínodo, defiende. No hay intelectuales que hablen desde otros horizontes distintos al eclesial, ni hay victimas de los abusos clericales, ni representantes de la diversidad sexual. Hay muy pocas teólogas -con lo cual sigue vigente ese desconocimiento de toda la producción teológica hecha por mujeres y que permite decir a los estamentos eclesiales que hace falta una teología sobre la mujer-. No hay indígenas ni poblaciones afro que exijan ser reconocidos con sus culturas propias en la liturgia, en el quehacer teológico, en su experiencia eclesial. Y si no hay estas voces ¿cómo podrán escucharlas? Es verdad que “el espíritu sopla donde quiere” (Jn 3,8) pero no puede hablar de lo que los padres y madres sinodales no conocen, no quieren ver, no les interesa escuchar, no se enteran que existe, no se preocupan por atender.

Ojalá que el Documento final desmienta todo esto que acabo de plantear, pero por lo que he escuchado en las ruedas de prensa de todos estos días, supongo que se le quitará importancia a algunas de las peticiones del Instrumentum laboris, se volverá a plantear lo que hace demasiado tiempo se está pidiendo en la Iglesia y a lo que nada que se responde, se evitará afrontar aquello que se percibe conflictivo y seguiremos en vilo, un año más, esperando que para entonces se tenga la audacia de dar un paso al frente, mostrando una verdadera escucha a los signos de los tiempos, a este mundo para el que la Iglesia, tal y como está hoy, dice demasiado poco.

 

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