Navidad: tiempo de afianzar la
esperanza y la utopía
Terminamos
el año con varias derrotas en el corazón. Una de ellas a nivel de la democracia.
Siendo esta un instrumento adecuado para escoger lo que más nos conviene y
sentirnos representados en nuestras opciones, la democracia ha sido, en estos
últimos tiempos, escenario de profundas polarizaciones evidenciando mentalidades
muy opuestas y contradictorias. Comúnmente lo clasificamos como de “izquierda”
o de “derecha” (con muchos matices de por medio). Pero lo cierto es que América
Latina está dando un giro a la “derecha” que, en otras palabras, significa
neoliberalismo a ultranza y pérdida de las conquistas sociales.
Curiosamente
la gente de iglesia casi siempre le “teme” a la “izquierda” pero parece no darse
cuenta que la “derecha” también implica políticas de muerte que atentan contra
los más pobres. Eso es el neoliberalismo, “esa economía que mata” de la que
habló el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii Gaudium: “Así como el
mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la
vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la
inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de
frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos
en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del
juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come
al más débil (…) Los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’”
(No. 53). Hemos visto manifestaciones en contra del aborto -los no nacidos-
encabezadas por la jerarquía eclesiástica pero aún no vemos manifestaciones en
contra de esta economía que mata y que le roba la vida a los –nacidos-. ¿Cuándo
cambiaremos la mentalidad de “derecha” por la mentalidad del “evangelio”, la
que se inclina decididamente por los más pobres?
Y
en el país hemos sufrido otras derrotas. La consulta anti corrupción se perdió
por muy poco. Y no se ve esperanza de que el congreso asuma algunas de esas
propuestas. En realidad ellos no quieren tocar ninguno de sus privilegios.
A
nivel eclesial se hicieron muchos congresos para conmemorar los 50 años de la
Conferencia de Medellín. Esa Conferencia fue la puesta en práctica del Vaticano
II en nuestro continente y fue un momento de gracia y compromiso con los más
pobres. De allí viene la opción preferencial por los pobres y el deseo de una
iglesia pobre y para los pobres. Pero pasaron los congresos, se escucharon muy
buenas conferencias pero no pareciera que la iglesia –jerarquía y pueblo de
Dios- se hubiera movido un ápice hacia esas llamadas fuertes de conversión. Y,
por su parte, el Papa sigue haciendo gestos proféticos de apertura eclesial, de
cercanía a los pobres, de sencillez y ruptura de los protocolos y estructuras
establecidas, pero las iglesias particulares no parecen cambiar en ese sentido.
Y
muchas otras realidades podrían nombrarse en la sociedad y en la iglesia que
suenan a derrota, en el sentido de que no se modifican las situaciones. Pero
también muchas otras pueden nombrase que engendran esperanza y que muestran que
la vida puede más: Una juventud que lucha para que se le den los recursos
necesarios para una educación de calidad, una JEP (Justicia especial para la
paz) que sigue su tarea a pesar de todos los obstáculos que le ponen por todas
partes), una Comisión de la verdad que cree que la reconciliación es posible en
este país en la medida que salga a la luz cómo fueron las cosas y lleguemos a
comprender lo que realmente nos pasó como sociedad para llegar a tener más de
8.000 víctimas del conflicto armado. Y sería bueno que cada uno piense en todas
esas situaciones que engendran esperanza, que mantienen la fe, que mueven al
amor para superar toda derrota y seguir apostando por la vida.
Con
motivo de la elección del presidente de Brasil se socializó por las redes la
“Samba de la utopía” que con su letra invitaba a no bajar los brazos, sino a
seguir construyendo la utopía a pesar de esa locura de haber elegido a un
candidato ultraderechista y lleno de
actitudes contrarias a la dignidad humana:
“Si el mundo queda pesado yo voy pedir prestada la palabra poesía, si el
mundo embrutece yo voy a rezar para que llueva la palabra sabiduría, si el
mundo anda para atrás voy a escribir en un poster la palabra rebeldía, si la
gente se desanima yo voy a cosechar en un huerto la palabra terquedad, si al
final sucede que entra en nuestro patio la palabra tiranía vamos a coger un
tambor e ir a la calle para gritar la palabra utopía” (la música es linda y en
portugués la letra es mucho más linda, se puede escuchar en la red).
Nuestra
utopía cristiana tiene un nombre y una historia y eso es lo que celebramos en
la Navidad: “Un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. ‘Maravilla de
consejero’, ‘Dios fuerte’, ‘Príncipe de la paz’ (Is 9,5). Así expresa el
profeta Isaías lo que en el Nuevo Testamento reconoceremos como el “Emmanuel”,
“Dios con nosotros” (Mt 1, 23). Él es nuestra esperanza y la fuerza para no
dejarnos vencer por la derrota.
El
Niño que nace es alegría para nuestros corazones y fortaleza para luchar por
cambiar las situaciones. Él es el Mesías esperado capaz de engendrar en
nuestros corazones la libertad y la paz, la audacia y el compromiso, la utopía
cristiana de que este mundo está llamado a ser casa para todos y todas.
Dispongámonos
a celebrar la Navidad abriendo el corazón a su venida, dejándole que fortalezca
nuestras luchas y alimentando la esperanza de que Él tiene la palabra de vida que
puede vencer todas nuestras derrotas.
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