San Pedro Poveda: valiente,
audaz y visionario
Olga Consuelo Vélez
Cada 28 de julio se celebra la
memoria de San Pedro Poveda, sacerdote, educador, escritor, fundador de la
Institución Teresiana y, lo más relevante, mártir (asesinado por odio a la fe
en los días de la guerra civil española, en 1936). Definitivamente, el martirio
no se improvisa. Es consecuencia de una vida comprometida con los cambios, con
la transformación, con la innovación, con la capacidad de mirar hacia adelante,
actitudes que incomodan a los que no quieren cambiar porque temen perder
privilegios o, simplemente, se conforman con las cosas como están, cerrando los
ojos a tantas interpelaciones que a diario nos hace la realidad.
Muchas cosas podrían anotarse del
compromiso transformador que vivió Pedro Poveda. Es conocido su trabajo
educativo en Guadix, siendo aún seminarista, queriendo vincular educación con
situación social y proponiendo una respuesta integral a los niños/as de aquella
región. Pero, ese compromiso no fue bien visto por las clases dirigentes y por
un sector del clero y tuvo que salir de la ciudad. También son conocidos sus años
en el santuario de Covadonga que podrían haber sido de una misión limitada a la
atención espiritual de los peregrinos, pero fueron años fecundos de proyectar
su convicción en la capacidad del laicado de evangelizar a través de la
educación y la cultura. Fue tiempo de leer, investigar, escribir, publicar
sobre los problemas educativos de su época.
La fundación de las Academias fue
una idea muy oportuna para promover la formación del profesorado. Participó en
asociaciones y actividades del mundo educativo a través de lo cual vivía su
compromiso evangelizador profundamente asociado a la transformación humana y
social. Todos sus empeños se pudieron cristalizar en la fundación de la Institución
Teresiana, asociación laical, a través de la cual, su propuesta evangelizadora
ha podido continuar hasta nuestros días, en diferentes países y culturas.
Junto a lo anterior, quisiera
destacar en este día, algunos acercamientos que dejan ver su valentía y
compromiso con el mundo en el que vivió. Poveda fue un hombre de fe, de
oración, de fidelidad, de proyectos, de realizaciones. Y, justamente, por
fidelidad al evangelio, no temió la discrepancia, la reacción, la resistencia
de sus contemporáneos. Poveda denuncia la inercia de los abúlicos, de los
indiferentes, de los evadidos hacia no sé qué planeta de ficción e incapaces de
reaccionar ante proyectos concretos del mundo al que pertenecían, una vez
perdido el hilo de los caminos seguros de antes. A Poveda, la discrepancia no
le sirvió sólo para desmarcarse del ambiente sino para abrir nuevos caminos.
Un dato llamativo fue su opción
de no ir personalmente a Roma a pedir la aprobación pontificia de la
Institución Teresiana, sino confiar plenamente en Josefa Segovia, que hacía
unos años llevaba la dirección y en otras dos jóvenes pertenecientes también a
la naciente Institución. El sentido común podría haberle sugerido ir
personalmente, ya que él era sacerdote y, posiblemente, tendría mucha más
acogida en los ambientes romanos donde la prevalencia del clero era innegable.
Pero él fue coherente con su confianza en la misión evangelizadora llevada a
cabo por el laicado y, especialmente por las mujeres, aunque la Iglesia de su
tiempo fuera tan renuente a ello. Poveda creía en las mujeres, en su capacidad
de formarse en la universidad y de comprometerse con las transformaciones
sociales. A ellas les decía: “Hay que atreverse a pensar”, en tiempos donde
pensar era un atrevimiento y más si lo hacían las mujeres.
Creyó en los jóvenes y se dirige
a ellos en estos términos: “¿quiénes hacen la revolución? Los estudiantes, los
jóvenes. Ellos la prepararon y la trajeron. ¿Quiénes son los que reaccionan?
Los jóvenes. ¿Quiénes los que tiene ideales, los que se olvidan de sí, los que
encienden el fuego? Los jóvenes (…) ¡Oh juventud, arma poderosa, brazo casi
omnipotente, fuerza del mundo!
Sobre la Institución Teresiana,
el empeño de Poveda fue hacer una obra dentro de la Iglesia, pero con la mínima
estructura. Expresó con claridad que no deseaba, para ella, nada más en el
orden canónico. Como toda obra de Iglesia, no ha faltado que, con el paso del
tiempo, las estructuras se hagan más pesadas y haya que luchar, continuamente,
por mantenerlas flexibles y mínimas.
Sus últimos años fueron vividos
en la convulsionada España donde las instituciones eclesiales se veían con
sospecha. La Obra de Poveda resultaba temeraria porque era un laicado de signo
católico pero comprometido con la transformación social. Poveda así lo expresa:
“Humanamente podría haberse llamado temeraria, si en Dios no se hubiera fundado
y para su gloria no se hubiera acometido”. Su coherencia de vida, su fe
inquebrantable, acompañaban estos momentos difíciles. Algunos de sus escritos
así lo muestran: “Creer bien y enmudecer no es posible”; “Yo creí, por esto
hablé”; “Un verdadero creyente habla para confesar a Cristo como debe;
seriamente, sin provocaciones pero sin cobardías, con caridad pero sin
adulaciones, con respeto pero sin timidez, sin ira pero con dignidad, sin
terquedad pero con firmeza, con valor pero sin ser temerario”; “Los que
pretenden armonizar el silencio reprobable con la fe sincera, pretenden un
imposible”; “Mi creencia, mi fe, no es vacilante, es firme y por eso hablo”.
Estas afirmaciones las vivió realmente, sabiendo que esa coherencia ponía en
peligro su vida.
En la mañana del 27 de julio de
1936, después de celebrar la Eucaristía, llegaron a su casa unos milicianos y
preguntaron por un cura. Poveda se identificó: “soy sacerdote de Jesucristo” y
se lo llevaron. Al día siguiente, encontraron su cuerpo fusilado.
Poveda fue un hombre valiente, audaz
y visionario. Sin embargo, como todos los profetas, es incomprendido por sus
contemporáneos. Pero nada de esas vidas se pierde porque su testimonio continúa
sosteniendo a los que hoy seguimos trabajando por un mundo más justo y una
Iglesia testimonio de la igualdad fundamental de todos por el bautismo. Que la
conmemoración de su martirio nos regale más audacia, más creatividad, más
apertura, más fidelidad al evangelio.
(He tomado algunas de las ideas
aquí expresadas del libro “Pedro Poveda. Mansedumbre y provocación” (2003),
agradeciendo a su autora, Marisa Rodríguez Abancéns, su manera de acercarse a
la figura de Poveda).