Convertirnos personal y comunitariamente a la
sencillez del Evangelio
Algunas personas quedan inquietas con la
manera espontánea y coloquial con la que el Obispo de Roma, Francisco, responde
a las preguntas que le hacen. Les parece que no es “digno” de un pontífice
responder con palabras tan corrientes y temen que esas expresiones cambien la
doctrina. Esto sucede porque nos habíamos acostumbrado a un ambiente eclesial
tan formal y rígido, que se nos ha ido olvidando la sencillez de Dios, la
alegría, la fiesta, la espontaneidad, como aspectos innatos a la vida
cristiana, como expresiones genuinas de la fe que profesamos.
En la liturgia también se ve esa rigidez y
esa manera de concebir a Dios. Bien sea que llore un niño, que la música sea
muy alegre o que alguien venga vestido de manera “inadecuada” -según algunos-,
para que los asistentes, comiencen a invocar que se “irrespeta” la casa de
Dios, que no se mantiene el decoro debido a tal acto sagrado. Y algunos
presbíteros “detienen” la misa hasta que, por ejemplo, la mamá logra callar a
su niño o se sale del templo para evitar ese llanto que parece molestar a Dios.
Lógicamente todo acto comunitario necesita
un mínimo de orden para llevar una secuencia y conseguir su finalidad. Pero
esto no debería ser lo más importante sino considerarlo un medio que ayuda pero
sin perder la apertura a la vida, a la alegría, a la realidad de lo humano. Con
seguridad, a Jesús no le molesta el llanto de un niño. Más aún, sería capaz de
detener la liturgia para tomarlo en sus brazos y disfrutar con su presencia.
Es importante para la vida cristiana,
recuperar la normalidad de las expresiones, la frescura de la espontaneidad, la
sencillez del evangelio. Nuestras liturgias muchas veces, más que solemnes, son
tristes. Y, tal vez, por eso, resulta tan atractivo para algunas personas,
participar de otros cultos donde es posible la expresión de los propios
sentimientos. Estamos en mora de ser cristianos alegres, creyentes “normales”,
comprometidos con todo lo humano –mediación donde se vive la fe y se da
testimonio de ella-.
Es posible que la frescura y novedad que ha
traído el Papa Francisco se quede en actitudes suyas sin que interpelen las
nuestras. Que el aire nuevo que de alguna manera se ha sentido con sus gestos y
palabras pase a ser una manera propia de su personalidad y no modifique la
nuestra. Por eso es tan importante insistir en la propia conversión para esta
renovación eclesial que necesitamos.
¿Qué ha cambiado en nuestra vida en estos
últimos tiempos? ¿Estamos haciendo vida la “alegría” del Evangelio –programa
que el Papa señaló en su Encíclica-? ¿Buscamos ser una Iglesia más sencilla,
más pobre, más comprometida con los últimos, más desprendida de los títulos
honoríficos, más centrada en la misericordia? ¿Nos sentimos más inmersos en la
realidad eclesial, atentos a su caminar, buscando más y mejores renovaciones?
Cada uno tendrá que dar su respuesta
personal pero también tendrá que mirar su propia comunidad, allí donde
participa en la liturgia, para responder con sinceridad, manteniendo los
cambios que se hayan dado pero también reconociendo los estancamientos, la
rutina, la inmovilidad que tantas comunidades padecen.
El conocido evangelio de poner “el vino
nuevo en odres nuevos” (Mc 2, 22) nunca ha tenido tanta actualidad como ahora
donde la urgencia de renovación eclesial se ha hecho explicita y no podemos
dejar pasar esta oportunidad. Son legítimos los temores ante lo distinto y
también es difícil cambiar lo que “siempre se ha hecho así”. Eso dará seguridad
pero no traerá la novedad del Evangelio: “Buena Noticia” que alegra y
desinstala, que llama y compromete, que saca de sí mismo y nos invita a
proponer nuevos caminos.
El tiempo de cuaresma en el que ya nos
encontramos, es propicio para la conversión y el cambio. Que este año pueda
significar no solo una conversión personal sino también eclesial. Nuestra
iglesia puede ser más atrayente y audaz. Más solidaria y pobre. Más
comprometida con la justicia y la denuncia social. Más comunidad y menos
estructura. Libre de los honores y poderes de este mundo para hacerse servidora
y misericordiosa. Como dijo el Papa en la Evangelii Gaudium 25 “Espero que
todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el
camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas
como están. Ya no nos sirve una ‘simple administración’. Constituyámonos en
todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión’.