Ojalá que prime la
sensatez
Colombia
atraviesa por un gran momento: poner fin a un conflicto de más de 50 años. Pero
las opiniones se dividen y parece que la polarización es el camino escogido.
Sin duda en todos estos procesos priman los sentimientos, los afectos, las
tradiciones, los imaginarios, las creencias por encima de las razones
fundamentadas y veraces. Y la fuerza de los medios de comunicación es casi
irresistible. Establecen una manera de comprender la realidad que es casi
imposible de rebatir. Si lo hicieran para lo bueno, ¡qué sociedad más
maravillosa tendríamos! Pero casi siempre están supeditados al poder dominante
y nos hacen creer lo que quieren y como quieren.
En concreto
frente al plebiscito, las opiniones se dividirán entre el “sí” y el “no”, como
es lógico, porque esa es la respuesta que se pedirá frente a los acuerdos
firmados en La Habana. Pero aquí es donde se exige una gran dosis de apertura,
de comprensión, de madurez para que prime la “sensatez”. Eso es lo mejor a lo
que podemos aspirar. Y para mí, la sensatez va de la mano a darle un cambio a
nuestra historia de guerra y apostar por la salida negociada. No será un
tratado perfecto. Humanamente se desearía que los horrores vividos pudieran ser
reparados hasta sus últimas consecuencias. Pero, según dicen expertos en resolución
de conflictos internacionales, este tratado es de los mejores que se ha logrado
y conlleva reparación, verdad, restitución y, por supuesto, justicia que no
puede ser otra que “transicional” –especial- porque nadie se va a sentar a una
mesa a dialogar para ser juzgados con la justicia ordinaria, lo que les
llevaría a no tener futuro, sino una cárcel para toda la vida.
Y la
sensatez tiene razones que la justifican. Ya tuvimos más de ocho años de ataque
militar contra los grupos armados y no se consiguió vencerlos. Y desde el
evangelio, vencer al enemigo no es ninguna ganancia. Convencerlo es lo que vale
le pena porque vencer por la fuerza solo engendra revancha. Convencerlo crea
futuro porque abre las puertas para un nuevo comienzo. Además, lo propio de los
seres humanos es el diálogo, las razones, los acuerdos, las negociaciones, el
saber caminar en la misma dirección contando con las limitaciones mutuas. Esto
es lo humano y lo cristiano. La guerra es inhumana y, por supuesto,
anticristiana. ¿Cómo no inclinarnos hacia lo que construye humanidad y futuro
en lugar de apostar por la inhumanidad y la muerte? Esto es realmente
insensato.
En el
imaginario guerrerista se vende la idea de que el país se entregará al
comunismo, a la guerrilla, al socialismo, al chavismo, en fin, una cantidad de ideas
tan irreales como ingenuas. Pero eso no es así. El país se abrirá a la
construcción de un país plural, donde han de coexistir distintas visiones
políticas, sociales, culturales, religiosas que expresan diferentes
preocupaciones y la urgente necesidad de solucionar muchos problemas. El
tratado de paz no va a solucionar las cuestiones sociales que están a la base
de toda esta guerra de más de 50 años. Nos ha de colocar en la tarea de buscar
alternativas para que la situación social pueda transformarse y, por eso, a
nadie se le ocurra de nuevo, que las armas son el camino para ello. Pero esta
todo por hacer y lo más sensato es apostar por el sí para ponernos en camino de
cambiar la situación.
No es por
tanto un momento fácil sino una oportunidad de vivir la responsabilidad al
máximo. Responsabilidad con la vida y el futuro. Con la paz y la dignidad
humana. Con este país que no puede desangrarse más. Lo que personalmente he
podido percibir es que la gente que ha sido afectada más directamente por la
guerra, valoran, apoyan y apuestan por la paz. De los que están en contra,
muchos no han vivido la guerra de cerca y si lo han sentido por alguna
afectación concreta, están más presos de los sentimientos de odio y rencor que
del perdón y la reconciliación. Sinceramente yo pido por que triunfe la
sensatez y está no la puedo ver independiente del “sí” en el plebiscito. Ni quiero
imaginar lo que pasará si llegará a ganar el “no”. Se habría perdido una oportunidad
única de creer en el ser humano, en la posibilidad de cambio, de vida, de
futuro, de paz.
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