Hacernos
prójimos de los excluidos de la tierra
XV
Domingo del tiempo ordinario 13-07-2025
Olga
Consuelo Vélez Caro
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a
prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en
ella?". Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu
prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús;
obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar
su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús
volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron
y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un
sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y
siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él,
lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con
aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los
dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más,
te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como
prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". “El que tuvo compasión de
él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la
misma manera" (Lucas
10, 25-37)
El
evangelio de hoy nos ofrece la conocida parábola del buen samaritano. Es una
parábola muy rica que trae un mensaje más profundo que el solo invitar a tener
compasión con los demás. El contexto del relato nos permite ahondar, en por qué
Jesús ofrece esta parábola. Veamos que el inicio es el diálogo entre un doctor
de la ley, es decir, un fariseo que conoce bien las escrituras y es celoso de
cumplirlas, y Jesús. El texto dice que el doctor de la ley quería poner a
prueba a Jesús. No es la única vez que a Jesús lo quieren poner a prueba las
autoridades religiosas de Israel. Recordemos el pasaje de la mujer adúltera en
la que también a Jesús le preguntan que dice frente a la ley que manda
apedrearlas. Una vez más en este texto, el maestro de la ley le pregunta qué
tiene que hacer para heredar la vida eterna, como si él no lo supiera.
Jesús, muy
astutamente -podríamos decir, le responde con otra pregunta ¿qué está escrito
en la ley? Y él le responde correctamente y Jesús aprueba tal respuesta. Pero
una vez más el maestro de la ley sigue interrogando a Jesús, con otra pregunta:
¿quién es mi prójimo? Ya que la respuesta que le había dado era la de amar a
Dios y al prójimo. Jesús se da cuenta la intencionalidad del doctor de la ley
más legal que existencial y pasa a responder con un género literario que
atribuyen a Jesús -la parábola- que tiene la virtud de relatar una historia en
la que sin darse cuenta se involucra al oyente y lo interpela.
Jesús
comienza a contar la parábola del Buen Samaritano y cómo toda parábola pretende
dar un mensaje central, extrapolando el ejemplo y los personajes con la
intención de qué se note dicho mensaje. En este caso, justo los que pasan
primero y ven al hombre caído en el camino son el sacerdote y el levita. Se
esperaría que ellos lo hubieran socorrido. Pero no lo hacen, muy seguramente
porque hubieran quedado manchados al tocar la sangre del herido y no habrían
podido celebrar el culto en el templo. Según la ley, ellos hacen lo correcto.
Pero Jesús presenta al tercer personaje, un samaritano, despreciado por los
judíos y es él quien lo socorre y lo hace con una generosidad desbordante “hasta
que quede curado”.
A la luz
de este relato, Jesús le contesta la pregunta sobre ¿quién es mi prójimo? con
otra pregunta: ¿Quién actúo como prójimo? Y el doctor de la ley responde “el
que tuvo compasión de él”. Es decir, Jesús no le dio la respuesta sino le
permitió que él mismo la formulara y, entonces, le invita a hacer lo mismo del
hombre de la parábola si quiere ser prójimo. Notemos que aquí la palabra
prójimo que para los judíos eran solo los mismos judíos, cumplidores de la ley,
se ha extendido a un herido -portador de impureza ritual- y a un samaritano, despreciado
por el pueblo judío.
La
parábola mantiene totalmente la vigencia para nosotros. No es tanto saber quién
es el prójimo sino saber hacerse prójimo y, no solo con los del propio círculo
o que creemos cumplen los preceptos divinos, sino de aquellos que lo necesitan,
sin importar su condición social, étnica, sexual, etc. La llamada es a hacernos
prójimos de los excluidos de la tierra y, en ello, se juega, ayer como hoy, el heredar
la vida eterna.
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