FE Y VIDA - Olga Vélez
En este espacio se consignan reflexiones sobre los hechos que suceden vistos desde la fe y con el ánimo de suscitar conciencia crítica, reflexión y compromiso cristiano.
viernes, 15 de noviembre de 2024
jueves, 14 de noviembre de 2024
Jesús nos invita a saber Interpretar los signos del
reino en el hoy de nuestra historia
Comentario al evangelio del domingo XXXIII del Tiempo
Ordinario 17-11-2024
Olga Consuelo Vélez
Mas por estos días, después de aquella tribulación, el sol se
oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo
y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo
del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a
los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de
la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprendan esta parábola:
cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sepan que el verano está
cerca. Así también ustedes, cuando vean que sucede esto, sepan que Él está
cerca, a las puertas. Yo les aseguro que no parará esta generación hasta que
todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el
Hijo, sino solo el Padre (Mc 13, 24-32).
El ciclo litúrgico está llegando a su fin y las lecturas ponen énfasis
en la venida de Jesús como consumador de todo lo creado, realización plena de
la historia de la salvación. El lenguaje utilizado es el apocalíptico el cual
se sirve de figuras contrastantes para mostrar lo nuevo que va a suceder. En
este caso, todo lo que el texto relata de los acontecimientos cósmicos que
parece se darán ante la venida del hijo del hombre, tienen la finalidad de
mostrar la novedad absoluta de lo esperado y no, el de revelar acontecimientos
futuros que sucederán, así como se narran. Lamentablemente por un desconocimiento
de los géneros literarios de la Biblia y de interpretaciones que se han hecho de
estos textos en el pasado, todavía hoy se predican de manera literal,
aprovechando ese lenguaje para causar miedo en los oyentes o para interpretar,
por ejemplo, la crisis climática como el cumplimento de estos relatos, haciendo
aparecer a Dios como castigador de la creación y del ser humano, cuando, Dios
es cuidador de todo lo creado y es nuestra responsabilidad velar por su preservación.
Este texto lo que pretende, con este lenguaje apocalíptico, es mostrar
la novedad absoluta que llegó con Jesús -al que se le aplica el título de hijo
de Hombre (Dan 7, 13)-, novedad que se está cumpliendo con la puesta en
práctica de los valores del reino.
El pasaje bíblico continúa con la figura de la higuera con la cual
Jesús invita, haciendo la comparación entre el conocimiento del florecer de la
higuera anunciando el verano lo que ellos deben hacer con el tiempo presente:
interpretar lo que está sucediendo, la novedad que Jesús ha traído, de manera
que se pueda llevar a feliz término la salvación anunciada por Él. Con los
términos de hoy, podríamos decir, saber interpretar los signos de los tiempos,
en una actitud vigilante que nunca ha de faltar para identificar lo que es del
reino y lo que lo contradice.
Por lo tanto, el tiempo presente es una llamada a mantener la esperanza
en el cumplimiento de las promesas hechas por Dios que ya se están realizando
en nuestra historia, manteniéndose vigilante y actuando coherentemente porque,
aunque no sabemos -ni debemos pretender saberlo porque ni los ángeles, ni el
Hijo lo saben- cuando se dará la consumación definitiva de todo en Dios, ya
están aconteciendo los valores del reino y confiamos que llegarán a la plenitud en el
tiempo propicio de Dios que solo Él conoce.
jueves, 7 de noviembre de 2024
Una viuda pobre como ejemplo de discipulado
Comentario al
evangelio del domingo XXXII del Tiempo Ordinario 10-11-2024
Olga Consuelo Vélez
Decía también en su instrucción: Guárdense de los escribas, que
gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los
primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y
que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán
una sentencia más rigurosa. Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba
cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro; muchos ricos echaban mucho.
Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del
as. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: les digo de verdad que esta viuda
pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos
han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio ha echado de lo que
necesitaba, todo cuando poseía, todo lo que tenía para vivir. (Macos 12,
38-44)
Jesús enseña los valores del reino y lo hace con ejemplos fáciles de
entender y que se evidencian en su entorno. En el caso del evangelio de hoy,
Jesús presenta el contraste entre dos personajes: los escribas y una viuda
pobre. De los primeros, hace una crítica fuerte: se pasean con amplio ropaje,
quieren ser saludados en las plazas y ocupar los primeros puestos. Todas estas
actitudes son las que garantizan el honor en la sociedad del tiempo de Jesús y,
salvadas las distancias del contexto, siguen siendo actitudes que garantizan la
importancia de las personas en la sociedad actual. Jesús mira todo eso con
recelo. El “honor”, tan importante para la sociedad judía, no cabe entre los
valores del reino. El valor importante es el de “servir” como Jesús se lo ha
dicho a sus discípulos de tantas maneras. Además, Jesús hace una denuncia del
comportamiento de los escribas: devoran los bienes de las viudas so capa de
largas oraciones. No es ajena esta actitud tampoco en el tiempo de hoy frente a
tantas estafas que, en nombre de Dios, hacen algunos predicadores y
negociadores de la fe.
Pero volvamos al texto. Jesús después de reprochar esa conducta de los
escribas, se sienta frente al arca del Tesoro del templo y hace un juicio
crítico sobre lo que pasa allí: ciertamente, muchos ricos van y echan mucho
dinero. Pero la viuda pobre (podría pensarse que es una de estas viudas
estafadas por los escribas o las mujeres viudas que quedaban totalmente
indefensas al morir su marido) echa todo lo que tiene para vivir. Jesús se
refiere a la moneda de menor valor en aquella época y es esta la que mujer
deposita en el arca. Con este contraste Jesús muestra el verdadero significado
del compartir de bienes que en nuestro contexto podríamos interpretar cómo dar
de lo que sobra o dar de lo poco que se tiene. En el primer caso, no hay una
solidaridad efectiva. Si le sobraba es porque estaba acaparando algo que no le
pertenecía o viviendo la dependencia del acumular y del tener, convencido que
en ello está la felicidad. La verdadera solidaridad es la de la viuda que saber
dar y darse, repartir y compartir. La solidaridad no se mide por el exceso de
bienes dados sino por la capacidad de sentir con el otro su situación y hacerse
solidario con ella.
Ahora bien, estos ejemplos no se refieren a temas a considerar sino a
actitudes que han de vivir los discípulos de Jesús. A ellos se dirige al final
del texto y les muestra con hechos reales en que consiste el verdadero
discipulado. Ni honores, ni prestigio, sino servicio, en el caso de los
escribas. Ni vanagloria por las muchas riquezas valiéndose, también de ellas,
para ser alabado, en el caso de los ricos. El discipulado va en la línea de
aquella viuda pobre que da lo que tiene para vivir porque su amor es efectivo,
su solidaridad entrañable.
Si el domingo pasado el evangelio nos mostró que el escriba que dialoga
con Jesús sabía que el primer mandamiento era amar a Dios y al prójimo, en este
nos muestra que es la viuda la que no “sabe”, sino que “hace” y, en esto,
consiste el verdadero discipulado. Las obras son las que dan testimonio de lo
que somos, las que muestran que nuestro seguimiento sí está guiado por los
valores del reino.
viernes, 1 de noviembre de 2024
jueves, 31 de octubre de 2024
Solo el amor a Dios y al prójimo permiten entrar en el
reino de Dios
Comentario al evangelio del domingo XXXI del Tiempo
Ordinario 3-11-2024
Olga Consuelo Vélez
Se acercó uno de los escribas que le había oído y le preguntó: ¿Cuál
es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es:
Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro
mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro: tienes
razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él y amarle con todo
el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo
como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús,
viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino
de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas. (Mc 12, 28b-34)
Estamos más acostumbrados a ver a los escribas enfrentándose a Jesús o
preguntándole con alguna doble intención, pero en este texto, la situación es
diferente. El escriba ratifica lo que dice Jesús y Jesús afirma que no está
lejos del reino de Dios. Por lo menos este pasaje nos permite ver que es
posible coincidir en lo fundamental y vivir una mayor unidad en la experiencia
de fe. Aunque conviene recordar que el mismo pasaje, contado por los otros
evangelistas -Mateo y Lucas- si muestra al escriba que le pregunta con la
intención de ponerlo a prueba.
Pero veamos el diálogo porque es muy interesante. El escriba le
pregunta cuál es el primero de los mandamientos. Hemos de recordar que los escribas
reconocían 613 mandamientos, de ahí que la pregunta, a la hora de la verdad, no
es tan sencilla. Jesús responde señalando dos mandamientos que no están en los
conocidos diez mandamientos. Se remite al texto del Deuteronomio 6, 4-5 donde
se encuentra la conocida expresión: Shema (escucha) Israel amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y le añade
“con toda tu mente”. En realidad, el amor al que se refiere Jesús no es solo un
sentimiento, sino que supone una decisión (corazón), una actitud en lo
cotidiano de la vida (alma) y con todas las capacidades (fuerzas).
Además, se refiere al segundo mandamiento de amar al prójimo. Para los
judíos el prójimo es siempre otro judío. Sin embargo, la praxis de Jesús nos permite
ver que Jesús extendía la connotación de prójimo a otros que no eran judíos: el
samaritano caído en el camino, la cananea que le pide un milagro, y el mismo
mandato que da de amar a los enemigos.
El escriba reconoce la validez de la respuesta que ha dado Jesús,
especialmente porque este amor vale más que todos los holocaustos y
sacrificios. Jesús fue un crítico en su vida histórica de un culto vacío que no
pone en primer lugar al prójimo y su respuesta así lo confirma. Pero en este
caso también el escriba lo confirma. Por eso Jesús dirá de él que no está lejos
del reino de Dios.
Sería muy importante que también para nosotros estos dos mandamientos
marcaran nuestra praxis cristiana e iluminaran todas las decisiones ante las
situaciones concretas de la vida. No faltan las corrientes que anteponen las
leyes al amor a las personas, ni corrientes que anteponen el culto a la vida de
las gentes. Se enfatiza demasiado en cumplir los mandamientos y Jesús contrasta
esas actitudes, poniendo las normas al servicio de la vida. También se emplean
demasiadas energías en el culto, descuidando el amor al prójimo en lo concreto
de cada momento. Nos convendría mucho detenernos en pasajes tan claros como
este, donde el amor es el verdadero sentido de la vida cristiana para no
enredarnos o enfrascarnos en normas, preceptos y cultos que solo ponen cargas
pesadas a las personas sin favorecer la vida y la liberación de toda
dificultad. El amor al prójimo siempre será el testimonio creíble del Dios a
quien decimos amar y el amor a Dios es imposible tenerlo sin concretarlo en el
prójimo a quien podemos ver, como dice la primera carta de Juan. Solo estas
actitudes harán que Jesús pueda decir de nosotros que no estamos lejos del
reino de Dios. Y, definitivamente, allí es donde queremos estar.
martes, 29 de octubre de 2024
Finalizado el Sínodo de la sinodalidad ¿qué
queda?
Olga Consuelo Vélez
El sínodo ha sido un largo proceso que generó
muchas expectativas, sobre todo en la fase de escucha y en algunos de los
documentos que fueron publicados a lo largo del proceso, porque se plantearon
muchos temas que se esperaba fueran respondidos con audacia y profetismo. Pero
las expectativas fueron descendiendo y el Documento Final aprobado por la
Asamblea sinodal -documento avalado por el Papa Francisco quien no hará una
Exhortación sobre el sínodo-, deja la sensación de una Iglesia que camina muy lento
y, tal vez por eso, muchas veces llega tarde al devenir de la historia.
En términos generales, es un Documento que
señala cambios necesarios para conseguir una iglesia sinodal. Invita a
hacerlos, fundamenta razones para ello, convoca a ponerlos en práctica, pero
nada garantiza que se implementen. De hecho, a lo largo del proceso, no se
logró convocar a muchas iglesias locales. No será fácil que ahora presten
demasiada atención a este Documento. Pero señalemos, a modo de síntesis (especialmente
para aquellos que no tendrán animo de leer 155 numerales), las afirmaciones más
significativas (colocaré entre paréntesis el numeral correspondiente).
El Documento consta de una Introducción, cinco
partes y una conclusión. La Introducción recuerda la conexión de este sínodo
con Vaticano II: es una forma de ponerlo en práctica y de relanzar su fuerza
profética para el mundo de hoy (n. 5). Para esto se necesita una profunda
transformación de las mentalidades, actitudes y estructuras eclesiales y una
superación de las resistencias al cambio (n. 14). Además, es preciso, una
Iglesia que permanezca en estado de escucha del Espíritu y en conversión
constante (n. 15).
En la primera parte “El corazón de la
sinodalidad” se reafirma el lugar preferencial que ocupan los pobres en el
corazón de Dios y cómo esta opción por ellos está implícita en la fe
cristológica. La Iglesia está llamada a ser el hogar de los pobres y ha de
asociarlos a sus opciones apostólicas y de evangelización (n. 19).
Continúa presentando los fundamentos de la
sinodalidad: la misma dignidad bautismal en la variedad de vocaciones, carismas
y ministerios, formando un solo cuerpo y llamados a caminar juntos (n. 21) y se
señalan algunas de sus características:
-
camino
de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer a la Iglesia más
participativa y misionera, más capaz de caminar con cada hombre y mujer
irradiando la luz de Cristo (n. 28)
-
no
es un fin en sí misma, sino que ha de estar al servicio de la misión que Cristo
le ha confiado a su Iglesia (n. 32)
-
implica
también a los que ejercen la autoridad (la jerarquía) a la conversión y a la
reforma (n. 33)
-
se
precisa valorar los contextos, las culturas y las diversidades (n. 40) y
establecer la amistad, la paz, la armonía con personas con experiencias morales
y espirituales distintas (n. 41).
En otras palabras, la iglesia sinodal es como
una orquesta con variedad de instrumentos en donde cada uno mantiene sus
propios rasgos distintivos, pero todos están al servicio de la misión común (n.
42). Supone también una espiritualidad sinodal caracterizada por la oración
abierta a la participación, al discernimiento vivido en comunidad y a la
energía misionera volcada en el servicio (n. 44).
Refiriéndose a situaciones más particulares, el
documento expresa, cómo en todas las etapas del proceso sinodal, resonó la
necesidad de sanación, reconciliación y reconstrucción de la confianza dentro
de la Iglesia, en particular por los escándalos de abusos. Reconocer esa
realidad profunda se convierte en un deber sagrado que nos permite reconocer
los errores y reconstruir la confianza (n. 46). Esta reconciliación también ha
de hacerse con la creación (n. 48).
La segunda parte “la conversión de las
relaciones” muestra la urgencia de una verdadera conversión en las relaciones, no
como una herramienta para mayor eficacia organizativa, sino para traslucir la
gracia de Cristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (n. 50).
Las relaciones hombre y mujer exigen la igual dignidad y reciprocidad entre los
dos sexos, conscientes del recurrente dolor y sufrimiento que han sufrido las
mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas
revelados durante el proceso sinodal (n. 52). Además de las desigualdades entre
varones y mujeres se hace referencia al racismo, división de castas,
discriminación de las personas con discapacidad, violación de los derechos de
las familias, falta de voluntad para acoger a los migrantes como situaciones
que exigen otro tipo de relaciones y, por supuesto, la falta de relación con la
tierra que amenaza la vida del planeta (n. 54). Con respecto a la mujer, se
reconocen los obstáculos que las mujeres siguen teniendo para obtener un
reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los
ámbitos de la Iglesia. Se pide la aplicación de todas las oportunidades ya
previstas en la legislación vigente en relación con el papel de la mujer,
especialmente en los lugares donde aún no se ha explorado. Sigue abierta la
cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal y se recomienda mayor
atención al lenguaje, a las imágenes utilizadas en la predicación, la
enseñanza, la catequesis y en la redacción de los documentos oficiales de la
Iglesia (n. 60).
En este ámbito de las relaciones se pide, también,
mayor atención a los niños (n. 61), a los jóvenes (n. 62), a la promoción de
más formas de ministerios laicales, no sólo para el ámbito litúrgico (n. 66) y al
reconocimiento de la labor de los teólogos y las teólogas (n. 67). Refiriéndose
a la labor del obispo se recuerda que ha de prestar un servicio en, con y para
la comunidad. Por eso la asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más
voz en la elección de los obispos (n. 70). Se invita a obispos, presbíteros y
diáconos a redescubrir la corresponsabilidad en el ejercicio del ministerio con
la colaboración de los demás miembros del Pueblo de Dios. Todo esto ayudará a
combatir el clericalismo (n. 74). Conviene favorecer los ministerios
instituidos (lectorado, acolitado y catequista) (n. 75) como los no instituidos
pero que se ejercen con estabilidad por mandato de la autoridad competente. Teniendo
en cuenta las necesidades locales, se pide considerar la posibilidad de ampliar
y estabilizar el ejercicio ministerial por parte de los fieles laicos (n. 76).
Con respecto al laicado se explicitan diversas formas de participación en los
que deben estar presentes para la vivencia de una iglesia sinodal (n. 77).
La tercera parte “conversión de procesos”, pide
implementar la toma de decisiones más sinodales, el compromiso de rendir
cuentas y de evaluar los resultados (n. 79) Todo esto implica discernimiento
eclesial (n. 82) para el cual la escucha de la Palabra de Dios es punto de
partida fundamental (n. 83). Se presentan las etapas del discernimiento
eclesial (n.84) y se recuerda que la competencia decisoria del Obispo, del
colegio episcopal y del Obispo de Roma, no es incondicional porque no se puede
ignorar la consulta al pueblo de Dios. Se pide incluso revisar la legislación
canónica de manera que “voto consultivo” no signifique no tomarlo en cuenta en
la decisión final (n. 92). Junto a los procesos de decisión, se señala la
importancia de la rendición de cuentas y la evaluación como garantía de
transparencia propia de los criterios evangélicos (n. 95). En este mismo
sentido, los órganos de participación que hacen posible la iglesia sinodal han
de ser de carácter obligatorio, adaptándolos a los diferentes contextos locales
(n. 104).
La cuarta parte “conversión de los vínculos”
invita a ampliar el espacio del corazón para acoger a las personas que no están
en la misma sintonía (n. 110). Se reconocen los profundos cambios
socioculturales de la actualidad, debidos a la urbanización (n. 111), la
movilidad humana (n. 112) y la difusión de la cultura digital (n. 113), todos
ellos exigiendo la resignificación de la dimensión local y la búsqueda de otras
formas organizativas para servir mejor (n. 114). La Iglesia, a nivel local y en
su unidad católica, se propone como una red de relaciones a través de la cual
circula y se promueve la profecía de la cultura del encuentro, de la justicia
social, de la inclusión de los grupos marginados, de la fraternidad entre los
pueblos, del cuidado de la casa común (n. 121). El modelo de iglesia sinodal
permite a las iglesias moverse a ritmos diferentes, siendo expresión de una
diversidad legítima y como una oportunidad para intercambiar dones y
enriquecerse mutuamente. Este horizonte común requiere discernir, identificar y
promover estructuras y prácticas concretas para ser una iglesia sinodal en
misión (124). Se propone que el discernimiento pueda incluir, en formas
adaptadas a la diversidad de los contextos, espacios de escucha y diálogo con
los otros cristianos, representantes de otras religiones, instituciones
públicas, organizaciones de la sociedad civil y la sociedad en general (n. 127).
Se propone una saludable descentralización y una efectiva inculturación de la
fe reconociendo el papel de las Conferencias Episcopales y de los concilios particulares,
tanto provinciales como plenarios (n. 129). También para que el ministerio
petrino se ejerza en forma sinodal es necesario descentralizarlo y para eso se
puede identificar lo que ha de reservarse al Papa y lo que puede ser decidido
por los Obispos en sus iglesias (n. 134). La sinodalidad también ha de
transformar la curia romana, el ejercicio de los representantes pontificios y
las visitas ad limina (n. 135). El sínodo de los obispos, conservando su
naturaleza episcopal, ha visto y podrá ver en el futuro en la participación de
otros miembros del pueblo de Dios la forma en que está llamado a ejercer su
autoridad en una iglesia sinodal (n. 136).
La quinta y última parte “formar un pueblo de
discípulos misioneros” señala la importancia de la formación para la práctica
de la sinodalidad (n. 141). Se precisa una formación integral, continua y
compartida (n. 143), especialmente en la catequesis (n.145). Además, ha de
dejarse enriquecer de la dimensión ecuménica (n. 147). En este sentido, es muy
importante la formación de los presbíteros, con presencia femenina, y con
perspectiva sinodal y la formación de los Obispos para que ejerzan su autoridad
con un estilo sinodal (n. 148). Los procesos formativos han de incluir la Doctrina
social de la Iglesia, el compromiso por la paz y la justicia, el cuidado de la
casa común y el diálogo intercultural e interreligioso para que la acción de
los discípulos misioneros incida en la construcción de un mundo más justo y
fraterno (n. 151).
El documento final concluye con la imagen del
banquete escatológico que ha comenzado en el esfuerzo sinodal de una profecía
social, inspirando nuevos caminos para la política, la economía, colaborando
con todos los que creen en la fraternidad y la paz en un intercambio de dones
con el mundo (n. 153) y pidiendo a María con el título de Odighitria (aquella
que indica y guía el camino) para que así como ayudó a la iglesia naciente a
abrirse a la novedad de Pentecostés, nos enseñe a ser un pueblo de discípulos
misioneros que caminan juntos: una iglesia sinodal (n. 155).
Hasta aquí esta síntesis que creo puede ayudar
a muchos a conocer el contenido de todo el Documento final de la Asamblea. Y,
entonces nos preguntamos: ¿qué queda de este sínodo de la sinodalidad? Considero
que todo lo expresado en el Documento final invita a ponerse en camino para
hacerlo realidad. De la recepción de todas estas buenas intenciones dependerá
la reforma de la Iglesia, propuesta de Francisco desde el inicio de su
pontificado. Vale la pena empeñarse en ello, aunque costará mucho conseguirlo.
Reconociendo todo lo anterior como positivo, también
hay que decir que el Documento final quedó en deuda con tantos temas que van de
la mano de la sinodalidad. Extraña que no haya ni una referencia a los pueblos
originarios ni a los afrodescendientes. Tampoco nada sobre la población LGTBIQ+
y a muchas otras cuestiones que salieron en la fase de escucha. Por otra parte,
el hecho de que no se haya cerrado la puerta para el diaconado femenino, con lo
cual se muestra que la presión fue fuerte y pese a la insistencia de dejarlo de
lado, permaneció en el documento, es una lástima que la bonita expresión que el
mismo documento emplea refiriéndose a las mujeres “lo que viene del Espíritu
Santo no debe detenerse” (n. 60) no la pongan en práctica y, por el contrario,
se afiancen más en su poder patriarcal. Confiamos que la fuerza del Espíritu
abra más puertas en este y en otros aspectos para hacer realidad una Iglesia
sinodal.
Ha quedado, por tanto, la misma realización de
un sínodo con “voz y voto” del laicado, un documento fruto de todo el Pueblo de
Dios y el trabajo en el que seguiremos empeñados, algunos en la Iglesia, para no
dejar que lo que viene del Espíritu lo detengan.