martes, 9 de septiembre de 2025

Transformar las cruces de nuestra historia presente

Domingo XXIV de TO 14-09-2025

Exaltación de la Santa Cruz

Olga Consuelo Vélez

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 13-17).



Hoy celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, recordando el significado que tiene la cruz para la vida cristiana. Como decía Pablo “nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los griegos” (1 Cor 1, 23). Es decir, el misterio de la cruz marcó la historia de Jesús, pero no debemos olvidar que esta es inseparable de su resurrección, porque “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14). Por lo tanto, el valor de la cruz no es por ella misma sino por el amor que surge de ella.

Esto es lo que el evangelio de Juan que hoy consideramos nos muestra. Recordemos que este evangelio es más teológico que los sinópticos, de ahí que su lenguaje sea más conceptual. Juan opone el mundo a Dios, pero no para desvalorizar lo humano sino como signo del pecado, del anti reino, del separase de Dios. Precisamente a ese mundo, Dios le ofrece su Hijo, se lo entrega para que los que no creen, lleguen a creer. La oposición no es entre lo material y lo espiritual sino entre los que tienen fe y los que no la tienen. Dios espera, con su amor ilimitado, llegar a todos aquellos que no creen para darles la vida eterna.

Es muy importante comprender que la cruz es fruto de la fidelidad de Jesús a su misión y, por eso, él sigue anunciando el amor a los últimos, la misericordia con todos, la urgencia de transformar la realidad, comenzando con los más pobres, aunque eso le lleve al conflicto, la persecución y la muerte. Ante ese hecho, Jesús prefiere entregar su vida a renunciar a la coherencia con lo predica. Y, es en esto, en lo que el amor de Dios se manifiesta en plenitud.

El texto de hoy es la conclusión del diálogo de Jesús con Nicodemo donde este le ha preguntado cómo es posible nacer de nuevo y la respuesta de Jesús va por la línea de nacer no de la carne sino del espíritu. Jesús finaliza este diálogo retomando el texto donde Moisés levante la serpiente en el desierto, diciéndole que así será levantado el Hijo del Hombre para que todos tengan vida eterna. En efecto, la cruz de Cristo nos ha dado la vida y nos invita a ser portadores de esta vida que él nos regala, trabajando por transformar todas las cruces de nuestro presente.

 

miércoles, 3 de septiembre de 2025

 

La radicalidad del discipulado es para todos y todas

Domingo XXIII del TO 7-09-2025

 

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío (Lc 14, 25-33).



El evangelio de hoy se refiere a la llamada al discipulado y las implicaciones que tiene. Pero tengamos en cuenta lo siguiente. Tradicionalmente, hablar de discipulado era referirse a la vida consagrada o ministerial. En la actualidad hemos entendido que todo cristiano, por su bautismo, está llamado al seguimiento de Jesús, al discipulado. Precisamente, en la Conferencia de Aparecida, celebrada en 2007, ese fue el lema: “Todos discípulos/as misioneros/as” y, con el sínodo de la sinodalidad, se ha seguido impulsado la llamada a la vida cristiana como una vocación que se ofrece a todos y cada uno responde desde su estilo particular de vida, pero, con la misma radicalidad.

En este sentido, el texto de Lucas, comienza diciendo que mucha gente seguía a Jesús y él se dirigió a ellos para proponerles este discipulado. Aquí también conviene hacer una aclaración. No se han de tomar las afirmaciones de Jesús de manera literal, aunque así se han tomado en el contexto de la vida religiosa y, por muchos años, la separación de la familia era total, ni se iba al funeral de los padres y, todavía algunas comunidades, lo viven así. Respetable como cada grupo lo quiera vivir, pero centrándonos en el evangelio, el énfasis no está en las palabras literales sino en la absolutez del reino frente a todo lo demás. Sin duda, la propuesta de Jesús es contracultural, en muchos sentidos y, por eso, resulta difícil de comprender y, por supuesto, de vivir.

Con respecto a la familia no es tanto dejarla o no, sino entender que la familia del reino no se basa en los lazos de sangre sino en la comunidad que se forma con el seguimiento de Jesús. Algo parecido habría que decir de la cruz. No significa que el seguimiento suponga sacrificios y mortificaciones creyendo que esa es la cruz que Jesús nos pide. Cargar la cruz de Jesús es saber que la fidelidad a los valores del reino, trae conflicto y persecución y, quien sigue a Jesús, está abocado a vivir esa misma cruz.

El discipulado implica a toda la persona y Jesús lo plantea con claridad. Por eso pone dos ejemplos: un hombre que quiere construir una torre y ha de calcular si puede terminarla y el rey que va a emprender una batalla y ha de saber si cuanta con el ejército suficiente para ganarla. Así, hemos de tomar conciencia de nuestras propias fuerzas para vivir el discipulado. Este implica a toda la persona y supone correr la misma suerte de Jesús. Por esto conviene preguntarnos: ¿estamos dispuestos a ello? El evangelio concluye con la llamada a renunciar a todos los bienes para ser discípulo de Jesús. Ya hemos comentado en otros pasajes bíblicos que las riquezas siempre constituyen un impedimento para el seguimiento porque el centro del reino está en las personas, no en las cosas, en la dignidad humana y no en la cosificación de las relaciones, en el compartir y no en el acaparamiento de todo para sí mismo. Esta fue la vida que intentaron vivir los primeros cristianos y a la que Jesús nos sigue invitando. Que nuestra generosidad nos permita dar una respuesta positiva, sabiendo que el reino siempre será nuestra mejor ganancia.

miércoles, 27 de agosto de 2025

Hacer realidad el banquete del reino

XXII Domingo del Tiempo Ordinario 31-08-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que los convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos». (Lucas 14, 1.7-14)



El domingo pasado hablábamos de la imagen del banquete como una imagen muy diciente del reino de Dios. Conviene recordar que los banquetes para el pueblo de Israel mostraban la familiaridad con los que son iguales a uno y constituía un “deshonor” sentarse a la mesa con alguien que no fuera de su misma categoría o se considerara pecador. Por eso las cenas que Jesús realiza con pecadores y publicanos son un escándalo para sus contemporáneos. En el evangelio de hoy, Jesús es invitado a comer por uno de los principales fariseos y el texto nos dice que lo espiaban los otros fariseos, tal vez por el significado que las cenas tenían para ellos y la forma contracultural como Jesús se portaba muchas veces. Pero Jesús aprovecha la ocasión para seguirles explicando en qué consiste la buena noticia que él les ofrece, sin que lleguen a entenderlo, como sabemos, por el desenlace de su vida.

Jesús aprovecha lo que está sucediendo en el banquete y les dice una parábola para interpelar a aquellos que estaban escogiendo los primeros puestos: cuando les conviden, no se sienten en los primeros puestos para que no les vayan a pedir que le cedan su puesto a alguien más importante. En tiempos de Jesús, como también en el nuestro, hay banquetes en que se invita a diferentes tipos de personas, pero cada cual ocupa su lugar según el rango de importancia o de cercanía con el que da el banquete. De ahí, el ejemplo de Jesús, de no ocupar los primeros puestos. Pero en este caso no es para preservar la escala de importancia con las que el mundo marca las diferencias sociales. Es para hablar del reino de Dios donde los que creemos menos importantes ocupan los primeros puestos. Para reforzar esta enseñanza, Jesús se dirige al dueño de la casa, proponiéndole que, al hacer un banquete, invite a los que no pueden pagarle. Es decir, le exhorta a comprender la lógica del reino, lejana a las pretensiones de honor e importancia de nuestro mundo. Desde la propuesta de Jesús, lo que cuenta es la igualdad fundamental de todos los hijos e hijas de Dios, todos con derecho a sentarse en la mesa del reino, todos sin sufrir ninguna exclusión y, mucho menos, sin excluir a nadie.

Sería importante preguntarnos si nosotros hemos entendido la lógica del banquete del reino de los cielos. Si nuestra escala de valores responde al amor incondicional de nuestro Dios por todos, sin dejar a nadie por fuera, o funcionamos a partir de honores, poderes, orgullos, vanaglorias de nuestro mundo. La propuesta de una iglesia sinodal sería una ocasión propicia para recuperar esa igualdad fundamental. Sin embargo, el sínodo, como tantas otras realidades eclesiales, no ha logrado una conversión de fondo hacia una iglesia donde quepan todos, hacia una iglesia donde títulos honoríficos y posiciones de poder, sean solo un recuerdo del pasado. Aún el clericalismo sigue vigente y la sinodalidad parece más una utopía. Ojalá que pudiéramos hoy, comprometernos con asumir esta lógica del evangelio tan bellamente expresada en la imagen del banquete. De esa manera nuestra iglesia daría mejor testimonio y la haría más creíble para nuestros contemporáneos.


domingo, 24 de agosto de 2025

 

Compartiendo una experiencia interreligiosa desde la India

Olga Consuelo Vélez

 



Quiero compartir un testimonio personal de mi estadía en Pune (India), donde estoy teniendo la oportunidad de conocer esta realidad, dejándome enriquecer por ella. Y, así ha sido, porque todo lo diferente abre la mirada, cuestiona la propia comprensión y dispone para desprenderse de las convicciones que creemos inamovibles para acoger la multiplicidad de visiones legítimas y, también, verdaderas.

Antes de hablar de la vivencia de fe, no puedo dejar de decir una palabra sobre la realidad. Estoy viviendo en un barrio muy sencillo con todo lo que ello implica. Concretamente, aunque al apartamento donde vivo no le falta ningún servicio básico, el conjunto es de mucha precariedad, de demasiada necesidad. Verdaderamente, India, es un país muy poblado y muy pobre, eso significa que sientes demasiadas personas a tu alrededor y las necesidades están ahí frente a tus ojos. Por ejemplo, el apartamento de al lado de donde vivo, aloja a cuatro matrimonios, con sus respectivos hijos, en un espacio de dos habitaciones (sé que eso también pasa en muchos barrios pobres de nuestros países, pero, en esa ocasión, estoy aquí, viviendo con estos vecinos). Hay tanta basura por las calles que los “cuervos” son infinitos y producen un ruido ensordecedor y casi te los topas cuando caminas. Y, hablando de las calles, prácticamente no hay andenes y, como es tiempo de lluvias, el barro lo cubre todo y caminas con el miedo real de resbalarte fácilmente. Pero un punto álgido es el transporte. Abundan los rickshaws (mototaxis), las motos y los carros (no hay muchos autobuses por la zona en que vivo) y, aunque en algunos lugares hay semáforos, es como si no existieran, además de que casi siempre están dañados. Aquí el transporte va por donde quiere: no hay derecha, ni izquierda, no hay cruces prohibidos, todos hacen lo que quieren, usan el pito continuamente, y como no hay andenes, los peatones tenemos que mantenernos bien alertas para esquivar todos esos medios de transporte y lograr pasar al otro lado. No crean que estoy exagerando en esta experiencia del transporte. Al menos, por donde vivo y, en algunos otros lugares a donde he ido, incluidas otras ciudades (Honavar, Goa, New Delhi, Agra, Jaipur) es así. Añadiendo que, las vacas forman parte del panorama de las calles y también hay que esquivarlas. Las vacas se consideran sagradas, solo que cuando no las pueden mantener, las sueltan y vagan por toda parte. Realmente, todo este panorama callejero me ha impresionado mucho. Pero lo más abrumador es la pobreza. Mucha gente viviendo en la calle, en condiciones inhumanas. Mucho perro y gato callejero y en muy mal estado, sin que falten las ratas que me asustan bastante. Todo lo descrito aquí, no significa que no haya otros lugares muy ricos, con desborde de lujo y oportunidades para algunas porciones de la población.

Ahora bien, lo que, en verdad, quiero compartir es la vivencia religiosa que he podido percibir. La pluralidad de religiones se nota a cada paso. Hay muchas mezquitas musulmanas cerca de donde vivo y cinco veces al día se oye al IMAN haciendo la oración. También hay muchos templos hindúes y la gente entra a hacer sus ofrendas y conseguir las bendiciones de las divinidades. Por parte de los católicos, no hay tantas parroquias, pero tampoco faltan. Los creyentes asisten, casi diariamente, a misa, escuchándose también, desde el lugar donde vivo, los cantos y oraciones de la liturgia, porque en todo lado utilizan micrófonos de largo alcance. Lo más interesante, es que todos conviven, se respetan y se aceptan. Sin embargo, en este país, con mayoría hinduista, las directrices políticas del actual gobierno están restringiendo esta pluralidad de religiones y se prohíbe rotundamente venir aquí en plan de evangelización. Pero, como ya dije, en la vida diaria, conviven tranquilamente y me hace pensar en tantos esfuerzos por establecer el diálogo interreligioso cuando aquí simplemente se vive cotidianamente. Verdaderamente, Dios está presente mucho más allá de nuestras propias creencias y supera muchas cosas que defendemos en la Iglesia como si no hubiera más formas de vivir la relación con la trascendencia. En países como este, es un hecho y nadie lo pone en duda. O vamos a creer que el 80% de la población de la India que es hinduista, ¿no conoce a Dios? ¿no se va a salvar? o ¿viven en el error? Es imposible pensar así y por eso, la vivencia cercana con estas realidades, aumenta el convencimiento de la presencia de Dios de muchas formas y, según las diferentes culturas, y el impulso al bien que Dios suscita en las múltiples religiones.

Como el catolicismo es minoritario (también hay confesiones protestantes) la cohesión de los que asisten a cada parroquia es muy fuerte. Se conocen, comparten una merienda a la salida de la misa y su participación es muy activa y frecuente. Hay una buena vivencia de comunidad.

En general, en medio de todo el caos que describí al principio, hay unos valores evidentes: la sencillez, la austeridad, el respeto hacia lo sagrado, la valoración de la experiencia religiosa, la decisión personal de pertenecer a una religión y vivir los valores que ahí se proclaman, sin imponerlos a nadie y sin juzgar a los demás. Existe un respeto hacia la creación y un delicado servicio hacia los demás.

Lamentablemente, desde mi punto de vista, la situación de la mujer sigue siendo muy limitada. En casi ninguna mezquita musulmana aceptan mujeres y muchas llevan burka, es decir, cubiertas con el vestido negro de cabeza a pies, solo con una ranura para los ojos, aunque algunas ni esa ranura tienen. ¿Cómo ven el exterior? ¡Ni idea! Las hinduistas siguen con la realidad de las castas y, aunque legalmente están abolidas, en el imaginario siguen vigentes, pudiendo aspirar a grandes cosas si eres de las castas altas o resignarte a tu suerte si eres de las bajas. Y, en el catolicismo, aunque en algunos lugares hay más apertura y se busca la igualdad, en muchas zonas, especialmente rurales -la India tiene un 65% de zonas rurales-, el obispo “impone” ciertas normas a las mujeres (usar el velo obligatoriamente) y las excluye de lugares de participación. No pareciera que la “sinodalidad” haya pasado por ahí.

Aunque no he podido acercarme demasiado a otros aspectos de esta parte de India, existe un ambiente cultural y científico muy acentuado, de tal manera que llaman a Pune, la “Oxford” de la India, y también no deja de haber movimientos sociales que buscan transformar la realidad. Espero tener más contacto con estos aspectos, en breve.

Finalmente, me queda la convicción profunda del sentido religioso de los pueblos y de sus múltiples expresiones. De aquí me surge también, una pregunta honda sobre cómo todas las religiones podrían encarnarse o comprometerse más con la realidad y no quedarse, a veces demasiado, solo en la parte de relación personal con Dios o de cumplimiento de ritos y normas. En un país tan religioso como este, no me parece que la fe sea un motor evidente de transformación. Pero, puedo equivocarme. Lo cierto es la urgencia de testimoniar al Dios que se compromete con su creación y cuenta con nosotros para llevarla a feliz término. Sin duda, este tiempo que he vivido aquí, me agrandará la visión de mundo, de fe, de cultura, de religiones.

 

 

 

 

martes, 19 de agosto de 2025

 

Entrar por la “puerta estrecha” del amor incondicional de nuestro Dios para con todos

XXI Domingo del Tiempo Ordinario 24-08-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

 

Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén. Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, se quedarán fuera y llamaran a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él les dirá: “No sé quiénes son”. Entonces comenzaran a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son. Aléjense de mí todos los hacedores de iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero ustedes se verán arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Miren: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos» (
Lucas 13, 22-30)

El evangelio de hoy, siguiendo el estilo de Lucas, sitúa a Jesús enseñando de camino a Jerusalén. Una vez más, como en otros textos que hemos comentado, alguien le hace una pregunta. En este caso, la pregunta es “si son pocos los que se salvan” y Jesús no contesta puntualmente a la pregunta, sino que ofrece una respuesta más amplia. El lenguaje utilizado por Jesús es del género literario apocalíptico, es decir, un lenguaje lleno de imágenes de sufrimiento, dolor y castigo, con lo cual se quiere mostrar las situaciones límite en las que ya no hay más salida.

Las imágenes que utiliza Jesús son las de la puerta estrecha y la de los primeros que serán últimos. Además, pone como ejemplo al amo que al levantase, cerrará la puerta y los que no pasaron por la puerta estrecha, quedarán fuera. De nada servirán los ruegos porque el amo repetirá que no los conoce. Más aún les dictamina su castigo: “llanto y rechinar de dientes” y el ver a los profetas y a otros que vienen de todos los lugares “del norte y del sur, de oriente y de occidente” y se sentarán a la mesa, mientras que ellos serán arrojados fuera. Como vemos es una situación límite en la que se define la suerte definitiva y no tiene marcha atrás.

Es importante señalar que una de las imágenes más utilizadas por Jesús sobre el reino de Dios es la del banquete al que están invitados todos, comenzando por los últimos.  En este pasaje, Jesús juega con esta imagen para mostrar que no es simplemente sentarse a la mesa sino hacer de ella la mesa del reino, acogiendo a todos sin admitir ningún tipo de exclusión. Preguntémonos, entonces, qué tanto hemos entendido la buena noticia del reino y si, en verdad, nos esforzamos por hacerla vida. Podemos creernos buenos cristianos por cumplir ritos o hacer alguna obra de caridad sin que eso signifique haber acogido el amor incondicional de nuestro Dios que nos compromete con el amor incondicional hacia los hermanos. La puerta estrecha seguramente no se refiere a sacrificios externos sino a la vivencia del mismo amor de Dios y es esto lo que hará que muchos que creemos últimos por no practicar ritos externos, sean los primeros por su coherencia definitiva con el amor que, en realidad, es lo definitivo a los ojos de Dios.




martes, 12 de agosto de 2025

 

La paz no es ausencia de conflicto

XX Domingo del Tiempo Ordinario 17-08-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra». (Lucas 12, 49-53)

El reino de Dios es la buena noticia del amor incondicional de Dios a todos, comenzando por los últimos. En primera instancia pensaríamos que es fácil anunciar este mensaje, pero no olvidemos que en los seres humanos también existe la libertad para escoger el egoísmo en lugar del amor, los propios intereses en lugar del bien común. De ahí que Jesús sea muy realista frente a las consecuencias que puede suscitar el mensaje que nos trae. De hecho, los valores del reino confrontan los antivalores que impiden su realización, lo cual suscita la resistencia, el rechazo, la división. Por lo tanto, la misión encomendada es difícil porque supone interpelación y denuncia y esto no es fácil de aceptar. Aunque la intención del discípulo es construir la paz, la unidad, la concordia, no es de extrañar que también tenga que asumir la división, la contradicción, el rechazo. La paz no es ausencia de conflicto sino posibilidad de asumirlo y tener la paciencia histórica para afrontarlo y transformarlo.



Esta fue la suerte que corrió Jesús. Su cruz no fue algo querido por Dios Padre que Jesús tuvo irremediablemente que asumir. Su persecución, crucifixión y muerte fueron consecuencia de sus cuestionamientos y acciones frente a las instituciones religiosas de su tiempo. Jesús denuncia la ley cuando está no se pone al servicio del ser humano. Denuncia el templo cuando se centra en los ritos y no en las personas. No acepta que, en nombre de Dios, se excluya a cualquier ser humano, por la causa que sea. Por todo esto, Jesús incomoda a sus contemporáneos y estos no dudan en matarlo.

La vida de discipulado a la que estamos llamados no puede evadir ese camino. Si hay fidelidad a los valores que anunciamos, o en expresión del evangelio de hoy, “traer fuego a la tierra, deseando que arda”, no hemos de extrañarnos que generemos rechazo, persecución, división, enfrentamientos. Se exige, eso sí, una dosis grande de discernimiento para no confundir cualquier división con el anuncio del reino. Pidamos entonces la gracia de no rebajar el evangelio, asumiendo las consecuencias que ello trae, dispuestos a correr la misma suerte que el maestro.

 

martes, 5 de agosto de 2025

 

Mantener la fidelidad a la tarea encomendada

XIX Domingo del Tiempo Ordinario 10-08-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque el Padre ha tenido a bien darles el reino. Vendan sus bienes y denlos en limosna; háganse bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está su tesoro, allí estará también su corazón. Tengan ceñida su cintura y encendidas las lámparas. Ustedes están como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos. Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre». Pedro le dijo: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá». (Lucas 12, 32-48)

El evangelio de hoy continúa con un tema similar al evangelio del domingo pasado donde se invitaba a no atesorar riquezas en la tierra. En esta ocasión, Jesús dirige el mensaje a sus discípulos a quienes llama “pequeño rebaño”, invitándolos a no tener miedo porque el reino prometido por el Padre será una realidad. Esta confianza hace posible las peticiones que les hace: “vender los bienes y darlos en limosna”, es decir, entrar en la dinámica del compartir que supone el reino de Dios. De esa manera el corazón estará del lado del verdadero tesoro que nadie puede arrebatarles. Ese tesoro es el reino que se comienza a vivir aquí esperando su plenitud en el más allá.

Continúa el evangelio invitando a la vigilancia con las expresiones “tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas”. La vigilancia tiene un motivo: la llegada del Señor el cual, al encontrarlos en vela, él mismo se sentará a la mesa y se pondrá a servirles. Notemos que los símbolos empleados son los del reino: la mesa compartida, el servicio del mismo Jesús a los suyos. Jesús refuerza esta invitación con el ejemplo del hombre que si supiera a qué horas viene el ladrón, no dejaría que entrará. De la misma manera, los discípulos han de mantener la vigilancia para el momento definitivo que no se sabe cuándo será, pero frente al cual se ha de estar preparados.



Ante estas recomendaciones, Pedro le pregunta si esa parábola la dice por ellos o por todos y Jesús responde con una pregunta en la que podríamos decir nos incluye también a nosotros: todos aquellos a los que Dios les confía la administración de la buena noticia han de vivir con la diligencia que corresponde. Pone de nuevo un ejemplo, en esta ocasión, del administrador que reparte la ración de alimento a tiempo, es decir, que cumpla con todas sus obligaciones para que cuando llegue el dueño, pueda recompensarlo. Pero si hace lo contrario, pensando que el dueño no va a llegar todavía, tendrá la suerte de los que no cumplen con su responsabilidad. Jesús utiliza un lenguaje que todos pueden entender, hablando de ser recompensado o castigado, pero hemos de tener en cuenta que nuestro Dios no es un Dios de premios y castigos, sino un Dios misericordia y amor incondicional que siempre estará ofreciéndonos la salvación. Por eso, la última frase del texto hemos de entenderla desde nuestra propia responsabilidad: somos nosotros mismos quienes con nuestras obras habremos aprovechado las muchas bendiciones dadas o las habremos derrochado. En este último caso, seremos nosotros los que decidamos apartarnos del Señor, no aceptando su amor gratuito y total.

Pidamos saber vivir en la vigilancia activa, conscientes de la responsabilidad que llevamos entre manos para hacer fructificar el reino de Dios en nuestra vida y en el mundo en el que vivimos, manteniendo la fidelidad a la tarea encomendada.