martes, 4 de noviembre de 2025

2 Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán 9 11 2025

Más importantes que los templos de piedra, son las personas, templos vivos del Espíritu Santo

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

(9-11-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del templo, ovejas y bueyes; esparció las monedas de los que cambiaban dinero y volcó las mesas; a los que vendían palomas les dijo: Saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado. Los discípulos se acordaron de aquel texto: El celo por tu casa me devora. Los judíos le dijeron: ¿Qué señal nos presentas para actuar de ese modo? Jesús les contestó: Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré. Los judíos dijeron: Cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él se refería al santuario de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús (Juan 2, 13-22).

Este domingo, como el anterior, coincide con una fiesta religiosa. Por lo tanto, se cambian las lecturas del domingo por las de la fiesta que se celebra. En este caso es la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. Esta Basílica fue la primera construida después del Edicto de Milán, cuando el emperador Constantino convirtió al cristianismo en la religión oficial del Imperio. Por este motivo es considerada la madre y cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo y es la catedral del Papa como Obispo de Roma. Por eso tiene una conmemoración especial.

La lectura que se nos propone es la de Juan sobre la entrada de Jesús al Templo y su postura crítica por la situación que encontró allí. Jesús se opone al sacrificio ritual porque la buena noticia del reino no se centra en el sacrificio sino en el amor, no en la ofrenda de animales sino en la propia vida que se entrega en servicio y generosidad a los demás. De ahí que pase a referirse a otro templo, ya no el construido por los seres humanos sino al templo que es Él mismo. Jesús continúa haciendo alusión a su resurrección con la referencia a los tres días. El texto nos muestra que los discípulos van a entender este acontecimiento a la luz de la experiencia de la resurrección que ya han vivido. Es fácil ver que este texto es pos pascual aunque el evangelista lo coloque, prácticamente, al inicio de su evangelio.

Celebrar hoy la dedicación de esta basílica, a la luz del evangelio propuesto, nos invita a poner énfasis en los templos vivos que somos las personas y el carácter sagrado que todo ser humano conlleva, expresada en la dignidad humana que ha de ser inviolable. Por supuesto se necesitan templos o espacios que nos ayudan a visibilizar la presencia de lo sagrado y reconocer tantas obras de arte que son estas basílicas, volviéndose patrimonio de la humanidad. Pero esto no debe hacernos creer que solo en estos lugares Dios habita o que nuestra vida cristiana se limita a las celebraciones rituales. Que la expulsión de los vendedores del templo realizada por Jesús, nos recuerde siempre qué sacrificios son los que Dios quiere y cuáles son los templos donde él realmente habita: en todos los seres humanos, especialmente, en los más pobres y en toda su creación.




viernes, 31 de octubre de 2025

¿Y si nos decidiéramos a vivir la santidad?

Olga Consuelo Vélez

El primero de noviembre se celebra el “Día de Todos los santos”. Es una fiesta importante, que podría convocarnos más porque nos habla del destino final al que todos somos llamados y, los santos y santas reconocidos por la Iglesia, nos muestran que es una meta posible. Sin embargo, no es algo que comúnmente se desee porque ocurren diversos fenómenos con los santos proclamados por la Iglesia: o se les “domestica”, es decir, se opaca su cotidianidad, su humanidad y, especialmente su profetismo cuando este se refiere al compromiso social porque pareciera que lo santos han de ser solo personas de rezos, liturgias, devociones, etc., o se les “exalta más allá de lo humano” -poniendo énfasis en visiones, elevaciones, llagas, milagros, etc.,  que, por supuesto, nos hace imposible imitarlos. Además, todo este sistema actual de canonizaciones merecería una revisión a fondo porque ya sabemos que para ser santo se necesitan procesos largos y costosos que solo pueden sostener grupos con especial interés por reconocer la santidad de una persona y se piden milagros entendidos como algo inexplicable, lo que cada vez está más complejo de justificar. Pero, esto último sería objeto de otra reflexión.

Lo que nos interesa ahora es hablar de la santidad a la que todos estamos llamados, acudiendo a la “Encíclica Gaudete et Exsultate (2018), del papa Francisco, en la que se refirió “a los santos de la puerta de al lado”. Esa expresión es muy bella y significativa. Estos santos son todos aquellos que, aunque jamás estén en los altares, han vivido la cotidianidad de su existencia con la plenitud que da el ser gestores de bondad, de bien, de belleza, de alegría, de servicio, de solidaridad, en otras palabras, de todas aquellas actitudes que permiten que este mundo tenga más bien que mal, más esperanza que frustración, más presencia de Dios que ausencia de ese sentido transcendente. Y esa manera de vivir no es para unos pocos, es para todos los que aspiramos a dar sentido a nuestra vida, a ser felices.

Por eso el Papa Francisco en su encíclica pone ejemplos muy concretos. Refiriéndose a las mujeres nombra a las grandes santas (Teresa, Catalina, etc.), pero nos invita a mirar “a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio” (GE 16). También desmonta la idea de que la santidad es para los ministros ordenados o los consagrados o personas con virtudes excepcionales (GE 15) o que se ha de privilegiar la oración por encima de la acción. En este sentido así lo expresa: “No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión” (GE 26). “A veces tenemos la tentación de relegar la entrega pastoral o el compromiso en el mundo a un lugar secundario, como si fueran «distracciones» en el camino de la santificación y de la paz interior. Se olvida que «no es que la vida tenga una misión, sino que es misión»” (GE 27).

Con todo esto, el Papa quiere señalar la santidad que surge de la gracia del bautismo (GE 15) y de la realización de la misión a la que hemos sido llamados (GE 19). Pero ¿cuál es esa misión que nos permite construir un camino de santidad? La encíclica lo desarrolla claramente: nuestra misión es inseparable de la construcción del Reino de Dios anunciado por Jesús, un reino de amor, justicia y paz para todos (Cf. GE 25).

En este sentido, el evangelio de Mateo nos ayuda a entender lo que es ser santo, presentando el discurso inaugural de la misión de Jesús que ocupa todo este capítulo. Comienza con las bienaventuranzas o programa del reino (Mt 5 3-12), sigue con el llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13-16); el cumplimiento de la Ley (recordemos que Mateo escribe a judíos convertidos, con lo cual la Ley forma parte de su identidad religiosa, no así Lucas (6, 20-38) que omite esta parte del discurso porque sus destinatarios son paganos) pero enfatizando no la norma sino en el amor, por eso no vale decir solo “no mataras” sino que ni siquiera se ha de encolerizar con el hermano (Mt 5, -26); no vale solo “no cometer adulterio” sino que ni siquiera se puede mirar a la mujer deseándola y mucho menos repudiarla por cualquier motivo (Mt 5, 27-32); no vale solo no romper el juramento sino que no se ha de tomar a Dios para justificar promesas (Mt 5, 33-37); no se ha de cumplir la ley del talión sino superarla con la eliminación de toda venganza (Mt 5, 38-42) y no basta amar a los que nos aman sino que el amor ha de extenderse incluso a los enemigos (Mt 5, 43-47) y concluye con un versículo que resume la reflexión que estamos haciendo: “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) que retoma el texto de Levítico “sean santos como yo soy santo” (19,2) En la versión de Lucas es: “sean compasivos como su Padre es compasivo” (6, 36). En otras palabras, el programa de la santidad no va en la línea de realizar cosas extraordinarias sino en crecer en el amor más y más para que nuestra vida sea amor, razón de nuestra existencia, fuente de plenitud y única posibilidad de vivir en un mundo de justicia y paz.

Por eso podríamos preguntarnos: ¿y si fuéramos capaces de aventurarnos a ser también de estos santos de la puerta de al lado viviendo a plenitud lo que tenemos entre manos? Seguramente, nuestra respuesta afirmativa haría posible un mundo mejor donde ya comencemos a saborear los bienes definitivos de los que ya gozan tantos santos canonizados y tantos otros de la puerta de al lado.

   


jueves, 30 de octubre de 2025

1 Conmemoración de los Fieles Difuntos 2 11 2025

 

En el día de los difuntos, confesemos con Marta que Jesús es la resurrección y la vida

Conmemoración de los Fieles Difuntos (2-11-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

Cuando Jesús llegó, encontró que llevaba cuatro días en el sepulcro. Betania queda cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta oyó que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Marta dijo a Jesús: Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que lo que pidas, Dios te lo concederá. Le dice Jesús: Tu hermano resucitará. Le dice Marta: Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le contestó: Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Lo crees?  Le contestó: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo (Juan 11, 17-27). 

Este domingo coincide con la conmemoración de todos los fieles difuntos y, por esto, pueden tomarse diferentes lecturas según las propuestas que el misal tiene para este día. Hemos escogido la de Juan 11 que corresponde a la muerte de Lázaro y la llegada de Jesús a la casa de sus hermanas, Marta y María. Por lo tanto, este texto nos habla de un Jesús que tiene amigos y amigas, que los visita, se solidariza con lo que viven y se hace presente cuando se le necesita. Esto nos acerca a esa humanidad de Jesús que muchas veces no se resalta porque solo nos fijamos en sus acciones salvadoras, olvidando la plenitud de su encarnación.

Precisamente por esta cercanía, es posible que Marta lo recibiera con un reproche: “si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Estas palabras son el punto de partida de un diálogo sobre el misterio de la vida y la muerte y la esperanza en la resurrección. Según el diálogo que se establece entre Marta y Jesús, no era desconocido para los judíos la esperanza en la resurrección, pero el cambio profundo que se va a producir es la afirmación de Jesús de ser él, la resurrección y la vida. Es decir, la esperanza en la resurrección se convierte en certeza con un nombre personal: Jesús, señor dador de vida y vida para siempre. Después de esa afirmación de Jesús, nos encontramos con la confesión de fe en boca de Marta, una mujer, confesión que corresponde a la que Pedro hace cuando Jesús les pregunta quien creen que él es. Marta va a confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, con las mismas palabras que lo hace Pedro y, sin embargo, en la práctica esta confesión de fe no se ha destacado, invisibilizando la presencia de las mujeres y quitándoles el protagonismo que tuvieron. Todo esto es lo que, en la actualidad, se está rescatando para abrir espacios de igualdad con los varones en la Iglesia.

Esta confesión de fe es la que da sentido a la conmemoración de todos los fieles difuntos que hoy recordamos. Ante la muerte, situación irremediable para todos los seres humanos, la fe en la resurrección mantiene la esperanza de que todos nuestros difuntos resucitaran. Cristo resucitado es la esperanza última no solo de los difuntos sino de todos nosotros y de toda la creación. Este día, por tanto, confesemos con Marta que Jesús es la resurrección y la vida porque es el Mesías prometido que, encarnándose en nuestra historia, ha garantizado la vida para todos. Nada de lo humano ha de perderse porque todo está llamado a resucitar con Cristo.

lunes, 27 de octubre de 2025

 

“Las mujeres no queremos ser como los hombres, porque somos mejores”

Olga Consuelo Vélez

 






En el encuentro del Papa León XIV con los equipos sinodales (24-10-2025), le preguntaron desde Europa: ¿qué esperanzas pueden alimentar legítimamente las mujeres en una Iglesia sinodal? ¿Cree usted que se está produciendo un auténtico cambio cultural en la Iglesia para que de cara al futuro exista igualdad entre mujeres y hombres en la iglesia y que esto se pueda convertir en una realidad?

El papa contestó con dos ejemplos. El primero diciendo que a su mamá le habían preguntando si quería ser como los hombres y ella contestó que por supuesto que no porque “las mujeres somos mejores”. El auditorio aplaudió como si hubiera dada una respuesta brillante con ese ejemplo a la pregunta. Pero no es así. Refleja la poca claridad para distinguir lo que son “derechos” para las mujeres (de los cuales solo gozamos hace pocas décadas en la sociedad y no en “todas” las sociedades), de comparaciones estereotipadas creyendo que cuando las mujeres piden la igualdad de derechos en la sociedad o en la Iglesia, es porque se quieren parecer a los varones. Son dos cosas muy distintas y ojalá fuéramos capaces de hablar sobre los diferentes temas, con argumentos sólidos, y no con frases slogan que solo confunden lo que es una exigencia justa. En la Iglesia no tenemos la misma igualdad que los varones y, desafortunadamente, la Iglesia, una institución que debería dar testimonio de ello, no ha sido capaz de dar el paso.

El segundo ejemplo fue sobre una congregación religiosa en Perú que ejercen la misión en una zona a la que no van los sacerdotes. Por ese motivo les han autorizado bautizar, ser testigas de los matrimonios y realizar muchas actividades pastorales. El Papa las alabo, dijo que muchos sacerdotes deberían aprender de ellas, etc. Ahora bien, ¿las mujeres tienen que ejercer la ministerialidad por encargo, porque no hay sacerdotes? ¿son para la suplencia? ¿no pueden ejercerlo a nombre propio como miembros del pueblo de Dios que ejercen diversos ministerios según las necesidades de las comunidades particulares? Sigue la deuda con las mujeres, pero, a muchas mujeres, parece que eso les basta, especialmente las que han recibido algún encargo y, por supuesto, ya se sienten en el círculo de las privilegiadas con decisiones personales de alguna autoridad.

El Papa luego se extendió hablando de las dificultades culturales, en la diferencia entre Europa y otros lugares, en los obispos que no creen que las mujeres puedan ejercer responsabilidades eclesiales y, eso es verdad, la cultura patriarcal tan arraigada en la sociedad y en la Iglesia, sigue vigente en muchas partes y, lamentablemente, sostenida por muchas mujeres. Pero eso no es del evangelio. Precisamente la Iglesia tendría que dar testimonio de una Iglesia que transforma las culturas al vivir los valores del evangelio. Pero aquí parece que la ceguera es total. El Papa habla con toda tranquilidad y no se da cuenta de sus incoherencias, pero los asistentes aplauden porque tampoco están liberados de la cultura clerical que nos hace creer que las cosas ya están bien y que la insistencia de las mujeres por la igualdad en la Iglesia responde a un capricho o a una no valoración de las mujeres “como mejores que los varones”, afirmación que, por cierto, supondría un “hembrismo” donde las mujeres estaríamos por encima de los varones. (“hembrismo” es la palabra opuesta a “machismo”, aunque algunos no lo saben y creen que la opuesta al machismo es “feminismo”).

Finalmente fue muy bueno que el Papa se reuniera con los equipos sinodales para darle un espaldarazo a la sinodalidad que, por cierto, no sabemos cuándo los equipos de estudio darán respuestas -incluida la del diaconado femenino- y no parece que tuviera demasiado impulso en la base del Pueblo de Dios, manteniéndose más en los que de hecho participaron del sínodo y lo seguirán empujando hasta la reunión presencial del 2028, pero que, personalmente, veo bastante debilitada fuera de esos círculos más exclusivos.


jueves, 23 de octubre de 2025

4 XXX Domingo del TO 26 10 2025



No gloriarnos de nuestros méritos sino de la gracia de Dios en nuestra vida

XXX Domingo del TO (26-10-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

 

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido
(Lucas 18, 9-14).




El evangelio de Lucas que estamos considerando en estas últimas semanas, nos presenta a Jesús hablando, en parábolas, a los que le siguen. En esta ocasión, el evangelio dice que Jesús se dirige a aquellos que “confiaban en sí mismos y despreciaban a los demás”, y les relata la historia de dos personajes bien conocidos en la sociedad judía de su tiempo: un fariseo y un publicano. Los fariseos son los cumplidores de la Ley, los que pueden ostentar el título de justos porque cumplen con todos los preceptos. Por su parte, los publicanos están al servicio del poder romano para cobrar impuestos, sin tener en cuenta la precariedad de los habitantes de Palestina. Su objetivo es complacer a los poderosos, asegurando así, su propia supervivencia. En el relato el fariseo sube al templo y se presenta a sí mismo ante Dios, vanagloriándose de cumplir más de lo debido, lo que lo hace mucho mejor que los demás. El publicano, por el contrario, reconoce que es pecados y ni siquiera es capaz de levantar los ojos al cielo.

Como toda parábola, Jesús no acusa a nadie directamente, pero los interpela a través de los personajes descritos. Afirma quién baja justificado y quién no, con las consecuencias claras de esas actitudes. El que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Hay que tener cuidado de no caer en una crítica hacia todo fariseo o a una alabanza hacia todo publicano. La parábola pretende interpelar, pero no encasillar a las personas según su procedencia. Además, lo más seguro es que esta parábola, como todas las otras que el evangelista pone en boca de Jesús, responde más al tiempo de la comunidad de Lucas que al tiempo de Jesús. Por esta razón, conviene contextualizarla también en nuestro tiempo y revisar lo fundamental que ella nos dice. No son los méritos propios, no son los cumplimientos de normas y preceptos, no es la propia seguridad lo que nos hace mejores. Es la actitud humilde de quien intenta amar y servir, sabiendo que siempre podría hacerlo mejor. La humildad en el seguimiento nos permite reconocer la gracia del espíritu de Jesús para estar en camino y la confianza de que él llevará a término lo que, desde nuestra propia pobreza, emprendemos.


lunes, 20 de octubre de 2025

 

La difícil tarea de evangelizar en contextos de persecución religiosa

Olga Consuelo Vélez

 






He compartido en este espacio algo de la experiencia vivida en la India y, en esta ocasión, teniendo en cuenta que, octubre es el mes de las misiones, quisiera aportar también, desde India, una reflexión en este aspecto. Mi estadía ha sido corta con lo cual, todo lo que diga tiene mucha parcialidad e ignorancia, teniendo en cuenta, el país inmenso que es India y cada región con cultura, lengua y tradiciones propias. Pero desde la pequeña porción que he conocido, puedo decir que la experiencia de lo sagrado es muy fuerte y se vive con mucho respeto, generosidad y dedicación en, prácticamente, todos los lugares.

El gesto de quitarse los zapatos lo muestra, no solo en el ámbito de los templos o lugares religiosos sino en el entrar a una casa o a una tienda, señalando el respeto que merece ese lugar o esas personas con las que se va a interactuar. Sin duda es una toma de conciencia del “lugar sagrado” que pisas. También la devoción o religiosidad popular que llamamos en el ámbito católico, es “omnipresente” en todas las expresiones religiosas. El “tocar” los objetos sagrados forma parte de la práctica cotidiana, sea en el templo hindú, sea en las iglesias católicas. Se realizan muchas ofrendas, con bastante similitud que en nuestros santuarios: velas, figuras de cera con partes del cuerpo que se espera sean curadas, agua bendita, aceites, etc. Aquí se añaden flores, inciensos, polvos de colores, fuego, en fin, diferentes objetos con los que se expresa la necesidad y se pide por ella y que, a veces se llevan a casa para continuar prolongando las bendiciones en el hogar. El dar la limosna es algo que se hace con devoción, sea a la salida de los templos, por la calle o dejando ofrendas monetarias en los altares. Por ejemplo, según pude ver, en la fiesta del dios Ganesh de los hindús, muchos hogares hacen un altar especial por la fiesta y cuando van los invitados a cenar, en esos días de festival, los invitados dejan dinero en el altar, cantidad que al finalizar las fiestas se entrega como limosna a los necesitados. 

En este contexto, desde la actitud misionera que vivimos en la iglesia católica, surge la pregunta sobre cómo evangelizar en países como este, donde hablar de Dios no es el problema -a diferencia de nuestro mundo occidental donde la gente comienza a desconocer la palabra Dios o no le interesa- sino de qué Dios, si hace falta hablar de Dios, si nuestros ritos pueden decir algo a las demás creencias, etc.

Sabemos que en los primeros tiempos de la evangelización los misioneros, efectivamente, viajaban a estos países tan lejanos para nosotros, con el objetivo de dar a conocer a Jesucristo y, arriesgaban su vida, en aras de ese propósito. Justamente, en la Basílica del Buen Jesus, en Goa (India) reposan los restos de San Francisco Javier, misionero jesuita que soñaba con ir a China para ganar almas para Cristo, sueño que no consiguió. Sin embargo, fue un misionero incansable de este continente asiático, siendo llamado “Apóstol de las Indias”. Pero los tiempos han cambiado y la misión ya no se entiende solo en el sentido de anunciar explícitamente a Jesucristo y bautizar a las gentes, sino sobre todo de vivir con el pueblo y proponer proyectos que les ayuden en su formación integral. Así lo viven muchos misioneros en este país, con colegios a los que acuden niños y jóvenes de todas las religiones o con proyectos sociales para capacitar a las personas en múltiples tareas, de manera que consigan trabajar y defender sus derechos. Trabajar con mujeres es uno de los campos que más desarrollan las religiosas porque las necesidades están a la vista. Aunque haya tantas mejoras a muchos niveles, todavía hace falta más promoción e igualdad para ellas.

Fuera de esto, no parece haber demasiadas posibilidades y menos con el gobierno actual que goza del apoyo popular y tiene cómo principio fortalecer el hinduismo, buscando diezmar o perseguir a todos los que no sean hinduistas. Las condiciones para venir a evangelizar no son nada propicias y si el gobierno sospecha de cualquier vinculación religiosa de la persona que llega al país, niega o suprime la visa. De hecho, pregunté a muchas comunidades religiosas con cuánta gente extranjera contaban en sus casas y la mayoría me respondió que prácticamente ya nadie viene por esta gran dificultad de entrar al país. De turismo se puede venir, pero pensar en esas largas estancias misioneras que tuvieron muchas comunidades religiosas en el pasado, se hace cada vez más difícil.

Por lo tanto, se podría decir que, en este país, el testimonio de caridad y cercanía, de promoción humana y solidaridad, de presencia y compañía, constituyen el principal dinamismo de misión, de evangelización, de anuncio de la buena noticia, o el llamado “primer anuncio”. Queda también de lo que tanto se ha hablado en países occidentales donde la fe se va perdiendo; la llamada “nueva evangelización”, porque siempre será necesario mantener la renovación espiritual, bíblica, teológica, doctrinal de los que acuden tan asiduamente a la Iglesia para que la fe no pierda la novedad, camine al ritmo de los tiempos, acompañe los esfuerzos universales por una iglesia más sinodal, más en sintonía con Vaticano II y, especialmente, para que las nuevas generaciones encuentren en el seno de la Iglesia, una fe que acompaña sus búsquedas. Esto último, porque se quiera o no, los jóvenes de todos los países no son los que más frecuentan la iglesia y esto se da, en parte, por no saber anunciar a Jesús de la manera cómo la juventud hoy se siente llamada a vivir.

Pidamos en este mes misionero, capacidad de entender por dónde Dios nos llama a evangelizar en cada momento, en cada cultura, en cada realidad y, sea de una manera o de otra, el testimoniar el ser y actuar de Jesús, se refleje en todas nuestras acciones y en todos los lugares donde nos encontremos.

miércoles, 15 de octubre de 2025

 

Nuestro Dios “siempre” hace justicia

XXIX Domingo del TO (19-10-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme. Y el Señor añadió: Fíjense en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
(Lucas 18, 1-8).

En este evangelio Jesús continúa enseñando a sus discípulos por medio de parábolas. El tema del que se va a ocupar en esta ocasión, es el de la oración. Recordemos que Lucas presenta muchas veces a Jesús en oración y enseñándoles a los discípulos a orar. En este caso, quiere mostrar el valor de la “insistencia” en la oración y para eso presenta dos personajes. Un juez no muy recomendable y una viuda que necesitaba justicia. Al final esta obtiene la ayuda del juez, no por su idoneidad sino porque prefiere hacerle justicia para quitársela de encima ya que le importunaba con tanta insistencia.



Pero es curioso que este juez no atienda a la viuda cuando para Israel es tan importante la atención al “huérfano y a la viuda” (Dt 27, 19). Tal vez la reflexión que hace el juez consigo mismo es una llamada a pensar que si no actúa como debería hacerlo, puede perder el honor y, esto para el pueblo de Israel, es muy importante. Ahora bien, igual que en la parábola del administrador astuto, este juez no es ejemplo de justicia, pero justamente la parábola quiere señalar ese contraste para mostrar que si un juez injusto, al final, hace justicia, cómo Dios no va a hacerlo con sus hijos e hijas.

Es importante señalar que ese ejemplo de la insistencia de la viuda no es para reforzar la idea de que entre más le pidas a Dios, más te concederá o no lo hará si no le pides con insistencia. Dios no está contando los rezos. No va por ahí el mensaje. Lo que interesa es ver la actitud de Dios: siempre dispuesto a hacer justicia. La oración es la actitud confiada en el Dios que siempre hace justicia y esto es lo que Jesús quiere enseñar a sus discípulos.

El texto termina con una pregunta que parece de otro tema: “cuando venga el Hijo de hombre ¿encontrará fe en esta tierra?” y, efectivamente, además de la oración Jesús invita a la confianza en su segunda venida y en la fe que se precisa para ello. Lo que Jesús pide a sus discípulos es la fe inquebrantable, hasta que él vuelva.

Repitamos una vez más: la fe, la oración, la insistencia no se refiere a fomentar en los creyentes una actitud de pedir mucho para ver si logramos sensibilizar a Dios y conseguir lo que se pide. Por parte de Dios, está dándonos todo su amor, mejor aún, “su espíritu se ha derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5). A lo que se refiere es a la actitud de fe como respuesta al amor de Dios, la oración como actitud confiada en ese amor y la insistencia en no dejar de construir el reino de Dios, “a tiempo y a destiempo”, como dice Pablo en la carta a Timoteo (2 Tim 4,2).