jueves, 14 de noviembre de 2024

 

Jesús nos invita a saber Interpretar los signos del reino en el hoy de nuestra historia

Comentario al evangelio del domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 17-11-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Mas por estos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sepan que el verano está cerca. Así también ustedes, cuando vean que sucede esto, sepan que Él está cerca, a las puertas. Yo les aseguro que no parará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre (Mc 13, 24-32).

 

El ciclo litúrgico está llegando a su fin y las lecturas ponen énfasis en la venida de Jesús como consumador de todo lo creado, realización plena de la historia de la salvación. El lenguaje utilizado es el apocalíptico el cual se sirve de figuras contrastantes para mostrar lo nuevo que va a suceder. En este caso, todo lo que el texto relata de los acontecimientos cósmicos que parece se darán ante la venida del hijo del hombre, tienen la finalidad de mostrar la novedad absoluta de lo esperado y no, el de revelar acontecimientos futuros que sucederán, así como se narran. Lamentablemente por un desconocimiento de los géneros literarios de la Biblia y de interpretaciones que se han hecho de estos textos en el pasado, todavía hoy se predican de manera literal, aprovechando ese lenguaje para causar miedo en los oyentes o para interpretar, por ejemplo, la crisis climática como el cumplimento de estos relatos, haciendo aparecer a Dios como castigador de la creación y del ser humano, cuando, Dios es cuidador de todo lo creado y es nuestra responsabilidad velar por su preservación.

Este texto lo que pretende, con este lenguaje apocalíptico, es mostrar la novedad absoluta que llegó con Jesús -al que se le aplica el título de hijo de Hombre (Dan 7, 13)-, novedad que se está cumpliendo con la puesta en práctica de los valores del reino.

El pasaje bíblico continúa con la figura de la higuera con la cual Jesús invita, haciendo la comparación entre el conocimiento del florecer de la higuera anunciando el verano lo que ellos deben hacer con el tiempo presente: interpretar lo que está sucediendo, la novedad que Jesús ha traído, de manera que se pueda llevar a feliz término la salvación anunciada por Él. Con los términos de hoy, podríamos decir, saber interpretar los signos de los tiempos, en una actitud vigilante que nunca ha de faltar para identificar lo que es del reino y lo que lo contradice.

Por lo tanto, el tiempo presente es una llamada a mantener la esperanza en el cumplimiento de las promesas hechas por Dios que ya se están realizando en nuestra historia, manteniéndose vigilante y actuando coherentemente porque, aunque no sabemos -ni debemos pretender saberlo porque ni los ángeles, ni el Hijo lo saben- cuando se dará la consumación definitiva de todo en Dios, ya están aconteciendo los valores del reino  y confiamos que llegarán a la plenitud en el tiempo propicio de Dios que solo Él conoce.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Comentario al evangelio del 10 11 2024

 

Una viuda pobre como ejemplo de discipulado

Comentario al evangelio del domingo XXXII del Tiempo Ordinario 10-11-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Decía también en su instrucción: Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa. Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro; muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: les digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuando poseía, todo lo que tenía para vivir. (Macos 12, 38-44)

 

Jesús enseña los valores del reino y lo hace con ejemplos fáciles de entender y que se evidencian en su entorno. En el caso del evangelio de hoy, Jesús presenta el contraste entre dos personajes: los escribas y una viuda pobre. De los primeros, hace una crítica fuerte: se pasean con amplio ropaje, quieren ser saludados en las plazas y ocupar los primeros puestos. Todas estas actitudes son las que garantizan el honor en la sociedad del tiempo de Jesús y, salvadas las distancias del contexto, siguen siendo actitudes que garantizan la importancia de las personas en la sociedad actual. Jesús mira todo eso con recelo. El “honor”, tan importante para la sociedad judía, no cabe entre los valores del reino. El valor importante es el de “servir” como Jesús se lo ha dicho a sus discípulos de tantas maneras. Además, Jesús hace una denuncia del comportamiento de los escribas: devoran los bienes de las viudas so capa de largas oraciones. No es ajena esta actitud tampoco en el tiempo de hoy frente a tantas estafas que, en nombre de Dios, hacen algunos predicadores y negociadores de la fe.

Pero volvamos al texto. Jesús después de reprochar esa conducta de los escribas, se sienta frente al arca del Tesoro del templo y hace un juicio crítico sobre lo que pasa allí: ciertamente, muchos ricos van y echan mucho dinero. Pero la viuda pobre (podría pensarse que es una de estas viudas estafadas por los escribas o las mujeres viudas que quedaban totalmente indefensas al morir su marido) echa todo lo que tiene para vivir. Jesús se refiere a la moneda de menor valor en aquella época y es esta la que mujer deposita en el arca. Con este contraste Jesús muestra el verdadero significado del compartir de bienes que en nuestro contexto podríamos interpretar cómo dar de lo que sobra o dar de lo poco que se tiene. En el primer caso, no hay una solidaridad efectiva. Si le sobraba es porque estaba acaparando algo que no le pertenecía o viviendo la dependencia del acumular y del tener, convencido que en ello está la felicidad. La verdadera solidaridad es la de la viuda que saber dar y darse, repartir y compartir. La solidaridad no se mide por el exceso de bienes dados sino por la capacidad de sentir con el otro su situación y hacerse solidario con ella.

Ahora bien, estos ejemplos no se refieren a temas a considerar sino a actitudes que han de vivir los discípulos de Jesús. A ellos se dirige al final del texto y les muestra con hechos reales en que consiste el verdadero discipulado. Ni honores, ni prestigio, sino servicio, en el caso de los escribas. Ni vanagloria por las muchas riquezas valiéndose, también de ellas, para ser alabado, en el caso de los ricos. El discipulado va en la línea de aquella viuda pobre que da lo que tiene para vivir porque su amor es efectivo, su solidaridad entrañable.

Si el domingo pasado el evangelio nos mostró que el escriba que dialoga con Jesús sabía que el primer mandamiento era amar a Dios y al prójimo, en este nos muestra que es la viuda la que no “sabe”, sino que “hace” y, en esto, consiste el verdadero discipulado. Las obras son las que dan testimonio de lo que somos, las que muestran que nuestro seguimiento sí está guiado por los valores del reino.

 

jueves, 31 de octubre de 2024

 

Solo el amor a Dios y al prójimo permiten entrar en el reino de Dios

Comentario al evangelio del domingo XXXI del Tiempo Ordinario 3-11-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Se acercó uno de los escribas que le había oído y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro: tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas. (Mc 12, 28b-34)

 

Estamos más acostumbrados a ver a los escribas enfrentándose a Jesús o preguntándole con alguna doble intención, pero en este texto, la situación es diferente. El escriba ratifica lo que dice Jesús y Jesús afirma que no está lejos del reino de Dios. Por lo menos este pasaje nos permite ver que es posible coincidir en lo fundamental y vivir una mayor unidad en la experiencia de fe. Aunque conviene recordar que el mismo pasaje, contado por los otros evangelistas -Mateo y Lucas- si muestra al escriba que le pregunta con la intención de ponerlo a prueba.

Pero veamos el diálogo porque es muy interesante. El escriba le pregunta cuál es el primero de los mandamientos. Hemos de recordar que los escribas reconocían 613 mandamientos, de ahí que la pregunta, a la hora de la verdad, no es tan sencilla. Jesús responde señalando dos mandamientos que no están en los conocidos diez mandamientos. Se remite al texto del Deuteronomio 6, 4-5 donde se encuentra la conocida expresión: Shema (escucha) Israel amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y le añade “con toda tu mente”. En realidad, el amor al que se refiere Jesús no es solo un sentimiento, sino que supone una decisión (corazón), una actitud en lo cotidiano de la vida (alma) y con todas las capacidades (fuerzas).

Además, se refiere al segundo mandamiento de amar al prójimo. Para los judíos el prójimo es siempre otro judío. Sin embargo, la praxis de Jesús nos permite ver que Jesús extendía la connotación de prójimo a otros que no eran judíos: el samaritano caído en el camino, la cananea que le pide un milagro, y el mismo mandato que da de amar a los enemigos.

El escriba reconoce la validez de la respuesta que ha dado Jesús, especialmente porque este amor vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús fue un crítico en su vida histórica de un culto vacío que no pone en primer lugar al prójimo y su respuesta así lo confirma. Pero en este caso también el escriba lo confirma. Por eso Jesús dirá de él que no está lejos del reino de Dios.

Sería muy importante que también para nosotros estos dos mandamientos marcaran nuestra praxis cristiana e iluminaran todas las decisiones ante las situaciones concretas de la vida. No faltan las corrientes que anteponen las leyes al amor a las personas, ni corrientes que anteponen el culto a la vida de las gentes. Se enfatiza demasiado en cumplir los mandamientos y Jesús contrasta esas actitudes, poniendo las normas al servicio de la vida. También se emplean demasiadas energías en el culto, descuidando el amor al prójimo en lo concreto de cada momento. Nos convendría mucho detenernos en pasajes tan claros como este, donde el amor es el verdadero sentido de la vida cristiana para no enredarnos o enfrascarnos en normas, preceptos y cultos que solo ponen cargas pesadas a las personas sin favorecer la vida y la liberación de toda dificultad. El amor al prójimo siempre será el testimonio creíble del Dios a quien decimos amar y el amor a Dios es imposible tenerlo sin concretarlo en el prójimo a quien podemos ver, como dice la primera carta de Juan. Solo estas actitudes harán que Jesús pueda decir de nosotros que no estamos lejos del reino de Dios. Y, definitivamente, allí es donde queremos estar.

martes, 29 de octubre de 2024

 

Finalizado el Sínodo de la sinodalidad ¿qué queda?

Olga Consuelo Vélez

El sínodo ha sido un largo proceso que generó muchas expectativas, sobre todo en la fase de escucha y en algunos de los documentos que fueron publicados a lo largo del proceso, porque se plantearon muchos temas que se esperaba fueran respondidos con audacia y profetismo. Pero las expectativas fueron descendiendo y el Documento Final aprobado por la Asamblea sinodal -documento avalado por el Papa Francisco quien no hará una Exhortación sobre el sínodo-, deja la sensación de una Iglesia que camina muy lento y, tal vez por eso, muchas veces llega tarde al devenir de la historia.

En términos generales, es un Documento que señala cambios necesarios para conseguir una iglesia sinodal. Invita a hacerlos, fundamenta razones para ello, convoca a ponerlos en práctica, pero nada garantiza que se implementen. De hecho, a lo largo del proceso, no se logró convocar a muchas iglesias locales. No será fácil que ahora presten demasiada atención a este Documento. Pero señalemos, a modo de síntesis (especialmente para aquellos que no tendrán animo de leer 155 numerales), las afirmaciones más significativas (colocaré entre paréntesis el numeral correspondiente).

El Documento consta de una Introducción, cinco partes y una conclusión. La Introducción recuerda la conexión de este sínodo con Vaticano II: es una forma de ponerlo en práctica y de relanzar su fuerza profética para el mundo de hoy (n. 5). Para esto se necesita una profunda transformación de las mentalidades, actitudes y estructuras eclesiales y una superación de las resistencias al cambio (n. 14). Además, es preciso, una Iglesia que permanezca en estado de escucha del Espíritu y en conversión constante (n. 15).

En la primera parte “El corazón de la sinodalidad” se reafirma el lugar preferencial que ocupan los pobres en el corazón de Dios y cómo esta opción por ellos está implícita en la fe cristológica. La Iglesia está llamada a ser el hogar de los pobres y ha de asociarlos a sus opciones apostólicas y de evangelización (n. 19).

Continúa presentando los fundamentos de la sinodalidad: la misma dignidad bautismal en la variedad de vocaciones, carismas y ministerios, formando un solo cuerpo y llamados a caminar juntos (n. 21) y se señalan algunas de sus características:

-        camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer a la Iglesia más participativa y misionera, más capaz de caminar con cada hombre y mujer irradiando la luz de Cristo (n. 28)

-        no es un fin en sí misma, sino que ha de estar al servicio de la misión que Cristo le ha confiado a su Iglesia (n. 32)

-        implica también a los que ejercen la autoridad (la jerarquía) a la conversión y a la reforma (n. 33)

-        se precisa valorar los contextos, las culturas y las diversidades (n. 40) y establecer la amistad, la paz, la armonía con personas con experiencias morales y espirituales distintas (n. 41).

En otras palabras, la iglesia sinodal es como una orquesta con variedad de instrumentos en donde cada uno mantiene sus propios rasgos distintivos, pero todos están al servicio de la misión común (n. 42). Supone también una espiritualidad sinodal caracterizada por la oración abierta a la participación, al discernimiento vivido en comunidad y a la energía misionera volcada en el servicio (n. 44).

Refiriéndose a situaciones más particulares, el documento expresa, cómo en todas las etapas del proceso sinodal, resonó la necesidad de sanación, reconciliación y reconstrucción de la confianza dentro de la Iglesia, en particular por los escándalos de abusos. Reconocer esa realidad profunda se convierte en un deber sagrado que nos permite reconocer los errores y reconstruir la confianza (n. 46). Esta reconciliación también ha de hacerse con la creación (n. 48).

La segunda parte “la conversión de las relaciones” muestra la urgencia de una verdadera conversión en las relaciones, no como una herramienta para mayor eficacia organizativa, sino para traslucir la gracia de Cristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (n. 50). Las relaciones hombre y mujer exigen la igual dignidad y reciprocidad entre los dos sexos, conscientes del recurrente dolor y sufrimiento que han sufrido las mujeres de todas las regiones y continentes, tanto laicas como consagradas revelados durante el proceso sinodal (n. 52). Además de las desigualdades entre varones y mujeres se hace referencia al racismo, división de castas, discriminación de las personas con discapacidad, violación de los derechos de las familias, falta de voluntad para acoger a los migrantes como situaciones que exigen otro tipo de relaciones y, por supuesto, la falta de relación con la tierra que amenaza la vida del planeta (n. 54). Con respecto a la mujer, se reconocen los obstáculos que las mujeres siguen teniendo para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, de su vocación y de su lugar en los ámbitos de la Iglesia. Se pide la aplicación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente en relación con el papel de la mujer, especialmente en los lugares donde aún no se ha explorado. Sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal y se recomienda mayor atención al lenguaje, a las imágenes utilizadas en la predicación, la enseñanza, la catequesis y en la redacción de los documentos oficiales de la Iglesia (n. 60).

En este ámbito de las relaciones se pide, también, mayor atención a los niños (n. 61), a los jóvenes (n. 62), a la promoción de más formas de ministerios laicales, no sólo para el ámbito litúrgico (n. 66) y al reconocimiento de la labor de los teólogos y las teólogas (n. 67). Refiriéndose a la labor del obispo se recuerda que ha de prestar un servicio en, con y para la comunidad. Por eso la asamblea sinodal desea que el Pueblo de Dios tenga más voz en la elección de los obispos (n. 70). Se invita a obispos, presbíteros y diáconos a redescubrir la corresponsabilidad en el ejercicio del ministerio con la colaboración de los demás miembros del Pueblo de Dios. Todo esto ayudará a combatir el clericalismo (n. 74). Conviene favorecer los ministerios instituidos (lectorado, acolitado y catequista) (n. 75) como los no instituidos pero que se ejercen con estabilidad por mandato de la autoridad competente. Teniendo en cuenta las necesidades locales, se pide considerar la posibilidad de ampliar y estabilizar el ejercicio ministerial por parte de los fieles laicos (n. 76). Con respecto al laicado se explicitan diversas formas de participación en los que deben estar presentes para la vivencia de una iglesia sinodal (n. 77).

La tercera parte “conversión de procesos”, pide implementar la toma de decisiones más sinodales, el compromiso de rendir cuentas y de evaluar los resultados (n. 79) Todo esto implica discernimiento eclesial (n. 82) para el cual la escucha de la Palabra de Dios es punto de partida fundamental (n. 83). Se presentan las etapas del discernimiento eclesial (n.84) y se recuerda que la competencia decisoria del Obispo, del colegio episcopal y del Obispo de Roma, no es incondicional porque no se puede ignorar la consulta al pueblo de Dios. Se pide incluso revisar la legislación canónica de manera que “voto consultivo” no signifique no tomarlo en cuenta en la decisión final (n. 92). Junto a los procesos de decisión, se señala la importancia de la rendición de cuentas y la evaluación como garantía de transparencia propia de los criterios evangélicos (n. 95). En este mismo sentido, los órganos de participación que hacen posible la iglesia sinodal han de ser de carácter obligatorio, adaptándolos a los diferentes contextos locales (n. 104).

La cuarta parte “conversión de los vínculos” invita a ampliar el espacio del corazón para acoger a las personas que no están en la misma sintonía (n. 110). Se reconocen los profundos cambios socioculturales de la actualidad, debidos a la urbanización (n. 111), la movilidad humana (n. 112) y la difusión de la cultura digital (n. 113), todos ellos exigiendo la resignificación de la dimensión local y la búsqueda de otras formas organizativas para servir mejor (n. 114). La Iglesia, a nivel local y en su unidad católica, se propone como una red de relaciones a través de la cual circula y se promueve la profecía de la cultura del encuentro, de la justicia social, de la inclusión de los grupos marginados, de la fraternidad entre los pueblos, del cuidado de la casa común (n. 121). El modelo de iglesia sinodal permite a las iglesias moverse a ritmos diferentes, siendo expresión de una diversidad legítima y como una oportunidad para intercambiar dones y enriquecerse mutuamente. Este horizonte común requiere discernir, identificar y promover estructuras y prácticas concretas para ser una iglesia sinodal en misión (124). Se propone que el discernimiento pueda incluir, en formas adaptadas a la diversidad de los contextos, espacios de escucha y diálogo con los otros cristianos, representantes de otras religiones, instituciones públicas, organizaciones de la sociedad civil y la sociedad en general (n. 127). Se propone una saludable descentralización y una efectiva inculturación de la fe reconociendo el papel de las Conferencias Episcopales y de los concilios particulares, tanto provinciales como plenarios (n. 129). También para que el ministerio petrino se ejerza en forma sinodal es necesario descentralizarlo y para eso se puede identificar lo que ha de reservarse al Papa y lo que puede ser decidido por los Obispos en sus iglesias (n. 134). La sinodalidad también ha de transformar la curia romana, el ejercicio de los representantes pontificios y las visitas ad limina (n. 135). El sínodo de los obispos, conservando su naturaleza episcopal, ha visto y podrá ver en el futuro en la participación de otros miembros del pueblo de Dios la forma en que está llamado a ejercer su autoridad en una iglesia sinodal (n. 136).

La quinta y última parte “formar un pueblo de discípulos misioneros” señala la importancia de la formación para la práctica de la sinodalidad (n. 141). Se precisa una formación integral, continua y compartida (n. 143), especialmente en la catequesis (n.145). Además, ha de dejarse enriquecer de la dimensión ecuménica (n. 147). En este sentido, es muy importante la formación de los presbíteros, con presencia femenina, y con perspectiva sinodal y la formación de los Obispos para que ejerzan su autoridad con un estilo sinodal (n. 148). Los procesos formativos han de incluir la Doctrina social de la Iglesia, el compromiso por la paz y la justicia, el cuidado de la casa común y el diálogo intercultural e interreligioso para que la acción de los discípulos misioneros incida en la construcción de un mundo más justo y fraterno (n. 151).

El documento final concluye con la imagen del banquete escatológico que ha comenzado en el esfuerzo sinodal de una profecía social, inspirando nuevos caminos para la política, la economía, colaborando con todos los que creen en la fraternidad y la paz en un intercambio de dones con el mundo (n. 153) y pidiendo a María con el título de Odighitria (aquella que indica y guía el camino) para que así como ayudó a la iglesia naciente a abrirse a la novedad de Pentecostés, nos enseñe a ser un pueblo de discípulos misioneros que caminan juntos: una iglesia sinodal (n. 155).

Hasta aquí esta síntesis que creo puede ayudar a muchos a conocer el contenido de todo el Documento final de la Asamblea. Y, entonces nos preguntamos: ¿qué queda de este sínodo de la sinodalidad? Considero que todo lo expresado en el Documento final invita a ponerse en camino para hacerlo realidad. De la recepción de todas estas buenas intenciones dependerá la reforma de la Iglesia, propuesta de Francisco desde el inicio de su pontificado. Vale la pena empeñarse en ello, aunque costará mucho conseguirlo.

Reconociendo todo lo anterior como positivo, también hay que decir que el Documento final quedó en deuda con tantos temas que van de la mano de la sinodalidad. Extraña que no haya ni una referencia a los pueblos originarios ni a los afrodescendientes. Tampoco nada sobre la población LGTBIQ+ y a muchas otras cuestiones que salieron en la fase de escucha. Por otra parte, el hecho de que no se haya cerrado la puerta para el diaconado femenino, con lo cual se muestra que la presión fue fuerte y pese a la insistencia de dejarlo de lado, permaneció en el documento, es una lástima que la bonita expresión que el mismo documento emplea refiriéndose a las mujeres “lo que viene del Espíritu Santo no debe detenerse” (n. 60) no la pongan en práctica y, por el contrario, se afiancen más en su poder patriarcal. Confiamos que la fuerza del Espíritu abra más puertas en este y en otros aspectos para hacer realidad una Iglesia sinodal.

Ha quedado, por tanto, la misma realización de un sínodo con “voz y voto” del laicado, un documento fruto de todo el Pueblo de Dios y el trabajo en el que seguiremos empeñados, algunos en la Iglesia, para no dejar que lo que viene del Espíritu lo detengan.