FE Y VIDA - Olga Vélez
En este espacio se consignan reflexiones sobre los hechos que suceden vistos desde la fe y con el ánimo de suscitar conciencia crítica, reflexión y compromiso cristiano.
jueves, 6 de marzo de 2025
lunes, 3 de marzo de 2025
Cuaresma: oportunidad de repensar nuestra fe
Olga Consuelo Vélez Caro
El 5 de marzo se inicia cuaresma con la celebración del miércoles de
ceniza. Es un tiempo de preparación para conmemorar el acontecimiento
fundamental de nuestra fe: la muerte y la resurrección de Jesús. Convendría
repensar el significado de este día para vivir este tiempo con más conciencia,
pero, sobre todo, para que pueda dar más fruto en nuestra vida.
En algunos lugares ha crecido el número de personas que acuden a la
imposición de la ceniza. Sin embargo, si preguntáramos por el sentido de lo que
están haciendo, bastantes personas responderían que lo hacen buscando una
protección o una bendición de Dios, pero desconocen el verdadero significado de
este sacramental. En realidad, hay muchas búsquedas espirituales que responden
a la necesidad de solución de los problemas que viven las personas y no importa
si el rito lo ofrece la iglesia católica o cualquier otra confesión de fe. Lo
que interesa es participar de algo que les fortalezca, los anime, les ayude a
afrontar lo que viven. Todo esto es legítimo, necesario y si ayuda a las
personas, es importante respetarlo. Pero vale la pena reflexionar sobre lo que
celebramos los cristianos para saber “dar razón de nuestra fe” (1 Pe 3, 15-16).
Cuaresma, etimológicamente viene de la palabra latina, cuadragesima,
señalando así los cuarenta días que faltan para celebrar el misterio pascual.
Es tiempo de preparación, conversión, reflexión sobre el núcleo de nuestra fe y
sus consecuencias para la vida. Es tiempo de preguntarse en qué creemos, por
qué creemos, cómo ser consecuentes con lo que creemos, cómo podríamos dar
testimonio más claro de lo que creemos.
Los cristianos creemos en la encarnación de nuestro Dios en Jesús y, en
consecuencia, creemos en sus palabras y obras. Jesús nos comunicó con su vida
lo que Dios desea de la humanidad y el camino para realizarnos plenamente en el
amor, construyendo un mundo justo y en paz, entre los seres humanos y con la
creación. Por tanto, la conversión a la que nos invita este tiempo de cuaresma
no se puede quedar en algún ayuno o abstinencia o en la participación litúrgica.
La conversión, a la que se nos llama, supone contrastarnos con la persona de
Jesús y ver si nuestra vida ha asumido sus valores y los pone en práctica.
Las preguntas que convendría hacerse podrían ser, por ejemplo, por la
imagen de Dios que tenemos. Vivimos y anunciamos al Dios de Jesús, ese Dios
misericordioso con toda la humanidad, ¿sin ninguna exclusión para ninguno de sus
hijos? En sociedades como las nuestras donde se da tanta exclusión por razón de
etnia, de género, de condición social y, como hemos visto en algunos países, en
razón de su condición de migrante, cuaresma nos invita a dar un testimonio muy
claro y decidido por la inclusión de todos los seres humanos, estando atentos a
cualquier condición que atente contra la dignidad humana, con voz profética
para denunciarla y buscar caminos de integración.
Otra pregunta que podríamos hacernos va en la línea de la praxis de Jesús.
Un Jesús libre de la Ley cuando ella atenta contra los seres humanos, libre del
Templo cuando este no es liberador sino mediación de ritos externos, libre del
tener para vivir la solidaridad, libre del poder, practicando el servicio,
libre de las búsquedas personales para construir el bien común. ¿Es nuestra fe
generadora de libertad o nos encierra en legalismos, fundamentalismos,
escrúpulos, vanaglorias? En tiempos donde crecen las posturas tradicionalistas se
necesita vivir una experiencia de fe que libere, permitiendo entender los
signos de los tiempos y responder a ellos.
Muy importante es preguntarnos sobre la dimensión social y política de la
fe. Las experiencias religiosas han de ser para la vida, para la construcción
de sociedades más justas y en paz, para realizar obras de misericordia y
solidaridad que actualicen para el presente, la vivencia de las primeras
comunidades cristianas. No debería pasarnos lo que relata la parábola del Buen
Samaritano (Lc 10, 25-37) de dejar a los caídos en el camino por “no mancharse”
para cumplir con la purificación ritual o permanecer indiferentes ante la
realidad de los hermanos porque se tiene prisa con el cumplimiento de los
oficios religiosos. Nuestra conciencia socio política ha de ser lúcida, siempre
apoyando las políticas que garanticen la justicia para todos y rechazando
aquellas políticas que se centran en el lucro y la ganancia, sin importar las
consecuencias humanas y ambientales de tales propuestas. En este último
sentido, preguntarnos por la responsabilidad ecológica, es imprescindible. Hemos
ido tomando más conciencia de que la salvación de nuestro Dios no es solo para
la humanidad sino para toda la creación, pero dependerá de nuestro cuidado y
capacidad de vivir en armonía con ella, sin depredarla y extinguirla.
Tenemos cuarenta días por delante para pensar en estas cuestiones o en
muchas otras que pueden surgir en el corazón de cada uno. No dejemos pasar esta
oportunidad que nos brinda el ciclo litúrgico de tomar el pulso de nuestra fe y
reorientar la marcha. En eso consiste la conversión y se nos invita a vivirla
en este tiempo. Por supuesto, con mucha “esperanza”, como lo ha señalado el
Papa al invitarnos a vivir el Jubileo de la esperanza, sabiendo que por parte
de Dios está todo dado y depende solo de nuestra generosidad que su amor hacia
la humanidad se haga real y palpable en el mundo que vivimos.
viernes, 28 de febrero de 2025
miércoles, 26 de febrero de 2025
Ser
personas auténticas para dar buenos frutos
Comentario
al evangelio del VIII domingo del TO (2-03-2025)
Olga Consuelo Vélez
Y añadió una
comparación: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?
El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su
maestro. ¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no
miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano,
déjame sacarte la pelusa de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo?
¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente
para sacar la pelusa del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto
podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Cada árbol se reconoce por sus
frutos. No se cosechan higos de los cardos ni se vendimian uvas de los espinos.
El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca
lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca (Lc 6, 39-45)
Los domingos anteriores, el evangelio
de Lucas presentó a Jesús explicándole a sus discípulos en qué consiste el
programa del reino de Dios. En el evangelio de hoy, Jesús sigue dirigiéndose a
sus discípulos para mostrarles, con tres breves parábolas, las actitudes que
han de vivir. La intencionalidad de Lucas es que este mensaje llegue a las
comunidades y, especialmente, a los dirigentes. Estas mismas parábolas están
también en el evangelio de Mateo, pero con el objetivo de rebatir a los
fariseos.
Las parábolas son bastante claras y no
suponen demasiada explicación. La primera se refiere a los discípulos que han
de aprender de su maestro y solo, cuando estén instruidos, podrán hablar con
autoridad. Parece que algunos se atrevían a actuar como maestros sin tener la
suficiente preparación, de ahí que Jesús les pregunte si “un ciego puede guiar
a otro ciego”. En realidad, esto sucede también en nuestro presente, cuando
algunos, sin la preparación suficiente o sin la actualización que exigen los
signos de los tiempos, siguen apegados a tradicionalismos o fundamentalismos
que no dicen nada a los jóvenes de hoy y no permiten mostrar una fe más
significativa para nuestro presente.
La segunda parábola se refiere a
aquellos que ven todas las carencias en los demás y no se dan cuenta de sus
propias limitaciones e, incluso, de sus propios pecados. La parábola los
compara con quienes ven en los demás “vigas” y en sí mismo solo ve “pelusas”,
cuando en realidad, puede ser todo lo contrario. Es una llamada a la
comprensión y misericordia hacia los demás, actitudes que surgen cuando hay
humildad suficiente para saberse limitado y con necesidad de mejorar, como
todos los demás.
La tercera parábola, valiéndose de la
comparación con el árbol que da buenos frutos, llama a reconocer que estos
frutos solo pueden provenir de un árbol sano. Así es el corazón humano. Da los
frutos de lo que hay en él. Si tiene amor, dará amor, si tiene odio, dará odio.
De ahí la importancia de la propia autenticidad para que nuestra vida de los
frutos propios de quienes viven el bien y la bondad.
El evangelio de hoy, por tanto, es
interpelante para las comunidades cristianas, las cuales han de ser espacios de
crecimiento mutuo, con humildad y consideración, buscando ser personas buenas y
verdaderas para dar los frutos propios de quienes viven el programa del reino
de Dios anunciado por Jesús.
jueves, 20 de febrero de 2025
miércoles, 19 de febrero de 2025
Brindar al mundo “exceso” de amor
misericordioso como lo hace nuestro Dios
Comentario al evangelio del VII domingo del TO 23-02-2025
Olga Consuelo Vélez
A ustedes que me escuchan yo les digo: Amen a
sus enemigos, traten bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen,
recen por los que los injurian. Al que
te golpee en una mejilla, ofrécele la otra, al que te quite el manto no le
niegues la túnica. Da a todo el que te pide, al que te quite algo no se lo
reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Si
aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a sus
amigos. Si hacen el bien a los que les
hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen. Si prestan
algo a los que les pueden retribuir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores
prestan para recobrar otro tanto. Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan
el bien y presten sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa y
serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados. Sean
compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán
juzgados; no condenen y no serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y
se les dará: recibirán una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante.
Porque con la medida que ustedes midan serán medidos (Lucas 6, 27-38)
El domingo pasado reflexionábamos sobre el
pasaje de las bienaventuranzas. El evangelio de hoy continúa esa presentación
de los valores del reino mostrando tres actitudes concretas en las que se
presenta la diferencia entre una sociedad donde cada uno ve por su propio
interés y lo que ha de ser el actuar cristiano. La primera se refiere a los
enemigos, a los que tratan mal o injurian. Sobre ellos se dice que se han de
amar, tratar bien, bendecir, rezar por ellos. La segunda se refiere a los que
usan la violencia o roban las pertenencias. La respuesta es no poner
resistencia y darle todo lo que se tiene. La tercera es dar todo lo que pidan y
si alguien quita algo, no reclamarle. Vistas estas actitudes en sociedades como
las nuestras tan llenas de violencia y de aprovechamiento de unos sobre otros,
resulta muy difícil ponerlo en práctica. Pero la cuestión no es tomar al pie de
la letra los ejemplos señalados sino entender el espíritu de lo que significa
la vida cristiana. En realidad, se resume en la llamada “regla de oro”: hacer a
los otros lo que queremos que ellos nos hagan. Y la fundamentación de tal
actuar también radica en que la gente se porta bien con los que se portan bien,
con las personas que ama. Pero no lo hace con los que no ama. Y aquí viene la
pregunta para el cristiano: ¿Qué mérito se tiene si solo se hace el bien a los
que se ama? Eso lo hacen todas las personas. La vida cristiana tiene algo más
que ofrecer al mundo. Allí donde impera la violencia puede ponerse la paz. Allí
donde impera el egoísmo, puede implementarse el compartir. Allí donde prima la
indiferencia, puede ponerse la atención a los otros, buscando también lo mejor
para ellos.
Ahora bien, la razón para este comportamiento
lo explicita la segunda parte del evangelio: “Ser compasivos o misericordiosos
como Dios es misericordioso”. En este mismo texto, pero en la versión de Mateo,
se dice “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto”. Y ambos textos remiten
al texto del Levítico (19,2): “sean santos como Dios es santo”. Ahora bien, la
santidad en Israel implicaba la “separación” para participar de lo sagrado y se
hablaba de ello en el ámbito ritual. Conocemos que Jesús cuestiona esa pureza
ritual que excluye a muchos. Por tanto, hablar de Dios como misericordioso
puede ser mucho más significativo que los otros términos. De hecho, el Antiguo
Testamento también habla de Dios como misericordioso y el evangelio de Lucas lo
presenta en este texto muy diciente para sus destinatarios que son los pobres y
excluidos.
La vida cristiana, por tanto, está llamada a
testimoniar el amor misericordioso de Dios y esa misericordia siempre es
“generosa, apretada, sacudida, rebosante”. Si hay algo que los cristianos
pueden ofrecer al mundo de hoy es ese “exceso” de misericordia porque,
efectivamente, todos necesitan de ese amor gratuito en muchos momentos de la
vida y para algunos es la única posibilidad de levantarse de las situaciones de
injusticia a las que las estructuras de pecado los someten. El evangelio
termina con el refrán de oro expresado de otra manera: “de la forma que midan,
así serán medidos”. Ojalá que estos valores del reino sean vividos con mayor
radicalidad, con total generosidad como Dios mismo lo hace con absolutamente
todos sus hijos, aunque sean ingratos y malvados.