Evangelizar más con obras que con argumentos
La
evangelización es una tarea que no depende sólo de nosotros. Es Dios mismo quien
nos invita a dar testimonio de lo que El realiza en nuestras vidas y en nuestra
realidad y sólo su gracia puede sostenernos en este empeño. Pero también es
esfuerzo nuestro y supone la responsabilidad de buscar los mejores medios para hacer llegar a muchos el anuncio.
Si miramos el
libro de los Hechos de los Apóstoles donde se nos narran los primeros esfuerzos
misioneros de dos grandes figuras de los orígenes cristianos –Pedro y Pablo-,
podemos aprender de ellos. Pablo, el apóstol de los gentiles, no tuvo el camino
fácil. Cuando pretendió evangelizar a los atenienses a fuerza de argumentos,
recibió como respuesta las burlas de unos y la salida más diplomática de otros:
“sobre esto te escucharemos en otra ocasión” (17,32). Y, aunque algunos
creyeron, no tuvo más remedio que marcharse. Más adelante parece que Pablo
aprende de esa experiencia y su mensaje se centra más en la acción del Señor
Jesús en su propia vida: “Sépanlo, no me envió Cristo para bautizar, sino para
anunciar el evangelio y no envolverlo en discursos sabios: de otra manera se
desvirtuaría la cruz de Cristo” (1 Cor 1,17). Pablo entiende que su anuncio ha
de centrarse en el Mesías crucificado “fuerza de Dios y sabiduría de Dios”
porque “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana y la debilidad
de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres” (1 Cor 1, 23-25).
Por su parte,
Pedro evangelizando se evangeliza a sí mismo –podríamos decir hoy-. Es en su
encuentro con Cornelio -quien no era judío- es donde se da cuenta que el
Espíritu desciende sobre judíos y no judíos y exclama: “¿quién podría negar el
agua del bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo, igual que
nosotros?” (Hc 10,47). Ya sus palabras no son una teoría aprendida –el señor le
había revelado que no debía considerar impuro a ninguna persona (Hc 10,28)-
sino una realidad que le cambia su corazón y su mente.
¿Qué aprendemos entonces de estos pasajes? No es la sabiduría de las
doctrinas lo que llega a los demás sino la cruz de Cristo. Pero esta cruz no
quiere decir un cristianismo de sufrimiento y tristeza sino la consecuencia de
quien viviendo como Jesús se empeña en transformar el mal a fuerza de bien. La
cruz es la consecuencia de no tomar el camino de las armas, ni el de la
imposición de las ideas por la fuerza, sino el camino del testimonio y la
fidelidad, a semejanza del siervo de Yahvéh: “no rompiendo la caña quebrada, ni
apagando la mecha que está por apagarse” (Is 42, 3). Esa cruz es la que tiene
valor redentor. Y, por otra parte, al estilo de Pedro, ir con los ojos bien
abiertos para dejarnos sorprender por los caminos de Dios que no siempre
coinciden con lo que creíamos saber de él. Es el caso de Cornelio que rompe con
toda la lógica establecida en la fe que profesaba Pedro y le hace reconocer al
Dios vivo presente en otras realidades nunca antes imaginadas.
La evangelización no es transmitir doctrinas sino comprometernos con
la transformación de nuestra realidad. En otras palabras “pasar haciendo el
bien” (Hc 10,38) como Jesús, para que sean las obras las que penetren en el
corazón del mundo y los frutos de la evangelización abarquen la complejidad y
novedad de esta historia que vivimos.
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