El “género”: ¿Teoría o ideología?
En el país se han
levantado grandes controversias por la llamada “ideología de género” que según se
dice se quiere introducir en los colegios o que atraviesa los Acuerdos de paz o
a la que se ha referido el Obispo de Roma, Francisco, por ejemplo, en la
Exhortación Amoris Laetitiia (56): “Otro desafío surge de diversas formas de
una ideología, genéricamente llamada ‘gender’ que ‘niega la diferencia y la
reciprocidad natural de hombre y mujer (…) No hay que ignorar que ‘el sexo
biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender) se pueden distinguir
pero no separar”. Sin embargo, junto a esto, en la academia, en los proyectos
sociales y en otras instancias políticas y culturales, se incorpora cada vez más
la “teoría de género” porque es una categoría de análisis que, por una parte,
deconstruye estereotipos culturales y, por otra, permite incluir a los que, con
base en esos estereotipos, se les ha dejado de lado o en condiciones de
subordinación. Es decir, es muy importante distinguir que una cosa es lo que se
llama “ideología de género”, que parece negativa; y muy otra cosa es una teoría
de género, que es necesaria e indispensable. De ahí la necesidad de discernir y
“quedarse con lo bueno”.
Concordamos con la
explicación que da Francisco sobre la ideología de género en su Exhortación. Pero
también estamos de acuerdo con la “teoría de género”, entendida como aquella
que nos ha hecho comprender que el hecho de nacer mujer o varón (biológicamente
hablando) no debe determinar (culturalmente hablando) que la mujer sea
“sentimental, intuitiva, impulsiva, casi irracional por todo lo anterior”, etc.,
y el varón sea “racional, frío, independiente, de grandes proyectos, capaz de
dirigir naciones y empresas, líder innato”, etc.
Esas actitudes que se
atribuyen a las mujeres y a los varones en razón de su sexo biológico han llevado
a que las mujeres sean consideradas de segunda categoría, se les haya negado la
posibilidad de estudiar, limitadas a los oficios domésticos, dependientes de
los varones, incapaces de llevar su propia vida y, a los varones, se les haya hecho
sentir dueños de todo, incluidas las mujeres y, además, se les haya impedido
ser tiernos, llorar, ocuparse de la crianza de los hijos, etc. Todo esto se
corresponde a lo que antes llamamos “estereotipo cultural” y que ha hecho mucho
daño a varones y mujeres. La categoría “género” ha permitido darnos cuenta de que
eso no debe ser así.
También esta categoría
ha permitido “incluir” a los que han permanecido excluidos. Cuando se habla de
perspectiva o enfoque de género lo que se pide es que se incluya, especialmente
a las mujeres –porque han sido las más excluidas en el sistema patriarcal de
nuestras sociedades (machismo que el Papa también señala) en todas aquellas
instancias en las que no se les ha permitido entrar o no se les quiere dejar
entrar o no se toma conciencia de que deben entrar. Y también este enfoque de
género quiere responder a las necesidades particulares de mujeres y varones
frente a la realidad. En el caso de los Acuerdos de Paz, hay claramente un enfoque
diferencial de género que toma en cuenta las situaciones particulares de las
mujeres –especialmente- pero también de los varones, para restituirlos tal y
como cada género precisa. Ciertamente este enfoque no es negativo ¡sino todo lo
contrario!
Pero lo que ha asustado
tanto, por ejemplo, en los Acuerdos de Paz es que también los excluidos de
nuestra sociedad son la población LGBTI y un país que pretende construir la paz
no puede dejarlos fuera. Son colombianos, compatriotas, verdaderos hijos e
hijas de nuestro Dios. Ante este hecho inobjetable el mismo Papa dijo: “Si una
persona es gay, ¿quién soy yo para juzgarla?
En fin, todo lo
anterior implica muchos aspectos y no alcanza este espacio para tratarlos. Pero
lo que interesa desde una responsabilidad humana y cristiana es tomar
conciencia de que cuando se habla de “género” hay que distinguir entre
“ideología” y “teoría” y no es ético ni cristiano, llamar a todo ideología,
cuando lo que hay en juego es la dignidad de las personas y la superación de
estereotipos de opresión. El cristiano ha de saber dialogar y no puede actuar
bajo imaginarios sino con razones válidas, que permitan la convivencia, la
tolerancia y la verdad, en este mundo actual, irreversiblemente plural a nivel
cultural y religioso. Además, un mundo en el que la Palabra de Dios sigue
vigente, siempre y cuando sepamos ofrecerla como Buena Noticia de salvación y
no como arma de condena y exclusión, tan lejano esto a la praxis del Reino
anunciada por Jesús.
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