Derribar los muros y tender puentes
Una de las noticias más
preocupantes que se escucharon una vez asumió el presidente electo de los
Estados Unidos, Donald Trump, fue su decisión de construir un muro en la
frontera con México. Fue una de sus consignas de campaña y no tardó en ponerla
en práctica. Cuesta creer que haya inmigrantes –ya con sus papeles en regla en
Estados Unidos- que apoyen endurecer las leyes para otras personas que están
pasando por las situaciones que ellos ya vivieron. Lógicamente no fueron sólo
estos los que votaron por el presidente. También lo hicieron muchos norteamericanos
de clase media que quieren recuperar su poder adquisitivo y, por supuesto,
todos aquellos que no miden las consecuencias globales de lo que implican
determinadas promesas porque solo se fijan en su bien particular o inmediato.
Pero desde otro
contexto, no es la primera vez que con la construcción de muros se intenta “aparentemente”
solucionar problemas. Por ejemplo, en Rio de Janeiro en el 2009, se comenzó a
construir un muro en las favelas (barrios de invasión) para evitar, según el
gobierno, que se expandieran por la ciudad y afectarán el bosque nativo aunque,
en realidad, fue una forma de ocultar el drama social que vive Brasil: un país
con tanta riqueza y, al mismo tiempo, con tantos pobres.
El Papa Francisco, al
inicio de su pontificado, dijo que “el cristiano no levanta muros sino
que construye puentes” (8-05-2013) y, más recientemente, que debemos derribar
los muros que nos dividen y construir puentes que permitan disminuir las desigualdades, que
aumenten el bienestar, la libertad y los derechos, porque “a mayores derechos,
mayor libertad” (11-11-2016). Los cristianos, por tanto, no podemos ser ajenos
a este momento actual, donde el drama de la migración clama por una respuesta
humanitaria y, por supuesto, cristiana. El migrante no puede ser un problema
sino una oportunidad de repensar las injusticias que originan esas situaciones
y un compromiso para buscar soluciones adecuadas a la dignidad de todo ser
humano.
En nuestra realidad
colombiana, también hay una llamada a no construir muros sino a tender puentes.
Concretamente, con el proceso de paz que hemos iniciado, no podremos avanzar si
no existe esta actitud en nuestros corazones. En cierto sentido, construir
muros es más fácil porque existen muchas razones que pueden avalar esa
situación y no exige nada de nuestra parte. Esos, “los otros”, detrás del muro,
son los culpables y nosotros nos estamos defendiendo. Solución rápida pero muy
engañosa. En cambio, tender puentes, nos pide salir de nosotros mismos para
acoger a los demás y no sólo esto, sino ayudarlos hasta las últimas
consecuencias. A semejanza de la parábola del Samaritano (Lc 10,9-37), no basta
con detenernos en el camino sino que hay que levantar a los caídos, sanar sus
heridas y cuidarlos hasta que puedan reiniciar la vida. Algunos estarán
pensando: y, ¿quiénes son esos caídos en el camino? ¿los campesinos desplazados
y víctimas del conflicto armado? ¡Por supuesto! Pero también todos los
desmovilizados que necesitan ser reintegrados a la sociedad y a quienes no se
les puede negar un futuro, no sólo por ser seres humanos sino, desde nuestra
fe, por ser hijos de nuestro mismo Dios Padre-Madre.
Lamentablemente, los
medios de comunicación que deberían servir para apoyar estos procesos tan
difíciles, a veces hacen lo contrario. Estos días, no es extraño escuchar que
cualquier cosa negativa que pasa en el país, parece perpetrada por los
desmovilizados o los disidentes del proceso de paz. Seguro, algunos hechos así
lo serán, pero no todos. Por el contrario, no se ve, en los medios de
comunicación, el esfuerzo por comunicarnos la esperanza que se va viviendo en
algunas zonas campamentarias, como por ejemplo, en La Paloma, corregimiento de
Madrigal (Nariño), donde la gente del pueblo recibió a trece guerrilleros implicados
en el proceso de dejación de armas, con una inmensa bandera blanca y cantando a
coro: “se vive, se siente, la paz está
presente” (14 de enero de 2017).
En el Antiguo Testamento
el libro de Josué nos relata la dificultad para conquistar Jericó porque tenía
un muro que la protegía. Pero Yahvé le dice a Josué que al llegar allí, rodeen
la ciudad dando vueltas durante seis días, y al séptimo día, los sacerdotes
toquen la trompeta y todo el pueblo implore a Dios. De esa manera el muro de la
ciudad se vendrá abajo. Así lo hicieron y así conquistaron Jericó (Jos 6, 1-5).
Esto puede suceder también hoy: los
muros se derriban cuando el pueblo se reúne con un propósito, cuando se alza la
voz y se reclama justicia, cuando se cree en la fuerza de la solidaridad y del
amor.
No sabemos cómo seguirán
las políticas de los Estados Unidos. Tampoco como seguirá el proceso de paz.
Pero si sabemos que está en nuestras manos identificar los muros construidos
por el egoísmo y transformarlos en puentes que hagan “otro mundo posible”. Como
tantas veces Jesús le dijo a sus discípulos: “no teman, hombres de poca fe” (Mt
8, 26), hoy también nos lo dice a nosotros. Hay esperanza y hay vida porque
Dios está de nuestro lado y no nos dejará nunca de su mano. Él sólo necesita
nuestra apertura de corazón y mente para tener una mirada positiva sobre la
historia humana, sin dejar de soñar con otra manera de vivir y de amar acorde
con el querer divino. Y necesita, efectivamente, nuestras obras para que con
ellas derribemos todos los muros –de cualquier índole- y tendamos puentes para
abrazar, ayudar, comprender, acoger, respetar y, sobre todo, transformar, las
políticas injustas en vida y oportunidad para todos y todas en todo lugar de
este bello planeta que habitamos.
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