lunes, 6 de marzo de 2017

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER


El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Pero es una conmemoración mal entendida en algunos contextos. Se cree que es para regalar a las mujeres dulces y flores y, en verdad, hasta algunas de ellas se sienten halagadas con eso. No se duda de la buena voluntad de los varones al tener ese tipo de detalles o de las empresas al mandar algún regalo a sus empleadas ese día. Pero con eso se constata que el significado de esta conmemoración no se ha entendido suficientemente. 

Por eso no sobra intentar explicitar, una vez más, su verdadero sentido. Lo que se pretende conmemorar es la lucha que se ha tenido que hacer para que las mujeres puedan ser reconocidas en igualdad de derechos que los varones. Y esa lucha no ha sido fácil hasta el día de hoy. Todavía, en algunos lugares, no es verdad que las mujeres ganen el mismo salario que los varones realizando el mismo trabajo. Tampoco se ha alcanzado que las tareas del hogar sean responsabilidad compartida donde no se diga a modo de alabanza que el esposo “ayuda” mucho en la casa. ¡No! las tareas que hace el varón no han de ser ayuda, son su responsabilidad en la tarea común que la pareja comparte. Todavía no es verdad que todos los varones se hayan comprometido con superar esa desigualdad que sufren las mujeres. Para ellos e incluso para algunas mujeres, aquellas que trabajan por conseguir esa igualdad son mujeres desadaptadas o incomodas, que han perdido su feminidad. ¿Cuál feminidad? ¿la de mantener la desigualdad y el estereotipo de mujer que solo vive para el servicio de los varones?  

Y qué decir de los feminicidios y la violencia de género que todavía tantas mujeres sufren. No sólo física sino también psicológica. En fin, los hechos se podrían multiplicar indefinidamente. Pero lo que interesa resaltar es que el Día Internacional de la Mujer ha de llevarnos –a todos en la sociedad- a examinar nuestro compromiso con erradicar toda violencia contra las mujeres y toda desigualdad que se base en el hecho de ser mujeres. Y esto, tanto social como eclesialmente. No es una moda pasajera. Tampoco es un asunto de mujeres y menos de mujeres desadaptadas. Es una exigencia ética que cobija a todos en la sociedad y en la Iglesia. 

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