En este espacio se consignan reflexiones sobre los hechos que suceden vistos desde la fe y con el ánimo de suscitar conciencia crítica, reflexión y compromiso cristiano.
domingo, 30 de abril de 2017
domingo, 23 de abril de 2017
miércoles, 19 de abril de 2017
El tiempo de Pascua
El tiempo de Pascua es tiempo privilegiado para
renovar nuestra experiencia de fe. No creemos en doctrinas, en leyes o en
tradiciones. Creemos en el Resucitado de quien surge y se consolida cualquier
doctrina, ley o tradición. Ese es el sentido correcto de la relación fe y
expresión de la fe y no al revés. Porque la doctrina por ella misma puede
limitar la creatividad. La ley puede convertirse en carga pesada. La tradición
puede anquilosarnos en el pasado. Pero si la vitalidad proviene de la vida del
Resucitado siempre habrá doctrina actualizada a los tiempos actuales, leyes al
servicio del ser humano, tradiciones que nos conectan con los orígenes pero nos permiten seguir
construyendo futuro. La experiencia pascual tiene, por tanto, el punto de
partida en el encuentro con Jesús resucitado lo que implica relación, diálogo,
dinamismo, misión, futuro. Es una fe de vida y de camino. Es una fe de apertura
y no de límites. Es un kairós, es decir, una “gracia” que se nos regala y nos
transforma desde dentro. La resurrección del Señor no es algo externo al
creyente sino un dinamismo que vive el creyente. La llamada no es sólo a creer
en el Resucitado sino a actuar como resucitados. Es decir, que el Espíritu del
Señor resucitado guie y dinamice nuestra vida. Los demás podrán creer en la
resurrección del Señor en la medida en que vean que actuamos con su mismo
Espíritu. Por eso el tiempo de Pascua nos invita a revisar nuestro actuar y
preguntarnos si a través nuestro pueden los demás descubrir a Jesús resucitado.
Si está siendo efectiva esa gracia divina que se nos regala con su presencia.
Por tanto, es tiempo de ahondar nuestro compromiso y mostrar que nuestra fe se
traduce en obras de amor, justicia y paz en este presente que vivimos.
sábado, 15 de abril de 2017
Pascua de Resurrección
El evangelista Juan nos relata que el primer
día de la semana, fue María Magdalena muy de madrugada al sepulcro. Su amor
sincero de seguimiento a Jesús le dio el valor suficiente para no huir como
hicieron muchos de los discípulos después de la muerte en cruz del Maestro
sino, por el contrario, ir al sepulcro donde habían llevado a Jesús para ofrendar
su memoria. Pero se lleva una sorpresa inesperada: la piedra está removida y
corre a contárselo a Pedro quien con el discípulo amado van y encuentran la
tumba vacía. Vuelven a casa pero María Magdalena continua en aquel lugar
llorando por el cuerpo del Maestro que no sabe dónde lo han puesto. Y ahí
ocurre el misterio fundamental de nuestra fe: Jesús se le aparece,
convirtiéndola en la primera testigo de la resurrección. María Magdalena cree
que es el hortelano el que le está hablando y solo cuando Él la llama por su
nombre, ella puede reconocerlo y convertirse en discípula y evangelizadora.
Jesús la envía a comunicar la buena noticia a los demás, haciéndole entender
que la gracia pascual es para comunicarla, porque su vida ha de llegar a todos.
A partir de ahí comienza la experiencia pascual que es la razón de nuestra fe. A
esa misma experiencia estamos llamados. Hemos de descubrir al resucitado en la
realidad que nos rodea y comunicar la fuerza de su presencia. Donde hay muerte
Él se aparece como vida. Donde hay tristeza Él se aparece como alegría. Donde
hay guerra Él se aparece como paz. Pero, precisamente, este es el mensaje que
hemos de anunciar para que la Buena Noticia de la resurrección alcance toda la
realidad. La vida cristiana implica, por tanto, la experiencia pascual y la
comunicación de esa experiencia. La vida del Resucitado es para vivirla y comunicarla.
Seamos, entonces, testigos de Jesús vivo en toda circunstancia.
miércoles, 12 de abril de 2017
El Jueves Santo celebramos un misterio
fundamental de nuestra fe: a Jesús mismo hecho Eucaristía, quedándose para
siempre con nosotros, prometiéndonos alimentar nuestra fe y fortalecer nuestros
pasos. Pero esa presencia viva en la Sagrada Comunión no es una realidad
intimista como a veces erradamente se entiende sino una experiencia
profundamente comunitaria, donde el amor fraterno es el signo y realización de
la presencia eucarística entre nosotros. Así lo relatan los evangelistas: como
una cena donde Jesús reparte el pan y el vino, signo de su propio cuerpo y
sangre, que se parte y se reparte entre los suyos. Y, el evangelista Juan,
relata el hecho de otra manera más gráfica aún: con el lavatorio de los pies.
Es decir, el amor fraterno tiene una característica muy singular: implica ese
mutuo servicio entre los hermanos y hermanas, ese ponerse a los pies de los
demás –no en señal de humillación- sino como gesto de servicio y amor total y
desinteresado por todos, de amor al extremo como Jesús lo hace por cada ser
humano. El Señor Jesús, como Maestro y Señor, da ejemplo y nos invita a hacer
lo que él hizo. En otras palabras, en el amor fraterno no hay amos y siervos,
señores y sirvientes, jefes y súbditos. En el amor fraterno hay hermanos y
hermanas que se disponen a lavarse los pies unos a otros porque nadie es mayor
que nadie y todos están dispuestos al servicio generoso y a la entrega mutua.
Desde aquel Jueves Santo está clara la dinámica de amor y servicio de la vida
cristiana. Y cada Eucaristía dominical ha de llevarnos a renovar ese
compromiso. Por eso, pidamos al Señor que escuchemos las palabras que nos
dirige en el evangelio de Juan: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Porque
yo les he dado ejemplo para que también ustedes hagan con los demás lo que yo
he hecho con ustedes”.
jueves, 6 de abril de 2017
Vivir el misterio pascual desde el
horizonte de la misericordia
Nos preparamos
nuevamente para celebrar el misterio
pascual: la muerte y resurrección de Jesús. Pero esto no lo podemos
hacer al margen de la realidad concreta que vivimos. Por eso la Semana Santa no
puede quedarse en el cúmulo de celebraciones litúrgicas que ocupan esos días
sino que han de estar cargadas de la vida misma donde la fe se hace acto y la
resurrección es la meta que esperamos.
Por eso nos
preguntamos: ¿cuáles son las cruces que traemos? ¿Quiénes los crucificados de
este tiempo presente? ¿cuáles las causas de estas cruces? En Colombia la
construcción de la paz alienta nuestra esperanza pero no deja de estar cargada
de cruces que hemos de saber llevar para superar y transformar. Implementar los
“Acuerdos de Paz” no es tarea fácil. Son muchas las exigencias que supone y se
necesita muy buena voluntad de todas las partes para ir poniendo en práctica lo
acordado y para no detener la marcha, por muchas dificultades que surjan. Por
eso esta realidad que vivimos no puede ser ajena a esta semana santa sino que,
por el contrario, ha de llenar nuestras celebraciones de manera que encontremos
en ellas la ocasión precisa para fortalecer este empeño por la paz y tener más
confianza en que la resurrección es posible.
Pero también están
todos los demás problemas en los que se juega la vida de los más pobres. Hace
falta más voluntad política para que los planes de desarrollo busquen
transformaciones estructurales que cambien, en primer lugar, la vida de los últimos
de cada momento. Los beneficios para unos no pueden sacrificar la vida de la
mayoría. Pero así, por desgracia, sucede muchas veces. Ahora bien, desde la
experiencia de fe, no puede imperar la lógica de la mayor ganancia o de la
eficacia por sí misma. Lo que interesa es la vida de la gente y la cruz de
Jesús nos lo recuerda incesantemente.
Si a Jesús lo
crucificaron fue por poner en primer lugar a la persona. Para él no contaba la
ley, ni lo establecido, ni lo que siempre fue así, cuando algo de esto atacaba
la dignidad del ser humano. Pero a veces no parece, que los cristianos hubiésemos
entendido ese mensaje que Jesús nos da con su propia vida. Muchas veces por una
conciencia ingenua o irresponsable o egoísta –cada uno puede ver en donde se
sitúa- apoyamos gobiernos que no piensan en los más pobres sino en la lógica
del mercado, la competencia y la ganancia para los más ricos. Así se explica el
avance del neoliberalismo o, como el Papa dice, “de esta economía que mata” y
de gobiernos que siguen enarbolando esas banderas, acabando una vez más, con
los derechos sociales que deberían llegar cada vez a más gente.
¡Nada de lo que pasa
en el mundo es ajeno a la fe y al misterio pascual que celebramos! ¿cuándo
lograremos entenderlo? Y si ampliamos la mirada no podemos dejar de lado el
drama de la inmigración, sobre todo en Europa, por lejos que este en cierto
sentido esa realidad, ni mucho menos la situación de Estados Unidos donde los
inmigrantes están amenazados no sólo por medidas efectivas que se quieren
implementar contra ellos, sino también por la mentalidad que se alimenta de
fomentar el nacionalismo viendo a los otros como peligro y causa de los
problemas que les aquejan.
Esas y muchas otras
realidades -que no alcanzamos a nombrar aquí- son las cruces de este siglo XXI,
cruces que esperan la resurrección que Cristo nos trae. ¿Cómo vislumbrar,
trabajar, abrir caminos para que la resurrección sea posible? Lógicamente la
resurrección es don de Dios, gracia suya, que no podemos alcanzar por nuestros
méritos ni esfuerzos. Pero mirando a Jesús si podemos seguir su camino,
confiados de que por ahí se hace posible la vida resucitada.
¿Cuál es este camino?
Fidelidad al amor de Dios por la humanidad, por toda ella, buscando la vida
digna y plena para todos. Atención preferencial por los más necesitados de su
tiempo. Es decir, saber mirar la realidad desde ellos y con ellos. Desde abajo
y no desde arriba. Desde el servicio y no desde el poder. Desde la lógica del
reino y no desde la lógica de la libre competencia o del poder del más fuerte.
De esta manera se abren caminos para la resurrección.
Y una nota más: con la
misericordia como horizonte para acercarnos a todas las realidades. Este es uno
de los aspectos que el Obispo de Roma más ha señalado y no por capricho
personal sino porque responde a la esencia más honda del evangelio del reino.
¿Es esta la actitud que dirige y sostiene nuestra vida cristiana? No olvidemos
que el Papa en la Carta Misericordia et Misera con la que se concluyó el
Jubileo extraordinario de la Misericordia, invita “a dejar paso a la fantasía
de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la
gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos ‘muchos otros signos’ que Jesús
realizó y que ‘no están escritos’ (Jn 20,30), de modo que sean expresión
elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él”
(MM No. 18).
Por tanto, que la
vivencia del misterio pascual nos regale la creatividad suficiente para
impregnar de misericordia nuestro mundo para que la resurrección sea una
experiencia fecunda no solo de un tiempo litúrgico sino del día a día donde el
reino ha de hacerse presente a través de nuestro testimonio comprometido.
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