A sembrar trigo abundante
Los
Acuerdos de Paz en Colombia se firmaron definitivamente el pasado 24 de noviembre, después
de la derrota del plebiscito y en un clima de resistencia por la polaridad de
posiciones entre los que decididamente apoyan el acuerdo y los que se resisten,
también “decididamente”. No pretendo hacer un análisis de la situación sino comentar
desde una reflexión eminentemente pastoral, lo que creo podría empujarse desde
una visión de fe.
Lo
que se palpa de diversas maneras es que la implementación de los Acuerdos de
Paz no es una tarea fácil. Implica dinero, acciones concretas, legislaciones
específicas y, sobre todo, “buena voluntad”, “honestidad” y “empeño” para que
llegue a ser posible. Lo primero, no está en nuestras manos porque muchos no
estamos en los círculos designados para ello. Pero, lo segundo, depende de
todos los que vivimos en este contexto y a los que nos implica la construcción
de una patria en paz. Pero aquí vienen todas las dificultades que también se
perciben y que abarcan diferentes aspectos.
Uno
que me parece significativo es que en este tiempo de implementación sigue
vigente la realidad que hemos vivido a lo largo de estos más de 50 años de
conflicto. Me refiero a la existencia, de hecho, de “dos Colombias”. La que ha
vivido el conflicto de cerca y ahora siente que su territorio vuelve a
reacomodarse, en algunos aspectos para bien –no hay guerra-, en otros para más
complejidad –inserción de los desmovilizados, recuperación de tierras, vuelta
de los desplazados, etc.- y la Colombia de las grandes ciudades donde solo
hemos sentido la guerra –en los atentados- o en las noticias de la televisión,
pero que no la hemos vivido, en el día a día, porque nos movemos en espacios
mucho más seguros y que no parecen alterarse con la firma de los Acuerdos. Los
creyentes, que vivimos en esta Colombia, tenemos que hacer un acto de verdadera
conversión para agrandar el corazón y sentir que nuestra patria es también la
Colombia directamente afectada por el conflicto y que lo allí pasa nos implica
y no podemos pasar indiferentes ante ello.
Otro
aspecto que influye para bien y para mal en este tiempo de construcción de la
paz es el papel que juegan los medios de comunicación. Ellos nos comunican lo
que les parece y con su propia interpretación y, sinceramente, no veo que sea
de la manera más completa y positiva. He escuchado muchas más noticias de los
aspectos negativos –que algunos son verdad, sin duda- que de los aspectos
positivos que se van consolidando. Pareciera que ahora todo lo malo es fruto de
los desmovilizados o de los disidentes y la manera como se presentan los
titulares aumenta el desánimo frente al acuerdo más que ayudar a discernir lo
que sigue pasando por tantas otras causas y no por la firma del acuerdo. En
este sentido, también necesitamos un compromiso fuerte para buscar otros medios
de información y escuchar otras voces, otras miradas, aquellas que surgen de
los que están en las zonas implicadas y que conocen las dificultades pero,
sobre todo, los logros que se van alcanzando.
Pero
tal vez la mayor dificultad es la incapacidad que parece, nos acompaña, de
cambiar miradas, de convertir intenciones, de superar nuestras miopías y
empeñarnos en la construcción de la paz en este país que es de todos. Parece no
haber servido de nada el “constatar” todas las “mentiras” que se vendieron para
que triunfara el “no” en el Plebiscito porque algunas personas siguen invocando
las mismas razones para no apoyar el proceso y parecen ancladas en unos
imaginarios que benefician a los que no les conviene la paz sin darse cuenta
que, con su actitud poco reflexiva o incapaz de cambiar en pos de un bien
mayor, retrasan el devenir positivo de la historia, impiden que otra manera de
vivir y soñar sea posible para las nuevas generaciones colombianas. Parece
confundirse el color político con un proyecto que supera todos los partidos y
todas las personalidades que enarbolan sus banderas. Con la construcción de la
paz no se beneficia el actual gobierno o el que sigue. Nos beneficiamos todos y
lo necesitamos con urgencia.
Es
bastante irónico que las voces internacionales –incluido el Papa Francisco- apoyen
tanto este proceso y lo consideren el mejor de los acuerdos posibles y mucho
mejor que los que se han hecho en otras realidades y muchos colombianos/as
mantengan esa actitud tan apática y tan negativa.
En
fin, todas las posturas son posibles y habrá muchos hechos para demostrar los
errores del proceso, pero también hay muchísimos hechos para mostrar lo
positivo del camino recorrido: las armas se han silenciado y, si seguimos así,
podremos dejar de ser un país en guerra. ¿Por qué no apostarlo todo para
conseguirlo?
Legitimas
las posturas que cada uno tome. Pero si uno mira el evangelio y quiere vivir
una fe coherente, no se puede estar del lado de las resistencias, la mala
voluntad, la siembra de cizaña, el anclarse en el pasado o el exigir unas
condiciones imposibles de cumplir. La fe nos pone del otro lado: el de la
esperanza, el compromiso, el sembrar trigo abundante allí donde solo parece
haber cizaña (Cfr. Mt 13, 24-30). Y todo esto no por una mirada ingenua sino
por una consciencia responsable que lee, se informa, escucha a las víctimas, las
acompaña y apoya todos los esfuerzos por la paz. De hecho: ¡hay muchos! Y merecen
nuestro apoyo incondicional.
Es
verdad que tenemos más problemas como la corrupción -que parece abarcar todos
los estamentos- y las políticas gubernamentales que no favorecen la justicia
social. Todo ello necesita también nuestro compromiso para hacer viable este
país. Pero trabajemos por todo y, especialmente, por la paz. Nuestro Dios, es
el Dios de la paz y la vida cristiana tiene un compromiso innegociable frente a
ella.
Foto tomada de: https://lavereda.files.wordpress.com/2008/08/fotolia_8611162_xs.jpg
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