¿Y hasta cuándo una sola mujer en los espacios
sinodales?
Hace unos días escuchamos una nueva noticia sobre puertas que se abren
para las mujeres en la Iglesia. Son pequeñas, son muy tímidas, pero hay que
tener la paciencia histórica hasta que se abran más. Esta vez se refiere al
nombramiento de la hermana Nathalie Becquart, como subsecretaria del Sínodo de
Obispos, junto con un agustino, Mons. Luis Marín de San Martín. Ella es
francesa, religiosa de las Misioneras de Cristo Jesús y ha sido consultora de
la Secretaría General del Sínodo de Obispos desde 2019. Según la Constitución
Apostólica “Episcopalis Communio” (Francisco, 2018), “El Secretario
General y el Subsecretario son nombrados por el Romano Pontífice y son miembros
de la Asamblea
del Sínodo” (Art. 22§3), es
decir, la Hna. Nathalie podrá tener derecho a votar en el próximo Sínodo que se
realice.
Esta
noticia hay que verla en el contexto de la sinodalidad de la que tanto se está hablando
y que el papa Francisco está queriendo impulsar. La sinodalidad, dice Francisco,
no es un añadido sino algo “consustancial a la Iglesia”. Sinodalidad significa,
“caminar juntos”, laicos/as, pastores y obispos. Según el documento sobre “Sinodalidad”
de la Comisión Teológica Internacional (2018) hay diversos niveles de sinodalidad:
(1) la iglesia particular (2) Las iglesias a nivel regional (3) La Iglesia
universal. En este último nivel se sitúa, la Institución del “Sínodo de Obispos”,
creada por Pablo VI en 1965, como una de las herencias del Vaticano II,
propiciando la colegialidad episcopal.
Los
Sínodos son citados por el Papa para tratar temas que Él considera importantes para
la iglesia. Tienen carácter consultivo y, normalmente, una vez finalizado, el Papa
escribe una Exhortación postsinodal que expresa el sentir del pontífice sobre
lo tratado allí. En el último sínodo, el de Amazonía, además de la Exhortación “Querida
Amazonía” el Papa recordó que el sínodo elaboró un “Documento conclusivo” e
invitó a leerlo porque expresa mejor lo que sucede en la Amazonía ya que proviene
de las personas que conocen la situación mucho más que Él mismo o que la Curia
romana (Querida Amazonia, nn. 2-3). Estas palabras son muy importantes, pero me
parece que no se le ha dado demasiada importancia a ese documento porque
estamos muy acostumbrados a oír solo la voz de la jerarquía y no escuchamos la
voz del pueblo.
Los
sínodos convocados por Francisco (sobre la familia, los jóvenes y la Amazonia)
le han dado importancia a la etapa de consulta y tal vez por eso llegaron propuestas
audaces a la sala sinodal. Esto creó la expectativa de que, finalizados estos
sínodos, se abrirían puertas a las demandas del “sentir” del pueblo de Dios.
Pero no ha sido así. Las Exhortaciones postsinodales tienen afirmaciones muy
valiosas, retoman temas muy actuales y se tratan con un lenguaje muy asequible para
la mayoría de las personas, pero cambios estructurales no se logran dar.
Por
eso se necesita tanta formación para la sinodalidad. En otras palabras, formación
para la escucha y el discernimiento. El papa ha insistido a los obispos que
escuchen el sentir del pueblo. Así lo expresó en la Episcopalis
Communio:
“El Obispo, por esto, está llamado a la vez a caminar delante, indicando
el camino, indicando la vía; caminar en medio, para reforzarlo en la unidad; caminar
detrás, para que ninguno se quede rezagado, pero, sobre todo, para seguir el
olfato que tiene el Pueblo de Dios para hallar nuevos caminos. Un obispo que
vive en medio de sus fieles tiene los oídos abiertos para escuchar ‘lo que el
Espíritu dice a las Iglesias’ (Ap 2, 7) y la ‘voz de las ovejas’, también a
través de los organismos diocesanos que tienen la tarea de aconsejar al Obispo,
promoviendo un diálogo leal y constructivo” (n. 5). ¿Cuántos obispos en verdad
se meten en el corazón del pueblo y escuchan su sentir? Hay algunos, pero no parecen
ser demasiados porque si se ven las votaciones que se hacen en los sínodos para
aprobar las afirmaciones de los documentos conclusivos, casi siempre, las que
en verdad implican cambios, tienen la mayor votación negativa. Que no siempre
la democracia tiene la razón, es verdad, pero que hay verdades que “gritan al
cielo” y que podrían ser escuchadas por la jerarquía eclesiástica, también es
verdad.
Pero mientras llega la hora de que los pastores escuchen el sentir del
pueblo, una iglesia sinodal implica que el laicado escuche su propio sentir y
lo manifieste. Pero en un sector significativo del laicado encuentro mucho
temor a levantar la voz. Oigo demasiadas voces recomendando que tengamos
prudencia, que es mejor andar despacio, mejor no presionar los cambios, etc. Que
yo sepa, casi todos los cambios vienen de la base. Se producen porque se
levanta la voz. Se hacen necesarios porque ya no se aguanta más en una situación
que no es compatible con lo que debe ser. Por eso creo que hay que alegrarse
con el nombramiento de una mujer en el Sínodo, pero seguir levantando la voz: y
¿hasta cuándo será una sola mujer? ¿y cuando se abren más puertas? ¿y porque tanta
resistencia a los cambios que harían de la iglesia una comunidad de iguales? Algunas
personas temen que levantar la voz puede llevar a romper la comunión eclesial.
Por supuesto hay opositores a los cambios y luchan con todo por evitarlos y se
crean tensiones y dificultades. Pero la comunión también puede romperse con la
pasividad, el aguante, el conformismo, los miedos, el creer que nada puede
cambiar. No es posible evitar las dificultades y los riesgos, o la “Iglesia
accidentada” de la que habla el papa Francisco, pero más cercano al Espíritu de
Jesús es no dejar de hablar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2) para hacer
posible una iglesia sinodal, una iglesia que camina junta no solo en palabras
sino en hechos y estructuras.
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