¿Y si cuaresma
fuera tiempo de una conversión eclesial “a fondo”?
Olga Consuelo Vélez
Comenzamos de nuevo el tiempo de
cuaresma y convendría preguntarnos cómo no caer en un ciclo repetitivo de
tiempos litúrgicos donde lo que cambia son los colores de los ornamentos
litúrgicos y el tema de las predicaciones pero que no supone ninguna conversión
significativa.
Podría decirse que no siempre
tenemos que estar en conversión “a fondo” porque la vida ya se ha enrutado por
un camino y es suficiente con hacer algunos ajustes. Con seguridad hay momentos
que se viven y así y, a nivel personal, cada uno sabrá si necesita ajustes serios
o basta con avivar el entusiasmo y la entrega.
Pero a nivel eclesial los cambios
que se necesitan sí son “de fondo”. Y como la iglesia no es un templo o una
normativa sino, ante todo, somos las personas que la formamos, la conversión
eclesial “a fondo”, nos implica a todos. Hay hechos que lo ameritan: los
jóvenes cada vez están más distantes de la Iglesia, las vocaciones, como tantas
veces se dice, disminuyen y la gente, en general, ya no se preocupa por lo que
diga la iglesia a nivel moral, sino que tiene sus propias convicciones y actúa
conforme a ellas. No hay duda de que los abusos sexuales por parte del clero son
una de las causas que más provoca rechazo entre la gente, sobre todo por las
actitudes eclesiales de no denunciar abiertamente, de no tomar medidas
drásticas y, sobre todo, de no ponerse del lado de las víctimas.
Hasta el día de hoy se oye en
muchas predicaciones que la culpa de ese alejamiento de las personas de la
institución eclesial es el mundo secularizado, la increencia, los vicios, la
liberación de la mujer, el desenfreno social, la dictadura del relativismo, etc.
Es decir, muchas causas externas que nos afectan y nos alejan de Dios.
Seguramente hay una parte de verdad en esa apreciación porque somos seres muy
influenciables con lo que nos llega y el ritmo actual del mundo nos envuelve y
no es fácil ser lo suficientemente libres para mantenerse en las propias
convicciones. Pero la otra parte de verdad es lo que ocurre al interior de la
misma Iglesia y esto es lo que podemos reconocer y buscar cambiar desde dentro
en este tiempo de cuaresma.
Se necesita urgente la conversión
del modelo eclesial. De esa estructura piramidal y centrada en la figura del
sacerdote, es necesario pasar a una estructura sinodal que, significa, una
comunidad de hermanos y hermanas donde todos se disponen a caminar juntos.
Parroquias que dejen de ser templos fríos y silenciosos y se conviertan en
casas donde los que van se sienten a gusto porque se les conoce, se interesan
por sus vidas y donde pueden dar sus opiniones, sugerencias y, efectivamente,
son escuchados. No quiere decir que no se hayan dado algunos pasos en varias
comunidades cristianas. Pero cuaresma podría ser un buen tiempo para mirar la
comunidad eclesial en la que se participa y preguntarse qué modelo eclesial se
vive allí. Y dependiendo la respuesta, tomar las medidas efectivas para transformarlo
de manera que se parezca mucho más a la Iglesia de los orígenes cristianos.
Se necesita urgente la conversión
de la separación entre la vida de fe y el mundo de la vida. Ser cristiano no es
sacar tiempo para la oración diaria, la eucaristía, alguna devoción, alguna
limosna, algún sacrificio, alguna norma moral que se cumple. Ser cristiano es
vivir las 24 horas del día “haciendo el bien”. Eso implica preocuparse por lo
social, lo político, lo económico, lo cultural, lo familiar, es decir, todos
los aspectos de la vida, buscando cómo hacer para que prime el bien común, para
que todo funcione de la mejor manera para todos, especialmente para los más
necesitados. Y esa actitud comprometida con todos los aspectos de la vida es la
que llena de sentido la oración (liberándose del intimismo), la que da
contenido a la liturgia (liberándola de ritos vacíos), la que, como se dice
desde hace mucho tiempo -hace de la vida una oración y de la oración una vida-.
Que en esta cuaresma nos podamos preguntar por la implicación de toda nuestra
vida en el ser cristiano, sin la dicotomía entre lo sagrado y lo profano, entre
los momentos mal llamados “espirituales” y la vida cotidiana con absolutamente
todas sus aristas.
Se necesita urgente la conversión
hacia los temas más álgidos que por no enfrentarlos van creando ese muro de
separación entre muchas personas y la Iglesia. Temas álgidos son la participación
plena del laicado en la Iglesia y, con justa razón, de las mujeres. Es también
la moral social y sexual que no parece caminar al ritmo de las comprensiones
actuales que, no son relativismo, sino asumir la complejidad de lo humano y
buscar diferentes salidas. Es también dar la cara por tantos abusos sexuales y
de poder que han cometido miembros de la Iglesia y buscar reparar el dolor de
las víctimas. En fin, en cada contexto salen temas complejos que no han de
evadirse.
En definitiva, ojalá esta
cuaresma nos confronte con la situación eclesial del momento y discernamos “a
fondo” cómo convertirnos a una iglesia verdaderamente sinodal, una iglesia pobre
y humilde, una iglesia “en salida” que no teme herirse, ni mancharse -como lo
dijo el papa Francisco desde el inicio de su pontificado. Tal vez si asumimos
una actitud de conversión eclesial, este tiempo de cuaresma dé abundantes
frutos que alcancen a los que se han ido alejando y a los que nunca han estado
en la Iglesia para que vuelvan a sorprenderse como lo hacían los contemporáneos
de los primeros cristianos por la manera cómo vivimos, cómo nos amamos, cómo
ayudamos a todos, motivándose así, a pertenecer a este grupo que no busca el
poder sino el servicio, que sabe amar a todos y en todas las circunstancias.