miércoles, 30 de julio de 2025

 

Administrar los bienes de la tierra para el bien común

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario 3-08-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?» Y les dijo: «Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes» Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios». (Lucas 12, 13-21)



El evangelio de hoy nos trae la pregunta que un hombre le hace a Jesús sobre la herencia que su hermano no le quiere compartir. Recordemos que en Israel la mitad de la herencia le correspondía al primogénito, pero, a su vez, este ha de hacerse cargo, en caso de que fallezca su hermano, de la viuda y de sus hermanos solteros. Posiblemente en este caso, el hermano no está cumpliendo con sus deberes morales y el que se acerca a Jesús pretende encontrar en él, una respuesta que le ayude a recuperar sus derechos. Posiblemente por eso le llama “maestro”.

Sin embargo, en este caso concreto, Jesús no pretende dar una respuesta a una situación determinada sino ofrecer una reflexión más amplia sobre los valores del reino. De hecho, no se dirige al hombre que le había hecho la pregunta sino a toda la multitud. Lo que pretende mostrar es la lógica del reino, tan distinta a lo que muchos viven. En el Reino de Dios, los bienes no son lo primero y fundamental sino el compartir y que nadie pase necesidad. Para esto, Jesús relata una historia en la que un hombre rico, dialogaba con él mismo -lo cual enfatiza su propia cerrazón-, haciendo planes de cómo seguir atesorando sus riquezas. La historia señala que, ante la muerte, los bienes no tienen ninguna importancia. Lo que interesa es atesorar o cultivar la amistad y comunión con Dios y esto se hace mediante la vivencia de la fraternidad/sororidad y la misericordia para con todos.

La advertencia de Jesús “guárdense de toda clase de codicia” y el hecho de hablar de un hombre “rico” van en consonancia con las advertencias que Jesús hace a los ricos y que Lucas expresa tantas veces en su evangelio: en las Bienaventuranzas dice “Ay de ustedes los ricos” (6,24); también señala que no hay que invitar a los ricos a los banquetes porque ellos pueden devolver la invitación (14, 12); el pasaje del llamado joven rico que rehúsa vender sus bienes para seguir a Jesús (18,23) y otros pasajes, muestran que los ricos son incapaces de recibir el reino porque su corazón ha optado por otros valores.

Por todo esto, en nuestro mundo consumista y ávido de acumular tesoros, seguridades, honores, las palabras de Jesús nos invitan a poner el corazón en lo fundamental: el amor a Dios y al prójimo y la manera cómo ese amor debe administrar los bienes de la tierra para el bien común. Necesitamos buscar los valores del reino y vivirlos con autenticidad, creyendo que su puesta en práctica será capaz de generar la justicia social tan necesaria y urgente.

 

viernes, 18 de julio de 2025

 A propósito de la fiesta de María Magdalena: Las mujeres en la Iglesia. Una cuestión pendiente

Olga Consuelo Vélez

Hemos cambiado de pontificado y las noticias abundan sobre las primeras acciones de León XIV, reconociendo, en general, una continuidad con el pontificado de Francisco. Son estilos diferentes, como era de esperar, poque cada persona trae su forma de ser, su experiencia de vida, sus concepciones del ministerio pastoral, etc. Pero hay algunos aspectos que Francisco dejó pendientes y León XIV tendrá que dar alguna respuesta.

Uno muy importante es la situación de las mujeres en la Iglesia, su participación en niveles de decisión y en el acceso a los ministerios ordenados. Tan pronto asumió León XIV, por lo menos dos mujeres que conozco, religiosas y teólogas le escribieron cartas pidiéndole avances en este sentido. Una fue Magda Bennásar, española, pidiéndole “que se tome sumamente en serio el tema de la igualdad de la mujer en todos los aspectos de la Iglesia” y le pregunta: “¿Qué más necesita la Iglesia para sanar esta herida abierta por decisiones que excluyen? La falta de mujeres jóvenes en nuestras parroquias en Europa es signo de una Iglesia que no sabe acogerlas. Se van, no porque hayan perdido la fe, sino porque no encuentran un lugar que las valores y las incluya. ¿Cómo puede la Iglesia ser la última institución que no reconoce la igualdad plena entre hombres y mujeres?”. Y finaliza su carta diciendo: “le pido en nombre de miles de mujeres con vocación que escuche al Espíritu y sea valiente. No habrá nunca consenso absoluto, pero si esta decisión viene del Espíritu, Dios se encargará del resto”. 

La otra fue Martha Zechmeister, austriaca, pero radicada en El Salvador hace muchos años, quien también en su carta le dice: “León, se dice que sabes escuchar. Por eso me atrevo a dirigirme a ti con parresía bíblica, con franqueza, sin miedo y sin rodeos: ya es hora que las mujeres sean incluidas sin restricciones en todos los ministerios y niveles de la Iglesia. No como gesto, no como excepción, no como señal simbólica. Sino en total igualdad. No se trata de poder. Se trata de dignidad. De verdad. De evangelio”.

Otra teóloga, Phyllis Zagano, norteamericana, experta en el tema del diaconado femenino, con muchísimas publicaciones sobre este asunto y quien participó en la primera comisión para el estudio del diaconado femenino, en un reciente artículo, contó las dificultades que se presentaron en el Sínodo de la sinodalidad para conocer los informes del Grupo de estudio n. 5 que debería tratar este tema. Definitivamente, no es una realidad que se quiera abordar desde muchos sectores de la Iglesia. Sin embargo, en el Documento final del Sínodo, numeral 60, se recoge esta petición y no se duda en seguir reclamando esa igualdad para las mujeres. El numeral es muy largo, aquí solo anoto, algunas afirmaciones importantes: “En virtud del Bautismo, hombres y mujeres gozan de igual dignidad en el Pueblo de Dios. Sin embargo, las mujeres siguen encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de sus carismas, su vocación y su lugar en los diversos sectores de la vida de la Iglesia, en detrimento de su servicio a la misión común (…) A una mujer, María Magdalena, se le confió el primer anuncio de la resurrección; (…). Esta Asamblea exige la plena implementación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente con respecto al papel de la mujer (…). La cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal también permanece abierta y el discernimiento al respecto es necesario (…)”.

Muchas otras mujeres están empujando estos cambios. Lamentablemente algunas no lo ven necesario porque creen que es suficiente el servicio que ya muchas mujeres prestan a la Iglesia. Así también pensaban nuestras bisabuelas, abuelas, madres con respecto a su rol en la sociedad. Estaban conformes de ser esposas abnegadas, madres excelentes y no veían importante su formación en todas las dimensiones de la persona, ni la necesidad de ocupar puestos de decisión. Pero nuestro mundo ha cambiado y las mujeres, por fin, tenemos más igualdad en la sociedad, más derechos, más oportunidades y esto no es una concesión de buena voluntad, son derechos que se nos habían negado.

Precisamente en este mes, el 22 de julio se celebra la Fiesta de María Magdalena, llamada “Apóstola de los apóstoles”, es decir con igual dignidad que los demás apóstoles. La conmemoración de su memoria ya existía, pero fue el papa Francisco quien, en 2016, la pasó a categoría de Fiesta. Tarde se está restituyendo su memoria, porque ella no fue una prostituta (la tradición la confundió con la pecadora arrepentida y de ahí surgió esa leyenda), sino una gran apóstola (la palabra en femenino la uso, por primera vez, Hipólito de Roma, en el S. III, por lo tanto, no hay que asustarse con el lenguaje inclusivo) y, como ya lo dijimos, la primera a la que Jesús confío el anuncio de su resurrección. 

Pidámosle a Santa María Magdalena que acelere los cambios en la Iglesia, concretamente, en este tan urgente de la inclusión plena de las mujeres. Algunos dirán que no hay prisa. Pero, sinceramente, hay prisa en que la Iglesia se parezca más a la Iglesia de los orígenes, hay prisa porque su testimonio sea más nítido con respecto a las mujeres, hay prisa para caminar al ritmo de la historia, evitando que la Iglesia llegue tarde, como tantas otras veces ha llegado en momentos cruciales de la humanidad.

miércoles, 16 de julio de 2025

 

Discipulado de mujeres en el tiempo de Jesús

XVI Domingo del Tiempo Ordinario 20-07-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que muy estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada" (Lucas 10, 38-42).

 


Las figuras de Marta y María son bien conocidas entre los creyentes. Además, también se sabe que tienen un hermano llamado Lázaro. Sin embargo, pocos saben que es el evangelio de Juan el que se refiere a los tres, mientras que el evangelio de Lucas, que hoy consideramos, solo habla de Marta y María. Si tomamos en cuenta este dato del evangelio de Lucas, podemos pensar que Jesús entró a casa de Marta y María, es decir, no están bajo la tutela de un varón, como se esperaría en aquellos tiempos.

Marta recibe a Jesús, mostrando con ello uno de los valores culturales más importantes de aquel tiempo: la hospitalidad. Y esto es lo que le reprocha Marta a su hermana: no estar ejerciendo el servicio correspondiente a dicho valor. Por tanto, no debemos pensar solo en los estereotipos de género que atribuyen a las mujeres el oficio de ocuparse de la casa, sino pensar en un valor cultural que todos, varones y mujeres, debían practicar.

María, por el contrario, está sentada a los pies de Jesús, escuchándolo. Estas dos actitudes nos hablan del discipulado. Recordemos el pasaje en que la madre y los hermanos de Jesús van a buscarlo y él responde que su madre y sus hermanos “son los que escuchan la palabra” (Lc 8, 21). Es decir, la familia del reino ya no es la familia de sangre sino la del discipulado. Por otra parte, la actitud de estar a los pies, recuerda la actitud de otros personajes de los evangelios (la pecadora arrepentida (Lc 7, 38); el endemoniado de Gerasa (Lc 8,35); Jairo pidiendo la curación de su hija (8, 41); Pablo a los pies de Gamaliel (Hc 22,3), etc.). Esa actitud de sumisión, habla también de la persona que, en verdad, sigue al maestro, siendo verdadero discípulo.

La respuesta que le da Jesús a Marta por su reproche frente a la actitud de María, está entonces relacionada con la primacía del discipulado, sin que esto signifique critica a los valores de la época. Lo más importante es el seguimiento, la escucha a la Palabra de Dios, la dedicación de toda la persona al anuncio del Reino.

Algunas veces este texto se ha interpretado como dos tipos de vocación: la activa y la contemplativa y haciendo creer que la contemplativa tiene más valor ante Dios. Con lo dicho antes podemos ver que el sentido es otro: el discipulado supone escucha y la entrega de toda la vida a la misión encomendada. Ya depende de las configuraciones personales o institucionales que se realice con unas características u otras. Pero la santidad alcanzada es la misma -si hay esa primacía del discipulado- y es esto lo que Jesús alaba, figurado en este caso, en la persona de María.

Que estas discípulas de Jesús animen nuestro discipulado, eligiendo la mejor parte -el reino- por encima de cualquier otra realidad.

 

lunes, 7 de julio de 2025

 

Hacernos prójimos de los excluidos de la tierra

XV Domingo del tiempo ordinario 13-07-2025

 

Olga Consuelo Vélez Caro

Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida". Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". “El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera" (Lucas 10, 25-37)

 


El evangelio de hoy nos ofrece la conocida parábola del buen samaritano. Es una parábola muy rica que trae un mensaje más profundo que el solo invitar a tener compasión con los demás. El contexto del relato nos permite ahondar, en por qué Jesús ofrece esta parábola. Veamos que el inicio es el diálogo entre un doctor de la ley, es decir, un fariseo que conoce bien las escrituras y es celoso de cumplirlas, y Jesús. El texto dice que el doctor de la ley quería poner a prueba a Jesús. No es la única vez que a Jesús lo quieren poner a prueba las autoridades religiosas de Israel. Recordemos el pasaje de la mujer adúltera en la que también a Jesús le preguntan que dice frente a la ley que manda apedrearlas. Una vez más en este texto, el maestro de la ley le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna, como si él no lo supiera.

Jesús, muy astutamente -podríamos decir, le responde con otra pregunta ¿qué está escrito en la ley? Y él le responde correctamente y Jesús aprueba tal respuesta. Pero una vez más el maestro de la ley sigue interrogando a Jesús, con otra pregunta: ¿quién es mi prójimo? Ya que la respuesta que le había dado era la de amar a Dios y al prójimo. Jesús se da cuenta la intencionalidad del doctor de la ley más legal que existencial y pasa a responder con un género literario que atribuyen a Jesús -la parábola- que tiene la virtud de relatar una historia en la que sin darse cuenta se involucra al oyente y lo interpela.

Jesús comienza a contar la parábola del Buen Samaritano y cómo toda parábola pretende dar un mensaje central, extrapolando el ejemplo y los personajes con la intención de qué se note dicho mensaje. En este caso, justo los que pasan primero y ven al hombre caído en el camino son el sacerdote y el levita. Se esperaría que ellos lo hubieran socorrido. Pero no lo hacen, muy seguramente porque hubieran quedado manchados al tocar la sangre del herido y no habrían podido celebrar el culto en el templo. Según la ley, ellos hacen lo correcto. Pero Jesús presenta al tercer personaje, un samaritano, despreciado por los judíos y es él quien lo socorre y lo hace con una generosidad desbordante “hasta que quede curado”.

A la luz de este relato, Jesús le contesta la pregunta sobre ¿quién es mi prójimo? con otra pregunta: ¿Quién actúo como prójimo? Y el doctor de la ley responde “el que tuvo compasión de él”. Es decir, Jesús no le dio la respuesta sino le permitió que él mismo la formulara y, entonces, le invita a hacer lo mismo del hombre de la parábola si quiere ser prójimo. Notemos que aquí la palabra prójimo que para los judíos eran solo los mismos judíos, cumplidores de la ley, se ha extendido a un herido -portador de impureza ritual- y a un samaritano, despreciado por el pueblo judío.

La parábola mantiene totalmente la vigencia para nosotros. No es tanto saber quién es el prójimo sino saber hacerse prójimo y, no solo con los del propio círculo o que creemos cumplen los preceptos divinos, sino de aquellos que lo necesitan, sin importar su condición social, étnica, sexual, etc. La llamada es a hacernos prójimos de los excluidos de la tierra y, en ello, se juega, ayer como hoy, el heredar la vida eterna.