Correr
la misma suerte del Maestro, sostenidos por su Espíritu
XXXIII
Domingo del TO (16-11-2025)
Olga
Consuelo Vélez
A unos que elogiaban las hermosas piedras del
templo y la belleza de su ornamentación les dijo: Llegará un día en que todo lo que ustedes
contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra. Le preguntaron:
Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder?
Respondió: ¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos se presentarán en mi
nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayan tras ellos. Cuando oigan
hablar de guerras y revoluciones, no se asusten. Primero ha de suceder todo
eso; pero el fin no llega enseguida. Entonces les dijo: Se alzará pueblo contra
pueblo, reino contra reino; habrá grandes terremotos, en diversas regiones
habrá hambres y pestes, y en el cielo señales grandes y terribles. Pero antes
de todo eso los detendrán, los perseguirán, los llevarán a las sinagogas y las
cárceles, los conducirán ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, y así
tendrán la oportunidad de dar testimonio de mí. Háganse el propósito de no
preparar su defensa; yo les daré una elocuencia y una prudencia que ningún
adversario podrá resistir ni refutar. Hasta sus padres y hermanos, parientes y
amigos los entregarán y algunos de ustedes serán ajusticiados; y todos los
odiarán a causa de mi nombre. Sin embargo, no se perderá ni un pelo de su
cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas (Lucas 21, 5-19).
Nos estamos
acercando al final del ciclo litúrgico y el evangelio de hoy nos ofrece, con un
género literario apocalíptico (que no debemos tomar al pie de la letra), el
conflicto al que se está enfrentando Jesús, pero al mismo tiempo, la suerte que
correrán los primeros cristianos por la misma razón. El texto comienza con unos
personajes que elogian la belleza del Templo y Jesús aprovecha para decirles
que llegará un día en que todo será derribado, pero no hay que dejarse engañar
creyendo que ya llegó el fin. Antes de que llegue ese momento, está la realidad
de hacer visible el reino, lo cual trae la persecución para quienes lo
anuncian, es decir, los discípulos empezarán a sufrir persecución por causa de su
seguimiento. Pero Jesús les anima a mantener la fidelidad porque él mismo les
dará la elocuencia –se refiere seguramente al Espíritu Santo- y la constancia
hasta que alcancen la salvación, es decir, la participación en la vida
definitiva con Dios.
Pero hagamos
algunas aclaraciones. El templo fue destruido por los babilonios en el año 587
a.C. Cuando los israelitas vuelven del exilio comenzaron a reconstruirlo, pero
no será hasta con Herodes que volverá a tener ese esplendor, finalizando esa
construcción en el año 64 d.C. En el año 70 d.C. el Imperio Romano lo destruye
nuevamente. Por lo tanto, en tiempo de Jesús el templo está en construcción.
Ahora bien, habría que diferenciar lo que sucede en tiempo de Jesús y lo que
vivirán las primeras comunidades cristianas. Lucas en sus dos obras -el
evangelio y el libro de Hechos- pone en boca de Jesús lo que comienza a pasar
con los primeros cristianos. Más aún, todo esto que el evangelio anuncia que les
pasará a los discípulos, en el libro de Hechos, efectivamente sucederá.
El Templo es un
signo que utilizarán los profetas para hablarle al pueblo. Lucas presenta a
Jesús como profeta y es claro que Jesús se refiere al templo como un signo
profético de la novedad que trae su Buena Noticia del Reino, frente a las
instituciones religiosas judías.
El evangelio
también intenta mostrar que no se debe confundir las situaciones que pasan con
el fin del mundo y con la venida del Hijo del hombre. Sin embargo, hay muchos
predicadores que sin entender bien estos textos y el género literario en que
fueron escritos, los toman al pie de la letra y comienzan a infundir miedo
diciendo que, las guerras, terremotos o pandemias, entre otros hechos, son
señal del fin del mundo o que todos esos hechos ocurren como castigo divino.
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