lunes, 10 de noviembre de 2025

3 XXXIII Dom TO Lc 21, 5 19 (16 -11- 2025)

Correr la misma suerte del Maestro, sostenidos por su Espíritu

XXXIII Domingo del TO (16-11-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

A unos que elogiaban las hermosas piedras del templo y la belleza de su ornamentación les dijo:  Llegará un día en que todo lo que ustedes contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra. Le preguntaron: Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder? Respondió: ¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos se presentarán en mi nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayan tras ellos. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se asusten. Primero ha de suceder todo eso; pero el fin no llega enseguida. Entonces les dijo: Se alzará pueblo contra pueblo, reino contra reino; habrá grandes terremotos, en diversas regiones habrá hambres y pestes, y en el cielo señales grandes y terribles. Pero antes de todo eso los detendrán, los perseguirán, los llevarán a las sinagogas y las cárceles, los conducirán ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, y así tendrán la oportunidad de dar testimonio de mí. Háganse el propósito de no preparar su defensa; yo les daré una elocuencia y una prudencia que ningún adversario podrá resistir ni refutar. Hasta sus padres y hermanos, parientes y amigos los entregarán y algunos de ustedes serán ajusticiados; y todos los odiarán a causa de mi nombre. Sin embargo, no se perderá ni un pelo de su cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas (Lucas 21, 5-19).

Nos estamos acercando al final del ciclo litúrgico y el evangelio de hoy nos ofrece, con un género literario apocalíptico (que no debemos tomar al pie de la letra), el conflicto al que se está enfrentando Jesús, pero al mismo tiempo, la suerte que correrán los primeros cristianos por la misma razón. El texto comienza con unos personajes que elogian la belleza del Templo y Jesús aprovecha para decirles que llegará un día en que todo será derribado, pero no hay que dejarse engañar creyendo que ya llegó el fin. Antes de que llegue ese momento, está la realidad de hacer visible el reino, lo cual trae la persecución para quienes lo anuncian, es decir, los discípulos empezarán a sufrir persecución por causa de su seguimiento. Pero Jesús les anima a mantener la fidelidad porque él mismo les dará la elocuencia –se refiere seguramente al Espíritu Santo- y la constancia hasta que alcancen la salvación, es decir, la participación en la vida definitiva con Dios.

Pero hagamos algunas aclaraciones. El templo fue destruido por los babilonios en el año 587 a.C. Cuando los israelitas vuelven del exilio comenzaron a reconstruirlo, pero no será hasta con Herodes que volverá a tener ese esplendor, finalizando esa construcción en el año 64 d.C. En el año 70 d.C. el Imperio Romano lo destruye nuevamente. Por lo tanto, en tiempo de Jesús el templo está en construcción. Ahora bien, habría que diferenciar lo que sucede en tiempo de Jesús y lo que vivirán las primeras comunidades cristianas. Lucas en sus dos obras -el evangelio y el libro de Hechos- pone en boca de Jesús lo que comienza a pasar con los primeros cristianos. Más aún, todo esto que el evangelio anuncia que les pasará a los discípulos, en el libro de Hechos, efectivamente sucederá.

El Templo es un signo que utilizarán los profetas para hablarle al pueblo. Lucas presenta a Jesús como profeta y es claro que Jesús se refiere al templo como un signo profético de la novedad que trae su Buena Noticia del Reino, frente a las instituciones religiosas judías.

El evangelio también intenta mostrar que no se debe confundir las situaciones que pasan con el fin del mundo y con la venida del Hijo del hombre. Sin embargo, hay muchos predicadores que sin entender bien estos textos y el género literario en que fueron escritos, los toman al pie de la letra y comienzan a infundir miedo diciendo que, las guerras, terremotos o pandemias, entre otros hechos, son señal del fin del mundo o que todos esos hechos ocurren como castigo divino.

El mensaje que nos interesa rescatar es la conciencia profunda de que ser discípulo de Jesús conlleva la misma suerte del maestro, es decir, la persecución, la incomprensión, la crítica, el rechazo, incluso de los más cercanos. Pero, ante todo esto, queda la fidelidad y la confianza en que el Espíritu de Jesús nos sostiene y nada de lo vivido se perderá. Por el contrario, dará frutos de eternidad.



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