Urge el compromiso
eclesial con las mujeres
La
celebración del Día de la Mujer siempre es una ocasión para “tomar el pulso”
sobre la participación de la mujer en la sociedad y en la iglesia porque este
asunto no es una “moda” de estos tiempos sino que responde a un imperativo de
hacer concreto y visible el plan original de Dios en su creación: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y
hembra los creó” (Gn 1,27).
Bien sabemos que durante siglos, por condicionamientos
culturales, reforzados por visiones religiosas parciales y erróneas, se dio una
subordinación de la mujer y, por tanto, una negación de su dignidad en iguales
condiciones que el varón. Aunque han cambiado algunas cosas, el documento de
Aparecida reconoce que “en esta
hora de América Latina y de El Caribe urge tomar conciencia de la situación
precaria que afecta
la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son
sometidas a múltiples
formas de violencia dentro y fuera de casa: tráfico, violación, servidumbre y
acoso sexual;
desigualdades en la esfera del trabajo, de la política y de la economía;
explotación publicitaria
por parte de muchos medios de comunicación social que las tratan como objeto de lucro” (DA 48). El mismo documento refuerza ese plan originario de Dios invocando la
praxis del Jesús histórico quien no temió hacerlas partícipes de su
resurrección (Mt 28, 9-10) antes que a los mismos apóstoles, ni incorporarlas a
su grupo (Lc 8, 1-3) e invita a superar la “mentalidad machista” que tanto mal
ha hecho a la sociedad y la Iglesia (DA 453).
Todas estas exigencias reclaman más
compromiso al constatar que la mujer ha sido participe y protagonista en la vida
de la Iglesia: “transmisora de la fe en los hogares y colaboradora de los
pastores” (Cfr. DA 455) dinamizando la vida parroquial, encargándose de la
catequesis, formando parte de los grupos y movimientos eclesiales, liderando
pastorales y ministerios laicales y respondiendo con su compromiso social a
tantas acciones de atención y cuidado a los más débiles. Reconocer estos y
otros tantos servicios eclesiales –actualmente también el ministerio teológico-
lleva a urgir lo que en Aparecida se expresó como “poder participar plenamente
de la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando
espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión (DA 454).
Pero ¿cómo llevar adelante este compromiso? No
es una tarea fácil porque, como ya se afirmó, si el machismo existe en la
sociedad no es ajeno a la vida de la iglesia. A tal punto que el mismo
documento pide a los pastores que “atiendan, valoren y respeten” la
participación de las mujeres (DA 455). Ahora bien, el compromiso supera estas
actitudes de atención, valoración y respeto (son las mínimas que merece todo
ser humano). Supone, como bien lo concreta Aparecida en las propuestas
pastorales sobre la mujer, promover un “más amplio protagonismo” de las mujeres, garantizar
su efectiva presencia en los
ministerios que en la iglesia son confiados a los laicos, así como también en
las instancias de planificación y
decisiones pastorales y acompañar las asociaciones civiles que trabajan por la
dignidad y promoción de la mujer (Cfr. DA 458). Con sólo llevar a cabo estas
propuestas ya se podría avanzar mucho. Sin embargo, en esta celebración del Día
de la mujer, cabe preguntarnos: ¿cuántas parroquias han hecho efectivas estas líneas? ¿cuántas
facultades de teología y seminarios tienen la voluntad política de dar un
testimonio de inclusión y participación de las mujeres en las
instancias de planificación y decisión? ¿cuánta conciencia se vive en la iglesia de la mentalidad machista que
permea nuestra cultura? ¿qué tiempo de reflexión, estudio e inserción en la
realidad de las mujeres dedican los miembros del Pueblo de Dios –clero y laicos
(religiosos/as)- a entender el nuevo momento que viven las mujeres para no estigmatizar de antemano los
movimientos que trabajan por su dignidad y las reflexiones de las diferentes
disciplinas –incluyendo la teología- que favorecen un cambio de mentalidad en pro
de una mayor integridad de la realidad femenina?
En fin, nadie niega el compromiso eclesial con
algunas dimensiones de la mujer en su rol de esposa y madre. Pero falta mucho
compromiso en las demás dimensiones de la mujer que son esenciales y no admiten
más desatención. La comunidad eclesial está llamada a dar testimonio de su
compromiso con las mujeres porque en eso se juega también su credibilidad y
significación en estos tiempos no fáciles para la vida de la iglesia, donde
sólo las obras pueden respaldar el mensaje que anuncia.
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