domingo, 10 de marzo de 2013


Urge el compromiso eclesial con las mujeres

La celebración del Día de la Mujer siempre es una ocasión para “tomar el pulso” sobre la participación de la mujer en la sociedad y en la iglesia porque este asunto no es una “moda” de estos tiempos sino que responde a un imperativo de hacer concreto y visible el plan original de Dios en su creación: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1,27).

Bien sabemos que durante siglos, por condicionamientos culturales, reforzados por visiones religiosas parciales y erróneas, se dio una subordinación de la mujer y, por tanto, una negación de su dignidad en iguales condiciones que el varón. Aunque han cambiado algunas cosas, el documento de Aparecida reconoce que “en esta hora de América Latina y de El Caribe urge tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa: tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la esfera del trabajo, de la política y de la economía; explotación publicitaria por parte de muchos medios de comunicación social que las tratan como objeto de lucro” (DA 48). El mismo documento refuerza ese plan originario de Dios invocando la praxis del Jesús histórico quien no temió hacerlas partícipes de su resurrección (Mt 28, 9-10) antes que a los mismos apóstoles, ni incorporarlas a su grupo (Lc 8, 1-3) e invita a superar la “mentalidad machista” que tanto mal ha hecho a la sociedad y la Iglesia (DA 453).

Todas estas exigencias reclaman más compromiso al constatar que la mujer ha sido participe y protagonista en la vida de la Iglesia: “transmisora de la fe en los hogares y colaboradora de los pastores” (Cfr. DA 455) dinamizando la vida parroquial, encargándose de la catequesis, formando parte de los grupos y movimientos eclesiales, liderando pastorales y ministerios laicales y respondiendo con su compromiso social a tantas acciones de atención y cuidado a los más débiles. Reconocer estos y otros tantos servicios eclesiales –actualmente también el ministerio teológico- lleva a urgir lo que en Aparecida se expresó como “poder participar plenamente de la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión (DA 454).

Pero ¿cómo llevar adelante este compromiso? No es una tarea fácil porque, como ya se afirmó, si el machismo existe en la sociedad no es ajeno a la vida de la iglesia. A tal punto que el mismo documento pide a los pastores que “atiendan, valoren y respeten” la participación de las mujeres (DA 455). Ahora bien, el compromiso supera estas actitudes de atención, valoración y respeto (son las mínimas que merece todo ser humano). Supone, como bien lo concreta Aparecida en las propuestas pastorales sobre la mujer, promover un “más amplio protagonismo” de las mujeres, garantizar su efectiva presencia en los ministerios que en la iglesia son confiados a los laicos, así como también en las instancias de planificación y decisiones pastorales y acompañar las asociaciones civiles que trabajan por la dignidad y promoción de la mujer (Cfr. DA 458). Con sólo llevar a cabo estas propuestas ya se podría avanzar mucho. Sin embargo, en esta celebración del Día de la mujer, cabe preguntarnos: ¿cuántas parroquias han hecho efectivas estas líneas? ¿cuántas facultades de teología y seminarios tienen la voluntad política de dar un testimonio de inclusión y participación de las mujeres en las instancias de planificación y decisión? ¿cuánta conciencia se vive en la iglesia de la mentalidad machista que permea nuestra cultura? ¿qué tiempo de reflexión, estudio e inserción en la realidad de las mujeres dedican los miembros del Pueblo de Dios –clero y laicos (religiosos/as)- a entender el nuevo momento que viven las mujeres para no estigmatizar de antemano los movimientos que trabajan por su dignidad y las reflexiones de las diferentes disciplinas –incluyendo la teología- que favorecen un cambio de mentalidad en pro de una mayor integridad de la realidad femenina?

En fin, nadie niega el compromiso eclesial con algunas dimensiones de la mujer en su rol de esposa y madre. Pero falta mucho compromiso en las demás dimensiones de la mujer que son esenciales y no admiten más desatención. La comunidad eclesial está llamada a dar testimonio de su compromiso con las mujeres porque en eso se juega también su credibilidad y significación en estos tiempos no fáciles para la vida de la iglesia, donde sólo las obras pueden respaldar el mensaje que anuncia. 

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