lunes, 1 de diciembre de 2014


La parroquia: estructura eclesial urgida de renovación

La estructura parroquial con la que hoy contamos, ha permitido una presencia eclesial en cada sector particular, un lugar visible para la expresión de nuestra fe y un centro desde el cual atender diversas necesidades pastorales. Pero al mismo tiempo, se siente la urgencia de renovar esa estructura para que responda a las nuevas configuraciones urbanas que hoy vivimos. Así lo propuso la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida en la que se afirmó que las parroquias han de ser “espacios de iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes” (170).

¿Pero por dónde comenzar esa transformación? ¿qué tareas realizar para acercar este ideal a la realidad? No será este el espacio para responder tales preguntas pero sí se puede llamar la atención sobre algunas actitudes que sin duda contribuyen en este sentido. La transformación de la vida parroquial no depende exclusivamente del párroco porque todos los miembros de la comunidad estamos implicados. Pero sin duda a los párrocos, tal y como hoy funcionan las parroquias, les corresponde una gran responsabilidad.

Sin embargo, no lo podrán hacer si no asimilan que su papel de Pastor los coloca al servicio de la comunidad y que cuidar del rebaño no tiene nada que ver con la imposición de sus puntos de vista. Pero ¿quién no ha escuchado comentarios sobre algunos nuevos párrocos que al llegar a la parroquia anuncian “su plan de acción” desconociendo lo hecho anteriormente y, lo más grave, desconociendo la palabra de la comunidad que, a fin de cuentas, es la que vive allí, la que ha permanecido por generaciones y la que continuará siendo iglesia en ese contexto particular cuando sea trasladado nuevamente? Hasta ahora muchas comunidades parroquiales han aceptado y se han acomodado a las políticas que imponen los nuevos párrocos. Pero ¿cuánto tiempo más va a durar esto? ¿Acaso un discipulado misionero al que todos y todas estamos llamados no supone una búsqueda comunitaria donde desde diversos carismas y ministerios se construya la comunidad?

El futuro de la parroquia puede vislumbrarse por diversos caminos: parroquias que se acomodan a lo que hay y se adaptan al párroco de turno o parroquias que se toman en serio la urgencia de cambio y corren el riesgo de proponer alternativas nuevas. Las primeras sobrevivirán por fuerza de la inercia. Las otras serán las que algún hagan posible “la comunidad de comunidades” que debería ser la parroquia.

Y es que sin este cambio será imposible atraer a las personas alejadas. Y no es simplemente porque no tengan fe –como podrían aducir algunos- sino que los cristianos/as conscientes de su experiencia de fe no aguantan más ser tratados como miembros de segunda categoría o como personas a las que se les pueden imponer las decisiones por vía de autoridad. Tampoco resisten homilías que no responden a una sólida fundamentación bíblica y a un lenguaje acorde con las comprensiones actuales de la realidad. Y menos una vida parroquial que pretende afianzarse sólo en el énfasis sacramental-litúrgico o en la promoción de una religiosidad popular enfocada en la búsqueda de milagros. Todo lo anterior tendrá adeptos. En algunos casos se llenarán más las iglesias, pero nada de eso será garantía de una auténtica renovación eclesial.

Decía también Aparecida que “los mejores esfuerzos de las parroquias en el inicio de este tercer milenio debe estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros” porque “el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias, las artes, la política…” (174), es decir, la renovación parroquial no se hará sin una formación adecuada a los desafíos del presente pero formación que bien valdría la pena ser tomada por todos los miembros –párrocos y fieles- porque nadie puede dar lo que no posee y una “conversión pastoral”, como sugiere Aparecida (366), no surge de la nada sino de una decisión personal de abrirse al cambio, a la renovación y a la formación.

Urge renovar nuestras parroquias. Urgen párrocos bien formados y con conciencia de ser servidores de la comunidad. Urgen laicos/as formados y dispuestos a responder al discipulado misionero. Y urge, principalmente, mayor sencillez y disponibilidad por parte de todos/as para reconocer estas urgencias y disponerse a una sincera conversión pastoral. 

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