Sobre el amor en la familia (AMORIS
LÆTITIA)
Así se titula la
Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco, publicada el pasado 19
de marzo. Detrás de este documento están los dos Sínodos sobre la familia que
el Obispo de Roma convocó y que se realizaron en octubre de 2014 y 2015. Estos
sínodos tuvieron como base las consultas que se hicieron sobre la situación de
las familias y los desafíos que dicha situación plantea a la pastoral familiar.
Al finalizar los dos sínodos se elaboraron las conclusiones que fueron
entregadas al Papa quien, a su vez, con todos estos insumos, escribió esta
Exhortación.
Podemos constatar que la
Exhortación tiene el mismo estilo que el Obispo de Roma ha mostrado en todo su
pontificado: lenguaje ágil, entendible, capaz de expresar experiencias de vida
y de buscar respuestas para ellas. Con citas de pie de página que retoman
aportes de las conferencias episcopales (de la Colombiana está la nota 49), del
magisterio, otros pensadores e, incluso, de algunos literatos (Borges, Octavio
Paz y Mario Bededetti notas 5, 107 y
204). Tal vez, un poco extensa pero, precisamente por esto, Francisco recomienda
que “podrá ser mejor aprovechada (…) si la profundizan pacientemente parte por
parte o si buscan en ella lo que puedan necesitar en casa circunstancia
concreta” (n. 7).
La Exhortación consta
de nueve capítulos. En la introducción, como ya lo hizo en la Evangelii
Gaudium, se refiere a la “alegría”. En este caso, “La alegría del amor” (1-7).
El primer capítulo está referido a la Palabra de Dios (8-30). El segundo a la
realidad y los desafíos de la familia (31-57). Es interesante que el Papa dice “consideraré
la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra”
(n. 6). Es decir, el Papa quiere mirar la realidad, hablar de la familia real
no de la ideal, asumir la complejidad que tiene y las problemáticas que
conlleva. El tercer capítulo, cristológico, trata de la mirada puesta en Jesús:
vocación de la familia (58-60). El cuarto se centra en el amor en el matrimonio
(89-164). El quinto se refiere a los hijos: Amor que se vuelve fecundo
(165-198). El sexto marca algunas perspectivas pastorales (199-258). El séptimo
vuelve sobre los hijos, en este caso, sobre la necesidad de fortalecer su
educación (259-290). El octavo lo titula, “Acompañar, discernir e integrar la
fragilidad” y en él se va a referir al horizonte pastoral que debe acompañar a
las familias: el discernimiento y la misericordia (291-312). En el noveno perfila
una espiritualidad matrimonial y familiar (313-325). Y, termina la exhortación,
con una oración a la Sagrada Familia.
Este documento
continúa afirmando la “primavera” que ha traído Francisco a la Iglesia al poner
el énfasis en la alegría y en la Buena Noticia. “A pesar de las numerosas
señales de crisis del matrimonio, el deseo de familia permanece vivo,
especialmente entre los jóvenes y esto motiva a la Iglesia” (n. 1). En ese
sentido, la Buena noticia de la familia es actual y no ha perdido vigencia.
Pero la afirmación que
abre una puerta totalmente distinta sobre este tema queda expresada así:
“quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o
pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” y lo
fundamenta en que estamos en camino hacia la verdad completa y mientras esto
llega, nuestras interpretaciones son parciales y responden a contextos
particulares, teniendo en cuenta que las culturas son muy diferentes y todo
principio general ha de ser inculturado (n. 3). Además, las aportaciones de los
sínodos permitieron ver esta realidad: los padres hablaron de tan diferentes
preocupaciones que muestran “las legítimas preocupaciones y las preguntas
honestas y sinceras” que siendo diferentes, cada uno trajo al sínodo (n. 4).
Ahora bien, este horizonte
trazado por Francisco trae resistencias y contradictores. Así se está notando
en algunos espacios eclesiales. El apego “a lo que siempre fue así”, no permite
que algunos se decidan a respirar aire nuevo, misericordia, evangelio.
Conviene, por tanto, pedir la gracia de la apertura de mente y corazón y
dejarse tocar por el Espíritu que no cesa de crear “nuevas todas las cosas” (Ap
21, 5).
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