lunes, 21 de agosto de 2017


¿Espiritualidad o Compromiso social?


La vida cristiana se debate, muchas veces, entre dos polos. Por una parte, se hace énfasis en la necesidad de ahondar en la vida interior, en la oración, en la celebración de los sacramentos, en las experiencias de interiorización, reflexión, encuentro consigo mismo y con Dios. Por otra parte, se reconoce la necesidad de dar un testimonio creíble de la fe que se profesa, siendo capaz de comprometerse con las realidades más difíciles que vivimos. La mayoría de personas tal vez está de acuerdo en la necesidad de mantener la tensión dialéctica entre esos dos polos, aunque no faltan los que se inclinan por un aspecto y descuidan el otro.

Sin embargo, no basta mantener la tensión entre los dos aspectos. Es preciso ahondar en qué consiste cada uno y cuál es más cercano al evangelio de Jesús. No toda interioridad nos acerca a Jesucristo, no todo compromiso social responde a transformaciones con saber a evangelio donde se incluyan a todos los seres humanos y se favorezca la dignidad de cada persona, según el querer de Dios.

En lo que se refiere a la interioridad, hagamos las siguientes reflexiones. Todos aquellas prácticas, técnicas o ejercicios que nos dan armonía, relax, concentración, conciencia corporal, flexibilidad o que nos introducen en el silencio, en el descanso, en la propia interioridad, sin duda, son buenas y vale la pena practicarlas. La pregunta es, si esto por sí mismo, realiza el encuentro con el Señor Jesús, centro y razón de nuestra fe. La respuesta, en primera instancia, es que todos estos medios han de ser disposiciones, ayudas, medios para la experiencia profunda de fe. Pero no pueden confundirse. Más aún, a veces pueden “confundirnos”. El conseguir relajación corporal, silencio de los sentidos, no es exactamente una experiencia de fe. El encuentro con el Señor da consolación y alegría –como se dice en algunas espiritualidades- pero también desinstala, compromete, renueva, ensancha el corazón y la mirada, hace crecer en el amor, nos transforma en personas no solamente más equilibradas psicológicamente –resultado de muchas terapias- sino, especialmente, en personas más capaces de amar y de disponernos al servicio y entrega a los demás. Es decir, la espiritualidad, al menos la del Jesús de los evangelios, va en la línea del amor y la entrega a los demás y es esto lo que puede validar la experiencia de fe cristiana. Lamentablemente, algunas veces se cultivan espiritualidades que responden sólo a experiencias psicológicas de bienestar o de ritos, rezos y liturgias que pretenden “agradar” al Señor sin tener ninguna conciencia del entorno en que se vive.

En lo que respecta al compromiso social no hay duda de la cantidad de obras de caridad que realizan muchas personas e instituciones. No hace falta ser creyente para socorrer necesidades puntuales que saltan a la vista y que supondrían un corazón muy duro, no salir a su encuentro. Por eso ante catástrofes naturales, se percibe una gran solidaridad mostrando, de esa manera, la bondad humana inscrita en nuestros corazones. Pero esto no es suficiente en el compromiso cristiano que brota de los evangelios. Este no consiste en obras de caridad. Va mucho más allá. Supone esa disposición constante a la presencia del reino, anunciado por Jesús. ¿En qué consiste ese reino? Un símbolo esencial de ese reino es la “mesa común” donde puedan sentarse todos, sin que nadie quede fuera y puedan estar allí sin ningún tipo de exclusión o subordinación. Eso significa que el compromiso cristiano no va solamente en la línea de la caridad sino en la línea de la fraternidad-sororidad donde se acaben los privilegios para unos y se repartan efectivamente los bienes de la creación entre todos. El reino implica la justicia social –esa que se fija en primer lugar en los pobres y los privilegia en todo sentido- y en la línea de la gratuidad porque el amor de Dios se entrega a todos sin reservas, ni condiciones.

Muchas otras precisiones sería necesario hacer para afinar la experiencia cristiana. Pero por ahora basta reflexionar sobre la necesidad de mantener esa tensión entre la interioridad personal y el compromiso cristiano pero no cualquier interioridad ni cualquier compromiso. Urge mirar los evangelios. Entenderlos bien. Apropiarnos de su verdadero significado para no distorsionar la imagen de Jesús. Volver a poner en el centro de la vida cristiana el reino anunciado por Jesús. No temer vivir un cristianismo arriesgado y audaz. Sin miedo a la persecución y la cruz que supone todo compromiso en pro de la justicia.

Es urgente que nuestra vida cristiana viva una espiritualidad que comprometa con la realidad y un compromiso que tenga la impronta del reino anunciado por Jesús: “anunciar la buena noticia a los pobres, a los cautivos la libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A despedir libres a los oprimidos y a proclamar el año de la gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

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