lunes, 19 de marzo de 2018


REALIZAR LA MISIÓN “CUERPO A CUERPO”


La misión evangelizadora de la Iglesia lleva XXI siglos, desde aquella mañana en que María Magdalena fue enviada por Jesús a anunciarle a los discípulos que Él había resucitado y que ya no había que buscarlo entre los muertos sino, precisamente, entre los vivos para que la buena noticia llegue a todos: “hasta los confines de la tierra” (Hc 1,8). Desde entonces, muchos son los modos en que la misión se ha ido realizando. Unas veces con mayor éxito, otras con imperfecciones. Unas con gran entusiasmo y generosidad, otras con poca profecía y acomodamiento a la situación. Pero siempre, el Espíritu inquietando la vida de la Iglesia y lanzándola a una renovación para que el mensaje no pierda actualidad.

¿Cómo es este tiempo que vivimos y cómo hemos de realizar la misión hoy? El Papa Francisco nos va marcando un camino que hemos de asumir con más radicalidad. Es el de la Iglesia en salida que tiene muchas más connotaciones que un simple salir a lugares apartados.
Iglesia en salida supone despojarnos del propio descentramiento y abrirnos a todas las periferias geográficas y existenciales. Hemos de reconocer que el centrarse en sí mismo es una tentación muy fuerte en la que con facilidad caemos. Continuamente nos acomodamos a lo conocido. Además, si las obras apostólicas funcionan ¿para qué preguntarse si podrían funcionar de otra manera? Por eso las organizaciones se perpetúan y nuestras rutinas se hacen inamovibles. Pero se nos olvida, como dice el profeta Isaías, la imagen del misionero que ha de estar siempre en camino: “Que hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz” (52,7).

El evangelizador no puede instalarse, en ninguna estructura por positiva que parezca. En ese sentido fueron claras las palabras del Papa, en su visita a Colombia, a las directivas del CELAM, invitándoles a no “reducir el evangelio a un programa al servicio de un gnosticimo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la Iglesia como una burocracia que se autobeneficia; como tampoco esta se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical”. Muy fuertes, desde mi punto de vista estas palabras, que aplican para todos los que nos decimos comprometidos en la tarea misionera de la Iglesia. La evangelización no es una administración, una estructura. Es el anuncio de la Buena Noticia del Evangelio que siempre desinstala, incomoda, inquieta, lanza al amor sin medida.

En ese mismo discurso el Papa habló de la Iglesia en misión: “Mucho se ha hablado sobre la Iglesia en estado permanente de misión. Salir con Jesús es la condición para tal realidad. El evangelio habla de Jesús que, habiendo salido del Padre, recorre con los suyos los campos y los poblados de Galilea. No se trata de un recorrido inútil del Señor. Mientras camina, encuentra; cuando encuentra, se acerca; cuando se acerca, habla; cuando habla, toca con su poder; cuando toca, cura y salva”. E invitó a apropiarse de esos verbos: “Salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo (…) la misión se realiza en un cuerpo a cuerpo”.

¿Cuáles son las periferias geográficas y existenciales que tenemos en la realidad colombiana para poner en acto esos verbos que señala el evangelio y el Papa nos invita a realizar? Lo primero y fundamental, la construcción de la paz. Este es el único país donde a un proceso de paz después de 50 años de guerra, se le están poniendo tantos “tropiezos” para no hacerlo posible. Tropiezos que vienen incluso de gente que se dice creyente pero que parece conocer solamente la ley del talión “ojo por ojo, diente por diente” y no la ley del amor “perdonar para hacer posible un nuevo comienzo”. Y en el tratado de paz no hay un perdón ingenuo: exige “verdad y reparación”, de ahí la Comisión de la Verdad que se  instauró a fines del año pasado y que la está presidiendo el P. Francisco de Roux, S.J. Pero, por supuesto, en el tratado de paz si hay un perdón que da garantías a los que se acogen al proceso y les permite reincorporarse a la sociedad civil. Eso es humano y, por supuesto, cristiano. Pero todo esto no se apoya sin los verbos propios de la salida en misión que acabamos de decir: “encontrar, detenerse, reclinarse, tocar, curar, salvar”. Realizar ese proceso con las víctimas del conflicto no puede menos que abrir el corazón a un apoyo decidido y total por la construcción de la paz.  

Y en todas las demás periferias geográficas –pobreza y miseria, lugares más inhóspitos- y existenciales -discriminación en razón del sexo, la creencia, el color de piel, etc.-, esos verbos misioneros cambian nuestra postura y compromiso. Ya no podremos hablar desde la teoría y el “deber ser”. Hablaremos desde la misericordia y el encuentro, propios de la praxis misionera señalada por Jesús en los evangelios.

Continuemos la salida misionera pero renovada por una actitud decidida de realizarla “cuerpo a cuerpo” para ofrecer respuestas de salvación y vida para todos y todas desde cualquier situación en que se encuentren.

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