REALIZAR LA MISIÓN “CUERPO A CUERPO”
La misión evangelizadora de la Iglesia
lleva XXI siglos, desde aquella mañana en que María Magdalena fue enviada por
Jesús a anunciarle a los discípulos que Él había resucitado y que ya no había
que buscarlo entre los muertos sino, precisamente, entre los vivos para que la
buena noticia llegue a todos: “hasta los confines de la tierra” (Hc 1,8). Desde
entonces, muchos son los modos en que la misión se ha ido realizando. Unas
veces con mayor éxito, otras con imperfecciones. Unas con gran entusiasmo y
generosidad, otras con poca profecía y acomodamiento a la situación. Pero
siempre, el Espíritu inquietando la vida de la Iglesia y lanzándola a una
renovación para que el mensaje no pierda actualidad.
¿Cómo es este tiempo que vivimos y cómo
hemos de realizar la misión hoy? El Papa Francisco nos va marcando un camino
que hemos de asumir con más radicalidad. Es el de la Iglesia en salida que
tiene muchas más connotaciones que un simple salir a lugares apartados.
Iglesia en salida supone despojarnos del
propio descentramiento y abrirnos a todas las periferias geográficas y existenciales.
Hemos de reconocer que el centrarse en sí mismo es una tentación muy fuerte en
la que con facilidad caemos. Continuamente nos acomodamos a lo conocido.
Además, si las obras apostólicas funcionan ¿para qué preguntarse si podrían
funcionar de otra manera? Por eso las organizaciones se perpetúan y nuestras
rutinas se hacen inamovibles. Pero se nos olvida, como dice el profeta Isaías,
la imagen del misionero que ha de estar siempre en camino: “Que hermosos son
los pies del mensajero que anuncia la paz” (52,7).
El evangelizador no puede instalarse, en
ninguna estructura por positiva que parezca. En ese sentido fueron claras las
palabras del Papa, en su visita a Colombia, a las directivas del CELAM,
invitándoles a no “reducir el evangelio a un programa al servicio de un
gnosticimo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la
Iglesia como una burocracia que se autobeneficia; como tampoco esta se puede
reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por
una casta clerical”. Muy fuertes, desde mi punto de vista estas palabras, que
aplican para todos los que nos decimos comprometidos en la tarea misionera de
la Iglesia. La evangelización no es una administración, una estructura. Es el
anuncio de la Buena Noticia del Evangelio que siempre desinstala, incomoda,
inquieta, lanza al amor sin medida.
En ese mismo discurso el Papa habló de la
Iglesia en misión: “Mucho se ha hablado sobre la Iglesia en estado permanente
de misión. Salir con Jesús es la condición para tal realidad. El evangelio
habla de Jesús que, habiendo salido del Padre, recorre con los suyos los campos
y los poblados de Galilea. No se trata de un recorrido inútil del Señor.
Mientras camina, encuentra; cuando encuentra, se acerca; cuando se acerca,
habla; cuando habla, toca con su poder; cuando toca, cura y salva”. E invitó a
apropiarse de esos verbos: “Salir para encontrar, sin pasar de largo;
reclinarse sin desidia; tocar sin miedo (…) la misión se realiza en un cuerpo a
cuerpo”.
¿Cuáles son las periferias geográficas y
existenciales que tenemos en la realidad colombiana para poner en acto esos
verbos que señala el evangelio y el Papa nos invita a realizar? Lo primero y fundamental, la construcción
de la paz. Este es el único país donde a un proceso de paz después de 50 años
de guerra, se le están poniendo tantos “tropiezos” para no hacerlo posible. Tropiezos
que vienen incluso de gente que se dice creyente pero que parece conocer
solamente la ley del talión “ojo por ojo, diente por diente” y no la ley del
amor “perdonar para hacer posible un nuevo comienzo”. Y en el tratado de paz no
hay un perdón ingenuo: exige “verdad y reparación”, de ahí la Comisión de la
Verdad que se instauró a fines del año
pasado y que la está presidiendo el P. Francisco de Roux, S.J. Pero, por
supuesto, en el tratado de paz si hay un perdón que da garantías a los que se
acogen al proceso y les permite reincorporarse a la sociedad civil. Eso es
humano y, por supuesto, cristiano. Pero todo esto no se apoya sin los verbos
propios de la salida en misión que acabamos de decir: “encontrar, detenerse,
reclinarse, tocar, curar, salvar”. Realizar ese proceso con las víctimas del
conflicto no puede menos que abrir el corazón a un apoyo decidido y total por
la construcción de la paz.
Y en todas las demás periferias geográficas
–pobreza y miseria, lugares más inhóspitos- y existenciales -discriminación en
razón del sexo, la creencia, el color de piel, etc.-, esos verbos misioneros
cambian nuestra postura y compromiso. Ya no podremos hablar desde la teoría y
el “deber ser”. Hablaremos desde la misericordia y el encuentro, propios de la
praxis misionera señalada por Jesús en los evangelios.
Continuemos la salida misionera pero
renovada por una actitud decidida de realizarla “cuerpo a cuerpo” para ofrecer
respuestas de salvación y vida para todos y todas desde cualquier situación en
que se encuentren.
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