Los jóvenes y la
misión: Hacia la JMJ 2019
Todos sabemos de la fuerza de los jóvenes
cuando se entusiasman por algo. No hay quien los detenga y se entregan con alma
y corazón en aquello que se proponen. Esto lo vivimos a nivel social y a nivel
eclesial. En el primer caso, hechos recientes del país nos lo muestran. Cuando
se perdió el plebiscito, un buen grupo de jóvenes universitarios acampó en la
plaza de Bolívar hasta que se dio una salida a esa situación. Lo mismo se ha
podido constatar en las pasadas elecciones. Muchos jóvenes militaron
activamente en política y soñaron con un cambio frente a la política
tradicional. De igual manera así se vive en las muchas experiencias de misión
que desde diferentes ambientes (educativos, parroquiales, pastorales, etc.) se proponen
en las épocas de vacaciones. Los jóvenes invierten su tiempo y sus fuerzas para
estar con los más pobres y no vuelven igual después de esas experiencias.
Lamentablemente, lo anterior no es la
experiencia de todos los jóvenes y, por eso en muchos otros, abunda el
cansancio, la falta de oportunidades y, por consiguiente, falta de sentido, y con
gran preocupación se constatan excesos, desvíos, equivocaciones, vidas que
parece, van a perder definitivamente su rumbo. De ahí que toda la preocupación
que la Iglesia muestra por los jóvenes ha de ser secundada y apoyada. Eso es lo
que tenemos entre manos, tanto la próxima Jornada Mundial de la Juventud en
enero de 2019 en Panamá, como el sínodo sobre los jóvenes en octubre de este
año (De este último nos ocuparemos en otro momento).
Las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) han
sido, todas ellas, experiencias extraordinarias. Los jóvenes que participan
quedan realmente marcados para toda su vida. Pensando en esto, el Papa
Francisco dedicó el mensaje del 25 de marzo pasado a motivar las jornadas
mundiales diocesanas que preparan la JMJ de 2019. El mensaje se centró en la
figura de María y en las palabras que el ángel le dirigió en el momento de la
anunciación: “No temas María porque has encontrado gracia ante Dios” (Lc 1,30).
A partir de esas palabras, el Papa pretende
despertar en los jóvenes lo mejor de sus energías. Parte del “no temas”.
Contrario a lo que tantas veces decimos a los jóvenes de que no se arriesguen
porque son demasiado jóvenes, el Papa muestra como las palabras del ángel
apuntan a que nadie se quede corto en sus sueños. Es verdad que hay temores
sobre la propia vida y el futuro que nos espera pero, cuando esta se ve como
llamada del Señor a hacer con ella lo mejor, no hay porque temer sino, por el
contrario, arriesgarse, lanzarse, abrir nuevos caminos, confiar que si el Señor
suscita altos ideales en la vida, Él no dejará de dar su gracia para
conseguirlos.
Ahora bien, todo gran paso necesita
“discernimiento” para identificar los miedos y abrirnos a la vida, afrontando
con serenidad los desafíos que nos presenta. Pero el discernimiento no se queda
en este nivel de madurez humana sino que se abre a la llamada de Dios que
siempre nos transciende y nos empuja a realizar lo que nunca imaginábamos que
haríamos. La juventud es una etapa privilegiada para oír la voz de Dios y
secundar sus palabras. Confiar en ellas y hacer de la propia vida un don para
el mundo. No se refiere esta llamada exclusivamente a la vocación religiosa y
sacerdotal. Por el contrario, es la llamada a la vida cristiana que alcanza a
toda persona y que la hace centrar su existencia en lo único absoluto: Dios
mismo y para lo único necesario: el amor total y generoso hacia todos los demás
en armonía con la creación.
La llamada del Señor a la vida cristiana es una
llamada personal -por nuestro nombre- y no porque tengamos méritos propios sino
porque Dios nos ama a cada uno como somos y tiene un designio maravilloso sobre
nuestra vida. Esta certeza no elimina las dificultades que se nos presentan
pero si da la fuerza para superarlas y la certeza de que el primer interesado
por nuestra felicidad es Dios mismo.
La vocación cristiana nos compromete con el
aquí y ahora de la realidad en la que estamos y en el seno de una “Iglesia en
salida” nos invita a traspasar fronteras para anunciar la gracia recibida a todos
los confines de la tierra. Por esto la vida cristiana es misión y nadie más que
los jóvenes están llamados a cultivar ese dinamismo misionero en sus propias
vidas.
Caminar hacia la JMJ del próximo año en Panamá
es una oportunidad privilegiada para acompañar a los jóvenes en el
descubrimiento de su propia vocación con la mirada amplia y generosa que Dios
regala. Ellos necesitan testigos y nosotros debemos serlo. Necesitan apoyo y la
iglesia ha de saber dárselo siempre. Pero sobre todo necesitan que no se
ahoguen sus sueños, su generosidad, su deseo de servir a los otros y su empuje
por transformar el mundo en que viven. Por eso el Papa termina su mensaje con
unas palabras llenas de fuerza para los jóvenes: “el Señor, la Iglesia, el
mundo, esperan también su respuesta a esa llamada única que cada uno recibe en
esta vida. A medida que se aproxima la JMJ de Panamá, los invito a prepararse
para nuestra cita con la alegría y el entusiasmo de quien quiere ser partícipe
de una gran aventura”. La JMJ es para los valientes, no para jóvenes que sólo
buscan comodidad y que retroceden ante las dificultades. ¿Aceptan el desafío?”
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