La Eucaristía dominical: fuente de renovación y
compromiso
Aunque existen experiencias parroquiales
donde la misa constituye una rica vivencia espiritual, a veces es difícil
encontrar parroquias donde la celebración dominical anime la fe, la fortalezca,
la forme y la comprometa con la realidad actual.
La Eucaristía o “fracción del pan” es “mesa
compartida”, “pan que se reparte y comparte”. Pero en muchos momentos, desde la
estructura exterior de los templos hasta la vivencia interior de la liturgia, no
favorece esa experiencia comunitaria. ¿Cómo formar comunidad en templos tan
grandes y construidos para privilegiar el lugar del que preside sin tener en
cuenta –algunas veces- la participación del resto de los presentes? Es verdad
que esa amplitud responde al número elevado de creyentes. Pero hoy, cuando las
cosas van cambiando, se impone pensar nuevamente en todos esos aspectos.
Más importante aún, un tema que ha de
“ocuparnos” y “preocuparnos” es la vivencia de la liturgia. La Eucaristía tal y
como la celebramos hoy, es el fruto de muchos siglos en los que se ha ido
consolidando la riqueza de experiencia que conlleva. Cada parte tiene una
riqueza de significado que nos va conduciendo al culmen de la misa: la
presencia eucarística y el pan compartido. Pero, en la práctica, es difícil
mantener la dinámica de la celebración y el implicarse profundamente en ella. En
la liturgia actual el que preside lleva casi todo el protagonismo. Los fieles
tienen tan pocas intervenciones, que es fácil caer en la pasividad total. El
respeto litúrgico se confunde con el silencio y la oración con la actitud
pasiva de los participantes.
No ayuda tampoco ver el enojo del
celebrante por el niño que llora, el loco que entra gritando en medio de la
celebración o las oraciones que repiten los fieles sin que les corresponda. Ese
enojo desdice totalmente de lo que se celebra y del Dios que no está apegado a
los ritos cuando de responder a la vida concreta, se trata.
Pero nada más difícil, que “aguantar” las
homilías. Estas han de estar al servicio de la Palabra de Dios y no al
contrario. ¿Se darán cuenta algunos sacerdotes que sus palabras desvirtúan el
texto que acaba de proclamarse y le desvían muchas veces su sentido? Si hay
algo que ellos deberían preparar con “temor y temblor” es esa parte de la misa.
No pueden enseñar lo que no es palabra de Dios. No pueden “imponer cargas
pesadas” cuando le hacen decir al texto lo que éste no dice. Menos proyectar en
los fieles lo que tal vez ellos ni saben vivir, ni conocen, ni tienen suficiente
formación para decirlo. La homilía no es el centro de la Eucaristía por eso no
debería llevar la mayor parte, “breve y sustanciosa” sería suficiente para
iluminar la reflexión que todos los fieles han de hacer de la palabra escuchada,
sin sustituirla y menos, como ya se dijo, desvirtuarla.
Sin duda hay muchos sacerdotes y fieles
laicos que preparan muy a conciencia la celebración dominical haciendo de ese espacio
una verdadera fuente de alimento espiritual. Pero también, sin duda, esa
celebración ha de renovarse desde dentro. Debe expresar lo que significa y su
significado debe vivirse en la cotidianidad. Dios no necesita que se cumpla con
el precepto. Nosotros sí necesitamos encontrar en esa celebración una renovación
a fondo para seguir viviendo el día a día con el compromiso fraterno de partir
y compartir nuestra vida, de entregarnos sin miedos, sin reservas.
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