Nuestra piedad
mariana
La cultura latinoamericana se caracteriza por una piedad
mariana que alimenta nuestra espiritualidad y fortalece nuestra vida. Este amor
a María se cultiva de muchas formas y se expresa en las festividades dedicadas
a recordar su memoria y en los santuarios donde miles de peregrinos se convocan
continuamente. Por eso hablar de María es la posibilidad de entrar en uno de
los misterios de la fe más cercanos y más queridos por la mayoría de creyentes.
Ella es esa persona dispuesta a acoger el plan de Dios y a secundarlo sin
reparos, sin limitaciones. Desde su condición sencilla, pobre, joven, muestra la
capacidad humana de abrirse a la iniciativa divina y llevarla a su realización plena.
Ella es ícono de las personas creyentes porque no temió dar
su “sí” desde el primer momento. Un “sí” maduro y confiado. Por una parte, es
capaz de preguntar ¿cómo será todo esto? al ángel que le anuncia el nacimiento
del Salvador. Por otra, da su sí total y generoso al plan de Dios sobre su vida
y se dispone a respaldar con su sí, el que intentamos dar los que deseamos y nos
disponemos al seguimiento del Señor.
María es también la mujer fuerte que vivió la huida a
Egipto, las dificultades durante la vida pública de Jesús y, sobre todo, el
momento más duro en la vida de su hijo: la crucifixión y muerte. Pero ella,
como tantas madres ante el sufrimiento de sus hijos, permaneció de pie acompañándolo
y mostrando con sus hechos, la fidelidad a ese sí dado desde el día de la
anunciación.
Por eso, especialmente el pueblo sencillo, reconoce en María
a la mujer fuerte y comprometida con la vida de todos sus hijos e hijas. Y
acude a los santuarios y la invoca constantemente. La siente como madre y sabe
que ella nunca abandonará a ninguno de sus hijos. Con ella se aprende a superar
los sufrimientos de la vida. De su mano el camino se hace más ágil y suave. Pero
sobre todo, se aprende a tener una fe sincera y dispuesta, abierta al querer de
Dios sobre nuestras vidas.
Pero, al mismo tiempo, necesitamos purificar la devoción
mariana porque algunas veces la docilidad se confunde con la sumisión, la
obediencia se confunde con el sometimiento, el
servicio se confunde con la esclavitud. A esta imagen distorsionada
contribuyen los estereotipos femeninos que se han alimentado en la sociedad
patriarcal identificando a las mujeres con el sufrimiento, la renuncia, la
resignación, la sumisión y, otras actitudes que han robado la dignidad de las
mujeres y les han impedido una realización plena. Pero en estos tiempos donde
las mujeres van creciendo en autoestima y van recuperando sus derechos, la
imagen auténtica de la Virgen María va emergiendo con fuerza y comienza a
transformar la devoción mariana. María es dócil pero audaz, obediente pero
protagonista, se dispone al servicio pero en el horizonte de la comunidad
cristiana donde hemos de ser servidores unos de otros, sin que ninguno se erija
como señor o superior a los demás. Acercarnos a María, la de los evangelios, es
condición indispensable para que la piedad mariana vivida en nuestro Continente,
continúe alimentando nuestra espiritualidad en el horizonte de la libertad,
responsabilidad y compromiso cristiano.
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