lunes, 6 de mayo de 2019


Por una Iglesia que incluya a las mujeres

El mes de mayo se presta para hablar de las mujeres porque, al menos en Colombia, se celebra el día de la madre y, además, es un mes mariano –aunque esta práctica, lamentablemente, ha decaído bastante. Todo lo que se diga sobre las mujeres ayuda a vivir una maternidad más plena. Y, tal vez, también ayuda a recrear la devoción mariana que a veces ha contribuido a la sumisión de la mujer más que a su liberación, por las imágenes distorsionadas que hemos tendido de María pero que hoy se van renovando profundamente.

En todos los aspectos de la vida social las mujeres aún necesitan ganar mucho más reconocimiento. Todavía hay desconfianza frente a trabajos que ellas ejercen en áreas en que antes solo estaban los varones y, como ya se ha denunciado, los salarios no siempre son los mismos. A ellas, muchas veces, les pagan menos por la misma tarea. Si hablamos de la violencia contra las mujeres, es un tema demasiado serio y no deja de sorprender por todas las sutilezas que conlleva. No solo está claro que durante siglos la mujer ha sido objeto de violencia física por parte del esposo o compañero –y aún sigue siéndolo- sino que también hay muchas otras formas de humillación, sumisión y opresión que ellas siguen sufriendo, bien por aportar menos económicamente al hogar (aunque ya sabemos que hacen todas las labores de la casa) o simplemente porque hay muchos comentarios o actitudes que colocan a la mujer en estado de desventaja frente al varón. Y en las calles y ámbitos laborales, últimamente ha crecido la conciencia sobre los abusos y acosos que sufren las mujeres porque simplemente el varón tiene el mando y sabe que puede ejercer ese tipo de violencia sobre ellas. No faltarán algunos/as que al leer esto dirán que los varones también son maltratados por sus esposas. Sin duda existen casos y no podemos desconocerlos, pero hay que tener cuidado de que eso no sea una trampa para quitarle valor a lo que de hecho ha existido en muchísimas más proporciones y que ha afectado y sigue afectando a muchísimas mujeres.

Un capítulo aparte es la realidad de las mujeres en la Iglesia. Su incorporación real en los espacios de decisión sigue siendo un desafío por resolver. Ya no se entienden las justificaciones en razón del sexo para excluirla de muchos espacios. Precisamente el pasado 8 marzo, con ocasión del Día internacional de la mujer, la Asociación de teólogas españolas (Se puede consultar su página en: https://www.asociaciondeteologas.org/) le propuso a las mujeres que le dijeran algo a la Iglesia en ese día. Veamos aquí dos aportaciones, entre muchas otras, que pueden consultarse en la página antes citada: “Desde hace tiempo hay una grieta en la Iglesia. Cada vez se va haciendo más grande. Ya no puede detener las infiltraciones. La humedad avanza decidida. Hay riesgo de derrumbe. Contad con nosotras, podemos repararla. Aún estáis a tempo. La esperanza persiste” (Nuria Calduch-Benages). “La cuestión de la mujer sigue siendo el “signo de los tiempos” más candente. Reconocer la dignidad de cada mujer y dejarla tomar su lugar en las comunidades cristianas, es decisivo para la existencia y la influencia de la Iglesia católica en la sociedad actual. Ha llegado el día de la mujer y el momento de darles a las mujeres el acceso a todos los ámbitos y responsabilidades abiertos en la Iglesia para los varones” (Angela Redddemann). Estas dos mujeres son creyentes, teólogas, religiosas, es decir, sin ningún ánimo de ir contra la iglesia sino, por el contrario, de empujarla a que sea cada vez más fiel a la Iglesia de los orígenes, donde varones y mujeres, por el bautismo, eran realmente iguales y ejercían tareas compartidas.

Para el 8 de marzo también escribí algunas líneas que transcribo a continuación: “Esta fecha empuja a seguir con un compromiso decidido por el reconocimiento real de la dignidad, valor e imprescindible participación de las mujeres en las instancias eclesiales. Es verdad que en la sociedad hay avances, aunque falta mucho. Pero en el catolicismo falta demasiado. El feminismo (o los feminismos porque son movimientos diversos con luchas diversas) nos ha permitido reclamar los derechos que por nuestra dignidad humana nos pertenecen y denunciar todos los atropellos, subordinaciones y no reconocimientos de los que hemos sido víctimas a lo largo de la historia. Cada día crece más la conciencia de las violencias que se ejercen contra nosotras por el hecho de ser mujeres y de los silencios que hemos mantenido porque ni nosotras mismas teníamos suficiente conciencia de lo grave que son todas esas actitudes machistas sobre nosotras. A la jerarquía se le junta el machismo y el clericalismo. Nuestra voz no es tomada en cuenta. Se ha utilizado nuestra “feminidad” (palabra que también exige muchas matizaciones pero aquí no hay espacio para ello) para sostener las iglesias y ejercer todos los servicios necesarios. Pero, aún hoy se duda, se evita, se niega nuestra participación en los espacios de decisión y en los puestos de liderazgo. Muchas veces tenemos la tentación de callar porque constatamos que muchos no quieren escuchar y comenzamos a perder su aprecio. Pero, ¡Dios nos libre de la tentación de callar! Que esta conmemoración nos empuje a seguir levantando la voz y a no decaer hasta que el sueño de Dios de una iglesia inclusiva sea realidad”. 

Revisemos seriamente si valoramos, sostenemos y pedimos una participación efectiva de las mujeres en todos los ámbitos sociales y eclesiales. Esto no es capricho, es designio divino que “nos creó varón y mujer, a imagen y semejanza suya” (Gn 1,27) y una experiencia de las primeras comunidades cristianas donde no había exclusiones en razón de ninguna realidad -tampoco en razón del sexo- porque “ya no hay diferencia entre judío, ni griego; ni esclavo, ni libre; ni varón, ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).


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