domingo, 28 de abril de 2019


Hacia una reforma eclesial: La “sinodalidad” en la vida de la iglesia

El pasado 23 y 24 de abril se llevó a cabo el “Tercer Encuentro Ibero-Latino-Americano de Teología”, en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de Puebla (México). Estos encuentros convocados por los teólogos Rafael Luciani y Carlos María Galli han tenido como objetivo contribuir a las reformas del Papa Francisco desde la reflexión teológico-pastoral[1].

En este tercer encuentro el tema fue “La sinodalidad en la vida de la Iglesia” y participaron unas 30 personas entre teólogos, teólogas y profesionales de otras ciencias humanas, además del Cardenal Baltazar Porras y Monseñor Raúl Biord ambos, de la sufrida patria amiga, Venezuela.

La dinámica del encuentro consistió en charlas sobre diversos aspectos de la sinodalidad y diálogos del grupo para profundizar en esta realidad, constatando lo que en verdad se realiza y también lo que todavía falta. Uno de los textos que acompañó la reflexión fue el de la Comisión Teológica Internacional, “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” (2018), además de todas las excelentes conferencias de los participantes.

¿Qué es la sinodalidad? “Es la corresponsabilidad y la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”[2]. Esta realidad viene impulsándose desde Vaticano II pero no llega a ser una manera de entenderse la Iglesia a sí misma y por eso el Papa Francisco quiere darle un verdadero impulso. Prácticas que se han llevado a cabo en este sentido, son las consultas que se hacen a los diversos miembros de la Iglesia, antes de los Sínodos, aunque esas consultas se diluyen bastante cuando llegan los propios sínodos en los que solo tienen voto deliberativo los obispos.

Por eso, para tener una iglesia verdaderamente sinodal, necesitamos trabajar desde diferentes frentes. De ahí que la fundamentación bíblico-teológica e histórica, es indispensable. Pero también las actitudes y las acciones que se puedan realizar, como estas que nombraré a continuación:
Una iglesia sinodal será una realidad cuando pensemos en ella como Pueblo de Dios formado por sus diversos miembros: laicado y ministros ordenados. Los religiosos/as participan del laicado y los que son ordenados de la jerarquía. Es decir, al decir “Iglesia” debemos pensar en todos sus miembros y no sólo en la jerarquía. Y al decir “pueblo de Dios” debemos pensar en todos sus miembros y no solamente en el laicado. Así lo plantea la Constitución Lumen Gentium en su segundo capítulo: La iglesia es “Pueblo de Dios”. Sólo después, en los siguientes capítulos, trata de cada uno de los diferentes miembros que forman ese pueblo.

El Papa Francisco propone la imagen de la “pirámide invertida” para indicar que el Papa y los obispos están al servicio del pueblo de Dios y por eso en la parte baja de la pirámide. Personalmente creo que una imagen circular ayudaría más a no imaginar la iglesia como una pirámide con personas arriba y otras abajo y, talvez, nos ayudaría a vivirla como una “comunidad” donde todos gozan de la misma dignidad, ejerciendo carismas y ministerios distintos al servicio de esa comunidad.

Otra realidad que es urgente trabajar es el “empoderamiento” del laicado. La palabra “empoderamiento” molesta a algunos pero, en realidad, es una palabra oportuna. El poder es parte de la realidad humana solo que ha de ser ejercido para el servicio y no debe crear autosuficiencia ni demandar honores y privilegios. Además, hay un tipo de poder que implica la autoestima, la capacidad de mirar al otro como un igual con el que se dialoga sin sentirse -ni más, ni menos-. En este sentido, se necesita el empoderamiento del laicado porque ha sido tan honda su separación de la jerarquía, que muchos laicos/as -que son autoridad en otros ámbitos de la realidad-, no son capaces de asumir su vida de fe con la suficiente responsabilidad como para ser protagonistas del caminar eclesial. Empoderarse es responsabilizarse de su propia fe, formarse en ella y ser capaz de proponer acciones que se vean necesarias. Es capacidad de dialogar con la jerarquía sabiendo que el valor de su palabra le viene del bautismo, sacramento fundamental de la vida cristiana.

Por parte del clero podríamos decir que conviene que se “desempodere” de cierta prepotencia o seguridad que le hace creer que lo sabe todo y por eso no necesita consultar al laicado. No cabe duda de que hay muchos jerarcas humildes y servidores de su pueblo. Pero falta todavía “demasiado” y lo dice el mismo Francisco: el clericalismo ha causado mucho mal y lo sigue causando. Por eso lo denuncia -una y otra vez- en todos sus encuentros con los jerarcas y no se cansa de invitarles que vayan no solo delante de su comunidad, sino en medio y mejor, detrás, para que tengan ese “olor a oveja” que los haría verdaderos servidores.

Y junto a esta conversión del laicado y de la jerarquía se necesitan estructuras que hagan posible una iglesia sinodal. Ojalá se cambiara la estructura de los Sínodos, de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas y de otras instancias en las que se reflexiona y se decide sobre la vida de la iglesia. Los temas que allí se tratan implican a todo el Pueblo de Dios y todos sus miembros tienen mucho que decir, proponer y decidir. Es difícil mover esas estructuras, además que se fundamentan en la tradición “de lo que siempre ha sido así” y que tienen principios teológicos que las abalan. Pero el mundo cambia y la iglesia no puede anquilosarse, aunque se levanten tantas voces en contra y se escandalicen tantas otras.

A decir verdad, ya se escandalizaron de Jesús en su tiempo y, más aún, lo mataron por su anuncio del reino que no sólo puso de cabeza la pirámide -de la que habla Francisco- sino que la abolió porque en la mesa del reino, “todos y todas” han de poder estar y no hay razón para excluir a nadie porque el Dios del reino no deja a ninguno de sus hijos e hijas fuera del banquete.



[2] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2018, No. 7.

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