Testigos del Resucitado para que muchos crean
La Semana
Mayor como llamamos a la Semana Santa, es un tiempo donde se condensa la
experiencia central de nuestra fe: la muerte y resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo. Sin la muerte de Jesús, no hubiéramos entendido la fidelidad y
entrega al anuncio del reino que Jesús tuvo durante toda su vida. Y, sin la
resurrección, de nada hubiera servido ese amor incondicional, porque todo
hubiera quedado en una lucha fracasada. Pero no fue así. Jesús resucitó y la
esperanza sigue viva.
Por esto,
celebrar este misterio de nuestra fe supone volver a renovar nuestro compromiso
con el anuncio del Reino. Eso supone preguntarnos: ¿con qué profundidad vivimos
nuestro compromiso cristiano? ¿qué situaciones de no-reino hemos de transformar?
¿cómo podemos ser testimonio de un mundo verdaderamente fraterno y sororal,
como el Señor Jesús quiere? Hacernos estas preguntas es la posibilidad de
acudir a la liturgia de estos días con la ofrenda que Dios quiere y no caer en
un culto vacío. Ese era el reproche de los profetas al pueblo de Israel: “Este
pueblo me honran con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Is 29, 13).
En efecto, a
las celebraciones litúrgicas hemos de llevar la vida que tenemos entre manos. Por
una parte, nuestras preocupaciones personales y todos los esfuerzos por
superarlas. Por otra, la realidad social y las luchas que se gestan en ella,
luchas que deberían implicarnos a todos. En este ámbito social y, refiriéndonos
a la situación colombiana, muchos son los desafíos pendientes. Entre ellos,
vale la pena seguir pensando en la construcción de la paz. No está siendo fácil
implementar el Acuerdo de paz firmado con la FARC. Sin duda, hay deserciones
por parte de los reinsertados. Pero también, en algunos sectores, hay muchos
temores y poca voluntad política de cumplir con lo pactado. Además falta
dialogar con otros grupos armados y, lo más importante, intervenir
profundamente en las causas que produjeron el conflicto armado en el pasado y
lo siguen alimentando hasta hoy: la injustica social, expresada en tantas
carencias que afectan a los más pobres. Si esto no logra transformarse, no es
de extrañar que la paz siga siendo una utopía inalcanzable.
Ahora bien,
de las celebraciones de Semana Santa hay mucho que aprender. Pensemos, por
ejemplo, en la gratuidad que hace tanta falta en este siglo XXI. Nos hemos
acostumbrado, a comprar todo con dinero. Hasta llegamos a creer que es justo
comprarlo todo. Pero ¡No! esa es la lógica del neoliberalismo imperante que nos
dice que la vida consiste en que cada uno, logre todo por sus propios medios.
No es esa la lógica de Jesús ni del evangelio. Al menos, no es eso lo que
celebramos el jueves santo. En la última cena Jesús se coloca entre los
discípulos “como el que sirve” (Lc 22, 27) y “gratuitamente” se parte y se
reparte entre los suyos para dar la vida a todos (Lc 22, 19). Cada vez que
compartimos “gratuitamente” nuestra vida y nuestros bienes con los demás,
estamos actualizando ese gesto de entrega de Jesús y su resurrección es,
entonces, efectiva entre nosotros.
El viernes
santo, por su parte, nos habla de la cruz a la que fue condenado Jesús por su
fidelidad al reino de Dios. Esa cruz se ha hecho vida en el testimonio de
tantos profetas y mártires que hemos tenido a lo largo del tiempo. De ellos
reconocemos su vida y conmemoramos su memoria. Pero no hemos de olvidar a todos
esos testigos de la defensa de la vida de los más pobres –sean cristianos o no-
que también se ganan la muerte por su compromiso efectivo con las causas
sociales. En Colombia la muerte de tantos líderes sociales en los últimos años,
nos sigue hablando de los “crucificados de la historia” –expresión acuñada por
la teología de la liberación en la década de los 80s- porque eso son, a los que
les quitan la vida por defender la vida de otros.
La Pascua es
la que viene a alimentar la esperanza, de que la vida tiene la última palabra.
Jesús resucitado nos fortalece desde dentro y nos sostiene en el camino. Esa
experiencia queda muy bien relatada en el texto de “los discípulos de Emaús”
(Lc 24, 13-35). Dos discípulos van de Jerusalén a Emaús desanimados por la
crucifixión y muerte de Jesús. El Señor se les aparece en el camino pero ellos
no lo reconocen. Por el contrario, le cuentan lo sucedido, extrañados de que Él
no lo sepa. Incluso le dicen que algunas mujeres dijeron que había resucitado,
pero unos discípulos fueron a comprobarlo y no lo vieron. Es decir, ellos
tampoco creyeron. Solo lo reconocen cuando en la cena Jesús parte el pan y se
los entrega. En ese momento Jesús desaparece. Entonces se dan cuenta de que su
corazón ardía cuando Él estaba con ellos y, por supuesto, vuelven a Jerusalén
donde confirman, con los otros discípulos, que el Señor ha resucitado.
Definitivamente,
mucha riqueza trae el misterio pascual y de nuestra disposición para celebrarlo
profundamente, dependerá que podamos saborear todos sus frutos. Para algunos
será tiempo de descanso, otros permanecerán
indiferentes frente a lo que allí se celebre. Para los que compartimos la fe
cristiana, ojalá sea tiempo de renovación y de cambio, dejando que su
resurrección actúe en nuestra vida y, por nuestro testimonio, muchos puedan
creer en Él y así, también reafirmen su esperanza.
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