Anunciar a Jesús, guiados por el Espíritu
Después de la resurrección del Señor Jesús, los apóstoles
esperaban que Él restaurara el reino de Israel. Pero Jesús les dice que no son
esos planes los que Él va a realizar, sino que les enviará el Espíritu Santo
para que ellos sean sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta los
confines de la tierra. Así lo relata el libro de Hechos de los Apóstoles. Más
aún, continúa diciendo el texto, que después Jesús sube al cielo y los
apóstoles se quedan mirando hacia arriba. Entonces, se aparecen unos ángeles
que les dicen ¿qué hacen mirando al cielo? El mismo Jesús que ha subido al
cielo, volverá. En realidad, lo que querían decir era que, de una vez por
todas, vivieran como resucitados, es decir, se dedicaran al anuncio del reino
hasta que Jesús volviera.
Por eso, celebrar la resurrección y alegrarnos porque la
vida ha vencido la muerte, solo tiene sentido cuando lo testimoniamos con
nuestra propia vida. Jesús resucitado ha de vivir a través nuestro. Ahora nos
toca la tarea hasta que él vuelva. Y ¿cuál es la tarea de los que nos sentimos
discípulos de Jesús resucitado? Seguir anunciando el reino de Dios con todo lo
que este conlleva. El reino de Dios es justicia social, es fraternidad, es
inclusión de todos, es paz, es generosidad, es reconciliación, es amor. Todo
eso es lo que estamos llamados a vivir para hacer posible la resurrección en
nuestra realidad. Cada uno debe pensar cómo puede hacerlo posible en su vida. Y
no dudar en dedicarse a hacerlo real. La gracia del espíritu de Jesús no nos
faltará para realizar esta tarea. En tiempos como estos, donde hay tanta
necesidad de personas dispuestas a transformar la realidad para que el reino de
Dios se haga presente, ojalá, Jesús pueda contar con nosotros plenamente.
Si seguimos el relato del libro de Hechos, vemos que después
de la ascensión del Señor a los cielos, Jesús cumple su promesa de enviar al
Espíritu Santo. Todos estaban reunidos y de repente se oyó un estruendo como de
un viento recio que soplaba y llenó toda la casa donde estaban. Se aparecieron,
entonces, unas lenguas parecidas al fuego, y se asentaron en la cabeza de los
que estaban allí reunidos. De esa manera quedaron llenos del Espíritu Santo y
comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les inspiraba que
hablaran. Muchos otros que estaban allí presentes, los escucharon hablar en su
propia lengua y se quedaban asombrados. Pero otros se burlaban, creyendo que
estaban borrachos.
La experiencia de Pentecostés puede considerarse el impulso
definitivo para la expansión de la iglesia. Desde los inicios se constata que
es una invitación libre que muchos pueden acoger pero que también muchos otros
pueden rechazar. La fe no se impone, sino que se comunica y ha de aceptarse
libremente. Gracias a ese momento inicial, hoy podemos palpar como, siglo tras
siglo, en medio de muchas luces y sombras, el empuje evangelizador no cesa y la
experiencia de ser movido por el Espíritu de Jesús continúa en muchas personas.
Es interesante el dato de que cada uno oía a los discípulos hablar en su propia
lengua. Significa sin duda, la necesidad de inculturar el mensaje en los
diferentes contextos y abrirse a los nuevos desafíos. No es que en el mundo
haya menos fe. Tal vez es que no sabemos hablar en el lenguaje actual. Dejemos
entonces que el Espíritu nos ayude a reconocer cómo anunciar hoy a Jesucristo
confiados en que, así como abrió los corazones de los primeros, hoy también lo
sigue haciendo con todos aquellos a los que llega el mensaje que anunciamos.
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