TRABAJAR DESDE DENTRO SIN BUSCAR
PROTAGONISMO
En América Latina estamos en un momento complejo pero a la vez
desafiante para la vida cristiana. Por una parte, se encuentran personas y grupos
que profesan su fe cristiana con vitalidad y compromiso. Pero, por otra, la
apatía y el desinterés crecen y muchos viven alejados de toda referencia trascendente.
Para ser más exactos, no se da una militancia atea fuerte, como en otros
tiempos, pero sí se vive una distancia de la institución eclesial. Esto último no
se da sólo en el nivel individual. También se nota en lo estructural. Las
legislaciones de muchos países comienzan a apoyar realidades contrarias a algunos
de los principios cristianos que han estructurado la sociedad a lo largo de
tanto tiempo.
Ante esta situación surge la tensión entre los que piensan que la
tradición católica del continente es fuerte y no hay nada que temer y los que
piensan que dicha tradición es cosa del pasado y estamos en un nuevo momento.
¿Quién tiene la razón? Con seguridad las dos posturas se aproximan a la verdad
pero ninguna la tiene totalmente. Coexisten las dos realidades y hay que
atender a ellas sin miedos y sin negar la posición contraria.
Lo más sensato es pensar que realmente esa tradición cristiana nos
constituye. Eso no se puede negar. Pero al mismo tiempo hay que aceptar que sí
esta tradición no se llena de vitalidad y de sentido para los tiempos actuales,
no podrá contribuir a la construcción de la sociedad.
Nuestras parroquias pueden estar todavía “llenas” pero la edad promedio
de los asistentes es muy elevada. Muchos niños aún hacen la Primera Comunión
pero cada vez es más difícil tener grupos juveniles. Un buen número de personas
colaboran en la vida parroquial pero se está muy distante de una vivencia
comunitaria fuerte. Y, así podríamos enumerar otras realidades que muestran que
se decrece en número y en capacidad de influir en la vida social.
¿Qué líneas de trabajo se deben señalar, entonces, para afrontar éstas y
tantas otras situaciones que afectan la vivencia católica de nuestros pueblos? No
basta continuar cuidando y cultivando lo que se tiene. Es necesario actualizar
y recrear el evangelio para que responda a cada tiempo presente. Tal vez estamos
en un momento adecuado para recuperar la “sencillez” del Reino anunciado por
Jesús. Este Reino se parece a una semilla de mostaza que, siendo muy pequeña, al
crecer, “sirve para que las aves del cielo se posen en sus ramas” o como la
levadura que no se ve pero “fermenta toda la masa” (Mt 13, 31-33). En los dos
casos, lo más importante es el servicio que prestan a las realidades donde se
insertan más que el tener reconocimiento o prestigio. Nuestra tradición
católica no siempre tiene que “aparecer” visiblemente pero siempre puede
transformar la realidad “desde dentro” con sencillez y creatividad sin reclamar
protagonismos. Difícil tarea para una institución que se ha consolidando a lo
largo de los tiempos pero, no imposible, para una iglesia que se deja guiar por
el Espíritu y ofrece gratuitamente lo que ha recibido gratis (Mt 10,8).
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