Escandalizarse ¿de
qué?
En la iglesia católica se
realizan diferentes propuestas pastorales con el ánimo de atraer a los fieles,
alimentar su fe y despertar su espiritualidad. Entre muchas de esas
experiencias, hace poco se propuso, en la arquidiócesis de Bogotá, un “Madrugón
a la oración” (desconozco si se ha hecho más veces) invitando a personas del clero,
la vida religiosa y el laicado a que animaran ese espacio con una reflexión
sobre las bienaventuranzas. También contó con un grupo musical y otras
intervenciones que propiciaron un ambiente de oración y recogimiento.
Esta iniciativa, con seguridad,
gustó a los participantes y, en estos tiempos de pandemia, estas propuestas han
sido muy valiosas. Ahora bien, una de las reflexiones fue ofrecida por un
sacerdote que hace algunos años entró por el camino de la “meditación”
inspirada en prácticas orientales, como el yoga, el control de la respiración,
la alimentación sana, etc. (no puedo entrar en detalles porque no conozco a
fondo los fundamentos de dicha meditación) pero, a grandes rasgos, van por esa
línea. Además. Él ofreció la meditación sentado sobre una piedra, en posición
de loto, vestido con un traje artesanal blanco y con un lindísimo paisaje de
fondo. Algunos o muchos -según se relató en un reportaje que se hizo sobre este
hecho- quedaron “escandalizados” por ver a un sacerdote sin su tradicional clériman
y ofreciendo ese tipo de meditación. Le tildaron de “nueva era”, de que “por
ahí entra el demonio”, de ser señal de la decadencia eclesial, etc. El texto en
el que leí el comentario sobre las opiniones frente a este estilo de meditación
decía que los grupos conservadores se habían quedado escandalizados y no
entendían estas expresiones que rompen con los moldes establecidos.
Personalmente no es esto lo que
me escandaliza. Hay muchos caminos para hacer oración y casi siempre esta viene
acompañada de los espacios de silencio, de la meditación, del recogimiento, de
la interioridad. Las técnicas orientales se han ido introduciendo en nuestra
realidad occidental y, entendidas como técnicas que ayudan a la salud, al
recogimiento, a la concentración, son válidas y no tienen nada de satánico o
algo parecido. Pero algo que es muy importante recordar, es que los caminos que
me ayudan a mí no necesariamente han de ser asumidos por todos. No hay un solo
camino de espiritualidad porque no todas las psicologías humanas son iguales y
a unas personas les ayuda más unas técnicas que otras. Ese querer erigirnos
como dueños de una verdad y buscar imponerla a todos, es lo que sí es nefasto y
no ayuda a la experiencia cristiana. Tan válido es el camino de San Ignacio de
Loyola con su propuesta de Ejercicios espirituales como el de Santa Teresa de
Jesús con su definición de oración: “tratar de amistad, muchas veces a solas,
con quien sabemos nos ama”. Y todo el cultivo del dominio de sí, de una
alimentación saludable, de la elasticidad corporal, del danzar o cantar, del
contemplar, de hacer ritos y expresiones que manifiesten nuestros sentimientos
religiosos, es loable, necesario y forma parte de nuestra realidad humana “encarnada”.
Por lo tanto, repito una vez más, lo escandaloso no es proponer diferentes
maneras de orar y expresarlas.
Pero si tengo dos realidades que
no me escandalizan, pero si me preocupan. La primera, consiste en hacerle decir
a los místicos/as cristianos lo que ellos no dicen. Por dar un ejemplo, el
libro de “Las moradas” de Santa Teresa no tienen nada que ver con un proceso de
grados o escalones a conseguir, a semejanza del dominio que se adquiere con
algunas técnicas de meditación.
La segunda -que me preocupa mucho
más- es que la Palabra de Dios que se comenta en estos espacios de oración o en
las predicaciones y catequesis, la desvinculemos de su contexto original, de lo
que realmente quisieron decir los evangelios -con la pluralidad de
interpretación que también cada uno le da- y le hagamos decir lo que no dice.
En concreto, el texto de las bienaventuranzas presenta el “programa del reino
de Dios anunciado por Jesús” y según conocemos, ese programa interpeló
profundamente el contexto religioso de su tiempo, a tal punto que Él se ganó la
muerte y lo crucificaron con el significado que esto conllevaba para ese
tiempo, como un “maldito de Dios”. De ahí la hondura de la experiencia de la
resurrección: esta constituye el sí de Dios a la praxis de Jesús, es la
confirmación de que un amor inclusivo, libre, misericordioso, profético como él
que vivió y propuso a sus seguidores, es el que Dios quiere para hacer presente
el reino de Dios en nuestra historia.
Por supuesto que en el “Madrugón
de oración” se dijeron muchas cosas que van en la línea de lo que acabo de
decir, pero tanto en ese evento como en muchos otros, se dicen muchas cosas que
no tienen nada que ver con la palabra de Dios que se invoca y se cae fácilmente
en una oración intimista, moralista, de búsqueda de un bienestar personal, algo
dulzona, muy alejada de una mística encarnada en la realidad, comprometida con
su transformación. Por supuesto que este tipo de oración le gusta a mucha gente
porque ante tantas problemáticas que se viven y la necesidad que todo ser
humano experimenta de apoyo, compañía, sostén, hacen que la gente se sienta
bien y confortada. Sin embargo, hay que estar más atentos para no “domesticar” la
Palabra de Dios, no acomodarla a lo más fácil. Por poner un ejemplo, la paz del
reino que anuncian las bienaventuranzas -si no las sacamos de su contexto- no se
refieren al bienestar personal -aunque esto sea muy válido y necesario para
todo ser humano- sino que tiene una connotación social y religiosa que
interpela, incomoda, compromete.
En fin, el cristianismo pasó de
ser, un movimiento marginal a convertirse en la religión oficial del imperio.
Eso nos ha dado la idea de que ella “es” la religión para todo el mundo y que
su hegemonía hay que defenderla por todos los medios. Pero la experiencia reciente nos muestra que
el pluralismo religioso es cada vez más evidente, además de que un buen grupo
de católicos abandona la iglesia, especialmente, los más jóvenes. Por supuesto
nos gustaría que no fuera así pero la manera de mantenerlos no puede ser
“rebajando”, “domesticando” “endulzando” el mensaje de Jesús sino manteniendo
la vitalidad profética y el “sabor a evangelio” -como dice el papa Francisco en
su última encíclica Fratelli Tutti- porque lo que hará posible la presencia del
reino, no será la cantidad de fieles, ni los ritos que se celebren, ni las
técnicas de meditación, sino la vivencia de los valores del reino que como el
trigo de la parábola, irán transformando, efectivamente, la cizaña (Mt 13, 24-30).
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