Vivir la esperanza
del adviento en tiempos de pandemia
Comenzamos el año litúrgico con el inicio de adviento. Serán cuatro semanas de preparación para la navidad, en un horizonte de alegría (a diferencia de cuaresma que también es tiempo de preparación, pero en un sentido más de conversión), porque esperamos el complimiento de una Buena Noticia: el Dios de los cielos se hace uno de los nuestros, asume nuestra condición humana y desde entonces no hay que buscarlo en las alturas, ni afuera de la historia sino en ella y en los seres humanos con los que se identifica definitivamente. En términos bíblicos: “lo que hiciste a uno de estos pequeños a mí me lo hiciste” (Mt 25, 40) o “nadie puede amar a Dios a quien no ve sino ama al hermano a quien ve” (1 Jn 4, 20).
En el primer domingo de adviento que acaba de pasar, el
evangelista Marcos nos invitó a estar vigilantes porque “no sabemos cuándo
vendrá el dueño de la casa” (13, 33-37). Esto es lo que nos ha sucedido con la
pandemia. No sabíamos, ni imaginábamos que algo así pudiera cambiar nuestro
estilo de vida, afectando nuestros planes y proyectos. Por supuesto hemos
seguido adelante -con más o menos dificultad-, y esta experiencia nos está
ayudando a entender nuestra limitación y vulnerabilidad y la necesidad de estar
preparados para afrontar experiencias de este tipo. Ha sido necesario volver a
las fuentes de nuestra fe: el Dios vivo, sosteniéndonos en todo momento, no
encerrado en templos o liturgias, sino convocándonos siempre a la vida y a
superar toda situación.
El segundo domingo de adviento nos presentará la figura de
Juan el Bautista (Mc 1, 1-8) anunciando la diferencia entre su bautismo de agua
y el que trae Jesús en el Espíritu. Nos convoca a salir de una religiosidad
individualista para acoger la vida del Espíritu que siempre impulsa a la
liberación de todas las esclavitudes y nos constituye en hijos e hijas de Dios.
Podríamos conectarlo con el inicio de la misión de Jesús que Lucas (4, 18-19)
describe como acción del espíritu quien lo envía a dar la buena noticia a los
pobres de que sus situaciones de dolor van a transformarse. Con la pandemia a
cuestas, este bautismo en el espíritu nos invita a cambiar tantas situaciones
de pobreza que han hecho tan difícil el cuidado mínimo contra el coronavirus,
por falta de agua, de vivienda, de trabajo, de recursos para “cuidar y cuidarse”.
El tercer domingo de adviento nos presentará de nuevo la
figura de Juan el Bautista, pero esta vez lo hace el evangelista Juan (1, 6-8.
19-28), aclarando que Él no es el Mesías sino el que allana los caminos para su
llegada. Hay que descubrir a este Jesús que viene y la lógica del reino que
anuncia. Romperá con los moldes de lo establecido por la ley judía y propondrá
otra manera de ser hijo e hija de Dios, basada en la misericordia y el servicio
y no en el cumplimiento de la ley y el culto. Buena semana para pensar en todo
lo que la pandemia trajo para nuestra vivencia de fe. Esta no se pude basar en
ir al templo, ni en la celebración de los sacramentos ni en el cumplimiento del
precepto dominical o en cualquier otra de las prácticas tan bien establecidas
que teníamos. Nos ha hecho ver que antes que el culto es la vida y antes que el
templo es la iglesia viva que somos cada uno de nosotros. Podrán delimitarse
los aforos en los templos, con normas de bioseguridad y ayudarán, pero se hace
necesario agrandar las fronteras de nuestra experiencia de fe para sentir que “no
dejamos de asistir al templo” -por lo dicho antes- sino que podemos estrenar
otras formas de ser iglesia que, tal vez, han llegado para quedarse.
El cuarto y último domingo de adviento Lucas (1, 26-38) nos
presentará a María como protagonista del acontecimiento que esperamos. El
diálogo que sostiene con el ángel es uno de los aspectos más significativos del
texto. Esperar al Mesías y acogerlo supone la libre aceptación, pero, sobre
todo, la pregunta reflexiva que indaga por cómo será aquello o cómo será
posible dadas las circunstancias, es decir, la actitud madura de un seguimiento
de Jesús que la hace a ella, no solo madre de Jesús sino la primera discípula y
modelo para varones y mujeres en la iglesia.
Una lectura más atenta de cada uno de estos textos bíblicos
nos dará muchas más luces para vivir este tiempo de adviento. Pero es
importante que articulemos la fe con lo que estamos viviendo. Esperamos tiempos
de pospandemia que nos hayan transformado a cada uno y hayan hecho mejor
nuestro mundo. Sería una lástima y, sobre todo, una inconciencia, no haber
crecido como personas, como sociedad y como iglesia en este tiempo difícil que
nos ha tocado vivir y volver a lo de antes, sin ninguna diferencia. A semejanza
de María sería bueno preguntarnos muchas veces ¿cómo podemos vivir con más
conciencia para afrontar tantas cosas nuevas que pueden llegarnos? ¿Cómo sacar
lo mejor de cada uno para responder a los desafíos presentes? ¿cómo estar
dispuestos a aceptar las incertidumbres del camino desde una fe viva y activa?
Que este adviento -tiempo de esperanza- nos llene de optimismo y fortaleza para
asumir lo que va llegando y responder de la mejor forma posible.
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