¿Quién nos podrá
separar del amor de Cristo?
Estamos iniciando el 2021 y parece que será un año de
paciencia, confianza y buena disposición para lograr afrontar el covid-19 y
conseguir que deje de ser una pandemia. Todo dependerá de las disposiciones de
los países para hacer posible la vacuna y que llegue a todos. Ojalá que sean diligentes,
pero mientras todo eso pasa, nuestra fe ha de estar más viva que nunca, porque
es en estos momentos difíciles en los que se constata el significado de ella en
nuestra vida.
El apóstol Pablo puede iluminar nuestra vivencia de estos
tiempos, cómo lo hacía con sus comunidades, en las circunstancias que ellos
tuvieron que vivir. Los instaba a la perseverancia confiada y a la esperanza
gozosa con la práctica continúa de la caridad. A la comunidad de Filipos, por
ejemplo, les invita a “estar siempre alegres en el Señor” (Flp 4, 4), no porque
los tiempos fueran fáciles, sino por la confianza puesta en el Señor. Les pide
también “no inquietarse por cosa alguna, antes bien, en toda ocasión, presentar
a Dios sus peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la
acción de gracias” (Flp 4, 6). Les promete que “la paz de Dios, que supera todo
conocimiento, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Flp
4,7). No una paz mágica, ni por ausencia de conflictos, sino porque viene de
Dios y no depende de sí las cosas van bien o no, sino del Señor Jesús, “en
quien todo se puede ya que Él mismo es quien nos conforta” (Flp 4, 13).
En la carta a los Romanos Pablo presenta las circunstancias
límite que podemos vivir y antes las cuáles el amor de Dios permanece,
sosteniéndonos firmes: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la
tribulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el hambre? ¿la desnudez? ¿los
peligros? ¿la espada? (…) en todo ello salimos vencedores, gracias a aquel que
nos amó. Pues estoy seguro de que, ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni
los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura,
ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 35-39).
Es muy honda la experiencia que el apóstol espera que
vivamos en el amor del Señor Jesús. “Si él está con nosotros, ¿quién contra
nosotros? (Rm 8, 31). Por supuesto estas palabras no significan que no nos va a
pasar nada, ni que la enfermedad o la muerte no golpeará nuestras casas o las
situaciones económicas serán todas positivas. Pero si significan que la
complejidad de esta situación que vivimos no puede apagar nuestra fe, sino que,
por el contrario, desde ella, seguir mirando el futuro con optimismo,
trabajando sin descanso por un futuro mejor para la humanidad.
Esto supondría que en este año nos empeñemos en varias deudas
pendientes de nuestro compromiso cristiano. Enumeremos algunas de ellas.
-
Un verdadero compromiso con el cuidado de “la
casa común”. Al inicio de la pandemia vimos como los cielos se limpiaban debido
a la quietud y el no uso de transporte. Por supuesto eso solo fue una sensación
que no es suficiente para detener el cambio climático, que con tanta urgencia
necesitamos. Pero tal vez todo lo vivido en estos meses nos haga conscientes de
la responsabilidad que llevamos entre manos, comenzando por las acciones que
podemos hacer en nuestras casas y exigiendo políticas públicas que preserven
por encima de cualquier ganancia económica, el cuidado del medio ambiente. Esto
no es un trabajo solo de los ecologistas, es también de los creyentes que
afirmamos a Dios como creador del cielo y la tierra, una casa común que se nos
ha confiado y de la que se pueda afirmar: “Y vio Dios que todo estaba bien” (Gn
1, 28-31).
-
Un verdadero compromiso con la dimensión social
de la fe. Es decir, sacar nuestra fe de las iglesias -en el sentido de no
reducirla a las celebraciones litúrgicas-, sino que ella se viva en la realidad
sociopolítica y económica de nuestros pueblos. Hemos visto y palpado la
precariedad económica que golpea a la mayoría y esto no es voluntad de Dios, ni
consecuencia de la pandemia. Es a raíz de sistemas económicos que solo
privilegian la ganancia y no el derecho al trabajo digno. Exigir esos derechos
no es solo tarea de los líderes sociales es también de todo cristiano que vive
la dimensión política de su existencia y sabe que allí se concreta también la
fe que profesa.
-
Un verdadero compromiso con el diálogo
intercultural e interreligioso porque la pluralidad es un signo de nuestros
tiempos y hay que verlo como oportunidad de diálogo y enriquecimiento mutuo y
no de actitudes intolerantes y llenas de “fobias”, llámense homofobia,
xenofobia, aporofobia, etc. En este
último sentido la Encíclica Fratelli Tutti hace un llamado contundente al
diálogo y la amistad social, a la fraternidad/sororidad, como el núcleo más profundo
de la fe, el que en verdad nos hace vivir la vida “con sabor a evangelio” (FT
n. 1)
En definitiva, la vida humana siempre tendrá muchos desafíos
que tenemos que afrontar y hemos de hacerlo con toda la responsabilidad
posible. Y nuestra fe ha de ser el motor y la fuerza para vivir a fondo lo que
cada tiempo presente trae. Y para nosotros hoy, es luchar contra el covid, pero
en el horizonte de toda la problemática que ha revelado, exigiéndonos buscar
soluciones integrales, más allá de la sola vacuna. No olvidemos que “la fe sin
obras es muerta” (St 2,17) y solo en el compromiso con el tiempo presente
mostraremos que ella está viva y vale la pena ser creyente.
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