Lectorado y acolitado para las mujeres ¿un paso adelante?
El papa Francisco publicó el 10 de enero la “Carta
Apostólica en forma de ‘Motu Proprio’ Spiritus Domini” con la que modifica el
Canon 230 §1 del Código de Derecho Canónico acerca del acceso de las personas de
sexo femenino al ministerio instituido del lectorado y del acolitado. Si el canon
decía que estos ministerios eran para los laicos “varones”, el cambio que ha
introducido el papa es quitar la palabra varones, abriendo así la posibilidad
para todo el laicado. Pero estos cambios muestran el “paso lento” que lleva
nuestra iglesia y la “multitud de justificaciones” que se dan para no dar un
verdadero paso.
En realidad, aunque sea necesario modificar los cánones para
que la ley acompañe la práctica, la presencia de las mujeres en estos servicios
ya es de larga data. Sin esa presencia, ¡cuántas celebraciones litúrgicas
serían imposibles! Las mujeres son las que en su mayoría participan de la
liturgia y las que ejercen casi todos los servicios. Por lo tanto, podría
entenderse que más que un paso adelante debería ser el ponerse al día en la “deuda
pendiente” que la iglesia tiene con las mujeres en esto (y en tantos otros aspectos).
Casi debería dar vergüenza que en pleno siglo XXI, los cánones eclesiásticos tengan
formulaciones que excluyen a las mujeres.
Además, en la carta que el papa dirige al Cardenal Ladaria
-Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe- presentándole este “Motu
Proprio”, se pueden visibilizar las “múltiples justificaciones” que la iglesia continuamente
aduce para no dar pasos hacia adelante. Señalemos algunas. Se justifica que las
“adaptaciones” no deben interpretarse como “superación de la doctrina anterior
sino como una actuación del dinamismo que caracteriza la naturaleza misma de la
Iglesia, siempre llamada con la ayuda del Espíritu de Verdad a responder a los
desafíos de cada época, en obediencia a la Revelación”. Por supuesto, ese ha de
ser el dinamismo de la iglesia y la igualdad de las mujeres en la iglesia es un
desafío inaplazable en esta época, pero ¿por qué tanto temor a hacer cambios?
¿por qué tienen tanta seguridad de que lo que respecta con las mujeres y su participación
eclesial en otros ministerios no pueden “modificarlo”? ¿no escuchan a este
Espíritu de Verdad?
La carta continúa diciendo que “La variación de las formas
de ejercicio de los ministerios ordenados, no es la simple consecuencia en el
plano sociológico de adaptarse a las sensibilidades o a las culturas de las épocas
y de los lugares, sino que está determinada por la necesidad de permitir a cada
Iglesia (…) a vivir la acción litúrgica, el servicio de los pobres y el anuncio
del Evangelio”. Hay tanto temor al plano sociológico como si Jesús no se
hubiera “encarnado” en lo concreto de un pueblo y unas costumbres, es decir, si
no se hubiera hecho historia humana donde tenemos que descubrirle y entender la
presencia de su espíritu. No acabamos de superar esa división de planos, donde
la realidad parece alejada de lo divino y lo divino no sabemos de dónde saca
sus reflexiones.
Creo que la institución eclesiástica no es ingenua y sabe
que estos pasos tan lentos no pueden dejar de suscitar críticas. Por eso sale
al paso diciendo que “este servicio al mundo (…) amplía los horizontes de la
misión de la Iglesia, evitando que se encierre en lógicas estériles encaminadas
sobre todo a reivindicar espacios de poder”. Las lógicas de poder clerical son
otra deuda pendiente que debería ser asumida para una verdadera reforma de la
iglesia.
Finalmente, el papa señala en la carta que este cambio “da
lugar a que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la
organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades,
pero sin dejar de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina”. ¿Qué
será esto de la impronta femenina? ¿sin pedir reivindicaciones? ¿con sumisión?
¿de manera suave? ¿con generosidad ilimitada? Sinceramente creo que esa
impronta femenina se refiere a lo que “culturalmente” se ha atribuido a las
mujeres y esta es la razón de las preguntas que acabo de formular. Pero acaso ¿todas
esas características no han de ser valores humanos para varones y mujeres,
posibilitando así una sociedad de la bondad, el servicio, la generosidad, tan
necesaria, pero sin caer en la falta de profetismo y audacia para denunciar lo
que aún no está bien?
Definitivamente, los cambios eclesiales van a un paso
demasiado lento y están llenos de temores, justificaciones y cegueras. Lamentablemente
cuando la institución eclesiástica se atreva a dar los pasos necesarios, mucha
gente habrá tomado otros caminos y no porque no quieran seguir a Jesús sino
porque con su lentitud la gente habrá visto necesario tomar otros caminos.
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