Preparándonos para
el Adviento
Olga Consuelo Vélez
Hemos comenzado adviento y los
textos bíblicos de la liturgia de este tiempo nos invitan a la preparación para
el acontecimiento que se avecina. En efecto, que el Hijo de Dios se encarne en
nuestra historia amerita que nos dispongamos para ello y revisemos si estamos preparados.
Las lecturas del segundo y tercer domingo se refieren a Juan Bautista, precursor
del Mesías, quien habla claramente de esta preparación.
En el segundo domingo de adviento
el evangelista Mateo (3, 1-12) se refiere a la predicación de Juan Bautista: “Conviértanse
porque está cerca el reino de los cielos” Y haciendo referencia al profeta
Isaías explica la misión que se le ha confiado: “Una voz grita en el desierto:
preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Continúa el evangelista presentándonos
la figura del Bautista diciendo que vestía piel de camello con una correa en la
cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Después se refiere a su
dedicación a bautizar, pero también de su interpelación a los que quieren cumplir
con un rito, pero no como signo de verdadera conversión. A fariseos y saduceos
les dice: “¡Camada de víboras! ¿quién los ha enseñado a escapar del castigo
inminente? Den el fruto que pide la conversión”. En otras palabras, Juan Bautista,
como un verdadero profeta, es signo de otros valores -con su propia persona (expresado
en su modo de vestir, de comer, de actuar) y con su predicación y,
especialmente esta última, en la que interpela a sus oyentes de manera directa
y firme.
En el tercer domingo de adviento con
otro pasaje del evangelista Mateo (11, 2-11), se nos sigue presentando la
figura del Bautista. En esta ocasión, el profeta manda a sus discípulos a
preguntar directamente a Jesús si él es el Mesías o deben esperar a otro. La
respuesta de Jesús es clara: “Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y
oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y
los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el
Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Es decir, el profeta
Jesús también manifiesta lo que avala la identidad de una vida: las obras que
produce. Por eso invita a los discípulos a mirar lo que está aconteciendo y a
descubrir en esas acciones la veracidad de su mesianismo. El evangelio termina
con las palabras de Jesús sobre Juan el Bautista, confirmando también su
profetismo y la manera como prepara el camino.
Estas lecturas también nos
interpelan a nosotros frente a la vivencia de este tiempo. Aunque adviento es
tiempo de alegría, de esperanza, de gozo, a la luz de estos textos bíblicos, también
es tiempo de conversión, de testimonio, de acción. Pero aquí vienen las
preguntas que nos hacemos, año tras año, y que parece no logramos responder con
los hechos. ¿Qué distingue la vivencia cristiana de este tiempo de la manera
secular de celebrar estos días? Los centros comerciales se decoran con motivos
religiosos y no religiosos (árboles de navidad, Papá Noel, renos, nieve, etc.),
adornos que también invaden las iglesias, las calles, los parques y los
hogares. Pero ¿todos estos símbolos -que en sí mismos no son buenos ni malos-
que mensaje nos transmiten? ¿a qué nos remiten? El otro aspecto que caracteriza
este tiempo son los regalos. Por una parte, fomentan la sociedad de consumo
porque parece que es de obligado cumplimiento comprar algo en estos días. Por
otra, animan a la generosidad porque hay empresas y personas que destinan una
parte de sus recursos a comprar regalos para los niños, con la motivación, como
se dice, de “alegrarles la navidad”. Es decir, este tiempo de espera de la
navidad tiene la ambigüedad de todo lo humano: una parte de superficialidad y
consumo y otra parte de gratuidad, de compartir y de estrechar lazos con la
familia y los amigos.
Pero eso no quita que no
intentemos reorientar el sentido auténtico de estas fiestas y, no busquemos cómo
conectarnos con lo realmente importante. Y las lecturas que hemos señalado nos
dan algunas pistas. Sí Jesús es el Mesías esperado y en verdad queremos
acogerlo, hemos de mirar más su actuar y ponernos en sintonía con ese
horizonte. El Niño que nace trae el cambio de las situaciones injustas a
situaciones justas expresadas en que los ciegos ven, los sordos oyen, etc. Este
es el verdadero espíritu de adviento: transformar las situaciones, pero no
mientras se viven estas fiestas, sino de manera estructural. No basta con dar
regalos a los niños. Es necesario preguntarse qué hay que hacer para que todo
niño tenga derecho a la salud, a la educación, a la comida, a la recreación, a
la familia, todos los días de su vida. No basta con expresar el cariño en este
tiempo sino convertir ese cariño en obras a lo largo de todo el año: más unión
familiar, más solidaridad mutua, más compañía, verdadero amor expresado a
través de los actos concretos. No basta con adornar las ciudades sino buscar
que ellas pueden ser lugares de posibilidades para las personas en todos los
tiempos. En otras palabras, Adviento es un tiempo cálido, colorido, festejado,
pero ha de ser mucho más: tiempo de conversión a más justicia, a más
solidaridad, a construir un país y un mundo donde la vida sea posible, también
la vida del planeta. Un mundo donde se note que el Niño Jesús que viene y que
los cristianos conmemoramos, año tras año, realiza lo que ha prometido a través
de nuestro compromiso de hacerlo posible. Adviento es tiempo de ponernos en
camino para transparentar con nuestras obras que el Mesías esperado
efectivamente llega para “allanar todos los senderos” para “reunir el trigo en
el granero y quemar la paja en la hoguera”.