domingo, 30 de junio de 2024

 

Para hacer posible la sinodalidad ¿vino nuevo en odres viejos?

Olga Consuelo Vélez

El proceso sinodal continua su camino, aunque la mayoría del pueblo de Dios no se siente involucrado. Ya se reunió una comisión de teólogos y teólogas (siempre menos mujeres, como ocurre en todos los ámbitos de decisión de la iglesia) para elaborar un primer esquema del Instrumentum Laboris de la próxima asamblea sinodal. Según anunció la secretaría del sínodo, este documento fue enviado a setenta personas (que no están participando del sínodo) para que hagan aportes. De todas maneras, este proceso por la magnitud que encierra -toda la iglesia universal- resulta muy difícil divulgarlo como se requeriría y, mucho más, involucrar al “pueblo de Dios”, ese pueblo “de a pie”, que solo va a la celebración eucarística o que solo mantiene algunas devociones pero que está inmerso en la vida diaria con todo lo que tiene de dificultad, avances y retrocesos, muy distante de lo que la iglesia institucional vive y de las estructuras organizativas en las que se mueve.

Fuera de las instancias cercanas al sínodo, están otras estructuras eclesiales de diferentes continentes que organizan encuentros de especialistas para reflexionar sobre el sínodo y, en la medida de lo posible, mandar algún aporte a la secretaría del sínodo. He participado recientemente de uno, pero la mayoría de las propuestas que se hacían, me pareció que iban en la línea de “echar vino nuevo en odres viejos”. De ahí, está reflexión. Por una parte, se insistió mucho en promover los consejos pastorales que deberían existir en todas las diócesis. Según algunas investigaciones que se hicieron, dichos consejos funcionan poco o, aunque tengan ese nombre, mantienen la preeminencia del clero y escasa participación laical. Por supuesto en algunos lugares funcionan mejor y, entonces, se afirma que allí hay experiencias sinodales. Sin embargo, personalmente creo que insistir en lo que ya existe (o existe débilmente) para favorecer desde allí el cambio sinodal, es echar el vino nuevo en odres viejos y ya el evangelio nos alerta de lo que sucede: “los odres viejos revientan, el vino se derrama y los odres se echan a perder; el vino nuevo se ha de echar en odres nuevos y así ambos se conservan” (Mt 9, 17).

En realidad, pretender vivir la sinodalidad es aventurarse a una experiencia muy distinta de la forma como la iglesia se ha constituido hasta ahora. Literalmente es vivir la “pirámide invertida”, como lo dijo el papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, porque supone la conversión del clero a un ministerio que no es de poder sino de servicio -y por eso no teme ponerse a la escucha de la comunidad a la que sirve- y de un laicado que asume su dignidad bautismal y la vive con toda responsabilidad, sin pedirle permiso al clero para hacer o decir alguna acción eclesial. La sinodalidad exige una “conversión” y, esta, es mucho más que “un barniz superficial” (como decía la Evangelli Nuntiandi de Pablo VI), en la que, por ejemplo, un consejo pastoral se abre a incorporar más laicos, se reúne más o plantea más cosas. La conversión implica buscar nuevas estructuras, nuevos procesos, nuevos acontecimientos. Pero, definitivamente, la iglesia institución, no está dispuesta a ello y está intentando maquillar lo que ya existe para afirmar que eso es sinodalidad.

Otra de las temáticas abordadas en el encuentro teológico en el que participé fue la de los ministerios ordenados y, por supuesto, el ministerio ordenado para las mujeres. Las fundamentaciones bíblicas, patrísticas, teológicas, pastorales, etc., son evidentes para exigirlos y hacerlos realidad. Pero no falta la “prudencia” teológica para hacer llamados a la mesura, a trabajar con “más cuidado” las fuentes porque tal vez “no son históricas” -como si para otros temas no hubiera la misma provisionalidad en todo lo que se refiere a los orígenes cristianos-. En este tema también la Iglesia institución está empeñada en acallarlo, en “domesticarlo” con la típica frase de que las mujeres realizan muchas tareas en la Iglesia y sin ella casi que la iglesia no existiría, por lo tanto, no es necesario pedir mucho más (valga decir que para muchas mujeres esto es suficiente). Es difícil hacer una verdadera apuesta por una experiencia ministerial que reconozca la participación del laicado y, por supuesto, de las mujeres, y se configuren comunidades eclesiales sinodales donde todos los ministerios sean para el servicio, pero sin detrimento de unos por la preeminencia de otros.

Otro aspecto a comentar, en lo que respecta al sínodo, es sobre las diez comisiones de estudio, convocadas por Francisco para estudiar algunos de los temas que han salido en las consultas de estos dos años, cuyos resultados serán entregados el próximo año. ¿Alguien recordará dentro de un año qué se estaba estudiando y a qué conclusiones se llegó? Por poner un ejemplo, Francisco convocó una “segunda” comisión para el estudio del diaconado femenino y no se sabe qué pasó con ella. Ahora habrá una “tercera” -dentro de esas diez comisiones-, con el agravante que Francisco ya dijo que con él no podemos esperar que exista un diaconado femenino como ministerio “ordenado”. ¿Tienen sentido estas comisiones? ¿podremos esperar algo de ellas? No parece que haya mucha esperanza al respecto.

Definitivamente la sinodalidad es otra cosa distinta a “maquillar” lo que existe. Supone conversión eclesial, ministerial, sacramental, litúrgica, procedimental, social, etc. Y esto es más que las “mesas redondas” que vimos en la primera asamblea sinodal de 2023 -aunque eso ya es un símbolo poderoso, pero no suficiente- o la “conversación en el espíritu”, como método, que algunos alaban tanto pero que también otros han mostrado su insuficiencia para producir una reforma eclesial. La sinodalidad supone que estemos dispuestos a movernos de nuestros propios lugares. A reconocer que, hasta ahora, la iglesia ha vivido demasiado poco la experiencia sinodal y que necesitamos estrenarla, propiciarla, buscar caminos, métodos y medios para hacerla realidad. Mientras sigamos hablando tanto de sinodalidad sin empeñarnos en propiciar “odres nuevos” para el “vino nuevo” del Espíritu, habrá muchas reuniones, muchas reflexiones, muchos encuentros, pero no habrá cambiado nada de tanto que es urgente que cambie.

viernes, 28 de junio de 2024

 Comentario al evangelio del domingo 30-06-2024: Una mujer protagonista de su fe




miércoles, 26 de junio de 2024

 

La curación de la hemorroísa como preanuncio de una iglesia sin exclusión en razón del sexo

Comentario al evangelio del domingo XIII del Tiempo Ordinario 30-06-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Cuando Jesús pasó otra vez en la barca al otro lado, se reunió una gran multitud alrededor de Él; y Él se quedó junto al mar. Y vino uno de los oficiales de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle se postró a sus pies. Y le rogaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está al borde de la muerte; te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para que sane y viva. Jesús fue con él; y una gran multitud le seguía y le oprimía. Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que, al contrario, había empeorado; cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a Él por detrás entre la multitud y tocó su manto. Porque decía: Si tan sólo toco sus ropas, sanaré. Al instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su aflicción. Y enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de Él, volviéndose entre la gente, dijo: ¿Quién ha tocado mi ropa? Y sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te oprime, y dices: "¿Quién me ha tocado?" Pero Él miraba a su alrededor para ver a la mujer que le había tocado. Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad. Y Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción. Mientras estaba todavía hablando, vinieron de casa del oficial de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas aún al Maestro? Pero Jesús, oyendo lo que se hablaba, dijo al oficial de la sinagoga: No temas, cree solamente. Y no permitió que nadie fuera con Él sino sólo Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. Fueron a la casa del oficial de la sinagoga, y Jesús vio el alboroto, y a los que lloraban y se lamentaban mucho. Y entrando les dijo: ¿Por qué hacen alboroto y lloran? La niña no ha muerto, sino que está dormida. Y se burlaban de Él. Pero Él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con Él, y entró donde estaba la niña. Y tomando a la niña por la mano, le dijo: Talita Kum (que traducido significa: niña, a ti te digo, ¡levántate!). Al instante la niña se levantó y comenzó a caminar, pues tenía doce años. Y al momento se quedaron completamente atónitos. Entonces les dio órdenes estrictas de que nadie se enterara de esto; y dijo que le dieran de comer a la niña (Marcos 5,21-43)

 

El evangelio de hoy tiene como protagonistas a una niña y a una mujer. La primera no tiene un papel activo, sino que es su padre el que pide para ella la curación. La segunda es protagonista de su propia curación. Si recordamos los evangelios que hemos comentado durante este año, a excepción de las mujeres a quienes Jesús se apareció en su resurrección, no hemos considerado otros pasajes en que las protagonistas sean mujeres. De ahí que el género femenino esté tan invisibilizado en la vida de fe. Los mismos escritores sagrados privilegiaron el protagonismo de los varones en la iglesia naciente y la predicación posterior ha contribuido a prestar más atención a dicho protagonismo que al de las mujeres. Pero el texto de hoy es supremamente significativo, especialmente, el texto de la hemorroisa. Ella se presenta como una mujer que transgrede las reglas de pureza de su tiempo. Por su condición de enferma con flujo de sangre no debería haber tocado a nadie y, menos a un varón. Pero ella pasa por encima de esas normativas y toca el borde del manto de Jesús. Y la curación es fruto de esa acción, de su osadía, de su persistencia para buscar la salud. Jesús no tiene más que palabras de alabanza hacia ella: “Hija, tu fe te ha sanado, vete en paz y queda sana de tu aflicción”.

Así hemos sido las mujeres en la historia. De una historia de siglos de subordinación, muchas mujeres han levantado su voz y, sin importar las consecuencias que sufrieron por tal osadía, abrieron las puertas para que hoy las mujeres tengamos derechos y sigamos pidiendo la eliminación de todo tipo de discriminación en razón del sexo. En la historia de la Iglesia la situación no ha sido muy distinta. La lectura literal de pasajes relativos a la mujer y su invisibilización, como dijimos antes, han llevado a una exclusión de las mujeres de las esferas de decisión y de los ministerios ordenados. Pero estas figuras bíblicas, como la hemorroísa que hoy recordamos, han contribuido a empoderar a las mujeres cristianas y a exigir también, dentro de la iglesia, la superación de todas las exclusiones en razón del sexo. No está siendo fácil la tarea y el sínodo de la sinodalidad que está llevando a cabo, lo está mostrando una vez más. Las peticiones hechas por las mujeres en la etapa de consulta han ido diluyéndose y, en la actualidad, solo queda en firme, la petición por el diaconado femenino. Sin embargo, frente a esta petición hay bastantes voces en contra. Pero nadie puede impedir que sigamos tirando del manto de la institución eclesial y, confiamos que, lleguen a entender que, si Jesús fue capaz de reconocer el poder de la mujer para la restitución de su dignidad, no menos tiene que hacer la institución eclesial frente a las peticiones de las mujeres. Deseamos que así suceda y seguimos en pie procurándolo.

Sobre la hija de Jairo, lo importante es reconocer la fe que se pone en acto también en este milagro, en ese caso por parte de un varón. Cuando ya la niña muere, la multitud le dice a Jairo que ya no moleste más al maestro. Pero el mismo Jesús es quien sale al paso, va hasta la casa y la revive. Otra vez lo que está en juego es la fe que es capaz de conseguir lo imposible. Este milagro también podría ayudar para el empoderamiento de las mujeres. Ni la muerte de la niña, impide que Jesús le devuelva la vida. En nuestro caso, ni la negativa durante siglos a conferir a las mujeres el lugar igualitario con los varones, podrá impedir que algún día sea posible una iglesia de ministerios compartidos, de decisiones tomadas por todo el pueblo de Dios, de reconocimiento pleno de la dignidad fundamental de todo el pueblo de Dios y su sentido de la fe (sensus fidei) para tomar las decisiones necesarias para cada presente. Que el evangelio nos fortalezca para seguir pidiendo una reforma de la iglesia en el que una condición indispensable es el lugar de las mujeres en ella, con su plena participación en todas las instancias, en todos los ministerios.

viernes, 21 de junio de 2024

 Comentario al evangelio del domingo 23-06-2024




jueves, 20 de junio de 2024

 

No hay tormenta que pueda vencernos, cuando la fe se pone en acto

Comentario al evangelio del domingo XII del Tiempo Ordinario 23-06-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Ese día, caída ya la tarde, les dijo: Pasemos al otro lado. Despidiendo a la multitud, le llevaron con ellos en la barca, como estaba; y había otras barcas con Él. Pero se levantó una violenta tempestad, y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya se anegaba la barca. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; entonces le despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: ¡Cálmate, sosiégate! Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo: ¿Por qué están amedrentados? ¿Cómo no tienen fe? Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, es éste que aun el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4,35-41)

 

El evangelio del domingo pasado nos presentó a Jesús predicando y enseñando sobre el reinado de Dios comparándolo con las parábolas del grano que crece por sí solo y el de mostaza. Fueron parábolas que llamaron a la confianza en Dios, a poner las fuerzas en Él y no en nosotros mismos. Esto contrasta con lo que nos trae el evangelio de hoy. Jesús deja de predicar y quiere ir a la otra orilla. Y, tal vez, es cuando se pone a prueba lo predicado anteriormente. Se desata una tormenta y Jesús duerme. Él tiene la confianza absoluta. Pero no así sus discípulos quienes están muertos de miedo y creen que van a perecer. Reclaman, por tanto, al maestro porque los está dejando abandonados a su suerte. Jesús atiende su reclamo y calma las aguas, pero les hace la pregunta que habría de caracterizar a los discípulos que están acogiendo el reino: la fe. No parece que los discípulos tengan fe. Y es que no hay otra manera de emprender el seguimiento y de mantenerlo que la fe. Esta es la respuesta del discípulo y, continuamente, ha de ponerse en acto. Aquí podríamos recordar el texto de la carta a los hebreos, capítulo 11, en los que el escritor sagrado hace una lista de los personajes de la historia de salvación, mostrando como fue por la fe que se pusieron en camino, atravesaron el desierto y alcanzaron la tierra prometida. Eso mismo es lo que los discípulos han de vivir en su experiencia de seguimiento. La fe sostiene el seguimiento, fortalece el discipulado.

Además, de esta llamada a la fe, el texto nos muestra la autoridad de Jesús para remediar las situaciones. Es su palabra la que produce la calma de las aguas. Una palabra que emerge de la autoridad que surge de su propia coherencia de vida. Pero es, justamente, esa autoridad la que da miedo a los discípulos. Tal vez la llamada es demasiado exigente y, aunque la vean realizada en Jesús, dudan de su propia capacidad de mantenerse fiel en el camino. El texto termina ahí, con la pregunta hecha por los mismos discípulos sobre la identidad de Jesús: ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen? Solo ellos pueden contestarla apuntándose al seguimiento o renunciando a él. Sabemos que ellos mantienen la fe, no sin dificultad. El mismo Pedro que vio a Jesús calmando las aguas, será el que luego lo niegue en el momento de la pasión. Es decir, la fe se pone en acto cada día y en cada situación. Y llegará la pasión donde está fe se pondrá, efectivamente, a prueba. El camino seguido por los discípulos ya lo recorrieron ellos. Ahora somos nosotros quienes estamos invitados a seguir el camino de la fe, superando las tormentas, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad suficiente para pasar cualquier tempestad.

Finalmente, este texto de la tempestad calmada nos recuerda la experiencia de pandemia que vivimos hace poco. Justamente este evangelio fue el que el papa Francisco propuso cuando se declaró mundialmente la pandemia. Pero su reflexión fue muy diciente: todos estamos en la misma barca y, ante las dificultades, si unimos fuerzas, todos nos salvamos. Ese es el gran desafío.

Seguimos pasando por diferentes tormentas, pero el Jesús que calma las aguas nos recuerda que la posibilidad de llegar a la otra orilla está en nuestra fe. Pero esa fe comunitaria, de quien sabe que va con otros y que la tarea es llegar a la otra orilla, como comunidad, como discípulos del reino, como esa nueva familia que engendra el seguimiento, que se sostiene por la fe. No sobra recordar lo que Jesús dijo al padre de un joven endemoniado, cuando al presentarle a su hijo le dijo a Jesús: “si algo puedes, ayúdanos. Jesús le respondió: ¿qué es eso de sí puedes? Todo es posible para el que cree” (Mc 9, 22-23).

viernes, 14 de junio de 2024


Comentario al evangelio del 16-06-2024

Olga Consuelo Vélez 





 

jueves, 13 de junio de 2024

 

Y si dejáramos entrar “aire fresco” a la Iglesia …

Olga Consuelo Vélez

Muchas veces hemos dicho que el pontificado de Francisco ha significado un aire “fresco” para la Iglesia. Sin embargo, no parece que lo fuera para todos y, lamentablemente, menos para aquellos que se dicen más practicantes o más cercanos a la vida parroquial, diocesana o de determinados grupos apostólicos, especialmente, algunos que han surgido últimamente. ¿Por qué sucede esto?

Si nos remontamos a los orígenes del cristianismo, según el testimonio del libro de Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común, nadie pasaba necesidad entre ellos porque los que tenían más, vendían sus bienes para compartir con los más necesitados. Partían el pan en sus casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo y cada día se agregaban más personas a la comunidad (2, 44-47). Este breve relato era el ideal que perseguían estos primeros círculos de discipulado y, aunque sabemos que también había dificultades (por ejemplo, la historia de Ananías y Safira (Hc 5, 1-11) quienes vendieron su casa para poner sus bienes en común, pero decidieron engañar a la comunidad para quedarse con parte del dinero), muchos debieron vivir esa experiencia y, con tanta fuerza, que la iglesia fue creciendo, consolidándose y atrayendo a más y más personas. Siempre ese modelo de la primera comunidad nos sirve de referencia para tomar el pulso de nuestra vivencia eclesial y darnos cuenta de si la alegría y sencillez en torno a la buena noticia del reino de Dios anunciada por Jesús, sigue convocándonos o vamos cayendo en formalismos y actitudes rígidas que, en lugar de convocar, dispersan.

Y algo de eso nos está pasando. Ahora no somos pequeñas comunidades, sino grandes parroquias, países enteros confesando la fe cristiana, una iglesia con mucha organización y proyección universal, con una palabra de autoridad y un influjo todavía importante en el mundo, pero que comienza a convocar poco y a ver disminuir más y más sus filas. Todo grupo necesita “aire fresco” para no anquilosarse, no rutinizarse, no agotarse en sus propias formas y logros adquiridos. Sin embargo, llega un Papa que proyecta una imagen muy positiva a ese mundo más alejado de la fe cristiana, y encuentra, entre algunos cristianos, mucha oposición, desconfianza, crítica, desconcierto. Esto resulta bien contradictorio. Estos cristianos no se dan cuenta de que sus formas ya no están convocando y no entienden que es necesario actualizar la fe, hacerla significativa para cada tiempo presente.

Ante el hecho de ir perdiendo fieles y mayor presencia en las sociedades actuales, en lugar de tener esa actitud propositiva de preguntarse qué es necesario cambiar y cómo puede ser más significativo lo que vivimos para el mundo de hoy, muchos parroquianos se “aferran” a aquello que en otros tiempos dio su fruto pero que ya no dice demasiado. Entonces sueñan con aquellas parroquias donde había procesiones, adoraciones, mujeres con la cabeza cubierta, inciensos, novenas, velas, genuflexiones, incluso algunos siguen añorando la misa en “latín” (como si la misa fuera un espectáculo para asistir y no un acontecimiento para vivir y entender lo que se dice) y refuerzan esos modelos antiguos y se sienten orgullosos de practicarlos. Se creen que están siendo más fieles o piadosos y se sienten más seguros de estar cerca de Dios. Y, por parte de los párrocos, también cierto tipo de ceremonias les hace parecer más importantes, se hacen el centro de la celebración y da la impresión que de esa manera se sienten más apropiados de su ministerio. Por supuesto, hay gente que se siente atraída por esas formas externas y, entonces, parroquianos y clérigos las refuerzan. Pero esto no es suficiente para una vitalidad eclesial.

Otros se aferran a las normas morales, llámase aborto, eutanasia, matrimonio igualitario e, incluso, lo de la bendición a parejas del mismo sexo que causó tanto revuelo hace unos meses. Y organizan marchas, procesiones, protestas para atacar esas realidades que dicen están acabando con la fe. Pero, esas mismas personas que levantan la voz sobre estos temas, se muestran contrarios a la paz, al diálogo, a los programas sociales, a la defensa de los más vulnerables, a la justicia social. Se les ve en las marchas en contra de todo lo anterior. Y no faltan clérigos que desde el pulpito llaman a desacreditar todos los esfuerzos por la construcción de la paz. Por supuesto no han leído la Encíclica Fratelli tutti de Francisco (2020) que aboga por la dimensión de hermandad que hace posible el mundo soñado por Jesús en su anuncio del reino.

El evangelio no es para vivir una fe “intimista”, alejada del compromiso social. No es para vivir “el ojo por ojo, diente por diente”, sino para perdonar 70 veces 7 y estar dispuestos a “volver a empezar” todas las veces que sea necesario en pro de un mundo mejor. No es para aferrarse a las formas externas sino para dejar que el Espíritu “renueve la faz de la tierra” (Salmo 104, 30) y “haga nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). El magisterio del papa Francisco -sus exhortaciones y encíclicas- traen un mensaje renovado, unas perspectivas mucho más integrales e integradoras, mucho más comprometidas con la vida -lo que en verdad le interesa a Dios- y no tanto con el “culto” que parece que es lo único que interesa a algunos círculos creyentes. En fin, sea lo que sea, el que ahora haya menos miembros en la Iglesia no es porque Dios no esté convocando, es porque nosotros no somos capaces de “refrescar” la vida, la fe, la esperanza, el amor. Si dejáramos entrar al espíritu de Jesús, con certeza, se renovaría la faz de la Iglesia y así muchos podrían ver una Iglesia que apuesta por la vida y, la vida de todos, “sin miedo a herirse, mancharse, equivocarse” (Evangelii Gaudium n. 44).

 

 

 

 

miércoles, 12 de junio de 2024

 

El reinado de Dios es gratuidad

Comentario al evangelio del domingo XI del Tiempo Ordinario 16-06-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Decía también: El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra, y se acuesta y se levanta, de noche y de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra produce fruto por sí misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga. Y cuando el fruto lo permite, él enseguida mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la siega. También decía: ¿A qué compararemos el reino de Dios, o con qué parábola lo describiremos? Es como un grano de mostaza, el cual, cuando se siembra en la tierra, aunque es más pequeño que todas las semillas que hay en la tierra, sin embargo, cuando es sembrado, crece y llega a ser más grande que todas las hortalizas y echa grandes ramas, tanto que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra. Con muchas parábolas como éstas les hablaba la palabra, según podían oírla; y sin parábolas no les hablaba, sino que lo explicaba todo en privado a sus propios discípulos. (Marcos 4, 26-34).

 

El evangelio de hoy trae dos comparaciones campesinas para hablarnos del reino de Dios. Es el mismo Jesús quien usa el género literario “parábola” para darnos a entender la buena noticia que nos trae. El reinado de Dios no puede definirse con categorías precisas porque no es una teoría sino una vida, no puede plantearse en su totalidad porque no es algo dado sino un dinamismo en construcción. La primera parábola toma como protagonista el proceso de crecimiento de las semillas. Aunque es sembrada por un hombre, el grano tiene su propio dinamismo y crece y da fruto, independiente del cuidado de quien lo sembró. Los campesinos podrían afirmar que muchas veces la tierra es capaz de dar mucho fruto, aunque las condiciones no parezcan ideales. Tantas flores que nacen en medio del cemento, tantos frutos en medio de la maleza. Sin embargo, una cosecha excelente necesita del cuidado del sembrador. Pero en esta parábola el sembrador es Dios mismo. Es decir, el reino necesita nuestra acogida, pero es iniciativa divina que supera cualquier expectativa humana. Como toda parábola, no pretende decir todo sobre el reino, sino enfatizar en un aspecto. En este caso: la gratuidad del reino, la inconmensurable misericordia de Dios. La actitud que se nos pide es esa confianza infinita en el don que Jesús nos trae.

La siguiente parábola es la del grano de mostaza. Aquí el énfasis está puesto en lo imposible que se hace posible. Si el grano de mostaza es tan pequeño, por la gracia de Dios puede llegar a ser una planta tan grande que anidan los pájaros en ella. Podríamos remitirnos, aunque no está en el evangelio de Marcos sino en el de Lucas, a las palabras del Magnificat: “Derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada” (1, 52-53). Estas palabras parecen imposibles de hacerlas realidad, más aún, si miramos la injusticia social que marca nuestras sociedades, la dificultad para llevar adelante políticas sociales para garantizar la vida digna para todos. Ahora bien, justamente esta es la propuesta del evangelio: incluir a los excluidos, garantizar la vida digna para todos, mostrar la igualdad fundamental de todos los seres humanos por ser creados a imagen y semejanza de Dios. A pesar de las dificultades son muchos los cambios alcanzados, muchos los derechos ganados, bastantes las transformaciones logradas a lo largo de la historia. Escuchar esta parábola es fuerza para los que seguimos este camino. Lo pequeño se puede hacer grande no porque nuestras fuerzas sean suficientes sino porque seguimos confiando en la fuerza de Dios que sostiene nuestra vida y nuestro compromiso.

Termina el pasaje de hoy hablando de la enseñanza que Jesús da a sus discípulos en privado. Esto no significa que Jesús haga grupos de selectos excluyendo a los demás. Significa lo que dijimos el domingo pasado: el discipulado que se va formando en torno a Jesús, está representado en los de la casa, en los que escuchan la palabra de Dios, en los que la llevan a la práctica.  En esta escuela del discipulado se alimenta la esperanza, se mantiene la fe, se practica el amor. Escuchemos, entonces, con atención al maestro para entender en que consiste el reino y dar un testimonio coherente con ello.

viernes, 7 de junio de 2024

 

Los “de la casa” son los discípulos que cumplen la voluntad de Dios

Comentario al evangelio del domingo X del Tiempo Ordinario 09-06-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

Jesús llegó a una casa, y la multitud se juntó de nuevo, a tal punto que ellos ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes oyeron esto, fueron para hacerse cargo de Él, porque decían: Está fuera de sí. Y los escribas que habían descendido de Jerusalén decían: Tiene a Belcebú; y expulsa los demonios por el príncipe de los demonios. Y llamándolos junto a sí, les hablaba en parábolas: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Y si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede perdurar. Y si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá permanecer. Y si Satanás se ha levantado contra sí mismo y está dividido, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata; entonces podrá saquear su casa. En verdad les digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias con que blasfemen, pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, sino que es culpable de pecado eterno. Porque decían: Tiene un espíritu inmundo. Entonces llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose afuera, le mandaron llamar. Y había una multitud sentada alrededor de Él, y le dijeron: He aquí, tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. Respondiéndoles Él, dijo: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo, a su alrededor, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. (Marcos 3, 20-35)

 

Después de tantas festividades que hemos venido celebrando -Ascensión, Pentecostés, Trinidad, Corpus-, volvemos a retomar los domingos del tiempo ordinario y continuamos leyendo el evangelio de Marcos que es el que corresponde a este año del Ciclo B. Marcos ha venido presentando el ministerio de Jesús en Galilea, enseñando, curando y llamando a sus discípulos. En el evangelio de hoy, se nos presenta a un Jesús que llega a una casa y está rodeado, de nuevo, de una multitud. A partir de aquí, el texto va a tener tres partes: La primera, los parientes que van a buscarlo porque han oído decir que “esta fuera de sí”. La segunda, la discusión con los escribas que afirman que tiene a Belcebú o príncipe de los demonios y en su nombre expulsa los demonios y, la tercera, Jesús aprovecha la presencia de sus familiares para declarar quién es la verdadera familia del reino.

Expliquemos brevemente cada parte. El hecho que los familiares vayan a buscarlo se entiende mejor hoy, a partir de los aportes de las ciencias sociales a la hermenéutica bíblica, que nos ayuda a comprender la importancia del “honor” para la familia judía. El que critiquen a Jesús no lo mancha solo a él, sino a toda la familia. De ahí, que sea tan importante que ellos vayan a ocuparse de Jesús.

De la segunda parte, conviene decir una palabra sobre el diablo o príncipe de los demonios, los demonios y los exorcismos. Del diablo siempre se habla en singular y de los demonios en plural. Estos últimos son los que poseen a las personas, no el diablo. Y Jesús los expulsa, por la autoridad de su palabra y no por un exorcismo -lo cual implicaría seguir un ritual-. Con esto ya vemos que toda la cinematografía que se ha construido en torno a los exorcistas está muy lejos de corresponder a los datos bíblicos. Ahora bien, lo que representa el diablo y los demonios son las fuerzas del anti reino, contra las que Jesús lucha. Pero no imaginemos fuerzas sobrenaturales sino toda la realidad de opresión y exclusión que viven los contemporáneos de Jesús y a quienes él les anuncia la Buena Noticia del Reino. Es buena noticia porque supone la transformación de la realidad que viven. Pero precisamente los escribas lo acusan por su denuncia profética acusándole de actuar en nombre del diablo. Jesús les invita a entender que ni un reino, ni una casa, ni satanás, divididos contra sí mismos pueden subsistir. En realidad, los escriban están atacando al Espíritu Santo quien obra en Jesús y ellos se niegan a reconocerlo.

En la tercera parte, vuelven a aparecer los familiares de Jesús, encabezados por su madre y la respuesta de Jesús parece desconcertante. Pregunta quienes son su madre y sus hermanos y mirando a los que están en la casa, dice que ellos son su madre y sus hermanos. Hay que entender que no es un desprecio hacia su familia sino una aclaración de la familia que se está formando en torno suyo. La familia del reino son los que entran a la casa, los que escuchan la palabra, los que reconocen el obrar del Espíritu de Jesús. Es decir, la familia que se forma en torno a Jesús no es la familia biológica sino la de los discípulos.

Con todo lo anterior podríamos concluir que el mensaje de hoy para nosotros puede centrarse en algunas preguntas: ¿estamos formando parte de la familia de Jesús, es decir de los discípulos en torno suyo? ¿entramos a la casa, es decir, le escuchamos verdaderamente y nos dejamos conducir por su espíritu? ¿anunciamos la buena noticia del reino capaz de transformar las situaciones que esclavizan y excluyen a las personas? Son tiempos de comprometernos con la misión encomendada por Jesús a los suyos y no de alimentar historias de diablos, demonios y exorcismos que trasladan a fuerzas exteriores lo que no existe más que en el corazón humano y que con la fuerza del Espíritu estamos llamado a transformar.