miércoles, 26 de junio de 2024

 

La curación de la hemorroísa como preanuncio de una iglesia sin exclusión en razón del sexo

Comentario al evangelio del domingo XIII del Tiempo Ordinario 30-06-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Cuando Jesús pasó otra vez en la barca al otro lado, se reunió una gran multitud alrededor de Él; y Él se quedó junto al mar. Y vino uno de los oficiales de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle se postró a sus pies. Y le rogaba con insistencia, diciendo: Mi hijita está al borde de la muerte; te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para que sane y viva. Jesús fue con él; y una gran multitud le seguía y le oprimía. Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que, al contrario, había empeorado; cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a Él por detrás entre la multitud y tocó su manto. Porque decía: Si tan sólo toco sus ropas, sanaré. Al instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su aflicción. Y enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de Él, volviéndose entre la gente, dijo: ¿Quién ha tocado mi ropa? Y sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te oprime, y dices: "¿Quién me ha tocado?" Pero Él miraba a su alrededor para ver a la mujer que le había tocado. Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad. Y Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción. Mientras estaba todavía hablando, vinieron de casa del oficial de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas aún al Maestro? Pero Jesús, oyendo lo que se hablaba, dijo al oficial de la sinagoga: No temas, cree solamente. Y no permitió que nadie fuera con Él sino sólo Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. Fueron a la casa del oficial de la sinagoga, y Jesús vio el alboroto, y a los que lloraban y se lamentaban mucho. Y entrando les dijo: ¿Por qué hacen alboroto y lloran? La niña no ha muerto, sino que está dormida. Y se burlaban de Él. Pero Él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con Él, y entró donde estaba la niña. Y tomando a la niña por la mano, le dijo: Talita Kum (que traducido significa: niña, a ti te digo, ¡levántate!). Al instante la niña se levantó y comenzó a caminar, pues tenía doce años. Y al momento se quedaron completamente atónitos. Entonces les dio órdenes estrictas de que nadie se enterara de esto; y dijo que le dieran de comer a la niña (Marcos 5,21-43)

 

El evangelio de hoy tiene como protagonistas a una niña y a una mujer. La primera no tiene un papel activo, sino que es su padre el que pide para ella la curación. La segunda es protagonista de su propia curación. Si recordamos los evangelios que hemos comentado durante este año, a excepción de las mujeres a quienes Jesús se apareció en su resurrección, no hemos considerado otros pasajes en que las protagonistas sean mujeres. De ahí que el género femenino esté tan invisibilizado en la vida de fe. Los mismos escritores sagrados privilegiaron el protagonismo de los varones en la iglesia naciente y la predicación posterior ha contribuido a prestar más atención a dicho protagonismo que al de las mujeres. Pero el texto de hoy es supremamente significativo, especialmente, el texto de la hemorroisa. Ella se presenta como una mujer que transgrede las reglas de pureza de su tiempo. Por su condición de enferma con flujo de sangre no debería haber tocado a nadie y, menos a un varón. Pero ella pasa por encima de esas normativas y toca el borde del manto de Jesús. Y la curación es fruto de esa acción, de su osadía, de su persistencia para buscar la salud. Jesús no tiene más que palabras de alabanza hacia ella: “Hija, tu fe te ha sanado, vete en paz y queda sana de tu aflicción”.

Así hemos sido las mujeres en la historia. De una historia de siglos de subordinación, muchas mujeres han levantado su voz y, sin importar las consecuencias que sufrieron por tal osadía, abrieron las puertas para que hoy las mujeres tengamos derechos y sigamos pidiendo la eliminación de todo tipo de discriminación en razón del sexo. En la historia de la Iglesia la situación no ha sido muy distinta. La lectura literal de pasajes relativos a la mujer y su invisibilización, como dijimos antes, han llevado a una exclusión de las mujeres de las esferas de decisión y de los ministerios ordenados. Pero estas figuras bíblicas, como la hemorroísa que hoy recordamos, han contribuido a empoderar a las mujeres cristianas y a exigir también, dentro de la iglesia, la superación de todas las exclusiones en razón del sexo. No está siendo fácil la tarea y el sínodo de la sinodalidad que está llevando a cabo, lo está mostrando una vez más. Las peticiones hechas por las mujeres en la etapa de consulta han ido diluyéndose y, en la actualidad, solo queda en firme, la petición por el diaconado femenino. Sin embargo, frente a esta petición hay bastantes voces en contra. Pero nadie puede impedir que sigamos tirando del manto de la institución eclesial y, confiamos que, lleguen a entender que, si Jesús fue capaz de reconocer el poder de la mujer para la restitución de su dignidad, no menos tiene que hacer la institución eclesial frente a las peticiones de las mujeres. Deseamos que así suceda y seguimos en pie procurándolo.

Sobre la hija de Jairo, lo importante es reconocer la fe que se pone en acto también en este milagro, en ese caso por parte de un varón. Cuando ya la niña muere, la multitud le dice a Jairo que ya no moleste más al maestro. Pero el mismo Jesús es quien sale al paso, va hasta la casa y la revive. Otra vez lo que está en juego es la fe que es capaz de conseguir lo imposible. Este milagro también podría ayudar para el empoderamiento de las mujeres. Ni la muerte de la niña, impide que Jesús le devuelva la vida. En nuestro caso, ni la negativa durante siglos a conferir a las mujeres el lugar igualitario con los varones, podrá impedir que algún día sea posible una iglesia de ministerios compartidos, de decisiones tomadas por todo el pueblo de Dios, de reconocimiento pleno de la dignidad fundamental de todo el pueblo de Dios y su sentido de la fe (sensus fidei) para tomar las decisiones necesarias para cada presente. Que el evangelio nos fortalezca para seguir pidiendo una reforma de la iglesia en el que una condición indispensable es el lugar de las mujeres en ella, con su plena participación en todas las instancias, en todos los ministerios.

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