martes, 31 de diciembre de 2024


 

 

Conectar con la María de los evangelios

Solemnidad de Santa María Madre de Dios 01-01-2025

Olga Consuelo Vélez

 

Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.  Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño.  Y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores.  Pero María conservaba y meditaba todo en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto; tal como se lo habían anunciado.  Al octavo día, al tiempo de circuncidarlo, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido (Lucas 2, 16-21)

Comenzamos el año con la festividad de Santa María Madre de Dios. No hay tantos textos bíblicos que hablen de María y esta proclamación como “Madre de Dios” es un dogma que pretende remarcar la divinidad de Jesús más que engrandecer la figura de María. Por supuesto, es importante reconocer el papel que ella jugó en hacer posible la encarnación del Hijo de Dios y como podemos considerarla la primera creyente, la primera discípula, la que supo abrirse a la acción del Espíritu para realizar la obra de Dios en el mundo.

Por lo tanto, el texto que Lucas nos ofrece para este domingo, tiene una referencia a María, pero no es lo más importante de todo el texto. Este, en continuación con el nacimiento de Jesús que consideramos en navidad, nos presenta las primeras respuestas ante el Niño que nació en Belén. Y, en coherencia con los destinatarios del evangelio de Lucas -los últimos y despreciados- los que se acercan al pesebre son los pastores a quienes el ángel les había dado la buena noticia del nacimiento de Jesús y ellos, creyendo, van a reconocerlo en el pesebre. Es decir, es un diálogo de pastores pobres con un Niño que nace pobre. Pero allí encontramos la fe sencilla que glorifica y alaba a Dios y produce que todos los demás se asombren por lo que ellos relatan. El texto continúa contando la costumbre judía: llevar al niño a circuncidarlo a los ocho días y ponerle el nombre de Jesús como lo había dispuesto el ángel. Recordemos que el nombre Jesús significa “Dios salva”, precisamente porque, con Jesús, llega la salvación al mundo.

Pero volvamos a la figura de María. De ella se dice que “conservaba y meditaba todo en su corazón”. Desde una lectura patriarcal estas palabras nos llevarían a pensar en la figura de una María sumisa, callada, sufrida, capaz de aguantarlo todo, como se ha pedido a las mujeres en la sociedad patriarcal, para que no pierdan su lugar -en lo privado, no en lo público- y que contribuyan al devenir del mundo desde la aceptación callada, aunque, implique sufrimiento. Pero desde la hermenéutica feminista, reconocida hoy como hermenéutica necesaria e indispensable para rescatar la presencia de las mujeres en la Biblia y su protagonismo en la historia de salvación, estas palabras nos llevan a pensar en una María que reflexiona, medita, busca razones y sentidos a todo lo que vive. Es decir, tiene una actitud proactiva que manifestará a lo largo de la misión de su Hijo, incluso al pie de la cruz, y que da fundamento a lo que luego podemos proclamar de ella.

Que esta celebración de María como Madre de Dios, nos conecte también con la María del evangelio, la que por meditar todo en su corazón, supo también levantar su voz profética, colaborando activamente en la vivencia del reino de Dios en nuestra historia.

sábado, 28 de diciembre de 2024

viernes, 27 de diciembre de 2024

 

Jesús y su fidelidad a los “asuntos” de su Padre

Comentario al domingo de la Sagrada Familia 29-12-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Para la fiesta de Pascua iban sus padres todos los años a Jerusalén.  Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre.  Al terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran.  Pensando que iba en la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos.  Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a Jerusalén.  Luego de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.  Y todos los que lo oían estaban maravillados ante su inteligencia y sus respuestas.  Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo: –Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.  Él replicó: –¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?  Ellos no entendieron lo que les dijo.  Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.  Jesús crecía en saber, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2, 41-52)

 

Este texto de Lucas que hoy se nos pone a consideración, se sitúa entre el llamado evangelio de la infancia, buscando hacer un recuento sucinto de lo que debió ser la vida de Jesús antes de comenzar su predicación o vida pública. Lucas nos presenta a Jesús en el seno de su familia y cumpliendo las prácticas de todo buen judío: subir en la Pascua a Jerusalén. Jesús ya, con 12 años, comienza a ser adulto para aquella sociedad, cumpliendo sus deberes religiosos.

No podemos tomar al pie de la letra el texto ni creer que nos está hablando de la familia “ideal” como tantas veces se predica, porque no es el objetivo de este texto. Posiblemente lo que podemos aprender es la necesidad de todo ser humano de un grupo familiar que le transmite y le ayuda a cultivar los valores. Pero no hay que olvidar que, ayer como hoy, la familia supera el modelo papá, mamá, hijos, ya que en la época de Jesús la familia era ampliada a todos los familiares cercanos y, en la actualidad, hay muchas familias monoparentales y también familias ampliadas, sea por necesidades económicas, sea por relaciones filiales. Convendría tener siempre una imagen más amplia de familia para construir mucho más esos lazos de amor tan necesarios para todo ser humano pero que, supera tantas veces, los estrechos lazos de padres e hijos. Lo que quiero decir es que la familia no es el tema central de este texto y menos que algunos predicadores excluyan de la iglesia a los casados por segunda vez o que viven sin casarse. Como lo ha dicho el papa Francisco recientemente, todos tienen cabida en la Iglesia.

El mensaje más importante es la figura de Jesús y su relación de fidelidad a “los asuntos” de su Padre. La discusión con los maestros de la Ley o las preguntas y respuestas que el texto manifiesta están mostrando la necesidad de discernir cuál es la voluntad de Dios, cuál es el significado de la ley, cómo ha de vivirse. Es interesante que el texto dice que todos los que lo escuchaban quedaban maravillados por su inteligencia y sus respuestas e incluso quedaban desconcertados. Lo que podremos ver por el final de la historia de Jesús es que de ese maravillarse y desconcertarse se pasa a la persecución y a la muerte. Así es el mensaje del reino: se comienza a acoger y cuando se percibe su radicalidad, es más fácil repudiarlo o domesticarlo.

Muy interesante es el hecho de ver a María dirigiéndose a Jesús para preguntarle por lo que ha hecho. Lo normal hubiera sido que fuera José el que lo reprendiera. De alguna manera se muestra esa subversión de valores que se va engendrando alrededor del mensaje del reino. María sigue tomando la palabra como lo hemos visto en otros relatos del evangelio, visibilizando su protagonismo como mujer, protagonismo acallado por siglos.

Ante tantas especulaciones de las películas o de relatos apócrifos de que Jesús se fue esos treinta años de vida oculta a estudiar técnicas de meditación o a entrenarse en poderes extraordinarios, este texto nos muestra al Jesús humano que crece en su seno familiar, realiza las tradiciones culturales y religiosas de su tiempo, creciendo en “sabiduría, en estatura y en gracia” delante de Dios y de los hombres. No son cosas extraordinarias lo que Jesús va a anunciar en su vida pública, sino que se convertirá en profeta y testigo de esa experiencia de Dios que asimiló, discernió, discutió, entendió en su juventud. Nadie da lo que no tiene y Jesús comunicó su experiencia con el Dios del reino y su fidelidad indiscutible a su voluntad y mensaje.

 

lunes, 23 de diciembre de 2024

 

Y la Palabra se hizo carne

Comentario al evangelio de la Natividad del Señor 25-12-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella existía al principio junto a Dios. Todo existió por medio de ella y sin ella nada existió de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Apareció un hombre enviado por Dios, llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la luz, de modo que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino un testigo de la luz. La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo. En el mundo estaba, el mundo existió por ella, y el mundo no la reconoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios: ellos no han nacido de la sangre ni del deseo de la carne, ni del deseo del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad. Juan grita dando testimonio de él. Éste es aquel del que yo decía: Él que viene detrás de mí, es más importante que yo, porque existía antes que yo. De su plenitud hemos recibido todos: gracia tras gracia. Porque la ley se promulgó por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad se realizaron por Jesús el Mesías. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba el lado del Padre, Él nos lo dio a conocer (Jn 1, 1-18)

 

En la misa vespertina de navidad se pone a consideración el texto de Mateo donde se relata, desde la perspectiva del José, como María queda embarazada sin tener relaciones con él y, gracias al ángel que le revela a José que el niño que María espera es hijo de Dios, él no la rechaza y así María da a luz al niño a quien le ponen el nombre de Jesús. Pero el evangelio de Juan que se lee en la misa de navidad del día 25, no relata el acontecimiento histórico del nacimiento de Jesús sino el sentido teológico de ese nacimiento y la verdad definitiva para la humanidad: La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Ahora bien, esa afirmación central de nuestra fe está inmersa en un himno cristológico anterior que, muy probablemente, le sirve a Juan de base para la composición de este himno a la Palabra de Dios.

Por el lenguaje ya más elaborado y en forma de discurso, se facilita hacer la narración desde antes de su encarnación histórica. La Palabra ya existía junto a Dios y desde el principio es Hijo de Dios. No es que primero existiera Dios y luego se originara el Hijo, sino que nuestro Dios Trinidad existe desde el principio como comunidad de amor, comunidad que crea y acompaña la creación. Pero, en un determinado momento histórico, ese Hijo de Dios eterno, se hace carne y comparte nuestra suerte. La encarnación es, entonces, el misterio central de nuestra fe del que hemos de dar testimonio, como ya lo hizo Juan el Bautista siendo precursor del Señor. Gracias a Jesús podemos conocer al Padre y nos dejará el Espíritu para que nos acompañe hasta el encuentro definitivo con Dios. Jesús es el Mesías esperado, el que trae la gracia y la verdad.

Navidad, por tanto, es la celebración gozosa del Hijo de Dios que se hizo como nosotros y por eso la salvación que nos ofrece no es algo que cae de arriba, sino que surge de abajo, de ser como nosotros, de hacerse ser humano con todas las consecuencias. La encarnación ha hecho posible que lo humano se haga divino, que se nos redima desde dentro. San Ireneo decía “lo que no es asumido, no es redimido” para referirse a que, precisamente en Jesús, todo lo humano es asumido y, por tanto, verdaderamente hemos sido redimidos.

Con Jesús lo humano es bueno y todo ser humano es imagen del Hijo. Por esta razón Jesús se identifica con los más pobres: “lo que hiciste a uno de estos más pequeño, a mí me lo hiciste” y todos estamos llamados a “no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,20), como decía San Pablo.

Agradezcamos a Dios este misterio de la encarnación y dispongámonos a acoger al Dios hecho ser humano en Jesús, siguiendo su camino, sin temor a correr su misma suerte.

 

jueves, 19 de diciembre de 2024

miércoles, 18 de diciembre de 2024

 

Mujeres protagonistas del designio salvador de Dios

Comentario al evangelio del IV domingo de adviento 22-12-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa a una ciudad de Juda; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedo llena de Espíritu Santo y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor, venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor (Lc 1,39-45)

 

En este cuarto y último domingo de adviento se nos ofrece una lectura que vincula el paso del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, de la figura de Juan Bautista a la de Jesús. Pero en este texto las protagonistas son mujeres: Isabel y Maria.

Fijémonos en Isabel. Era estéril, pero bendecida por Dios, quedó embarazada en avanzada edad. En este encuentro con María, Isabel queda llena del Espíritu Santo y, contra la costumbre de ese pueblo donde las mujeres no pronuncian palabras en público, ella “exclama con gran voz” lo que está sucediendo en María: ella es bendita entre las mujeres por el Hijo que lleva en su seno y por su fe que ha permitido que se de este acontecimiento. El valor de María no es por ella misma sino por su papel en la historia de salvación, por su aceptación activa en la encarnación del Hijo de Dios, porque se ha dispuesto a colaborar incondicionalmente con la historia de la salvación.

Podemos señalar otro dato de Isabel que conoceremos en otro texto de este evangelio cuando ya ha nacido Juan Bautista y lo van a circuncidar. Lo van a llamar Zacarías como su padre -recordemos que Zacarías se ha quedado mudo por no creer que iba a engendrar un Hijo en edad adulta- pero en ese contexto, Isabel nuevamente levanta la voz para decir que se ha de llamar Juan (Lc 1, 60). Contrario a los imaginarios que se han cultivado sobre las mujeres en la historia de salvación al no recordar suficientemente sus nombres, ni profundizar en sus historias, haciéndonos creer que los protagonistas son todos varones, una lectura atenta de estos textos nos permite ver el protagonismo de las mujeres y sus acciones importantes y decisivas en dicha historia.

Sobre la figura de María, el ponerse en camino para ir a visitar a Isabel ya nos muestra su disposición, su participación, su protagonismo en el designio divino que se le ha confiado. Podríamos decir que ella está mostrando que ese Mesías esperado del Antiguo Testamento, Mesías del que Juan Bautista será el precursor, es ese hijo que ella está esperando y con quien ya está comenzando la realización de la esperanza prometida.

Leer este texto finalizando adviento, nos ayuda a seguir valorando el protagonismo de las mujeres en el plan de salvación de Dios sobre la humanidad. No es una historia de varones como se nos ha enseñado, es una historia también de mujeres, con voz, con salir hacia los otros, con palabra profética, con verdades de fe claramente vividas y expresadas.

Felices todos aquellos que creen en las promesas del Señor, promesas renovadas en este tiempo de adviento, tiempo de preparación para acogerlas y vivirlas en nuestro presente, en la medida que la navidad pase de ser una celebración externa a una renovación de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor.

lunes, 16 de diciembre de 2024

 

La esperanza no defrauda (Rom 5,5). A propósito del Jubileo de la esperanza

Olga Consuelo Vélez

Con esta cita bíblica, el papa Francisco convocó el “Jubileo de la esperanza” que comenzará el próximo 24 de diciembre y terminará el 6 de enero de 2026. Un año jubilar es un tiempo especial que se vive en la Iglesia, llamando a acoger la misericordia de Dios, es decir, tiempo de perdón y reconciliación, para fortalecer la vida cristiana. Se inspira en la tradición judía del jubileo que se proponía cada 50 años, como una oportunidad de que todo judío que hubiera perdido su tierra pudiera recuperarla. También los esclavos podían recuperar su libertad. De esa manera se garantizaba la oportunidad de tener un nuevo comienzo.

El primer jubileo de la Iglesia católica fue declarado por el Papa Bonifacio VIII el 22 de febrero de 1300 quien propuso celebrarlos cada cien años. Con el paso del tiempo se fue acortando el tiempo entre cada jubileo hasta llegar a realizarlo cada 25 años. En el año 2000, convocado por Juan Pablo II, se celebró el jubileo conmemorando los dos mil años del nacimiento de Jesucristo y ahora Francisco, propone este jubileo continuando la tradición. Cabe anotar que en 2015 había convocado un jubileo “extraordinario” para celebrar el 50 aniversario del fin del Concilio Vaticano II y lo dedicó a la misericordia, tema tan central del evangelio y también de su pontificado.

En tiempos donde parece que la esperanza se pierde y se vive en el inmediatismo, con más señales de pesimismo y decepción que de esperanza en el futuro, la propuesta de este jubileo es la de ser “testigos de la esperanza”, revitalizando así esta virtud teologal -don de Dios, al igual que la fe y el amor- para dar testimonio, como dice la carta de Pablo a los Romanos, de que la esperanza cristiana no defrauda porque se cree en el Dios vivo revelado en Jesucristo que lejos de irse de la historia, está aquí, acompañando nuestro caminar, llenándonos de su gracia para no decaer en la construcción de un mundo más justo y en paz.

La Bula de convocación a este jubileo afirma que la esperanza cristiana no defrauda porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (Rm 8, 35-39). Por eso, esta esperanza no cede ante las dificultades: se fundamenta en la fe y se nutre en la caridad y de este modo podemos seguir adelante en la vida. Invita a reconocer los signos de esperanza de nuestro mundo hoy, ver todo lo bueno que hay en él para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. Es así como este jubileo nos convoca a reconocer algunos signos de esperanza tales como la paz para nuestro mundo que contrarreste tantas guerras en la actualidad.

Mirando la realidad de los pobres, el año jubilar nos pide ser signos de esperanza para tantos hermanos y hermanas con rostros tan diferentes de pobreza: las personas privadas de la libertad, los enfermos, los afectados por alguna discapacidad, los jóvenes que tantas veces temen que sus sueños se derrumben; los migrantes, exiliados, desplazados y refugiados tan necesitados de una efectiva solidaridad internacional para seguir adelante con sus vidas. En otras palabras, es sembrar la esperanza defendiendo la vida y los derechos de los más débiles. No podemos acostumbrarnos o resignarnos a las situaciones de pobreza. Por el contrario, debemos ser testigos de esperanza para tantos millares de pobres que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir.

El papa Francisco haciendo eco a la palabra de los profetas recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. De ahí que en este año jubilar el papa llama a que el dinero usado para la guerra se emplee para erradicar el hambre en el mundo. De igual manera hace un llamado a las naciones más ricas para que condonen la deuda de los países que nunca podrán pagarla. Además, recuerda que desde los tiempos apostólicos los pastores se han reunido en concilios o sínodos para tratar diversos temas doctrinales y disciplinares. Precisamente en este año jubilar se celebrarán 1700 años del primer Concilio de Nicea y se acaba de realizar el sínodo de la sinodalidad. Por este motivo, Francisco señala que el año jubilar puede ser la oportunidad de concretar una Iglesia sinodal que hoy se advierte como expresión cada vez más necesaria para una evangelización eficaz.

El Papa abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, el 24 de diciembre. El siguiente domingo abrirá la Puerta Santa de la Catedral de San Juan de Letrán y el 1 de enero de 2025 abrirá la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor. Por último, el domingo 5 de enero abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pablo extramuros. Los peregrinos que vayan a Roma durante este año jubilar tendrán la oportunidad de vivir esta gracia ofrecida, cruzando simbólicamente esas Puertas Santas. Para los que no pueden viajar -la mayoría- el 29 de diciembre en todas las catedrales, los obispos diocesanos celebrarán la apertura del año jubilar y los creyentes de cada lugar podrán vivir el jubileo desde sus respectivas catedrales u otros lugares que los obispos designen en sus diócesis. Junto a las visitas a estos lugares designados se espera que los fieles realicen obras de misericordia y de penitencia.

Dispongámonos a vivir este año jubilar, como señaló el papa Francisco, manteniendo la esperanza que no declina porque es la esperanza de Dios. Que recuperemos la confianza necesaria, tanto en la sociedad como en la Iglesia, en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto a la creación. Hemos de ser testigos de la esperanza para construir un mundo donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, con la confianza puesta en el Dios que siempre cumple sus promesas.

 

 

miércoles, 11 de diciembre de 2024

 

¿Qué debemos hacer en este tiempo de adviento?

Comentario al evangelio del III domingo de adviento 15-12-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

 

La Palabra del Señor, se dirigió a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Juan recorrió toda la región del río Jordán, predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados. La gente le preguntaba: Pues ¿qué debemos hacer? Y él les respondía: El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo. Vinieron también publicanos a bautizarse y le dijeron: maestro, ¿qué debemos hacer? Él les dijo: No exijan más de lo que les está fijado. Le preguntaron también unos soldados: y nosotros ¿qué debemos hacer? Él les dijo: No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas y conténtense con su pago. Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; respondió Juan a todos, diciendo: Yo les bautizo con agua, pero viene él que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El los bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga. Y con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva (Lc 3, 2b-3.10-18)

 

Continuamos en las lecturas de estos domingos de adviento con el evangelio de Lucas y con la figura de Juan el Bautista. El domingo pasado nos lo habían presentado predicando en el desierto. Hoy está entablando un diálogo con tres grupos de personas distintas las cuales se sienten interpeladas por su predicación y le preguntan ¿qué debemos hacer? Juan Bautista responde a cada grupo de manera distinta. A los primeros, un grupo de personas sin más especificación, les dice que si tienen dos túnicas han de dar una y si tienen para comer han de compartir con los que tienen. En otras palabras, el cambio de vida en este caso, viene por la solidaridad, el compartir, el ayudar a todo necesitado que se encuentre en el camino. En el segundo caso, quienes le pregunta qué han de hacer son los publicanos. Estos tenían el oficio de recoger los impuestos para el Imperio, pero tal vez podían cobrar más para quedarse con la diferencia. Juan Bautista les dice que no deben cobrar más de lo que está fijado. Finalmente, un grupo de soldados también le hacen la misma pregunta y Juan les contesta que no extorsionen a nadie, ni los acusen mentirosamente y se contenten con su salario. Como podemos ver, a cada grupo les responde según sus circunstancias.

Nosotros también, como preparación en este tiempo de adviento, podríamos hacerle la misma pregunta ¿qué debemos hacer para estar dispuestos a recibir al Niño que viene? La repuesta hemos de encontrarla cada uno en aquello que hacemos diariamente, en nuestras circunstancias concretas donde siempre podemos optar por el mayor bien, la verdad profunda y la bondad para con todos.

En la segunda parte del relato vemos que la gente, ante el actuar de Juan el Bautista se pregunta si él es el Mesías o han de esperar a otro. Juan les responde a partir del bautismo que él realiza -con agua- y el que realizará el Mesías -en espíritu santo y fuego-. Y les especifica algo de ese bautismo en el espíritu: viene a separar el trigo de la paja, quemará todo lo que no sirve. Es decir, si Juan predica la conversión, con Jesús saldrá a la luz la verdad de cada uno y todo aquello que no responda a ese llamado será rechazado.

Termina el evangelio diciendo que Juan exhortaba de muchas maneras, anunciando al pueblo la Buena Noticia que llega. Nosotros ya próximos a navidad hemos de seguir está misma dinámica del anuncio gozoso del Niño que viene, pero al mismo tiempo, poniendo en práctica lo que implica acogerlo, recibirlo, reconocerlo en la historia que vivimos.

jueves, 5 de diciembre de 2024

 

Ya viene la salvación de Dios

Comentario al evangelio del II domingo de adviento 08-12-2024

 

Olga Consuelo Vélez

 

El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítida y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, la Palabra del Señor se dirigió a Juan, hijo de Zacarias, en el desierto. Juan recorrió toda la región del río Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto, Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se aplanarán, lo torcido se enderezará y lo disparejo será nivelado y todo mortal verá la salvación de Dios (Lc 3, 1-6). 

 

En este segundo domingo de adviento, el evangelio de Lucas nos presenta la figura de Juan el Bautista a quien conocemos como el profeta que cierra el ciclo de profetas del Antiguo Testamento para dar paso al profeta Jesús en el Nuevo Testamento. En primer lugar, el texto sitúa el tiempo en el que vive Juan Bautista señalando las autoridades políticas y religiosas. Es tiempo del emperador Tiberio, de Poncio Pilato, de Herodes en cuanto el ámbito civil y con Anás y Caifás en lo religioso. De alguna manera estos datos de la historia muestran a los profetas respondiendo a cada momento histórico, haciendo de su palabra una lectura sobre el presente que viven, percibiendo lo que los demás no ven y ayudando a sus contemporáneos a interpretar lo que está sucediendo.

El texto continúa diciéndonos quien es Juan, lo cual ya lo sabemos por los primeros capítulos del evangelio. Es hijo de Zacarías y añade donde está realizando su misión: en el desierto, lugar que representa el encuentro con Dios, reafirmando así que su palabra viene de Dios. Juan está predicando el bautismo de conversión de los pecados y, como el texto lo explicita, está cumpliendo la palabra del profeta Isaías el cual ya hablaba de un profeta cuya misión era preparar el camino del Señor con quien llegaría la salvación.

Esa palabra de Juan hoy se dirige también a nosotros y adviento es el tiempo propicio para ello. La salvación llega con Jesús y los cambios serán evidentes y radicales: los senderos se enderezan, los barrancos se rellenan, los montes y colinas se aplanan, pero todo esto exige nuestra preparación para conseguir su realización. Hemos de entender la realidad que vivimos para propiciar los cambios que urgen. La salvación no es meramente en sentido espiritual sino en sentido integral. Porque los corazones cambian, la realidad se transforma para el bien y, en la medida que esta se transforma, más corazones o más personas podrán vivir el bien y la bondad. Escuchemos, entonces, la predicación de Juan y pidamos esta conversión sincera y la apertura necesaria para reconocer en el Niño Jesús que viene al Salvador del mundo.