Definitivamente, ¡sí es una buena noticia! el que
haya más mujeres en la Curia Romana
Olga Consuelo Vélez
Los titulares de algunos diarios celebraron que el papa Francisco hubiera
nombrado a la Hna. Simona Brambilla como Prefecta del Dicasterio para la Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y lo consideraron un “regalo en
la fiesta de Reyes”. Conocemos que la Hna. Simona ya era Secretaria de dicho
Dicasterio desde el 7 de octubre de 2023. Junto a ella hay otras mujeres en los
Dicasterios y en otras instancias del Vaticano, pero ninguna con el mismo rango
de Prefecta de un Dicasterio. Inclusive, un Cardenal -Fernández Artime-, estará
bajo su coordinación, al ocupar el puesto de Pro-Prefecto de ese mismo
Dicasterio.
Entre otras mujeres que están en altos cargos, podemos recordar a la Hna.
Alessandra Smerilli, Secretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo
humano integral; Bárbara Jatta, Directora de los Museos Vaticanos; Hna
Raffaella Petrini, secretaria de la Gobernación; Hna. Carmen Ros Nortes,
subsecretaria del Dicasterio para la Vida Consagrada; Gabriella Gambino y Linda
Ghisoni, subsecretarias del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la vida;
Emilce Cuda, secretaria de la Comisión Pontificia para América Latina; María
Lía Zervino, miembro del Dicasterio para los obispos, por recordar a algunas.
Con los nombramientos que ha hecho el papa, se estima que ya hay un 23.4% de
porcentaje femenino en la Curia Vaticana.
Es buena noticia que se sigan dando pasos en esta dirección porque la
Iglesia no puede ser una de las pocas instituciones con esa disparidad de
género en los puestos de decisión. Es verdad que, en otras instancias
políticas, económicas, etc., también la presencia femenina sigue siendo muy
baja. Pero la diferencia es que en estos lugares no se invoca el hecho de ser
mujer o de no tener un título eclesiástico para ocupar esos puestos. En la Iglesia
todavía está muy metido en los imaginarios, sentimientos, percepciones y, por
supuesto, en el Derecho Canónico, el rechazo a que las mujeres ejerzan muchas
funciones. Basta ver la poca aceptación que tienen las “ministras de comunión”
a la hora de distribuirla en los templos -esto en el ámbito cotidiano- o la
poca invitación que reciben las mujeres para participar en congresos,
seminarios, talleres, retiros, instituciones teológicas, etc., como ponentes
principales de dichos eventos.
Necesitamos con urgencia que nuestros ojos se acostumbren a ver mujeres en
los espacios de decisión, en los altares, en los lugares de importancia
eclesial. Necesitamos con urgencia que nuestros oídos se acostumbren a las
voces femeninas y creamos que esas voces tienen la misma autoridad que la de
los varones. Necesitamos no extrañarnos de que se piense en paridad de género
en todos los espacios eclesiales y también a que, en algunas ocasiones, haya
más presencia femenina que masculina, como durante siglos hemos tenido de mayoría
masculina -por no decir “solo” masculina- en la mayoría de espacios eclesiales.
No podemos olvidar que las mujeres ocupan muchos de los espacios de la “base”
en la Iglesia y que son ellas las que realizan el trabajo arduo, continuo,
difícil, en la mayoría de pastorales e Iglesias. Esto hace que para muchas personas
no sea relevante el ocupar puestos de decisión y hasta dicen que mejor no
ocuparlos para no caer en el “clericalismo” y seguir con ese trabajo generoso
que hace tanto bien. Por supuesto siempre se pueden desvirtuar los cambios que
se promueven. Pero esto no es excusa para no empujar la igualdad fundamental de
todos en la Iglesia -como tanto se ha dicho en la experiencia sinodal-,
especialmente de las mujeres que, hasta el día de hoy, siguen ocupando un lugar
secundario en la Iglesia.
Es verdad que no es suficiente que se nombren mujeres en puestos de
decisión para que la iglesia patriarcal y clerical se transforme. Cuando estos
puestos se reciben como una “excepción” que rompe la regla de lo que siempre se
había hecho, hay mucho temor de no hacerlo bien, de perder la oportunidad, de
crear más recelo del que ya de hecho despierta el nombramiento y resulta muy
fácil acomodarse al modo de actuar de esos espacios y no levantar demasiado la
voz para seguir reclamando la participación plena de las mujeres en la Iglesia.
No resulta fácil mantener una voz profética si se quiere permanecer en los
espacios conquistados. Confiemos que haya más de una mujer que, desde la
oportunidad recibida, siga trabajando porque de la excepción se pase a la
normalización de esa práctica.
Finalmente, no sé si hay que agradecer tanto al Papa por estos
nombramientos. El hacer posible una iglesia sinodal no puede depender de la
voluntad de una persona, de cuando le parezca bien hacerlo. Es una deuda con
las mujeres, muy retrasada, por cierto, de cumplirse. Por tanto, alegrémonos de
que el Papa comience una praxis distinta, pero sigámosle diciendo que se dé
prisa, porque el tiempo corre y si nuestra Iglesia no camina con decisión y
empeño en su conversión sinodal, seguirá rezagada en muchos aspectos, viendo
cómo los fieles se alejan más y más.
Definitivamente, sí hay que alegrarse por el nombramiento de la primera Prefecta
de un Dicasterio, es un paso inmenso que se ha dado y una puesta en práctica de
la Constitución Predicate Evangelium sobre la reforma de la Curia Romana
publicada en 2022. Al mismo tiempo, sigamos presionando, sigamos pidiendo,
sigamos exigiendo la plena participación de las mujeres para responder a “la
Iglesia sinodal que Dios quiere para este tercer milenio”.
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