Testigos de la esperanza en el Dios que no
defrauda
Olga Consuelo Vélez
Este año viviremos la semana santa en el contexto del jubileo de la
esperanza. Este jubileo convocado por el Papa Francisco en diciembre de 2024
está propiciando que diferentes colectivos hagan la peregrinación a Roma en
señal de conversión y compromiso para ser “testigos de la esperanza” en este
mundo nuestro que se debate entre tantos problemas.
El calendario del año en Roma está marcado por la peregrinación de estos
colectivos: mundo de la comunicación (enero); fuerzas armadas, policía y
cuerpos de seguridad, artistas y mundo de la cultura, diáconos (febrero); mundo
del voluntariado, sacerdotes (misioneros de la misericordia) (marzo); enfermos
y mundo de la sanidad, adolescentes, personas con discapacidad (abril);
trabajadores, empresarios, bandas y música popular, iglesias orientales,
cofradías, familias, niños, abuelos, mayores (mayo); movimientos, asociaciones
y nuevas comunidades, santa sede, deportes, gobernantes, seminaristas, obispos,
sacerdotes (junio); misioneros digitales e influencers católicos, jóvenes
(julio); trabajadores por la justicia, catequistas (septiembre); migrantes,
mundo misionero, vida consagrada, espiritualidad mariana, mundo educativo
(octubre); pobres, coros y corales (noviembre); presos (diciembre). Todos
aquellos que puedan unirse a estos grupos podrán vivir celebraciones específicas
para cada colectivo y, sin duda, será una linda y fructífera experiencia.
Pero no todos los peregrinos de este jubileo necesitan ir a Roma. En cada
iglesia local se han dispuesto ciertos templos a los que también se puede
peregrinar para vivir la dinámica de conversión y cambio, fortaleciendo la
esperanza. Es bonito pensar que la Iglesia universal se pone en marcha y los
frutos de este año jubilar se podrán traducir en esa “esperanza inquebrantable”
por una iglesia más parecida al querer de Jesús y una sociedad más justa y
buena para todos y todas.
Pero la esperanza no se fortalece simplemente porque Francisco haya
convocado este año jubilar. Precisamente nuestra esperanza radica en el
misterio pascual que volvemos a conmemora este mes. La resurrección de Jesús es
la prenda que “en esperanza” nos mantiene comprometidos con nuestro presente.
¿Qué significa la esperanza? El misterio pascual abre el horizonte de esperanza más allá del ahora
que vivimos. El evangelio de Mateo, por ejemplo, lee el conflicto de Jesús con
las autoridades de su tiempo a la luz del texto de Isaías: el siervo de
Yahvé “no gritará, no oirá nadie en las plazas su voz, la caña cascada no la
quebrará, ni apagará la mecha humeante”, pero, precisamente en Él, las naciones
pondrán su esperanza (12, 18-21). Es decir, aunque no parezca que haya sino
debilidad, de ahí brota la fuerza de Dios porque él tiene la última palabra. Por
su parte, el libro de los Hechos, al narrarnos los inicios del cristianismo,
manifiesta cómo después de los acontecimientos de la muerte de Jesús, se afirma
que “que Dios lo resucitó” y por eso “se ha alegrado mi corazón y se ha
alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza” (Hc 2, 26).
El apóstol Pablo escribiendo a
los Romanos afirma: “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación engendra la pacencia; la paciencia, virtud probada, la virtud
probada esperanza y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”
(Rom 5, 3-5). Y, así mismo, al despedirse en esta misma carta, les dice a los destinatarios:
“el Dios de la esperanza les colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar
de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom 15, 13). A los
Tesalonicenses les dice: “tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de
su fe, los trabajos de su caridad y la tenacidad de su esperanza en Jesucristo
nuestro Señor (1 Tes 1, 3). Precisamente por esto les recomienda: “Hermanos no
queremos que estén en la ignorancia respecto de los muertos, para que no se
entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús
murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en
Jesús (1 Ts 4, 13-14). La carta a los Hebreos también exhorta a mantener la
esperanza: “mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el
autor de la promesa” (10,23).
Con esa esperanza firme a la que
nos llaman los textos bíblicos, celebremos el misterio pascual de manera que se
traduzca en nuestra vida y en nuestra realidad. En concreto, la esperanza nos
fortalece para no decaer en el trabajo por la justicia social. Esto es lo que
Dios quiere para la humanidad. También nos da la fuerza para trabajar por el
cuidado y la preservación de la creación, garantizando así, la vida de nuestra
“casa común”. La esperanza en el Dios de la promesa, el Dios de la paz, no nos
deja resignarnos a no alcanzar la paz, a nivel global y a nivel local. Por el
contrario, nos empuja a seguir apostando por el diálogo, no como una actitud
ingenua sino como una decisión creyente de quienes no enfrentan los problemas
con la violencia, sino que siguen buscando los caminos del diálogo, del
entendimiento, de la concertación, de la paz. Y la esperanza también nos
sostiene para seguir renovando a la Iglesia para que llegue a ser una Iglesia
sinodal misionera en la que quepan todos y todas.
Y así, cada uno podría nombrar
todas aquellas situaciones que sabe que han de cambiar y frente a las cuales la
esperanza no nos deja quedarnos en la queja o en la indiferencia, sino que,
apoyados en la resurrección de Jesús, nos fortalece para transformarlas. Que
esta Semana Santa, sea tiempo propicio para proclamar con todas las fuerzas
“que el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos” no dejará frustrada
nuestra esperanza. Por el contrario, ella será colmada, alcanzada, realizada.