miércoles, 30 de abril de 2025

 

Que este tiempo pascual nos lleve a renovar nuestro amor a Jesús, “hasta el final”

III Domingo de Pascua 04-05-2025

Olga Consuelo Vélez Caro

 

 

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban junto Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dio a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, saber que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme" (Juan 21, 1-19)

 

Continuamos con las apariciones de Jesús a sus discípulos después del acontecimiento de la Pascua, pero, en esta ocasión, el texto comienza mostrando la desesperanza de los discípulos después de la muerte de Jesús, para luego llegar al encuentro personal con Él, personificado en el diálogo de Jesús con Pedro.

En el primer momento, los discípulos que habían sido llamados a ser “pescadores de hombres”, parecen reconocer su fracaso y retoman su antiguo oficio, yendo a pescar. El texto nos informa que esa noche no pescaron nada. Es entonces cuando se aparece Jesús en la orilla y los invita a echar las redes de nuevo. Ellos no lo reconocen en el primer momento, pero cuando la pesca los desborda por lo abundante que es, el discípulo amado lo reconoce: “es el Señor”. Inmediatamente Pedro se arroja al agua a su encuentro.

Continua la segunda escena del texto, cuando Jesús ya tiene las brasas puestas con pan y les dice que lleven el pescado que acaban de pescar. El contexto es, entonces, una comida preparada por Jesús que recuerda la última cena, signo inequívoco de la presencia de Jesús entre ellos. Ninguno de los discípulos pregunta nada, pero todos saben que es Jesús en medio de ellos. Todo esto prepara el momento cumbre del texto: el diálogo con Pedro. Por tres veces Jesús le pregunta si lo ama, Pedro responde afirmativamente las tres veces -el número tres nos lleva a recordar las tres negaciones de Pedro, también calentándose junto a unas brasas-, como queriendo reparar lo acontecido antes. La tercera vez Pedro añade: tú lo sabes todo, como queriendo apoyarse no solo en su sincero deseo de responder afirmativamente, sino en el mismo Jesús que, sabiendo bien lo que Pedro ha hecho, sigue preguntándole con el mismo amor de la primera llamada. Jesús, por su parte, le pide, ante cada respuesta, que “apaciente sus ovejas”. Finaliza el texto con las palabras de Jesús sobre la realidad de Pedro, primero joven que le sigue con entusiasmo, pero hace su voluntad muchas veces y, después, siendo viejo donde ya realmente habrá aprendido en qué consiste el seguimiento y su fidelidad lo llevará, como a Jesús, a donde no quiere. Nosotros ya sabremos que será al martirio. Todo se cierra con la invitación de Jesús: “sígueme”.

Esta fue la tercera vez, según este evangelio -aunque este último capítulo se considera un añadido posterior- que Jesús se apareció a los discípulos. Pero es un texto prototipo de la llamada que Jesús sigue haciendo hoy a todas las personas que van comprendiendo su camino, recordando que el seguimiento tiene como base la relación personal de amor entre cada persona y el mismo Jesús, pero siempre, con la misión de anunciar el evangelio a todos, de hacer presente el reino con los que los rodean. La eucaristía ha de ser signo de ese llamado de Jesús, en medio de la comunidad y para la comunidad. El seguimiento no está exento de la infidelidad, pero siempre con la posibilidad de renovar el amor. Que este tiempo pascual nos permita renovar el amor para un seguimiento más fiel, hasta el final.

jueves, 24 de abril de 2025

Comentario II dom Pascua 27 04 2025

 

Que podamos creer en el testimonio de la resurrección

II Domingo de Pascua (27-04-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

 

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió "Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre (Juan 20, 19-31)

 

Este segundo domingo de Pascua continua con los textos de apariciones de Jesús a los suyos. En la vigilia pascual recordamos el texto de la tumba a la que van María Magdalena, Pedro y Juan y la encontraron vacía. Esta es otra manera de afirmar que Jesús no está entre los muertos porque ha resucitado. El evangelio de Juan, continua con la aparición a María Magdalena, pero este texto no lo ha colocado en la liturgia en este domingo, sino que pasa a la aparición a los discípulos que están encerrados por temor a los judíos.

Jesús literalmente se les aparece -no entró por la puerta- pero esto no se refiere a poderes extraordinarios de Jesús para atravesar las puertas, sino que es la forma de decirnos que Jesús, efectivamente, ha resucitado a una nueva vida, con otras características, con otro cuerpo, ese cuerpo resucitado del que Pablo le hablará a los corintios 1 Cor 15,42-44). Pero esa nueva manera de estar no está desconectada de su vida histórica y por eso les muestra sus manos y su costado. Y en esto va a consistir la afirmación de fe de los discípulos: el crucificado es el resucitado. En otras palabras, a la vida histórica de Jesús, Dios le ha dado su sí con la resurrección.

El relato continúa mostrando los dones escatológicos que trae la resurrección: la paz, el Espíritu Santo que los capacita para perdonar los pecados y el envío misionero.

Luego viene una segunda parte del texto, en la que el protagonista es Tomás que no estaba con ellos. Y lo que va a estar en juego es el creer sin ver, como lo hizo el discípulo amado en el evangelio del domingo pasado. Por eso, nuevamente el primer día de la semana, los discípulos están reunidos y esta vez si esta Tomás con ellos. Él ya había afirmado que no se iba a contentar con algún fantasma del que tal vez, él creía hablaban sus hermanos. Él quiere meter el dedo en sus clavos y la mano en su costado. Es decir, afirmar la resurrección del crucificado. En ese contexto vuelve Jesús a aparecerse a ellos y responde a la petición de Tomás. Pero lo que interesa es la frase del creer sin ver. Esta llamada ya no es para Tomás sino para todos los que hoy tenemos que creer sin ver. Recordemos que todo el evangelio de Juan quiere ser testimonio de fe para los que hemos de creer por lo que el evangelio nos relata.

Precisamente este tiempo pascual y estos diferentes textos de apariciones de Jesús nos ayudan a profundizar en el núcleo de nuestra fe: Jesús ha resucitado y nuestra vida dará testimonio o no lo dará de esta experiencia de fe. Dar testimonio del Resucitado es actuar como él actúo. De lo contrario, nuestra fe no da razón de lo que afirmamos. Que estos textos nos ayuden a renovar nuestra fe y ahondar nuestro testimonio.

lunes, 21 de abril de 2025

PAPA FRANCISCO: CONTINUAREMOS TU LEGADO

Olga Consuelo Vélez

 

La noticia de la pascua del Papa Francisco nos tomó por sorpresa porque ayer lo habíamos visto deseándonos Feliz Pascua y, aunque se percibía muy cansado, no esperábamos amanecer con esa noticia. Pero también sabíamos que no faltaría mucho para que esto sucediera.

De todas partes del mundo llegan expresiones de agradecimiento y, sobre todo, de reconocimiento por su persona, su pontificado, su obra. Una convicción parece reforzarse en todos los comentarios que se están haciendo: Dios ha bendecido a la Iglesia con Francisco como pontífice. Y esto da una gran alegría poque justamente un Pontífice de la Iglesia Católica fue capaz de convertirse en un líder mundial en temas como el cuidado de la casa común, la paz, el diálogo interreligioso, la dignidad humana, la justicia social, la defensa de los migrantes, la acogida a la diversidad sexual y, prácticamente todos los signos de los tiempos que hoy nos desafían. Y, no solo eso, fue capaz de “abrir la puerta” de la reforma de la Iglesia, tema que a tantos asusta y, con sus luces y temas pendientes, logró mucho más de lo que esperábamos. Es tiempo de retomar la posta -como se dice en las carreras de relevo- y no dejar que nada de lo que Francisco ha dejado, se pierda.

Nos mostró que se puede vivir con sencillez, humildad, naturalidad, cercano a los más pobres y últimos siendo pontífice. Pidámosle a quién llegue, que siga por el mismo camino.

Nos mostró que evangelizar no es enseñar doctrinas y vigilar el cumplimiento de los mandamientos. Es comunicar la buena noticia del amor infinito de Dios por toda la humanidad. Hagámoslo nosotros y motivemos a todos los demás a que sigan este camino.

Nos enseñó que la evangelización tiene una dimensión social “ineludible”. Por eso todas las situaciones de la realidad han de tener espacio en nuestra acción pastoral, nuestras predicaciones, nuestra espiritualidad. No temamos a los que lo acusaron de desviar el evangelio por ocuparse de lo social. Por el contrario, recordémosle que la espiritualidad nunca nos aparta del mundo, sino que nos compromete con él.

Nos enseñó que la Iglesia solo encuentra su razón de ser, siendo una Iglesia “en salida”, “sin miedo a herirse ni mancharse”, una Iglesia misionera, que quiere llegar a todos, sin prejuicios, mandatos, imposiciones, sino abierta al diálogo, al mutuo enriquecimiento, al unir fuerzas por el bien de la humanidad. No nos encerremos en los templos, como decía Francisco, salgamos a “primerear” la buena noticia de la alegría del evangelio.

Nos dejó la experiencia de una Iglesia sinodal que incluya, en verdad, al laicado, no solo como un miembro de ella sino en lugares de decisión, con todos los derechos y deberes que se derivan del primer y fundamental sacramento: el bautismo. Este proceso ya quedó para la historia y dependerá de nosotros que no lo dejemos olvidar y, de alguna manera, exijamos que siga su implementación. Quedaron muchos procesos en marcha, es preciso, seguirlos y, en cierto modo, exigirlos.

Como escribí al celebrar los doce años del pontificado de Francisco, había mucho temor por su muerte porque las fuerzas conservadoras que se han resistido a este pontificado pueden aprovechar la circunstancia para redoblar esfuerzos, retomando el mando y consiguiendo, de nuevo, una involución eclesial. En verdad, no sabemos quién podría ser el próximo Papa y que línea tomará. Pero creo que estos años de Francisco han hecho “saborear” algo de primavera y eso no se va a borrar como tal vez sueñan los tradicionalistas. Independiente del camino que tome la Iglesia, el mundo de hoy está mucho más libre de la tutela eclesiástica y seguirá su marcha. Los cristianos que hemos apreciado tanto al papa Francisco no vamos a echar para atrás, sino que seguiremos asumiendo la realidad actual para responder con nuestra experiencia de fe, nuestra reflexión teológica y nuestro compromiso evangelizador a los desafíos actuales.

Por todo esto, creo que es urgente continuar con su legado, empujando una iglesia sinodal misionera donde todos, sintiéndonos responsables de la misión evangelizadora de la iglesia, la ejercemos y no decaigamos en nuestros esfuerzos por transformar toda esa estructura pesada que cierra puertas, impide ministerios, ignora contribuciones, “detiene”, en cierto sentido, lo que el Espíritu Santo inspira para este tiempo. Y, como bien se dijo en el documento final del sínodo: “Lo que viene del Espíritu no puede detenerse” (n. 60) y sea el pontífice que sea, el Espíritu seguirá soplando, haciendo ruido, empujando la primavera que el pontificado de Francisco comenzó en muchos sentidos.


sábado, 19 de abril de 2025

 

Hoy también se nos revelan los signos de la resurrección en los que se juega nuestro creer o no creer

Vigilia Pascual (20-04-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

 

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos (Juan 20, 1-9).

 

Seguimos el evangelio de Juan y en este capítulo 20 va a comenzar el tiempo de la resurrección. Comienza señalando que María Magdalena va a la tumba y ve la piedra quitada. No dice si entró, si vio algo más, sino que corre buscando a Pedro y al discípulo amado para contarles la experiencia que acaba de tener: no encontró a Jesús y no sabe a dónde lo llevaron. Aquí Juan deja de lado a María Magdalena y se centra en la figura de Pedro y del discípulo amado. Retomara a María Magdalena después de terminar lo que sucede a Pedro y al discípulo amado y, es entonces, cuando Jesús se le aparece a María Magdalena y la envía a anunciar la resurrección a los discípulos. De allí sale el título que en la actualidad ya se le ha reconocido de primera anunciadora de la resurrección, de verdadera apóstola entre los apóstoles.

Pero sigamos con el texto que hoy nos convoca. El discípulo amado es la figura central del evangelio de Juan, pero no por eso se deja de lado a Pedro. Sin embargo, la experiencia va a ser distinta y el que va a mostrar un discipulado más comprometido, será Juan. El texto dice que Pedro vio las vendas y el sudario. El discípulo amado vio las vendas y, aunque sale y luego vuelve a entrar después de Pedro, el texto dice que “vio y creyó”. Y aquí está la clave de todo el evangelio de Juan: el creer. De ahí que el discípulo amado sea el discípulo perfecto, el modelo para los demás porque ve los signos y cree. Por el contrario, Pedro solo ve y no afirma que haya creído. El texto termina diciendo que todavía no habían comprendido lo que decía la escritura sobre la resurrección de Jesús de entre los muertos.

En el evangelio seguirán otros textos de aparición de Jesús a sus discípulos. Pero en este texto, todavía no hay una aparición del Resucitado. Solamente hay signos de su resurrección. Y son estos signos los que permiten creer, como lo hizo el discípulo amado, o permanecer en la indiferencia ante lo que allí se está revelando.

Celebramos la vigilia pascual, es decir, el misterio central de nuestra fe, la resurrección del Señor. Tampoco ahora se va a aparecer Jesús resucitado. Lo que se nos revela son los signos de la resurrección y en ellos se juega nuestro creer o no creer. Estos signos corresponden a todo aquello que transforma la muerte en vida, la exclusión en inclusión, la injusticia en justicia social. Quien descubre en esos signos la presencia del reino, sigue comprometiéndose con hacer posible un mundo mejor cada día, sabiendo que la resurrección, palabra definitiva de Dios a la humanidad, nos fortalece, nos sostiene, nos mantiene en fidelidad en esta promesa de Dios para la humanidad.

 

viernes, 18 de abril de 2025

 

En el triduo pascual, demasiada solemnidad y muy poco evangelio

Olga Consuelo Vélez

 

El triduo pascual es un momento de vivencia cristiana profunda. Mucha gente se dispone a participar de las liturgias de estos días; lo hacen con sinceridad y recogimiento. Pero conviene mirar si tanto el “contenido” como la “forma” ayudan a tal vivencia. Sobre el “contenido”, hay esfuerzos por dar meditaciones relacionadas con la realidad y hay una llamada a causas muy urgentes como la paz, la justicia, el cuidado de la casa común, la realidad de los migrantes, etc. No quiere decir que todas las meditaciones tienen ese tono. Aún se escuchan algunas que, además de muy largas, se quedan repitiendo frases hechas y casi incomprensibles para la gente común y corriente. En realidad, pocas son las personas que escuchan los sermones y se sienten interpelados por ellos. Y, además, aunque tantos creyentes van, año tras año, a las liturgias de estos días, si les preguntamos el orden y el significado de cada una de ellas, no saben demasiado. Algo o mucho nos falta en la Iglesia sobre la formación cristiana, porque no se logra que el pueblo cristiano crezca en su fe, como se esperaría con tanta participación en las liturgias durante toda su vida.

Ahora bien, la realidad de la cruz de Cristo es uno de los aspectos que no acabamos de asimilar correctamente. Se predica mucho que Cristo con su cruz nos salvó de nuestros pecados, nos redimió, hemos sido salvados. También que Dios no le ahorró a Jesús su sufrimiento para salvarnos. Si tuviéramos un poco de reflexión crítica nos asombraría la imagen de Dios que sale de esas afirmaciones: un Dios que para perdonarnos “exige” o “dispone” o “permite” la muerte de su Hijo. Es un “precio” muy alto y una “exigencia” muy inhumana. Y, por otra parte, parece que nos salva de los pecados personales, de ahí la insistencia en el sacramento de la penitencia, pero, el mal del mundo sigue corriendo, sin que haya por parte de los creyentes una conciencia fuerte de erradicarlo. Estamos lejos de recuperar el significado histórico de la muerte de Jesús, asesinado por los contemporáneos que no quisieron acoger el Dios que presentaba Jesús, los valores del reino que anunciaba. Ese Dios misericordioso y que no quiere el mal, ni la muerte, ni la injusticia con ninguno de sus hijos e hijas y denuncia la parte de culpa que nos corresponde, no fue aceptado en tiempo de Jesús y sigue sin ser predicado profundamente en nuestro presente. Como le dije a unos estudiantes con los que estudiábamos este aspecto de la muerte de Jesús, si después de conmemorar una vez más ese acontecimiento, no salimos con el compromiso eficaz de seguir trabajando por un mundo mejor, no hemos entendido el misterio de nuestra fe y nuestras liturgias no han dado un verdadero fruto. Nos han ocupado y talvez “compungido”, “emocionado” o “reconfortado” pero no nos han lanzado a seguir trabajando por la justicia y la paz, como es la voluntad de Dios sobre la humanidad.

Muchas más cosas se podrían comentar, pero fijémonos en la “forma” o en la “liturgia” de estos días que corresponde al título que le di a esta reflexión. Un familiar me comentó lo siguiente: “comencé a ver la liturgia que transmitían desde el Vaticano y no pude seguir. Apagué el televisor y me sentí mucho mejor”. Le pregunté: y ¿por qué? Y me dijo: Esa liturgia parece de un Imperio y Jesús no tiene nada que ver con los reyes del mundo. Además, los cardenales, obispos y presbíteros, fuera de que llenan el altar y casi ni enfocan al resto de los miembros de la Iglesia, con esas prendas litúrgicas que se ven ostentosas, doradas, nuevas, demasiado elegantes, desdicen de lo que están conmemorando: la crucifixión y muerte de un Jesús pobre, humillado, despreciado. También me dijo, la música puede ser bonita y la solemnidad puede dar un aire de respeto y silencio, pero nada de eso dice mucho del Jesús de los evangelios. Y, como para completar los cometarios, me dijo: y los presbíteros jóvenes que aparecen por ahí, se les ve tan “tiesos, formales, elegantes” que se nota que desde los inicios de su formación se les encamina más a ser señores y reyes que ministros servidores.  En fin, son comentarios de la gente real que sigue teniendo fe pero que, poco a poco, se aleja de la institución porque se nota demasiada solemnidad y muy poco evangelio.

miércoles, 16 de abril de 2025

Comentario Jueves Santo San Juan 13, 1-15

 

El lavatorio de los pies será el signo profético de la entrega de Dios por la humanidad

Jueves Santo (17-04-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

 

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "Tú, Señor, ¿me vas a lavar los pies a mí?". Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás". "No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte". "Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos". Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios". Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (Juan 13, 1-15).

 

La lectura de hoy, corresponde al evangelio de Juan, evangelista que estructura su texto desde “la hora”. Recordemos que en las bodas de Caná Jesús le dice a su madre que no ha llegado la hora (Jn 2, 4). Este texto empieza con la afirmación de que ha llegado su hora. Pero ¿en qué consiste la hora de Jesús? Después de su anuncio del reino se va a poner en juego el amor de Dios que Jesús ha testimoniado con sus palabras y obras. Llega el momento del amor en su expresión máxima y el lavatorio de los pies será el signo profético que así lo muestre. La cena de este evangelio no es la cena pascual, es un día antes. Pero en ella Jesús va a realizar con el gesto de lavar los pies a sus discípulos, el amor incondicional de Dios por su pueblo. Lavar los pies es lo propio de los esclavos. En este gesto, Jesús asume este papel, mostrando que la comunidad que se ha formado en torno suyo tiene otros valores a los aceptados comúnmente. La comunidad de Jesús no tiene superiores. Por el contrario, en ella, quien coordina se hace servidor los demás y todos entre sí han de ser servidores y esclavos unos de otros.

El texto muestra la incomprensión de los mismos discípulos expresada en el diálogo con Pedro. Él no quiere dejarse lavar los pies y Jesús es contundente: “si no te los lavo, no podrás compartir mi suerte”. O, dicho de otro modo, si no sigue la lógica del reino no puede compartir la mesa que Jesús instaura: la mesa de la inclusión, del servicio, de la solidaridad, de la justicia.

Está claro que otros no van a comprender y esto lo manifiesta la figura del demonio entrando en Judas quien ya ha decidido entregar a Jesús. La pregunta ¿comprenden lo que he hecho con ustedes? sigue vigente para todos los que hoy dicen seguir a Jesús. No basta afirmar que se le sigue, sino comprender hondamente la propuesta del Reino.

En el jueves santo también se conmemora la Institución de la Eucaristía. Pero no son dos celebraciones separadas. Por el contrario, el lavatorio de los pies devela el significado profundo de la Eucaristía. Esta no es para alimentar el alma de los fieles, como se dice comúnmente, de manera individual. La eucaristía es un signo de comunión, del compartir el pan “para que nadie pase necesidad” (Hc 4, 34-35), del amor afectivo y efectivo hacia todos, amor que se entrega a los demás, comenzando por los últimos.

Que este inicio del triduo pascual nos permita comprender a Jesús y el amor al extremo que nos ha manifestado. En tiempos de injusticia social, de exclusión de muchos, de la lógica del más fuerte y del marcado clericalismo eclesial, que este día nos permita recuperar la lógica del servicio de unos hacia los otros, para testimoniar el amor de Dios “hasta el extremo”, sin desvirtuarlo, sin rebajarlo.

 

miércoles, 9 de abril de 2025

 

Llega un rey de paz

Domingo de Ramos (13-04-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

 

(Nota aclaratoria: En la eucaristía de este día se lee toda la pasión del Señor Jesús (Lucas 22, 14-23,56) pero para este comentario nos detendremos en la entrada de Jesús a Jerusalén)

Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?", respondan: "El Señor lo necesita". Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: "¿Por qué lo desatan?". Y ellos respondieron: "El Señor lo necesita". Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían:"¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!". Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos". Pero él respondió: "Les aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras” (lc 19, 28-40).

 

En este comienzo de la Semana Mayor, se lee el relato de la pasión, condensando en este día, lo que va a sucederle a Jesús como consecuencia de su predicación. Precisamente, este relato nos sitúa, por una parte, en la llegada de Jesús a Jerusalén y, por otra, en el éxito que su misión iba teniendo entre los suyos, incluso para proclamarlo rey, con lo cual, es comprensible, que la persecución que también se estaba gestando, se acelere y prefieran llevarla a cabo para liberarse, de una vez por todas, de este personaje que va consiguiendo más seguidores.

Cabe anotar que todo el evangelio de Lucas se estructura con la subida de Jesús a Jerusalén, allí donde matan a los profetas (“no conviene que un profeta perezca fuera de Jerusalén” Lc 13, 33), y para Lucas Jesús es “el profeta”, con lo cual todo se organiza para ir cumpliendo lo anunciado.

Llama la atención que Jesús va a entrar en un asno, contrastando con esto la entrada de los reyes de los imperios, quienes entrarían en un “caballo”. El asno es señal de paz mientras que, el caballo, es señal de guerra. En otras palabras, Jesús realiza un “signo profético”, un signo contracultural para lo que sería habitual en su tiempo y responde de esa manera al rey esperado por Israel: “Exulta sin freno, hija de Sion, grita de alegría, hija de Jerusalén. He aquí que viene a ti tu rey (…) Él suprimirá (…) los caballos de Jerusalén, será suprimido el arco de combate y él proclamará la paz a las naciones” (Zac 9, 9-10).

Por otra parte, el hecho de que Jesús mande a sus discípulos por el asno y les diga que si les preguntan porqué lo desatan, respondan que “el Señor lo necesita”, significa la autoridad con la que Jesús habla, autoridad que comienza a ser reconocida por muchos.

En el evangelio de Lucas a Jesús no lo saludan con ramos sino extendiendo sus mantos sobre el camino (los otros evangelistas si se refieren a ramos). Además, lo reciben llenos de alegría y alabando a Dios. De esa manera se manifiesta el reconocimiento que sus discípulos están haciendo de sus obras porque, en verdad, con sus actitudes y sus milagros, Jesús está haciendo presente la salvación esperada. Pero en esta misma entrada se presentan los fariseos -será la última vez que aparezcan en el evangelio de Lucas- diciéndole a Jesús que mande callar a sus discípulos. Jesús responde con la misma autoridad que había manifestado antes: “si ellos callan, gritarán las piedras”, es decir, el reconocimiento que están haciendo no es por la benevolencia de los suyos sino porque efectivamente la salvación va llegando con Él.

Sin embargo, esta entrada “triunfante” como muchas veces se dice, pronto tomará el rumbo de la pasión que celebraremos en los días que siguen. Efectivamente, el bien y la bondad dan frutos, pero las fuerzas del anti reino se empeñan en acallarlos y, en ocasiones, lo logran. Jesús tendrá que pasar por la cruz, pero no desistirá de su fidelidad. Recordemos que en el pasaje de las tentaciones el diablo le ofreció sus reinos para darle poder sobre ellos. Jesús no quiere ese reinado y, por eso, afronta la cruz, con la confianza puesta en el Rey del cielo, es decir, en el Dios bondad y bien para la humanidad.

Reconozcamos hoy, también nosotros, a este Rey de paz que se hace presente en muchos hechos de nuestra realidad, sabiendo que el mal siempre está acechando y, de nuestra fidelidad, dependerá que sea Dios quien tenga la última palabra, como la tendrá con la resurrección de su Hijo después de su pasión.

 

sábado, 5 de abril de 2025

 

Testigos de la esperanza en el Dios que no defrauda

Olga Consuelo Vélez

Este año viviremos la semana santa en el contexto del jubileo de la esperanza. Este jubileo convocado por el Papa Francisco en diciembre de 2024 está propiciando que diferentes colectivos hagan la peregrinación a Roma en señal de conversión y compromiso para ser “testigos de la esperanza” en este mundo nuestro que se debate entre tantos problemas.

El calendario del año en Roma está marcado por la peregrinación de estos colectivos: mundo de la comunicación (enero); fuerzas armadas, policía y cuerpos de seguridad, artistas y mundo de la cultura, diáconos (febrero); mundo del voluntariado, sacerdotes (misioneros de la misericordia) (marzo); enfermos y mundo de la sanidad, adolescentes, personas con discapacidad (abril); trabajadores, empresarios, bandas y música popular, iglesias orientales, cofradías, familias, niños, abuelos, mayores (mayo); movimientos, asociaciones y nuevas comunidades, santa sede, deportes, gobernantes, seminaristas, obispos, sacerdotes (junio); misioneros digitales e influencers católicos, jóvenes (julio); trabajadores por la justicia, catequistas (septiembre); migrantes, mundo misionero, vida consagrada, espiritualidad mariana, mundo educativo (octubre); pobres, coros y corales (noviembre); presos (diciembre). Todos aquellos que puedan unirse a estos grupos podrán vivir celebraciones específicas para cada colectivo y, sin duda, será una linda y fructífera experiencia.

Pero no todos los peregrinos de este jubileo necesitan ir a Roma. En cada iglesia local se han dispuesto ciertos templos a los que también se puede peregrinar para vivir la dinámica de conversión y cambio, fortaleciendo la esperanza. Es bonito pensar que la Iglesia universal se pone en marcha y los frutos de este año jubilar se podrán traducir en esa “esperanza inquebrantable” por una iglesia más parecida al querer de Jesús y una sociedad más justa y buena para todos y todas.

Pero la esperanza no se fortalece simplemente porque Francisco haya convocado este año jubilar. Precisamente nuestra esperanza radica en el misterio pascual que volvemos a conmemora este mes. La resurrección de Jesús es la prenda que “en esperanza” nos mantiene comprometidos con nuestro presente.

¿Qué significa la esperanza? El misterio pascual abre el horizonte de esperanza más allá del ahora que vivimos. El evangelio de Mateo, por ejemplo, lee el conflicto de Jesús con las autoridades de su tiempo a la luz del texto de Isaías: el siervo de Yahvé “no gritará, no oirá nadie en las plazas su voz, la caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante”, pero, precisamente en Él, las naciones pondrán su esperanza (12, 18-21). Es decir, aunque no parezca que haya sino debilidad, de ahí brota la fuerza de Dios porque él tiene la última palabra. Por su parte, el libro de los Hechos, al narrarnos los inicios del cristianismo, manifiesta cómo después de los acontecimientos de la muerte de Jesús, se afirma que “que Dios lo resucitó” y por eso “se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza” (Hc 2, 26).

El apóstol Pablo escribiendo a los Romanos afirma: “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la pacencia; la paciencia, virtud probada, la virtud probada esperanza y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 3-5). Y, así mismo, al despedirse en esta misma carta, les dice a los destinatarios: “el Dios de la esperanza les colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom 15, 13). A los Tesalonicenses les dice: “tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de su fe, los trabajos de su caridad y la tenacidad de su esperanza en Jesucristo nuestro Señor (1 Tes 1, 3). Precisamente por esto les recomienda: “Hermanos no queremos que estén en la ignorancia respecto de los muertos, para que no se entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús (1 Ts 4, 13-14). La carta a los Hebreos también exhorta a mantener la esperanza: “mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (10,23).

Con esa esperanza firme a la que nos llaman los textos bíblicos, celebremos el misterio pascual de manera que se traduzca en nuestra vida y en nuestra realidad. En concreto, la esperanza nos fortalece para no decaer en el trabajo por la justicia social. Esto es lo que Dios quiere para la humanidad. También nos da la fuerza para trabajar por el cuidado y la preservación de la creación, garantizando así, la vida de nuestra “casa común”. La esperanza en el Dios de la promesa, el Dios de la paz, no nos deja resignarnos a no alcanzar la paz, a nivel global y a nivel local. Por el contrario, nos empuja a seguir apostando por el diálogo, no como una actitud ingenua sino como una decisión creyente de quienes no enfrentan los problemas con la violencia, sino que siguen buscando los caminos del diálogo, del entendimiento, de la concertación, de la paz. Y la esperanza también nos sostiene para seguir renovando a la Iglesia para que llegue a ser una Iglesia sinodal misionera en la que quepan todos y todas.

Y así, cada uno podría nombrar todas aquellas situaciones que sabe que han de cambiar y frente a las cuales la esperanza no nos deja quedarnos en la queja o en la indiferencia, sino que, apoyados en la resurrección de Jesús, nos fortalece para transformarlas. Que esta Semana Santa, sea tiempo propicio para proclamar con todas las fuerzas “que el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos” no dejará frustrada nuestra esperanza. Por el contrario, ella será colmada, alcanzada, realizada.

 

miércoles, 2 de abril de 2025

 

Jesús no se deja atrapar de sus adversarios

V Domingo de Cuaresma (6-04-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno”, le dijo Jesús. “Vete, no peques más en adelante" (Juan 8, 1-11)

 

Al querer interpretar un pasaje de la Sagrada Escritura interesa plantear el contexto en el que Jesús está hablando para no tergiversar sus palabras. Aquí Jesús no quiere enseñar sobre el adulterio, o sobre el pecado, o sobre valores morales de carácter sexual. El texto se sitúa en la controversia entre las autoridades judías -representadas por los escribas y fariseos- y Jesús. Ellos le hacen una pregunta, sobre la mujer sorprendida en adulterio y el castigo que merece según la ley de Moisés, con la intención de hacerlo caer de cualquier modo. Si Jesús contesta que no deben apedrearla, estaría yendo contra la Ley. Si contesta que sí, estaría oponiéndose a la legislación romana que prohíbe la pena de muerte (Jn 18,31). Como puede verse, los escribas y fariseos no tienen ningún interés en la mujer, en el adulterio o en la ley. Su interés es acorralar a Jesús para desprestigiarlo frente a los que le siguen. Cabe anotar que la ley hablaba de “castigar a los dos adúlteros con la muerte” (Lv 20, 10), pero vemos en este texto que se omite cualquier referencia al varón que estaba con aquella mujer.

Jesús sabe salir adelante de esta situación, no enfrentando a los escribas y fariseos sino lanzando una pregunta a todos los que estaban allí: “el que no tenga pecado que arroje la primera piedra”. Esta frase es del  libro del Deuteronomio (13,10) referida al pecado de la idolatría y supone que quien arroje la primera piedra se hace cargo de la acusación y si la acusación fuera falsa, la sangre del inocente caerá sobre él (Dt 17,7). Después de esa primera piedra, todo el pueblo se dispone a apedrear al idólatra.

Una vez Jesús ha pedido a los oyentes que arrojen la piedra si no tienen pecado, todos se van retirando. De esa manera se prepara la escena conclusiva del texto: el encuentro de Jesús con la mujer. Ella que fue tomada por los fariseos y escribas, como “objeto” para acusar a Jesús, es tratada, por parte de Jesús, como “sujeto”. El diálogo revela el trato digno de Jesús hacia ella y la frase “no peques más”, muestra la invitación que él le hace a un nuevo comienzo, sin dejarse acorralar por el estigma público.

Una vez más, el evangelio de hoy, nos invita a un seguimiento de Jesús que atiende a las personas y no a las leyes cuando estas las oprimen, un seguimiento que no se deja enredar con legalismos estériles, sino que se toma en serio el mensaje liberador y misericordioso del reino y lo hace efectivo en todas las situaciones que se presenten.