sábado, 5 de abril de 2025

 

Testigos de la esperanza en el Dios que no defrauda

Olga Consuelo Vélez

Este año viviremos la semana santa en el contexto del jubileo de la esperanza. Este jubileo convocado por el Papa Francisco en diciembre de 2024 está propiciando que diferentes colectivos hagan la peregrinación a Roma en señal de conversión y compromiso para ser “testigos de la esperanza” en este mundo nuestro que se debate entre tantos problemas.

El calendario del año en Roma está marcado por la peregrinación de estos colectivos: mundo de la comunicación (enero); fuerzas armadas, policía y cuerpos de seguridad, artistas y mundo de la cultura, diáconos (febrero); mundo del voluntariado, sacerdotes (misioneros de la misericordia) (marzo); enfermos y mundo de la sanidad, adolescentes, personas con discapacidad (abril); trabajadores, empresarios, bandas y música popular, iglesias orientales, cofradías, familias, niños, abuelos, mayores (mayo); movimientos, asociaciones y nuevas comunidades, santa sede, deportes, gobernantes, seminaristas, obispos, sacerdotes (junio); misioneros digitales e influencers católicos, jóvenes (julio); trabajadores por la justicia, catequistas (septiembre); migrantes, mundo misionero, vida consagrada, espiritualidad mariana, mundo educativo (octubre); pobres, coros y corales (noviembre); presos (diciembre). Todos aquellos que puedan unirse a estos grupos podrán vivir celebraciones específicas para cada colectivo y, sin duda, será una linda y fructífera experiencia.

Pero no todos los peregrinos de este jubileo necesitan ir a Roma. En cada iglesia local se han dispuesto ciertos templos a los que también se puede peregrinar para vivir la dinámica de conversión y cambio, fortaleciendo la esperanza. Es bonito pensar que la Iglesia universal se pone en marcha y los frutos de este año jubilar se podrán traducir en esa “esperanza inquebrantable” por una iglesia más parecida al querer de Jesús y una sociedad más justa y buena para todos y todas.

Pero la esperanza no se fortalece simplemente porque Francisco haya convocado este año jubilar. Precisamente nuestra esperanza radica en el misterio pascual que volvemos a conmemora este mes. La resurrección de Jesús es la prenda que “en esperanza” nos mantiene comprometidos con nuestro presente.

¿Qué significa la esperanza? El misterio pascual abre el horizonte de esperanza más allá del ahora que vivimos. El evangelio de Mateo, por ejemplo, lee el conflicto de Jesús con las autoridades de su tiempo a la luz del texto de Isaías: el siervo de Yahvé “no gritará, no oirá nadie en las plazas su voz, la caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante”, pero, precisamente en Él, las naciones pondrán su esperanza (12, 18-21). Es decir, aunque no parezca que haya sino debilidad, de ahí brota la fuerza de Dios porque él tiene la última palabra. Por su parte, el libro de los Hechos, al narrarnos los inicios del cristianismo, manifiesta cómo después de los acontecimientos de la muerte de Jesús, se afirma que “que Dios lo resucitó” y por eso “se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza” (Hc 2, 26).

El apóstol Pablo escribiendo a los Romanos afirma: “nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la pacencia; la paciencia, virtud probada, la virtud probada esperanza y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 3-5). Y, así mismo, al despedirse en esta misma carta, les dice a los destinatarios: “el Dios de la esperanza les colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom 15, 13). A los Tesalonicenses les dice: “tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de su fe, los trabajos de su caridad y la tenacidad de su esperanza en Jesucristo nuestro Señor (1 Tes 1, 3). Precisamente por esto les recomienda: “Hermanos no queremos que estén en la ignorancia respecto de los muertos, para que no se entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús (1 Ts 4, 13-14). La carta a los Hebreos también exhorta a mantener la esperanza: “mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (10,23).

Con esa esperanza firme a la que nos llaman los textos bíblicos, celebremos el misterio pascual de manera que se traduzca en nuestra vida y en nuestra realidad. En concreto, la esperanza nos fortalece para no decaer en el trabajo por la justicia social. Esto es lo que Dios quiere para la humanidad. También nos da la fuerza para trabajar por el cuidado y la preservación de la creación, garantizando así, la vida de nuestra “casa común”. La esperanza en el Dios de la promesa, el Dios de la paz, no nos deja resignarnos a no alcanzar la paz, a nivel global y a nivel local. Por el contrario, nos empuja a seguir apostando por el diálogo, no como una actitud ingenua sino como una decisión creyente de quienes no enfrentan los problemas con la violencia, sino que siguen buscando los caminos del diálogo, del entendimiento, de la concertación, de la paz. Y la esperanza también nos sostiene para seguir renovando a la Iglesia para que llegue a ser una Iglesia sinodal misionera en la que quepan todos y todas.

Y así, cada uno podría nombrar todas aquellas situaciones que sabe que han de cambiar y frente a las cuales la esperanza no nos deja quedarnos en la queja o en la indiferencia, sino que, apoyados en la resurrección de Jesús, nos fortalece para transformarlas. Que esta Semana Santa, sea tiempo propicio para proclamar con todas las fuerzas “que el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos” no dejará frustrada nuestra esperanza. Por el contrario, ella será colmada, alcanzada, realizada.

 

miércoles, 2 de abril de 2025

 

Jesús no se deja atrapar de sus adversarios

V Domingo de Cuaresma (6-04-2025)

Olga Consuelo Vélez

 

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno”, le dijo Jesús. “Vete, no peques más en adelante" (Juan 8, 1-11)

 

Al querer interpretar un pasaje de la Sagrada Escritura interesa plantear el contexto en el que Jesús está hablando para no tergiversar sus palabras. Aquí Jesús no quiere enseñar sobre el adulterio, o sobre el pecado, o sobre valores morales de carácter sexual. El texto se sitúa en la controversia entre las autoridades judías -representadas por los escribas y fariseos- y Jesús. Ellos le hacen una pregunta, sobre la mujer sorprendida en adulterio y el castigo que merece según la ley de Moisés, con la intención de hacerlo caer de cualquier modo. Si Jesús contesta que no deben apedrearla, estaría yendo contra la Ley. Si contesta que sí, estaría oponiéndose a la legislación romana que prohíbe la pena de muerte (Jn 18,31). Como puede verse, los escribas y fariseos no tienen ningún interés en la mujer, en el adulterio o en la ley. Su interés es acorralar a Jesús para desprestigiarlo frente a los que le siguen. Cabe anotar que la ley hablaba de “castigar a los dos adúlteros con la muerte” (Lv 20, 10), pero vemos en este texto que se omite cualquier referencia al varón que estaba con aquella mujer.

Jesús sabe salir adelante de esta situación, no enfrentando a los escribas y fariseos sino lanzando una pregunta a todos los que estaban allí: “el que no tenga pecado que arroje la primera piedra”. Esta frase es del  libro del Deuteronomio (13,10) referida al pecado de la idolatría y supone que quien arroje la primera piedra se hace cargo de la acusación y si la acusación fuera falsa, la sangre del inocente caerá sobre él (Dt 17,7). Después de esa primera piedra, todo el pueblo se dispone a apedrear al idólatra.

Una vez Jesús ha pedido a los oyentes que arrojen la piedra si no tienen pecado, todos se van retirando. De esa manera se prepara la escena conclusiva del texto: el encuentro de Jesús con la mujer. Ella que fue tomada por los fariseos y escribas, como “objeto” para acusar a Jesús, es tratada, por parte de Jesús, como “sujeto”. El diálogo revela el trato digno de Jesús hacia ella y la frase “no peques más”, muestra la invitación que él le hace a un nuevo comienzo, sin dejarse acorralar por el estigma público.

Una vez más, el evangelio de hoy, nos invita a un seguimiento de Jesús que atiende a las personas y no a las leyes cuando estas las oprimen, un seguimiento que no se deja enredar con legalismos estériles, sino que se toma en serio el mensaje liberador y misericordioso del reino y lo hace efectivo en todas las situaciones que se presenten.