En el triduo pascual, demasiada solemnidad y muy poco
evangelio
Olga Consuelo Vélez
El triduo pascual es un momento de vivencia cristiana profunda. Mucha gente
se dispone a participar de las liturgias de estos días; lo hacen con sinceridad
y recogimiento. Pero conviene mirar si tanto el “contenido” como la “forma”
ayudan a tal vivencia. Sobre el “contenido”, hay esfuerzos por dar meditaciones
relacionadas con la realidad y hay una llamada a causas muy urgentes como la
paz, la justicia, el cuidado de la casa común, la realidad de los migrantes,
etc. No quiere decir que todas las meditaciones tienen ese tono. Aún se
escuchan algunas que, además de muy largas, se quedan repitiendo frases hechas
y casi incomprensibles para la gente común y corriente. En realidad, pocas son
las personas que escuchan los sermones y se sienten interpelados por ellos. Y,
además, aunque tantos creyentes van, año tras año, a las liturgias de estos
días, si les preguntamos el orden y el significado de cada una de ellas, no saben
demasiado. Algo o mucho nos falta en la Iglesia sobre la formación cristiana,
porque no se logra que el pueblo cristiano crezca en su fe, como se esperaría
con tanta participación en las liturgias durante toda su vida.
Ahora bien, la realidad de la cruz de Cristo es uno de los aspectos que no
acabamos de asimilar correctamente. Se predica mucho que Cristo con su cruz nos
salvó de nuestros pecados, nos redimió, hemos sido salvados. También que Dios
no le ahorró a Jesús su sufrimiento para salvarnos. Si tuviéramos un poco de
reflexión crítica nos asombraría la imagen de Dios que sale de esas
afirmaciones: un Dios que para perdonarnos “exige” o “dispone” o “permite” la
muerte de su Hijo. Es un “precio” muy alto y una “exigencia” muy inhumana. Y,
por otra parte, parece que nos salva de los pecados personales, de ahí la
insistencia en el sacramento de la penitencia, pero, el mal del mundo sigue
corriendo, sin que haya por parte de los creyentes una conciencia fuerte de erradicarlo.
Estamos lejos de recuperar el significado histórico de la muerte de Jesús,
asesinado por los contemporáneos que no quisieron acoger el Dios que presentaba
Jesús, los valores del reino que anunciaba. Ese Dios misericordioso y que no
quiere el mal, ni la muerte, ni la injusticia con ninguno de sus hijos e hijas
y denuncia la parte de culpa que nos corresponde, no fue aceptado en tiempo de
Jesús y sigue sin ser predicado profundamente en nuestro presente. Como le dije
a unos estudiantes con los que estudiábamos este aspecto de la muerte de Jesús,
si después de conmemorar una vez más ese acontecimiento, no salimos con el
compromiso eficaz de seguir trabajando por un mundo mejor, no hemos entendido
el misterio de nuestra fe y nuestras liturgias no han dado un verdadero fruto.
Nos han ocupado y talvez “compungido”, “emocionado” o “reconfortado” pero no nos
han lanzado a seguir trabajando por la justicia y la paz, como es la voluntad
de Dios sobre la humanidad.
Muchas más cosas se podrían comentar, pero fijémonos en la “forma” o en la “liturgia”
de estos días que corresponde al título que le di a esta reflexión. Un familiar
me comentó lo siguiente: “comencé a ver la liturgia que transmitían desde el
Vaticano y no pude seguir. Apagué el televisor y me sentí mucho mejor”. Le pregunté:
y ¿por qué? Y me dijo: Esa liturgia parece de un Imperio y Jesús no tiene nada
que ver con los reyes del mundo. Además, los cardenales, obispos y presbíteros,
fuera de que llenan el altar y casi ni enfocan al resto de los miembros de la Iglesia,
con esas prendas litúrgicas que se ven ostentosas, doradas, nuevas, demasiado
elegantes, desdicen de lo que están conmemorando: la crucifixión y muerte de un
Jesús pobre, humillado, despreciado. También me dijo, la música puede ser
bonita y la solemnidad puede dar un aire de respeto y silencio, pero nada de
eso dice mucho del Jesús de los evangelios. Y, como para completar los cometarios,
me dijo: y los presbíteros jóvenes que aparecen por ahí, se les ve tan “tiesos,
formales, elegantes” que se nota que desde los inicios de su formación se les
encamina más a ser señores y reyes que ministros servidores. En fin, son comentarios de la gente real que
sigue teniendo fe pero que, poco a poco, se aleja de la institución porque se
nota demasiada solemnidad y muy poco evangelio.
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