Mantener
la fidelidad a la tarea encomendada
XIX
Domingo del Tiempo Ordinario 10-08-2025
Olga
Consuelo Vélez Caro
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque el Padre
ha tenido a bien darles el reino. Vendan sus bienes y denlos en limosna; háganse
bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se
acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está su tesoro, allí
estará también su corazón. Tengan ceñida su cintura y encendidas las lámparas. Ustedes
están como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para
abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los
hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la
segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría
y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo ustedes, estén preparados,
porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre». Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente
de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre
portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y
empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse,
vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo
castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El
criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de
acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha
hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le
reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá». (Lucas 12, 32-48)
El evangelio de
hoy continúa con un tema similar al evangelio del domingo pasado donde se
invitaba a no atesorar riquezas en la tierra. En esta ocasión, Jesús dirige el
mensaje a sus discípulos a quienes llama “pequeño rebaño”, invitándolos a no
tener miedo porque el reino prometido por el Padre será una realidad. Esta
confianza hace posible las peticiones que les hace: “vender los bienes y darlos
en limosna”, es decir, entrar en la dinámica del compartir que supone el reino
de Dios. De esa manera el corazón estará del lado del verdadero tesoro que
nadie puede arrebatarles. Ese tesoro es el reino que se comienza a vivir aquí
esperando su plenitud en el más allá.
Continúa el
evangelio invitando a la vigilancia con las expresiones “tengan ceñida la
cintura y encendidas las lámparas”. La vigilancia tiene un motivo: la llegada
del Señor el cual, al encontrarlos en vela, él mismo se sentará a la mesa y se
pondrá a servirles. Notemos que los símbolos empleados son los del reino: la
mesa compartida, el servicio del mismo Jesús a los suyos. Jesús refuerza esta
invitación con el ejemplo del hombre que si supiera a qué horas viene el
ladrón, no dejaría que entrará. De la misma manera, los discípulos han de
mantener la vigilancia para el momento definitivo que no se sabe cuándo será,
pero frente al cual se ha de estar preparados.
Ante estas
recomendaciones, Pedro le pregunta si esa parábola la dice por ellos o por
todos y Jesús responde con una pregunta en la que podríamos decir nos incluye
también a nosotros: todos aquellos a los que Dios les confía la administración
de la buena noticia han de vivir con la diligencia que corresponde. Pone de
nuevo un ejemplo, en esta ocasión, del administrador que reparte la ración de
alimento a tiempo, es decir, que cumpla con todas sus obligaciones para que cuando
llegue el dueño, pueda recompensarlo. Pero si hace lo contrario, pensando que
el dueño no va a llegar todavía, tendrá la suerte de los que no cumplen con su
responsabilidad. Jesús utiliza un lenguaje que todos pueden entender, hablando
de ser recompensado o castigado, pero hemos de tener en cuenta que nuestro Dios
no es un Dios de premios y castigos, sino un Dios misericordia y amor
incondicional que siempre estará ofreciéndonos la salvación. Por eso, la última
frase del texto hemos de entenderla desde nuestra propia responsabilidad: somos
nosotros mismos quienes con nuestras obras habremos aprovechado las muchas
bendiciones dadas o las habremos derrochado. En este último caso, seremos
nosotros los que decidamos apartarnos del Señor, no aceptando su amor gratuito
y total.
Pidamos saber
vivir en la vigilancia activa, conscientes de la responsabilidad que llevamos
entre manos para hacer fructificar el reino de Dios en nuestra vida y en el
mundo en el que vivimos, manteniendo la fidelidad a la tarea encomendada.
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