Hacer
realidad el banquete del reino
XXII
Domingo del Tiempo Ordinario 31-08-2025
Olga
Consuelo Vélez Caro
En sábado,
Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo
estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les
decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto
principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga
el que los convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te
conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te
convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante
todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que
se humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una
comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la
resurrección de los justos». (Lucas 14, 1.7-14)
El domingo
pasado hablábamos de la imagen del banquete como una imagen muy diciente del
reino de Dios. Conviene recordar que los banquetes para el pueblo de Israel
mostraban la familiaridad con los que son iguales a uno y constituía un
“deshonor” sentarse a la mesa con alguien que no fuera de su misma categoría o
se considerara pecador. Por eso las cenas que Jesús realiza con pecadores y
publicanos son un escándalo para sus contemporáneos. En el evangelio de hoy,
Jesús es invitado a comer por uno de los principales fariseos y el texto nos
dice que lo espiaban los otros fariseos, tal vez por el significado que las
cenas tenían para ellos y la forma contracultural como Jesús se portaba muchas
veces. Pero Jesús aprovecha la ocasión para seguirles explicando en qué
consiste la buena noticia que él les ofrece, sin que lleguen a entenderlo, como
sabemos, por el desenlace de su vida.
Jesús aprovecha
lo que está sucediendo en el banquete y les dice una parábola para interpelar a
aquellos que estaban escogiendo los primeros puestos: cuando les conviden, no
se sienten en los primeros puestos para que no les vayan a pedir que le cedan
su puesto a alguien más importante. En tiempos de Jesús, como también en el
nuestro, hay banquetes en que se invita a diferentes tipos de personas, pero
cada cual ocupa su lugar según el rango de importancia o de cercanía con el que
da el banquete. De ahí, el ejemplo de Jesús, de no ocupar los primeros puestos.
Pero en este caso no es para preservar la escala de importancia con las que el
mundo marca las diferencias sociales. Es para hablar del reino de Dios donde
los que creemos menos importantes ocupan los primeros puestos. Para reforzar
esta enseñanza, Jesús se dirige al dueño de la casa, proponiéndole que, al
hacer un banquete, invite a los que no pueden pagarle. Es decir, le exhorta a
comprender la lógica del reino, lejana a las pretensiones de honor e importancia
de nuestro mundo. Desde la propuesta de Jesús, lo que cuenta es la igualdad
fundamental de todos los hijos e hijas de Dios, todos con derecho a sentarse en
la mesa del reino, todos sin sufrir ninguna exclusión y, mucho menos, sin
excluir a nadie.
Sería importante
preguntarnos si nosotros hemos entendido la lógica del banquete del reino de
los cielos. Si nuestra escala de valores responde al amor incondicional de
nuestro Dios por todos, sin dejar a nadie por fuera, o funcionamos a partir de
honores, poderes, orgullos, vanaglorias de nuestro mundo. La propuesta de una
iglesia sinodal sería una ocasión propicia para recuperar esa igualdad
fundamental. Sin embargo, el sínodo, como tantas otras realidades eclesiales,
no ha logrado una conversión de fondo hacia una iglesia donde quepan todos,
hacia una iglesia donde títulos honoríficos y posiciones de poder, sean solo un
recuerdo del pasado. Aún el clericalismo sigue vigente y la sinodalidad parece
más una utopía. Ojalá que pudiéramos hoy, comprometernos con asumir esta lógica
del evangelio tan bellamente expresada en la imagen del banquete. De esa manera
nuestra iglesia daría mejor testimonio y la haría más creíble para nuestros
contemporáneos.
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