La radicalidad del
discipulado es para todos y todas
Domingo XXIII del TO
7-09-2025
En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone
a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con
su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de
vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no
puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este
hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla
a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá
salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está
todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo
aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
discípulo mío (Lc 14, 25-33).
El evangelio de hoy se refiere a
la llamada al discipulado y las implicaciones que tiene. Pero tengamos en
cuenta lo siguiente. Tradicionalmente, hablar de discipulado era referirse a la
vida consagrada o ministerial. En la actualidad hemos entendido que todo
cristiano, por su bautismo, está llamado al seguimiento de Jesús, al
discipulado. Precisamente, en la Conferencia de Aparecida, celebrada en 2007,
ese fue el lema: “Todos discípulos/as misioneros/as” y, con el sínodo de la
sinodalidad, se ha seguido impulsado la llamada a la vida cristiana como una
vocación que se ofrece a todos y cada uno responde desde su estilo particular
de vida, pero, con la misma radicalidad.
En este sentido, el texto de
Lucas, comienza diciendo que mucha gente seguía a Jesús y él se dirigió a ellos
para proponerles este discipulado. Aquí también conviene hacer una aclaración.
No se han de tomar las afirmaciones de Jesús de manera literal, aunque así se
han tomado en el contexto de la vida religiosa y, por muchos años, la
separación de la familia era total, ni se iba al funeral de los padres y,
todavía algunas comunidades, lo viven así. Respetable como cada grupo lo quiera
vivir, pero centrándonos en el evangelio, el énfasis no está en las palabras
literales sino en la absolutez del reino frente a todo lo demás. Sin duda, la
propuesta de Jesús es contracultural, en muchos sentidos y, por eso, resulta
difícil de comprender y, por supuesto, de vivir.
Con respecto a la familia no es
tanto dejarla o no, sino entender que la familia del reino no se basa en los
lazos de sangre sino en la comunidad que se forma con el seguimiento de Jesús.
Algo parecido habría que decir de la cruz. No significa que el seguimiento
suponga sacrificios y mortificaciones creyendo que esa es la cruz que Jesús nos
pide. Cargar la cruz de Jesús es saber que la fidelidad a los valores del
reino, trae conflicto y persecución y, quien sigue a Jesús, está abocado a
vivir esa misma cruz.
El discipulado implica a toda la
persona y Jesús lo plantea con claridad. Por eso pone dos ejemplos: un hombre
que quiere construir una torre y ha de calcular si puede terminarla y el rey que
va a emprender una batalla y ha de saber si cuanta con el ejército suficiente
para ganarla. Así, hemos de tomar conciencia de nuestras propias fuerzas para
vivir el discipulado. Este implica a toda la persona y supone correr la misma
suerte de Jesús. Por esto conviene preguntarnos: ¿estamos dispuestos a ello? El
evangelio concluye con la llamada a renunciar a todos los bienes para ser
discípulo de Jesús. Ya hemos comentado en otros pasajes bíblicos que las
riquezas siempre constituyen un impedimento para el seguimiento porque el
centro del reino está en las personas, no en las cosas, en la dignidad humana y
no en la cosificación de las relaciones, en el compartir y no en el
acaparamiento de todo para sí mismo. Esta fue la vida que intentaron vivir los
primeros cristianos y a la que Jesús nos sigue invitando. Que nuestra generosidad
nos permita dar una respuesta positiva, sabiendo que el reino siempre será
nuestra mejor ganancia.
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