martes, 23 de septiembre de 2025

 

Los bienes eternos dependerán de nuestro compromiso con los pobres

Comentario al domingo XXVI del TO 28-09-2025

Olga Consuelo Vélez

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. Pero Abrahán le dijo: Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia ustedes no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros. Él dijo: Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento. Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. Pero él le dijo: No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán. Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán, ni, aunque resucite un muerto (Lc 16, 19-31)


(Disculpen que hay un error al início del video, pero lo que sigue a continuación si corresponde al evangelio de hoy)

El domingo pasado terminamos nuestra reflexión haciendo referencia a la parábola que el evangelio de hoy nos trae. Jesús enseña con parábolas y, en esta ocasión, dirigiéndose a los fariseos, les habla del hombre rico y de Lázaro, personajes que conviene presentar como lo hace la parábola. El hombre rico no tiene nombre (aunque por algunos manuscritos apócrifos se le ha dado el nombre de Epulón), goza de muchos bienes y banquetea todos los días; no dice que haya obtenido su riqueza de manera injusta, pero no parece haber visto nunca a Lázaro quien, según el relato, siempre estaba a su puerta. Por su parte, el pobre tiene nombre -Lázaro-, nombre que significa “Dios te ayuda” y está en las peores condiciones ya que hasta los perros lamen sus llagas. Tampoco nos dice que Lázaro sea bueno, simplemente que es pobre. Después de presentar a los personajes, Jesús continúa relatando la suerte de cada uno después de su muerte. Lázaro está en el seno de Abraham siendo consolado, mientras que el rico está siendo atormentado. Es entonces cuando el hombre rico le pide a Abraham que mandé a Lázaro a refrescarle con una gota de agua, pero la respuesta de Abraham es que “recuerde” que él ya recibió bienes en la vida y Lázaro no. El término “recordar” es muy diciente para el pueblo de Israel. Constantemente se pide que el pueblo “recuerde” o “no olvide” que Dios los sacó de Egipto. El relato continúa con la nueva petición del hombre rico de que mande a Lázaro a avisar a sus hermanos para que no corran su misma suerte. Abraham le responde que ya tienen “a Moisés y a los profetas”, es decir, todo el Antiguo Testamento, pero son incapaces de escucharlo.

El mensaje es muy claro, como ya lo hemos comentado en otros textos. El criterio definitivo e importante para participar de los bienes eternos es el compromiso con la vida de todas las personas, el trabajar por garantizar la justicia social, el no acaparar para sí sino compartir para que nadie pase necesidad. Hay demasiadas urgencias en nuestras puertas, pero pasamos de largo. Demasiadas injusticias y no nos interesan porque no nos afectan. Y muchos cristianos siguen empeñados en poner el énfasis en el rito y la norma y no se fijan en lo realmente importante: la vida de todas las personas, comenzando por los más pobres.

Es llamativo pensar que tantas veces se toma las palabras de la Sagrada Escritura el pie de la letra (casi siempre para reforzar ritos y normas) y estos pasajes que hablan de la riqueza, de la injusticia, de la fraternidad/sororidad, se relativizan, se “domestican” para no acoger lo central del evangelio: si no se trabaja por la justicia social y la vida para todos, no nos sentaremos en la mesa del Reino. El prójimo es el criterio definitivo para la salvación, de lo contrario, bien ciertas serán estas palabras: “Ay de ustedes los ricos porque ya recibieron su consuelo” (Lc 6, 24).

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